'La soledad del juzgador', de Elisa Beni Posted: 06 Dec 2007 03:57 PM CST La investigación y el juicio a los atentados del 11-M en Madrid han propiciado una variopinta y rentable producción editorial en la que, literalmente, se puede encontrar de todo. La obra más reciente sobre el proceso, La soledad del juzgador. Gómez Bermúdez y el 11-M introduce una variación peculiar y es que su autora Elisa Beni inaugura un género que podríamos definir como crónica judicial sentimental. Al que yo personalmente veo muy poco recorrido. Elisa Beni es la directora de comunicación del Tribunal Superior de Madrid y la mujer del juez Javier Gómez Bermúdez, el presidente del tribunal del juicio al 11-M al que su peculiar carisma procesal catapultó al estrellato mediático. El gancho de este libro, según Beni, es el de poder dar una visión privilegiada y humana desde la cercanía. Según afirma literalmente, su condición de amante esposa no le impide hacer un trabajo periodístico riguroso. Quizás ella lo crea así, pero los vidrios tintados que el amor nos pone en los ojos la están engañando. Porque este libro quiere ser a la vez una crónica judicial y una carta de amor. El protagonista absoluto, hasta límites aberrantes, de este relato aparece tanto como el juez Bermúdez como Javier como "tu marido" como mi amor en la dedicatoria. Parece un detalle nimio, pero es un síntoma de cómo la autora confunde (en el sentido etimológico de la palabra) el proceso judicial con la esfera privada de su hogar. Tienen en común que ambas gravitan entorno a Bermúdez pero no se acaba de percibir el encaje de contunidad, el interés de los detalles íntimos que revela Beni. Peor aún, algunas situaciones son tan forzadas que rozan el ridículo. Como por ejemplo, cuándo cuenta que mientras Bermúdez realizaba personalmente las gestiones para que los acusados del 11-M tuvieran comida caliente (esa comida caliente que luego rechazarían al ponerse en huelga de hambre, no sin disculparse al juez según la autora por tamaña ingratitud), el propio almuerzo del magistrado se enfriaba ante los ojos de su estoica esposa. O cómo la asistenta del matrimonio, superviviente del atentado, colaboró con el desempeño de la justicia planchando con especial primor las camisas blancas que irían bajo la toga. Todo el libro está concebido como una vindicación triunfal de Bermúdez (e indirectamente de Beni, que adopta en la narración el papel de descanso del guerrero). Leyendo el libro uno descubre a un superhombre y superjuez que estuvo en todas partes, acertó en todas y cada una de sus decisiones, y simple y llanamente es el único responsable del que el juicio del 11-M saliera bien. Y no es que no me crea este último extremo. Es que las alabanzas del juez son cantadas con el rigor y la distancia de una fan de catorce años escribiendo a su ídolo del rock. Porque Beni es una fan de Bermúdez, no lo niega en ningún momento. Llega incluso a reprocharnos a los que lo "descubrimos" en el juicio del 11-M que no estuvieramos atentos a sus anteriores e igualmente estelares actuaciones, tales como el proceso a colaboradores del 11-S en 2005. Y en ello consiste la otra mitad del libro: en una venganza contra los otros magistrados, periodistas, políticos y hasta internautas que han menospreciado o atacado a Bermúdez. Estos pasajes les encantarán a aquellos que piensan que España funciona por un sistema de favores, rivalidades y odios personales. Ciertamente el libro no hace nada para acabar con esta concepción. Realmente es esta una obra paradójica. Por un lado Beni ensalza al juez que fue capaz de mantenerse incólume entre la vorágine política y perodística que le cercaba, "como un maestro Zen", y no se ahorra reproches y lecciones sobre la intromisión de fuerzas externas en la judicatura. Pero al mismo tiempo desgrana con evidente deleite la transformación del juez en una estrella y los muchos y diferentes elogios que ha recibido. Llega incluso al extremo de reproducir columnas de articulistas que, inspirados en la figura de Bermúdez, realizan encendidas defensas de la calvicie. Podría reprochársele que pasa por alto algunos episodios del juicio en los que Bermúdez sale peor parado, pero despúes de lo expuesto no tendría mucho sentido. Los aficionados al mundo judicial y los buscadores de escándalos pueden encontrar algún pasaje de interés (la descripción de las innovaciones logísticas que se instauraron en el juicio para los primeros, los tejemanejes internos de la Audiencia Nacional para los otros), pero para ello deberán soportar con paciencia que prácticamente cualquier anécdota tenga por fin el que Bermúdez aparezca con la toga al viento para salvar el día. |
Rodrigo González Fernández
DIPLOMADO EN RSE DE LA ONU
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Renato Sánchez 3586
teléfono: 5839786
e-mail rogofe47@mi.cl
Santiago-Chile
Portavoces, esposas
ResponderBorrary periodistas
Ni Elisa Beni ni Javier Valenzuela han roto, con sus libros,
la obligación de lealtad y de confidencialidad que todo portavoz
o director de comunicación tiene con sus superiores. Sólo Scott
McClellan, el ex portavoz de Bush, ha revelado secretos, pero
es evidente que, lejos de atentar contra la seguridad, la defiende
al denunciar unas decisiones que facilitaron la guerra de Iraq
y que ya han costado la vida a más de 100.000 personas.
