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        Cuando regresó a la oficina después de la baja por maternidad, su ordenador y  su mesa habían desaparecido de la oficina. Elena, nombre ficticio, era una alta  directiva de una empresa industrial mediana en Barcelona. Una ingeniera que  ronda la treintena, con experiencia profesional -no ficticia- en tres países.  Buscó una silla y se sentó a esperar al director general. Al llegar, éste le  informó de que su papel en la empresa había cambiado.
    Un 13% de víctimas de 'mobbing' creen que éste se produjo por ser  mujeres
   Al regresar de la baja se les asignan puestos de menor  responsabilidad
   Los sindicatos recomiendan acumular pruebas del acoso
   Una mujer en edad fértil es vista como una madre en potencia
   Muchas mujeres han asumido el despido seguro y lo ven como natural
   La desaceleración económica puede disparar los casos de acoso
   "No creerás que íbamos a esperarte", le dijo. Y la relegó profesionalmente  hasta que se marchó de la empresa. A principios de año acabó un suplicio que,  cuenta, arrancó el mismo día en que comunicó su embarazo. Trabajaba 10 o 12  horas diarias. Para cubrir su puesto, asegura, contrataron a dos hombres.
 El mobbing maternal, o acoso moral, o maltrato psicológico. En román  paladino: hacerle la vida imposible a la embarazada o madre y lograr, en  ocasiones, que se vaya de la empresa es una lacra latente. No es generalizada,  pero los casos existentes se dan en todas las escalas profesionales. De la  ejecutiva a la dependienta. Aunque resulta más fácil de superar para las  primeras, que lo afrontan con un perfil profesional más solicitado.
 "Es el menos divulgado de los tipos de maltrato laboral y tiene una  particularidad respecto al resto: no se hace para destruir moralmente a la  trabajadora, aunque también se consigue, sino que tiene vocación ejemplarizante.  Se utiliza para disuadir al resto de empleadas de tener más hijos. Y lo  consiguen, por eso España tiene una tasa de natalidad en mínimos". Lo explica  Iñaki Piñuel, psicólogo del Trabajo y autor del Informe Cisneros de 2006.  Varios indicadores dan idea del nivel de incidencia de este maltrato. Uno de  cada diez empleados declara que ha sufrido acoso psicológico en el trabajo y, de  éstos, el 13% cree que se debe a su condición de mujer.
 La Fundación Madrina (902 32 33 29) asiste a una media diaria de 70 madres  jóvenes en dificultades, buena parte de ellas inmigrantes, y el 78% con  conflictos laborales de por medio. El balance de actividad de su fundación  resulta esclarecedor: de las mujeres que ha atendido desde 2000, el 80%  identificó el embarazo como la primera causa de su despido y el 90% se sintió  previamente hostigada.
 El presidente, Conrado Giménez, no duda en asegurar que "el embarazo es una  mala noticia en la empresa y un factor de desigualdad en el trabajo" y "lo  malo", añade, "es que la mujer tiende a aguantar más, a denunciar menos los  casos de mobbing, por eso hay muchas más denuncias de hombres que de  mujeres". La mayoría, además, exige el anonimato para contar su caso porque  están convencidas de que dar a conocer su identidad les perjudicará  profesionalmente en el futuro. El panorama resultante, explica, es desolador:  las secuelas del mobbing son la autoestima baja, la vulnerabilidad,  fobias a lugares, a personas.
 La legislación protege a la mujer que ha sido madre de un despido y la ampara  cuando reclama jornada reducida para cuidar a su hijo. Pero el día a día, el  trabajo cotidiano, el trato personal, en definitiva, es territorio comanche. Es  lo que le ocurrió a Elena, la ingeniera -no ficticia- de Barcelona. "No me  rebajaron el sueldo, claro, no podían, pero pasé de ser la mano derecha  del jefe, que no podía hacer nada sin consultarme, a no tener de repente el  perfil adecuado para seguir dirigiendo a la gente. Me dieron unas funciones muy  inferiores, me relegaron, mi superior apenas me hablaba", explica.
 El patrón de este tipo de acoso suele ser el mismo. Cuando la trabajadora  regresa de la baja maternal, se le asigna un trabajo de responsabilidad  inferior, rutinario y se descalifica constantemente su resultado.
