El experimento post-transicional
Muchos de los reportajes sobre las recientes elecciones presidenciales, especialmente en los medios internacionales, se enfocaron en la historia de las dos candidatas principales: en cuanto a su supuesta amistad de infancia, además de sus trayectorias paralelas pero muy distintas. Las dos hijas de generales.
Hay otro drama detrás de las presidenciales del 2013. No es solamente la historia de dos candidatas, sino también de dos coaliciones. Se puede sostener que el resultado electoral, más allá de la inmensa popularidad personal de Michelle Bachelet, tiene mucho que ver con la forma en que los dos principales sectores políticos del país se comportaron durante esta contienda.
Por un lado está la Alianza. Desde el proceso de selección de una candidatura hasta el 40 aniversario del golpe de estado tuvo un tiempo para el olvido. La fortuna, en el sentido maquiavélico, le jugó no una sino que varias malas pasadas.
Pero los conflictos personales y la tensión entre los dos partidos de esa coalición no son producto de la fortuna sino de un legado histórico del cual la Alianza aun no se despega. Es una coalición formada en la lógica de la transición, o, más bien, del plebiscito de 1988. Dos partidos, que en algún momento apoyaron con más o menor entusiasmo a Pinochet, siguen vinculados en un sistema político que ha cambiado radicalmente. La fortaleza interna de, en especial, la UDI, en cuanto la necesidad de formar gobierno durante los últimos cuatro años, han servido para ocultar un serio problema estructural. La Alianza es una coalición formada para hacer política en un país que ya no existe. El conservadurismo clásico puede ser un valor en sí mismo para existir dentro del sistema democrático, y no es malo que existan sectores que lo promuevan. Pero la adaptación a los cambios responde a una lógica realista que la derecha (o un sector de ella) supuestamente dice ser suya. Lo dijo Burke, escribiendo sobre la Revolución Francesa: el estado que no cuenta con vías para el cambio carece de las vías para su propia conservación. Lo mismo se aplica a los partidos políticos.
Por el otro lado de la vereda se encuentra la Nueva Mayoría. Uno puede cuestionar qué tanta mayoría es, y se puede estar de acuerdo o no con el valor electoral que significó la inclusión del Partido Comunista. Algunos se burlaron acerca de si la Nueva Mayoría es realmente nueva. En buenas cuentas, al final Bachelet igual vuelve y muchas caras que la rodean no son muy nuevas, ni en política y tampoco en su cédula de identidad. Más allá de las risas que rodean el comando ganador, sin embargo, pocos se han dado cuenta que la Nueva Mayoría sí representa algo nuevo. La ampliación del abanico, o del arcoíris – que cada uno elija su metáfora – tuvo como objetivo ir más allá de la ventaja electoral. Total, en el plano electoral la estrategia siempre se basó en la popularidad de la candidata, que bastaba y sobraba para asegurar un triunfo en diciembre.
La Nueva Mayoría es un experimento político, que apunta a construir la primera coalición realmente post-transicional. Sus propuestas, que no le temen al cambio, pero que enfatiza la gradualidad, y también su composición – no por ser de izquierda, sino por la lógica de ampliar espacios – están mucho más acorde con el ánimo nacional. En este sentido, es un importante proyecto, pero que conlleva también consigo grandes riesgos. Ya no existe la coalición unida por temor al autoritarismo, o por una experiencia compartida de exilio y la lucha por la democracia. Es un tutti frutti de intereses, demandas, partidos, movimientos y egos. En los meses que vienen, es posible que el liderazgo y capital político de Bachelet estén mucho más dedicados a la mantención de esa coalición (particularmente en el plano parlamentario) que en el proyecto de forma político mismo. De ser el caso de que finalmente ocurra lo antes descrito, la Presidenta electa deberá contar con un grupo pequeño de talentosas (no necesariamente experimentadas) ministras y ministros, que lleven adelante las reformas prometidas: la segunda etapa del experimento post-transicional.
Saludos
Rodrigo González Fernández
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