Felipe Sahagún es periodista y profesor titular de Relaciones Internacionales
en la Universidad Complutense, Madrid.
32—CUADERNOS DE PERIODISTAS,—MARZO DE 2008
FELIPE SAHAGÚN Todo libro de un portavoz, jefe
de prensa o director de comunicación,
en activo o retirado,
sobre las actividades o hechos
vividos en el ejercicio de su cargo,
suele ser, como escribe en sus memorias
Marlin Fitzwater, portavoz de los
presidentes Reagan y Bush padre, “un
retrato de familia”1. No porque el autor
revele –pocas veces lo hace– secretos
explosivos de la intimidad de los
dirigentes con los que ha trabajado
de cerca, sino por la familiaridad que
dicha cercanía facilita a la hora de contar
lo sucedido.
¿Dónde empieza el derecho, la
obligación y la libertad de informar,
y dónde termina la obligación de lealtad
hacia los jefes y compañeros?
¿Quién y cómo fija las fronteras de
los intereses en conflicto? ¿La reserva,
discreción y confidencialidad esperados
o exigidos en la relación profesional
entre portavoces y presidentes,
jefes de prensa y superiores inmediatos,
publicistas y clientes (…) implica
necesariamente el silencio sobre
los hechos vividos de primera mano
en virtud de esa relación?
¿Son extensivas estas mismas interrogantes
o cautelas a las obras (libros,
artículos u otro tipo de docu-
en cualquier formato) de familiares
de dirigentes, políticos, jueces,
etcétera? ¿Qué sucede cuando ese
familiar, portavoz o relaciones públicas
es, además, periodista? ¿Debe renunciar
de por vida a su libertad de
expresión y de información sobre determinados
asuntos por el hecho de
ser pariente, esposa o esposo de alguien,
aunque tenga información de interés
general que, a su juicio, merezca ser
conocida por todos los ciudadanos?
Hay respuestas para todos los gustos.
Eduardo Sotillos ha confesado,
tras su experiencia de portavoz de Felipe
González, que “no se debe nombrar
portavoz a un periodista” porque
“te sientes demasiado próximo a
los colegas que te preguntan, y ellos
a ti”2. Y añade: “Allí [en Moncloa] no
me sentía cómodo, no fui buen portavoz…
Me dolían mucho las críticas
de colegas periodistas, perdí la amistad
y el saludo de muchos… Ya me lo
decía Felipe: ‘Te falta corazón para ser
político…’. Y así es.”
Tras 35 años de periodismo activo,
entiendo perfectamente a Sotillos.
Cuando la información es razonablemente
buena, los políticos (presidentes
de empresas, jueces, policías…) la
atribuyen sistemáticamente a su
buen trabajo. Cuando es negativa, rara
vez admiten que se deba a lo que
ellos hacen. Casi siempre culpan a los
portavoces o comunicadores, es decir,
a los mensajeros. Cada país, incluso
cada institución, tiene una cultura
diferente de la información, producto
de su historia, que condiciona
de forma decisiva las respuestas a las
cuestiones planteadas más arriba. Por
ello, hay que tener cuidado a la hora
de comparar democracias viejas con
democracias recientes y, no digamos,
con dictaduras.
La periodista Elisa Beni, con 20
años de experiencia profesional, se
ha visto sometida a toda clase de críticas
en los últimos meses y ha sido
destituida como jefe de prensa del
Tribunal Superior de Justicia de Madrid
por publicar el libro La soledad
del juzgador. Gómez Bermúdez y el 11-M.
Javier Valenzuela, con 30 años de
experiencia profesional, muchos de
ellos como corresponsal en el extranjero
y enviado especial de El País, ha
sido criticado de forma más velada por
Eduardo Sotillos, ex portavoz
de Felipe González: “Allí [en
Moncloa] no me sentía
cómodo, no fui buen
portavoz… Me dolían mucho
las críticas de colegas
periodistas, perdí la amistad
y el saludo de muchos…”.
escribir un libro, Viajando con ZP, sobre
sus dos años de director general
de Información Internacional en la
Moncloa de José Luis Rodríguez Zapatero.