 Las empleadas con contrato temporal, como Raquel Blanco, lo tienen crudo. Con  34 años, trabajaba hasta hace poco en una frutería del mercado de Maravillas, en  Madrid. Tenía un contrato temporal de seis meses. Cuando supo que esperaba un  hijo, sus compañeras trataron de convencerla de que no le dijera ni una palabra  al propietario hasta que fuera evidente, porque estaban seguras de que la  echaría. "Pero como acababa de ser abuelo, pues, me dije, será sensible y tal.  Pero se quedó blanco y me dijo. ¿Cómo ha sido? Pues cómo iba a ser...". Le  aconsejaron que pidiera la baja maternal anticipada porque así la ley obligaría  a que se le renovase el contrato. Pero no lo hizo. Tampoco su jefe se deshizo de  ella inmediatamente. Le hizo un contrato por otros tres meses y le explicó sin  remilgos que lo hacía para apurar hasta acabar los nueve meses de gestación.  Cuando acabaron, estuvo otras tres semanas trabajando sin contrato. Luego rompió  aguas. Y le dijeron que no volviera.
 "Pero lo malo fue cómo me trataba cuando estaba allí. Me empezó a dar siempre  a mí los trabajos más pesados, los que no podía hacer por la barriga, me  criticaba siempre, me mandaba callar si hablaba un poco con una clienta".
 Lo relata con su hijo Aaron, de cinco meses y medio, en un brazo y con el  teléfono en otro. Y con pocas esperanzas de encontrar un nuevo empleo a medio  plazo, pese a no haber parado de trabajar en limpieza y distintos puestos de  alimentación desde muy joven.
 En el caso de Raquel, las compañeras de trabajo la respaldaron y la  intentaban ayudar con las tareas más duras si su superior se lo permitía, pero  no siempre es así. El mobbing procede muchas veces de los propios  compañeros como efecto perverso de la mala organización del trabajo. El más  frecuente es el descendente, un 20% es entre compañeros por rivalidades o celos  y un 9% hacia los jefes, cuando los empleados conspiran para hacerle la  cama a su jefe.
 La profesora Nuria Chinchilla, directora del Centro Internacional Trabajo y  Familia de la escuela de negocios IESE, explica que esta situación se produce  "cuando las empresas no tienen política de conciliación y el trabajo de la mujer  que pide la jornada reducida o la baja maternal recae en sus compañeros, que  acaban perjudicados".
 En este sentido, cree que también es necesario romper una lanza a favor de  las empresas, para las que transformar toda la estructura operativa y lograr una  verdadera política de conciliación genera unos costes a corto plazo difíciles de  asumir para algunas compañías. La Ley de Igualdad aprobada por el Gobierno  obliga a las empresas de más de 250 empleados a negociar con los agentes  sociales planes de igualdad, pero cumplirla más allá del papel no es sencillo y  Chinchilla opina que "el Estado debería dar ayudas y apoyar a la firma que está  haciendo bien las cosas".
 Y algunas lo hacen. Pero, tal y como explica Almudena Fontecha, secretaria de  Políticas de Igualdad de UGT, "eso no significa que sean socialmente  responsables". Aprobar planes de igualdad "es simplemente cumplir la ley, para  nosotros tener una verdadera responsabilidad social corporativa es ir más allá  de lo que es obligatorio". Y no se trata, a su juicio, de lo que una gran  compañía hace con vistas a la galería. "¿De qué sirve firmar convenios de  colaboración con entidades de mujeres si luego tú discriminas a tus  trabajadoras?", se pregunta.
 El problema de todos los afectados por acoso en el trabajo a la hora de  defender sus derechos -y esto ocurre igual a hombres y mujeres- es encontrar  pruebas suficientes para demostrarlo en un eventual juicio contra la empresa.  Los sindicatos reciben a diario cientos de consultas sobre este tema. "¿Cómo  puedo demostrar que mi jefe me maltrata? ¿Cómo puedo demostrar que no me han  renovado el contrato porque me he quedado embarazada?". Chinchilla recomienda  evitar un juicio a toda costa. "Hay que pertrecharse de evidencias, todas las  posibles, correos electrónicos, grabar conversaciones. Y presentarse con todo  ello para lograr una salida pactada". Pero si se opta por esta solución, el  problema queda escondido debajo de la alfombra.
