04.03.09 -
Probablemente vivimos uno de los momentos más convulsos en la historia reciente de la educación superior. Desde la creación de las primeras universidades, en el s. XI, hasta la actualidad se han dado grandes cambios en la organización y contenido de las enseñanzas superiores, pero nunca se ha perdido el espíritu y la esencia de la institución universitaria. Fue, sin lugar a dudas, la transformación llevada a cabo por W. von Humboldt en la Universidad de Berlín en 1810, con su misión central de "educar en la ciencia", el germen de la universidad moderna que ha perdurado con importantes modificaciones hasta nuestros días, y que está en la esencia de la Universidad Politécnica de Valencia.
Hoy, con el proceso de convergencia europea -también conocido como el proceso de Bolonia- estamos ante otra gran transformación que afecta a la organización, al currículo y a la propia meta de la institución. La pregunta sobre qué debe hacer la universidad y cómo sigue abierta y creando mucha polémica. La primera gran pregunta es: ¿cuál es la meta de la Universidad, es decir, qué debe hacer la Universidad?, y la segunda, íntimamente relacionada con esta primera es: ¿cómo debe hacerlo?
La misión central de la Universidad desde sus orígenes ha sido la búsqueda y transmisión del conocimiento y la formación de profesionales. Ortega y Gasset entendía que la misión de la Universidad era formar a personas cultas, donde cultura significaba "el sistema vital de las ideas de cada tiempo". Es decir, la Universidad tiene que estar al servicio de la vida y a la solución de los problemas sociales. Por decirlo en palabras de Coit Gilman, fundador de la Johns Hopkins University, la tarea de la Universidad debe ser: "Reducir la miseria de los pobres, la ignorancia en la escuela, el fanatismo en el templo, el sufrimiento en el hospital, el fraude en los negocios y la locura en la política". Es decir, la tarea de la universidad abarca todos los ámbitos de la vida humana. Quizá la que goza de más relevancia es la tarea de formar profesionales; pero también parece claro que si la Universidad sólo se preocupa de la formación técnico-profesional dirigida al mundo laboral estaríamos olvidando una parte importante de la educación del ser humano, y por utilizar palabras que ya A. Einstein utilizó en 1952: "más estaríamos formando un perro bien adiestrado que una persona".
Ahora la siguiente pregunta es clave: ¿cómo debe hacerlo?, o por decirlo de otra manera, ¿qué valores ha de poner en juego para realizar con calidad la meta social que legitima a la Universidad? Es públicamente aceptado que la Universidad debe poner en juego valores como el rigor académico y científico, el diálogo y la argumentación racional, la transparencia y responsabilidad, y el respeto a las personas y el compromiso social. Estos valores, que ya están incorporados en los estatutos y declaraciones de casi todas las universidades del mundo, no aparecen por generación espontánea ni por inercia, se requiere un esfuerzo institucional y un compromiso decidido de los órganos de gobierno y dirección de la Universidad. La conformación de un êthos o carácter de la Universidad requiere trabajar estos valores y formar en la reflexión moral en el aula y a la vez ir mucho más allá. Es necesario poner en marcha procesos, mecanismos e instrumentos que vayan construyendo una Universidad más justa y responsable. De entre los mecanismos y procesos que se pueden poner en marcha podemos citar tres de los más extendidos y exitosos: códigos de buen gobierno, códigos éticos, e informes o memorias de responsabilidad social corporativas.
Los códigos de buen gobierno tienen por objetivo mejorar la eficiencia, la transparencia y la responsabilidad en los más altos órganos de gestión y gobierno. Los códigos éticos, tan extendidos en otros ámbitos y con tanta tradición en el ámbito profesional, son declaraciones de valores y de compromisos que orienta a las personas en sus acciones y decisiones. Y los informes y memorias de responsabilidad suponen un gran ejercicio de transparencia en tanto en cuanto informan con rigor y veracidad de los impactos de las acciones de la institución tanto hacia dentro de la Universidad como hacia fuera.
En una universidad tan innovadora como la UPV no debería extrañar a nadie que también seamos de las primeras universidades de España en trabajar en esta dirección. Creo sinceramente que es una buena noticia que, en estas cercanas elecciones a rector, el candidato Juan Juliá haya presentado en su programa iniciativas en esta línea y se haya comprometido a desarrollarlas creando un Vicerrectorado de Responsabilidad Social Corporativa. Es el momento de pasar de las palabras a los hechos, y la decisión de poner en marcha iniciativas encaminadas a incrementar la responsabilidad de nuestra universidad es un primer paso tan humilde como necesario.