Los republicanos han puesto en la
picota a Scott McClellan, ex portavoz
de la Casa Blanca, por lo que dicen
que cuenta en un libro que, con el título
What happened (Lo sucedido), verá
la luz esta primavera en los EEUU.
Son tres casos distintos, pero que,
analizados por separado y contrastados
con las normas tradicionales de
la ética periodística en España y en
los EEUU, nos ayudarán a entender
los conflictos en juego y las respuestas
que, desde una perspectiva profesional,
pueden y deben darse.
El caso Beni
El 13 de febrero de 2008, en el Foro
Nueva Economía de Madrid, un periodista
preguntó al fiscal general
Cándido Conde-Pumpido por la destitución
de Beni en represalia por la
publicación del libro. A escasos metros
de él, supongo que lo sabía, estaba
sentado, escuchando con atención,
el esposo de Beni y presidente
de la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo,
Javier Gómez Bermúdez, el
juzgador principal en el proceso del
11-M y protagonista más importante
del polémico libro.
“Me pareció una medida adoptada
sobre la base del principio de confianza”,
contestó el fiscal. “Entraba
República,
periodismo y
literatura
Javier Gutiérrez Palacios,
992 páginas, 48 euros.
Cinco años de la historia de
España (1931-1936) a través de
los artículos de 68 autores.
Entre ellos,Azorín, Baroja,
Camba, Unamuno, D’Ors, Pérez
de Ayala, Alberti o Cernuda.
DE VENTA EN LA A.P.M.
34—CUADERNOS DE PERIODISTAS,—MARZO DE 2008
Portavoces, esposas y periodistas
en sus competencias [del presidente
del Consejo General del Poder Judicial],
pero no me parece que en el libro
exista ninguna revelación inadecuada”.
Nadie lo diría repasando lo que se
dijo y se escribió a raíz de la publicación
del libro, aunque ningún medio
de comunicación serio encontró otros
problemas que la inoportunidad del
momento elegido para su publicación,
“el uso de la posición privilegiada
de la autora para conocer de primerísima
mano los desvelos del juzgador”
3 y las críticas, casi todas perfectamente
fundadas y documentadas,
de algunos de los principales protagonistas
y observadores del juicio
del 11-M.
Presionados por algunos miembros
de la carrera judicial que no salen
muy airosos en el libro y por periodistas
que reciben un claro varapalo
por lo que escribieron o contaron
sobre el juicio más importante de
la historia de España, ninguno de los
cinco miembros de la Comisión de
Comunicación del CGPJ defendió la
permanencia de Beni en su puesto.
El presidente del CGPJ, Francisco
José Hernando, firmó el 16 de enero
el decreto de destitución de Beni como
directora de comunicación del
TSJM de acuerdo con la propuesta de
la comisión de Comunicación del órgano
de gobierno de los jueces del 9
de enero. La Comisión tenía decidido
ya su veredicto el 20 de diciembre de
2007, pero prefirió aplazarlo para dar
tiempo a la periodista a defenderse.
Como explicó María Peral en El
Mundo al día siguiente, las indiscreciones,
las conversaciones privadas y
las críticas recogidas en el libro “han
quebrado la confianza del Consejo en
la autora, han perjudicado a su marido,
han desprestigiado a otros magistrados
y han generado desconfianza
en los jueces de Madrid”4.
El hecho, como señalaba Peral, de
que “los miembros del sector mayoritario
–que por tres veces había nombrado
a Gómez Bermúdez presidente
de la Sala de lo Penal de la Audiencia
Nacional, lo que le permitió presidir
el juicio del 11M– expresaran su decepción
con Beni no sólo por razones
de confianza, sino también de incompatibilidad
entre la publicación de un
Ningún medio de
comunicación serio encontró
otros problemas con el libro
de la esposa del juez Gómez
Bermúdez, Elisa Beni, que la
inoportunidad del momento
elegido para su publicación.
CUADERNOS DE PERIODISTAS,—MARZO DE 2008—35
libro de esas características (…) y su
puesto en un gabinete de comunicación
del CGPJ” prácticamente la condenaba
sin escuchar sus alegaciones.
“Una señora que trabaja para la
Justicia no puede estar anotando las
confidencias que le hace su marido
para hacer negocio editorial, exhibiendo
cuestiones de otros jueces y
de un determinado proceso”, dijo uno
de los vocales citados por la redactora
de El Mundo. Amenazaba el mismo
vocal, si no se actuaba con firmeza,
con recomendar a todos los jefes de
prensa de los tribunales que empezaran
a tomar notas de las confidencias
judiciales que les lleguen para luego
hacer también negocio.
En sus explicaciones de la propuesta
de la comisión, su portavoz, Enrique
López, justificó la destitución por
“la pérdida de confianza” en la autora
del libro, al estimar que algunos
de sus pasajes no se adecuan a las exigencias
del desempeño de su cargo
como portavoz de la Administración
de Justicia en la Comunidad de Madrid5.