 Este es justo el mal sabor de boca que le ha quedado a Elena. Su caso  resultaba tan flagrante que pactó con la empresa una indemnización y escapó del  mobbing. Ahora cuenta que se siente "un poco culpable" al recordarlo: "Yo  busqué una solución individual y no lo denuncié, es como dejar que siga  ocurriendo". Si ella, que se encuentra en una buena posición, que no tiene  dificultades económicas, no denuncia, "¿cómo lo van a hacer otras en situaciones  de mayor debilidad?", se pregunta.
 Elena habla de buena posición porque su perfil profesional -del que evita  hacer públicos los detalles para evitar la estigmatización en su cerrado gremio-  está solicitado en el mercado de trabajo. Igual que le ocurre a una médica de 34  años de Pozuelo (Madrid) que tampoco da a conocer su verdadero nombre. Trabajaba  en una empresa de gestión de recursos sanitarios y médicos y, al tener a su  tercer hijo, pidió una excedencia de un año. Un día antes de regresar le  informaron de que, en lugar de reincorporarse a su puesto, debía dirigirse al  Departamento de Recursos Humanos para que la recolocaran. Su pecado fue pedir la  jornada reducida. "Decían que eso era un agravio comparativo respecto al resto  de compañeros, pero no es cierto, porque me rebajaban la parte del sueldo  correspondiente", explica. Decidió no regresar. La presión funcionó. "Sé que a  las personas que pasan por esas situaciones les quedan unas secuelas muy  graves".
 Ocurrió el pasado mes de octubre y no ha vuelto a trabajar desde entonces,  pero está a punto de fichar por otra empresa tras haber pasado por varias  entrevistas. La maternidad no ha supuesto ningún problema en el proceso porque  su sector "es muy específico y falta gente".
 Eso sí, en las entrevistas le han preguntado por su situación familiar. Y es  que a veces el acoso empieza en la misma entrevista de trabajo.
 En Estados Unidos es ilegal hacer cualquier pregunta personal sobre pareja,  hijos o intención de tenerlos en un proceso de selección de personal para evitar  cualquier sombra de discriminación, explica Iñaki Piñuel, profesor de la  Universidad de Alcalá de Henares. "Yo mismo, que he trabajado en recursos  humanos, aconsejo a mis alumnas que mientan. Dado que la empresa no tiene  derecho a preguntar sobre la vida personal, y que callarse también es  perjudicial, les recomiendo mentir. Es triste, pero un mal menor", sostiene.
 Almudena Fontecha, de UGT, lo describe gráficamente: "Una mujer fértil, en  una entrevista de trabajo, es juzgada como una madre en potencia. A los  empresarios no les gusta admitirlo, pero es así".
 Sobre este espinoso asunto, un portavoz de la empresa de selección de  personal Randstat sostiene que, al menos en su caso, la maternidad o potencial  maternidad de una mujer no supone ningún agravio y añade que los elevados  porcentajes de mujeres contratadas por ellos lo demuestran. Sin embargo, un  estudio encargado por esta misma empresa a la escuela de negocios ESADE concluyó  en 2006 que "estar casada y tener un hijo es un factor decisivo de la  discriminación de la mujer en el mercado laboral".
 Según el Informe Randstat se produce "una brecha" en la trayectoria  profesional de las mujeres cuando éstas se casan y tienen hijos, "lo que provoca  una ruptura que luego difícilmente se recupera cuando la mujer con hijos en  edades ya escolares quiere reincorporarse al mundo laboral". El miedo a que una  empleada se quede embarazada se basa en su particular ideario: que las madres  faltan más al trabajo, rinden menos y sufren una repentina desafección al  trabajo.
 "Lo peor es que la mujer tiene todo esto asumido, sabe que no le renovarán el  contrato si se queda embarazada y les parece natural. ¡Lo han interiorizado!",  lamenta Piñuel. Y, en su opinión, pintan bastos. La desaceleración económica,  advierte, va a disparar los casos de mobbing por la presión a la que se  ven sometidos los mandos intermedios y la necesidad de ahorrar costes en  despidos. Tampoco puede obviarse que las dificultades para encontrar otro  trabajo obligan a aguantar estas situaciones y a eternizar el maltrato.
 Todo conspira para que nadie se quede embarazada, la embarazada es hostigada  y perseguida. Las que ven esa situación se lo piensan siete veces. Tiene un  efecto dominó. Una pedagogía perversa. Es también una forma de disuadir de tener  el segundo o tercer o cuarto hijo.