Hoy, con el proceso de convergencia europea -también conocido como el proceso de Bolonia- estamos ante otra gran transformación que afecta a la organización, al currículo y a la propia meta de la institución. La pregunta sobre qué debe hacer la universidad y cómo sigue abierta y creando mucha polémica. La primera gran pregunta es: ¿cuál es la meta de la Universidad, es decir, qué debe hacer la Universidad?, y la segunda, íntimamente relacionada con esta primera es: ¿cómo debe hacerlo?
La misión central de la Universidad desde sus orígenes ha sido la búsqueda y transmisión del conocimiento y la formación de profesionales. Ortega y Gasset entendía que la misión de la Universidad era formar a personas cultas, donde cultura significaba "el sistema vital de las ideas de cada tiempo". Es decir, la Universidad tiene que estar al servicio de la vida y a la solución de los problemas sociales. Por decirlo en palabras de Coit Gilman, fundador de la Johns Hopkins University, la tarea de la Universidad debe ser: "Reducir la miseria de los pobres, la ignorancia en la escuela, el fanatismo en el templo, el sufrimiento en el hospital, el fraude en los negocios y la locura en la política". Es decir, la tarea de la universidad abarca todos los ámbitos de la vida humana. Quizá la que goza de más relevancia es la tarea de formar profesionales; pero también parece claro que si la Universidad sólo se preocupa de la formación técnico-profesional dirigida al mundo laboral estaríamos olvidando una parte importante de la educación del ser humano, y por utilizar palabras que ya A. Einstein utilizó en 1952: "más estaríamos formando un perro bien adiestrado que una persona".
Ahora la siguiente pregunta es clave: ¿cómo debe hacerlo?, o por decirlo de otra manera, ¿qué valores ha de poner en juego para realizar con calidad la meta social que legitima a la Universidad? Es públicamente aceptado que la Universidad debe poner en juego valores como el rigor académico y científico, el diálogo y la argumentación racional, la transparencia y responsabilidad, y el respeto a las personas y el compromiso social. Estos valores, que ya están incorporados en los estatutos y declaraciones de casi todas las universidades del mundo, no aparecen por generación espontánea ni por inercia, se requiere un esfuerzo institucional y un compromiso decidido de los órganos de gobierno y dirección de la Universidad. La conformación de un êthos o carácter de la Universidad requiere trabajar estos valores y formar en la reflexión moral en el aula y a la vez ir mucho más allá. Es necesario poner en marcha procesos, mecanismos e instrumentos que vayan construyendo una Universidad más justa y responsable. De entre los mecanismos y procesos que se pueden poner en marcha podemos citar tres de los más extendidos y exitosos: códigos de buen gobierno, códigos éticos, e informes o memorias de responsabilidad social corporativas.
Los códigos de buen gobierno tienen por objetivo mejorar la eficiencia, la transparencia y la responsabilidad en los más altos órganos de gestión y gobierno. Los códigos éticos, tan extendidos en otros ámbitos y con tanta tradición en el ámbito profesional, son declaraciones de valores y de compromisos que orienta a las personas en sus acciones y decisiones. Y los informes y memorias de responsabilidad suponen un gran ejercicio de transparencia en tanto en cuanto informan con rigor y veracidad de los impactos de las acciones de la institución tanto hacia dentro de la Universidad como hacia fuera.
En una universidad tan innovadora como la UPV no debería extrañar a nadie que también seamos de las primeras universidades de España en trabajar en esta dirección. Creo sinceramente que es una buena noticia que, en estas cercanas elecciones a rector, el candidato Juan Juliá haya presentado en su programa iniciativas en esta línea y se haya comprometido a desarrollarlas creando un Vicerrectorado de Responsabilidad Social Corporativa. Es el momento de pasar de las palabras a los hechos, y la decisión de poner en marcha iniciativas encaminadas a incrementar la responsabilidad de nuestra universidad es un primer paso tan humilde como necesario.
CONSULTEN, OPINEN , ESCRIBAN LIBREMENTE
Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en RSE de la ONU
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