Aunque Hernando no estaba obligado
a destituir a Beni, López lo dio
por hecho “en cumplimiento de acto
debido”, entendiendo que la comisión,
el órgano que nombra al responsable
de comunicación del TSJM, estaba
en su perfecto derecho de destituirla
si perdía su confianza en ella.
La propuesta de destitución recibió
los votos favorables de los vocales
Montserrat Comas, José Luis Requero,
Adolfo Prego y Enrique López, y
la abstención de Juan Carlos Campo,
quien entendió que debía ser el propio
Hernando, como responsable del
nombramiento de Beni, o el presidente
del TSJM, a cuyas órdenes directas
trabajaba, quienes ratificaran a Beni
en su cargo o la destituyeran.
En sus explicaciones a la Comisión,
que evidentemente no surtieron
efecto alguno, la autora negó que el
libro fuera un ataque a los jueces o a
la carrera judicial. “Muy al contrario,
se trata de la realización de una actividad
lícita –escribir un libro– sin repercusiones
negativas que se hayan
acreditado sobre el desempeño de mi
trabajo como directora del TSJM, que
no puede acarrear consecuencias sobre
mi actividad profesional actual
derivadas de una valoración del contenido,
de las informaciones o de las
ideas libremente expresadas y contenidas
en tal libro”, escribió.
“En ningún momento se desvía de
las directrices generales que a efectos
de estrategia comunicativa he recibido
del Consejo”, añadió. “En este sentido,
el libro está basado en el mismo
espíritu de transparencia, de manera
que, en algunos pasajes que se han
tachado de críticos, el texto se limita
a recoger secuencias procesales o resolutivas
de magistrados concretos,
sin ninguna adjetivación o valoración
personal y que ya habían sido publicadas
por los medios de comunicación
en su día”6.
En sus ocho páginas de alegacio36—
CUADERNOS DE PERIODISTAS,—MARZO DE 2008
Portavoces, esposas y periodistas
nes, Beni señaló también la “indeterminación
extrema” del acuerdo de la
Comisión del 20 de diciembre sin precisar
ninguna acusación concreta, lo
que hacía muy difícil su defensa. En
su nota, la Comisión se refería sólo a
“la problemática generada por la publicación
del libro”.
La periodista recordaba a la comisión
que La soledad del juzgador era el
segundo libro que publicaba siendo
directora de comunicación del TSJM
y que, cuando publicó el primero, Levantando
el velo. Manual de periodismo
judicial, del que es coautor su esposo,
dos años antes, no recibió más que felicitaciones.
Añadía que, con ocasión del primer
libro, había comprobado la inexistencia
del régimen de incompatibilidades
propias de su cargo y mantenía
que, de acuerdo con la Ley de
Función Pública, un libro “es plenamente
compatible con el ejercicio de
su función, pues no se exige siquiera
la comunicación a los superiores de
la intención de publicarlo”.
El CGPJ, en nota explicativa de su
decisión, reiteraba el 9 de enero que
“algunos de los pasajes contenidos en
el libro no se acomodan a las exigencias
propias del cargo de responsable
de comunicación institucional”. El vocal
portavoz Requero insistía por escrito
en que “no es adecuado que una
responsable de comunicación institucional
de la Justicia critique a ciertos
medios de comunicación o a ciertos
profesionales de la prensa, cuando
parte esencial de su cometido es, precisamente,
mantener una buena relación
con todos los medios”7.
Si se aplicara ese criterio a rajatabla,
pocos portavoces o responsables
de comunicación permanecerían en
sus cargos mucho tiempo.
En el Protocolo de Comunicación
de la Justicia aprobado por el CGPJ el
30 de junio de 2004, que Beni y Gómez
Bermúdez recogen como Anexo
I en su manual de periodismo judicial
–texto impecable por otra parte
y de gran utilidad para cualquier periodista
que desee especializarse en
tribunales–, se hace una clara apuesta
por la transparencia, pero, al mismo
tiempo, se reconoce que la relación
entre el Gabinete de Comunicación
y los magistrados y jueces “es
Todos los que tomaron
partido de forma beligerante
a favor de uno u otro bando
en el tratamiento del 11-M
se sintieron decepcionados.
Beni reparte estopa en su
libro a unos y a otros, pero
lo hace con datos, citas
rigurosas y testimonios
irrefutables.
CUADERNOS DE PERIODISTAS,—MARZO DE 2008—37
una relación que debe estar basada
en la mutua confianza”8.
El momento de la publicación del
libro de la discordia –nada más concluir
el juicio del 11-M– probablemente
influyó más que el contenido del
libro en la politización del caso. Si eliminamos
los ditirambos de Gómez
Bermúdez, habituales por otra parte
en casi todas las obras de este género,
y analizamos La soledad del juzgador
como el análisis del juicio por una
periodista con información privilegiada
y una actitud abierta hacia las
versiones enfrentadas sobre el proceso
desde el mismo día de los atentados,
encontramos una de las reflexiones
más esclarecedoras sobre lo que
se hizo y se dijo en los meses que duró
el proceso.
Todos los que tomaron partido de
forma beligerante a favor de uno u
otro bando en el tratamiento del 11-
M se sintieron decepcionados. Beni
reparte estopa en su libro a unos y a
otros, pero lo hace con datos, citas rigurosas
y testimonios irrefutables. Su
opinión sobre el resultado final de la
batalla refleja claramente su posición:
“La verdad, la razón, la interpretación
desapasionada, no estuvo totalmente
en ninguno de los campos.
La maldita lectura en blanco y negro
borraba siempre los grises del matiz.
Y en estas lides de libertades, derechos,
opiniones y expresión sólo los matices
tienen relevancia”9.
Si Beni se hubiera decantado abiertamente
a favor o en contra de cualquier
de los bandos enfrentados, seguramente
habría recibido muchos
más apoyos cuando le llegó la hora
de pagar por sus indiscreciones. Sus
indiscreciones, en cualquier caso, parecen
un pecado venial cuando se
comparan con la calidad y la cantidad
de datos y de opiniones recogidas
en el texto.
‘Viajando con ZP’
Escribiendo sobre sí mismo en tercera
persona, Javier Valenzuela advierte
ya en la introducción de su libro
sobre los dos años que trabajó en Moncloa
con el presidente José Luis Rodríguez
Zapatero que “el deber de confidencialidad
vinculado a su cargo hace
que calle ciertas cosas”10.
“Mi padre fue periodista, mi padrino
también lo fue y yo llevo tres décadas
ganándome un sueldo como periodista”,
escribe poco más adelante.
“He sido corresponsal de El País en
Beirut, Rabat, París y Washington, y
enviado especial a otros lugares. Políticamente
me sitúo en la izquierda,
dicho sea en aras de la transparencia,
pero no soy militante del PSOE ni un
incondicional de ese partido”11.
“¿Es de recibo que un periodista
que siempre ha defendido su independencia
pase a trabajar, aunque sea temporalmente,
para un presidente de Gobierno?”,
pregunta Valenzuela a John
Le Carré cuando su amigo Miguel Barroso
le llama para trabajar con él tras
las elecciones de marzo de 2004.
38—CUADERNOS DE PERIODISTAS,—MARZO DE 2008
Portavoces, esposas y periodistas
“Sin duda –me respondió–. En el
mundo anglosajón, eso es de lo más
corriente. Recuerde el caso de Pierre
Salinger, que empezó como periodista,
pero luego fue portavoz del presidente
Kennedy y después volvió a trabajar
como corresponsal para una cadena
de televisión”12.
Las 300 páginas que siguen a esta
confesión de cierta independencia no
son, efectivamente, un panegírico sin
fisuras de su ex jefe, pero nadie del
Gobierno se rasgaría las vestiduras
por su contenido.
Simplemente, y no es poco en el desierto
español en este género de memorias
de portavoces, nos introduce
en el caleidoscopio de la política exterior
monclovita entre 2004 y 2006 con
reflexiones y anécdotas que facilitan
una mejor comprensión de esa política,
y nos muestra aristas y perfiles de
la personalidad de Zapatero que, aunque
no descubran nuevas galaxias,
confirman y aclaran lo que muchos
–amigos, enemigos e indiferentes–sospechaban
desde la distancia.
Por lo que calla tanto como por lo
que cuenta, no nos descubre en Zapatero
a ningún Bismarck o Metternich,
tan solo a “un seductor en el
cuerpo a cuerpo”, con “una visión
progresista y cosmopolita del mundo
y de España en el mundo” sin concretar,
“mejor en privado que en público,
donde cierta timidez parece envararle”,
que “vive por y para la política”
y, encima, “se lo pasa bien ejerciendo
su profesión (…). Su intrepidez
y su optimismo le convirtieron en un
personaje distintivo en la escena internacional”
13.
Al dar por buenos casi todos los
estereotipos propagandísticos del
PSOE contra la oposición –“derecha
asilvestrada”, una Moncloa “sin una
potente Ala Oeste”, un PP convertido
en “una eficaz máquina de combate”,
“un PSOE incapaz de movilizar
en el día a día a la sociedad civil progresista”,
etcétera–, entiendo que cree
en ellos, sorprendente para quien se
haya molestado en conocer un poco
de cerca a los fontaneros del PP.
Ve, como tantos otros, en el Ministerio
de Exteriores una burocracia
lenta e ineficaz; en la vicepresidenta
María Teresa Fernández de la Vega, la
ventana por la que pasaba todo me-
Por lo que calla tanto como
por lo que cuenta, Viajando
con ZP, el libro de Javier
Valenzuela, no nos descubre
en Zapatero a ningún
Bismarck o Metternich.
40—CUADERNOS DE PERIODISTAS,—MARZO DE 2008
Portavoces, esposas y periodistas
nos la economía, competencia de Solbes,
y el dosier vasco, que ZP pilotaba
directamente; y, en una frase de
Ryszard Kapuscinski en su libro sobre
el sha de Irán –“toda la vida de
palacio se rige por unas leyes, siempre
iguales, que deforman y fragmentan
la realidad”–, el mejor resumen
de la vida al frente de un Gobierno.
“La hiperactividad de Moratinos dificultaba
la legibilidad de la política
internacional del Gobierno”, escribe.
“Al presidente se le atribuían cosas que
eran de la cosecha particular del ministro.
También se traducía en un cierto
desorden y confusión en el Ministerio
de Exteriores”14. Su crítica principal
de Exteriores es, probablemente,
que ZP dedica muy poco tiempo a la
política internacional. Valenzuela les
responde que, sólo en los primeros 20
meses de Gobierno, ZP participó en
un centenar de actos públicos internacionales,
sin contar las conversaciones
telefónicas, las reuniones privadas y las
25 entrevistas concedidas a medios de
comunicación extranjeros.
Según Valenzuela, ZP recibió de
Felipe González nada más llegar al
poder dos consejos en política internacional:
no fiarse de Fidel Castro y
dar al Rey el protagonismo debido en
los asuntos de Estado relacionados
con la política exterior. Frente a tantos
que opinan lo contrario, Valenzuela
está convencido de que “puede
hacerse política exterior en el siglo
XXI sin hablar inglés”.
Entre los defectos que cita de ZP,
destaca el escaso tiempo dedicado por
el presidente a la política internacional
a partir de su segundo año en
Moncloa, sus inconfundibles latiguillos
–“lo que representa”, “en definitiva”…–
y sus dificultades para terminar
las frases.
Una de sus críticas más duras de
los medios –cierto que no generaliza–
es el empeño de algunos en menospreciar
o ningunear a ZP por sus malas
relaciones personales con George
Bush. La información dominante en
los medios conservadores sobre este
asunto está plagada, según el autor,
de “lo que los norteamericanos denominan
factoids: pseudohechos, noticias
verdaderas o falsas sacadas de su
contexto y tergiversadas y magnificadas
hasta el disparate”15.
Pierre Salinger parece que
salió indemne de la
rocambolesca Casa Blanca
de John F. Kennedy, y Mike
McCurry sobrevivió
dignamente a la complicada
Casa Blanca de Bill Clinton y
Monica Lewinsky, pero son
excepciones.
CUADERNOS DE PERIODISTAS,—MARZO DE 2008—41
Confiesa Valenzuela que su modelo
personal de actuación en Moncloa
fue “el portavoz clásico, el anterior a
la era del spin (…), que no pone la mano
en el fuego por nada que no tenga
bien amarrado”. Es, añade, alguien
que “trabaja para dos clientes: el político
y los periodistas. Para el primero
hace de informador, de redactor
de borradores de declaraciones, artículos
y conferencias, y de eso que los
latinoamericanos llaman vocero. Para
los segundos actúa como una especie
de corresponsal en las entrañas
del poder. Les transmite las informaciones
que la presidencia desea difundir
o les pueden ser útiles de una u
otra manera, y, por supuesto, intenta
responder a las preguntas que desean
plantear”16.
“Un profesional de este tipo busca
la información por los procedimientos
periodísticos clásicos: bebiendo de
sus fuentes. Sólo que las fuentes a las
que tiene acceso directo son el presidente
del Gobierno, el ministro de Exteriores,
los altos cargos y asesores del
Gobierno. Y también como cualquier
periodista en misión informativa,
pacta caso por caso con esas fuentes
lo que se puede contar a terceros y lo
que no”.
A los convencidos de que, en esa
misión, es imposible mantener la credibilidad,
responde atacando: “No es
tan fácil conservarla, como algunos
pretenden, cuando se trabaja para un
medio de comunicación”. A pesar de
todo, reconoce lo inevitable: “Es evidente
que, cuando se trabaja para un
político, el mantenimiento de la credibilidad
es aún más complicado,
obliga a un permanente y agotador
esfuerzo para dejar claro que el político
es el político y que uno es uno,
y que lo que dice o hace el primero
no tiene por qué asumirlo personalmente
el segundo”.
Pierre Salinger parece que salió indemne
de la rocambolesca Casa Blanca
de John F. Kennedy, y Mike McCurry
sobrevivió dignamente a la complicada
Casa Blanca de Bill Clinton y Monica
Lewinsky, pero son excepciones.
Ari Fleischer, tras 21 meses en la primera
Administración Bush, quedó
completamente quemado. Al despedirse,
reconoció que la crisis del 11-S,
los ataques con ántrax, las guerras en
Afganistán e Iraq y el frenesí informativo
que domina Washington le pasaron
factura y afectaron “su capacidad
para servir”17. Los corresponsales en la
Casa Blanca reconocen sus educados
modales, su paciencia y su habilidad
para no mentir sin decir la verdad, pero
también su responsabilidad en el
secretismo, opacidad y manipulación
de la Casa Blanca para justificar la invasión
de Iraq.
La mayor parte de los portavoces a
uno y otro lado del Atlántico han quedado
marcados, casi todos negativamente,
por su experiencia como portavoces.
Muy pocos se han atrevido a
poner negro sobre blanco, después de
dejar el cargo, la información más negativa
de las decisiones que presencia42—
CUADERNOS DE PERIODISTAS,—MARZO DE 2008
Portavoces, esposas y periodistas
ron entre bastidores y que los ciudadanos
tienen todo el derecho a conocer.
Valenzuela no es una excepción.
¿Ha tenido en estos años la Moncloa
de ZP una spin machine eficaz?,
se pregunta, me imagino que retóricamente.
Su respuesta es tan rotunda
como difícil de creer: “No la tenía
en absoluto”18.
No la tenía, explica, “porque la mayor
parte que trabajaba en estos asuntos
(Zapatero, Fernández de la Vega,
los profesionales de la Secretaría de
Estado de Comunicación, etc.) estaba
dominada por ideas como el respeto
debido a los hechos, el asco que provoca
la mentira y la sagrada independencia
de la prensa”.
Como ave rara que siempre ha considerado
el ejercicio del periodismo
activo incompatible con el trabajo,
con carné o sin carné (importa poco
a fin de cuentas, lo que importa son
los hechos), para un partido político,
la virginidad que atribuye a sus ex jefes
resulta, por decirlo suavemente,
angelical.
Bellas palabras que el propio Zapatero
se ha encargado de desmentir
reconociendo una cuantas mentiras:
algunas, como las relacionadas con
las negociaciones con ETA, públicamente.
Otras, igual de delicadas o más (las
relacionadas con la llamada versión
oficial del 11-M, por ejemplo), siguen
negándose. Sin remontarnos a lo que
algunos de esos mismos jefes hicieron,
callaron y dijeron sobre el GAL
en los años 80 y 90.
La segunda razón que da el autor
para negar que se practicara en Moncloa
el maquillaje, manipulación,
ocultamiento y demás aderezos habituales
en toda oficina de comunicación
parece más verosímil: “El primer
mandamiento de los spin doctors (…) reza
que sólo puede haber un director
de orquesta (…) Y en la Moncloa en la
que yo trabajé había más bien un carajal
en materia de comunicación, digámoslo
lisa y llanamente19”. Cualquier
periodista que haya trabajado o
cubierto durante años la Moncloa le
daría la razón, de modo que no es un
problema exclusivo de la Moncloa de
ZP. Más bien se trata de una seña de
identidad española que comparten casi
todas las instituciones.
Quizás la queja más seria, vinien-
Las críticas de Valenzuela
son pellizcos de monja
comparadas con las
acusaciones de Scott
McClellan, ex portavoz
de la Casa Blanca de Bush,
contra sus antiguos jefes.
do de un periodista, es lo indisciplinado
que, en este y otros asuntos, es
ZP. “A veces seguía los consejos de sus
colaboradores, pero muchas veces no
lo hacía y se lanzaba a improvisar, algo
prácticamente prohibido en la moderna
comunicación política”.
De haber seguido los consejos que
atribuye a Augusto Delkader, directivo
de Prisa desde el nacimiento de El
País, debería haber incluido la opinión
de Zapatero sobre este asunto. Seguro
que tuvo razones para no seguir los
consejos de muchos de sus colaboradores,
mal que a ellos les pese.
McClellan contra Bush
Las críticas de Valenzuela son pellizcos
de monja comparadas con las acusaciones
de Scott McClellan, sucesor
de Fleischer como portavoz de la Casa
Blanca de Bush, contra sus ex jefes,
a quienes acusa en un libro de inminente
aparición de haberle mentido
o manipulado descaradamente para
justificar la invasión de Iraq.
Denuncia McClellan que, en octubre
de 2003, cuando la filtración del
nombre de la agente de la CIA Valerie
Plame, esposa del embajador que
negó la adquisición de uranio por
Iraq en Níger, se convirtió en un gran
escándalo, los cinco miembros más
influyentes de la Administración
Bush, con el presidente al frente, le
presionaron para que negara toda responsabilidad
del principal asesor de
Bush, Kart Rove, y del jefe de personal
de Cheney, Lewis Scooter Libby,
en aquella filtración.
“El dirigente más poderoso del
mundo me pidió que hablara en su
nombre y le ayudara a restablecer la
credibilidad perdida al no encontrarse
armas de destrucción masiva en
Iraq”, escribe McClellan. “Así que subí
al podio de la sala de prensa de la
Casa Blanca y, ante todos los focos, durante
los momentos estelares de dos
semanas, exoneré públicamente a dos
de sus asesores más importantes: Karl
Rove y Scooter Libby. Sólo había un
problema: no era verdad. Sin saberlo,
había transmitido información falsa
y cinco de los funcionarios de más alto
rango de la Administración me habían
empujado a hacerlo: Rove, Libby,
el vicepresidente, el jefe de personal
del presidente y el propio presidente”20.
El sucesor de McClellan, Scout
Stanzel, se ha apresurado a negarlo
en defensa de su jefe. “El presidente
no ha confundido a sus portavoces”,
ha dicho. “Nunca lo haría”. Palabra de
portavoz, deberíamos añadir. Plame
ya ha presentado otra denuncia en los
tribunales contra Cheney, Libby y Rove
con los nuevos datos de McClellan.
Reflexiones finales
El trabajo de los portavoces, responsables
de relaciones públicas y jefes
de comunicación institucional es vender
lo mejor posible a la opinión pública
lo que hacen sus superiores.
44—CUADERNOS DE PERIODISTAS,—MARZO DE 2008
Portavoces, esposas y periodistas
Cuando las decisiones de esos superiores
son erróneas, rozan la ilegalidad
o violan claramente la legalidad,
sólo tienen dos opciones: seguir
sirviendo a sus jefes o dimitir y, una
vez libres, callar o denunciar todo
aquello que merezca ser conocido por
los ciudadanos. Como el número de
héroes siempre es reducido y a nadie
se le puede exigir serlo, lo normal es
que callen para evitar daños y perjuicios
o, simplemente, por respeto u
obediencia debida.
Entre esas dos respuestas caben
otras, como publicar diarios o memorias
sobre las experiencias vividas
en puestos de responsabilidad
informativa sin revelar secretos que
pongan en peligro la seguridad, el
respeto al honor o la verdad. Es lo
que han hecho Beni, Valenzuela y
McClellan.
Secretos, lo que se dice secretos, de
los tres sólo McClellan los ha revelado
y sólo parcialmente, pues su denuncia
es vox populi en los medios de
comunicación de Washington desde
hace años, pero es evidente que, lejos
de atentar contra la seguridad, la defiende
al denunciar unas decisiones
que facilitaron la guerra de Iraq y que
ya han costado la vida a más de
100.000 personas y centenares de miles
de millones de dólares.
Ni Beni ni Valenzuela han roto,
con sus libros, la obligación de lealtad
y de confidencialidad que todo
portavoz o director de comunicación
tiene con sus superiores.
Otra cosa es que algunas de las personas
citadas en sus libros hubieran
preferido que lo que hicieron o dijeron
en un momento dado permaneciera
oculto para la mayoría.
Sus obras deben verse como aportaciones
valiosas para un mejor conocimiento
de hechos –el juicio del
11-M y la política exterior de Zapatero
entre 2004 y 2006– que todos los
ciudadanos tienen derecho a conocer.
Enhorabuena por su esfuerzo y que
tenga muchos imitadores.
1–Call the Briefing. Edit. Adams Media
Corp. 1995, pág. VII.
2–La Vanguardia, 28-10-2002, pág. 64.
3–Editorial de El País, 10-1-2008.
4–El Mundo, 21-12-2007.
5–Efe, 9-1-2008.
6–Europa Press, 8-1-2008.
7–El Mundo, 10-1-2008.
8–Levantando el velo. Manual de periodismo
judicial. CiE DOSSAT, Madrid 2006, pág. 299.
9–La soledad del juzgador. Temas de hoy,
Madrid 2007, pág. 217.
10–Viajando con ZP. Edit. Debate, Barcelona
2007, pág. 11.
11–Ibid, pág. 51.
12–Ibid, pág. 53.
13–Ibid, pág. 16 y ss.
14–Ibid. pág. 307
15–Ibid, pág. 250.
16–Ibid, pág. 152.
17–La Vanguardia, 20-5-2003, pág. 8.
18–Ibid, pág. 144.
19–Ibid, pág. 149
20–Adelanto del libro publicado por la cadena
CNN el 21 de noviembre de 2007 a las
2:47 p. m.