En un día como hoy, hace 25 años, en la Sala  Reggia del Vaticano, Chile y Argentina suscribieron solemnemente el Tratado de  Paz y Amistad alcanzado gracias a la intervención mediadora de la Santa  Sede.
 Durante este lapso ha quedado en evidencia que los fines perseguidos en dicho  tratado se han cumplido a cabalidad. Ambos pueblos han avanzado por la senda del  entendimiento y la colaboración, dejando atrás un triste pasaje de la historia  que los tuvo al borde de la guerra. Pero no ha sido sólo fruto del mero cambio  de los tiempos; de la atmósfera creada una vez zanjada la controversia; de un  simple "realismo político" que terminó por convencer a ambos gobiernos que lo  mejor era un arreglo definitivo, o porque fue una especie de "armisticio" de un  conflicto que no fue. Esto tiene su raíz en la visión de los respectivos  gobiernos que aceptaron el ofrecimiento del Papa Juan Pablo II de firmar no sólo  un efímero acuerdo de paz, sino un compromiso de construirla día a día.
 El Santo Padre, más allá de proponer una solución mutuamente aceptable para  ambas partes en los variados temas que conformaban el Diferendo Austral,  incorporó en el documento los dos pilares que consideraba indispensables para  facilitar la convivencia fraternal entre ambas naciones: un sistema de solución  de controversias perfectamente normado -que cada parte pudiera usar y ninguna  frustrar su aplicación- y la formación de una comisión binacional permanente de  cooperación económica e integración física que facilitara el desarrollo de  intereses compartidos que, lamentablemente, ha perdido el sentido con que fue  concebida. Felizmente, el Papa fue escuchado por los presidentes de entonces,  que aceptaron su sugerencia, y así pudo concretar el tratado.
 Hoy es un documento vivo y se usa a diario. Por los canales australes, motivo  de fuertes tensiones en el pasado, navegan los buques conforme a las  disposiciones que se acordaron; de manera permanente se usan las disposiciones  que regulan tanto las reuniones tendientes a prevenir desacuerdos y a usar los  mecanismos de solución de controversias. El recurso a la instancia  jurisdiccional ya no es considerado casus belli , como entonces lo consideraba  el gobierno argentino, y por tanto ha imperado la razón por sobre la pasión  ultranacionalista.
 En este aniversario es justo entonces hacer un reconocimiento de gratitud a  todas las autoridades superiores que apostaron con valentía por la paz, porque  lo hicieron cuando estaba seriamente amenazada. En primer lugar, al Papa Juan  Pablo II, que dio un ejemplo al mundo de consecuencia y coraje político que no  ha sido suficientemente destacado, pero que la historia consignará; al  infatigable cardenal Antonio Samoré, paradigma de la milenaria diplomacia  vaticana, el único que no alcanzó a ver culminada su obra; a monseñor Gabriel  Montalvo y a monseñor Faustino Sainz Muñoz, queridos, leales e inteligentes  colaboradores del cardenal, y, por cierto, al cardenal Agostino Casaroli, quien  dirigió la culminación del proceso.
 También merece ser resaltada la decisiva participación que le cupo al  Presidente Augusto Pinochet, especialmente en la etapa previa a la mediación,  porque su conducción firme, serena y prudente fue decisiva para evitar que  nuestro país fuera agredido militarmente. Así se salvaron miles de vidas jóvenes  y se evitó un conflicto que habría cambiado radicalmente nuestro panorama  vecinal y regional. Tenemos una deuda de gratitud con aquellos soldados de las  FF.AA., carabineros y civiles que expusieron su vida por la patria, y con sus  familiares que aguardaron con resignación el desenlace de los aciagos  acontecimientos. Y, por cierto, el país debiera recordar con admiración a  personalidades como Julio Philippi, Santiago Benadava y Enrique Bernstein, que  ya no están con nosotros, pero que fueron ejemplo de servicio a Chile y fuente  de enseñanza, modestia y prudencia. Justo además es recordar con admiración la  valentía del Presidente Raúl Alfonsín, que se atrevió a zanjar la controversia  histórica.
 Chilenos y argentinos tenemos la obligación de responder a la confianza  depositada en nosotros por el Papa Juan Pablo II, que cargó sobre sus hombros la  pesada misión de imponernos la paz sin medir consecuencias. Por ello, debemos  exigir mesura, prudencia y voluntad de entendimiento de nuestros gobernantes.  Estamos obligados a vivir juntos por siempre, y la mejor e inequívoca forma de  hacerlo es a través de una sana y fraternal convivencia.
 Los chilenos tenemos una deuda aún mayor con el Santo Padre. Eufóricos y  emocionados participamos de la visita que nos hizo terminada la mediación. En  inciertos momentos, marcados por la división interna, nuestros espíritus  vibraron con su presencia, porque entendimos que sin prejuicios ideológicos nos  traía a todos el milagro del amor, y así nos abrimos a recogerlo. Los enormes  logros materiales alcanzados parecen, eso sí, que nos hubieran hecho olvidar la  médula de su mensaje pastoral. Nos llamó a la reconciliación, y aún seguimos  atados al pasado que nos dividió tan profundamente. Nos pidió perdonar, y  seguimos a la espera de la venganza. Nos invitó a respetar nuestra diversidad,  pero continuamos descalificándonos mutuamente.
 Aún es tiempo de volver a escuchar el mensaje de Juan Pablo II y acoger su  llamado al perdón y la paz interna, para trabajar unidos por los pobres que no  pueden seguir esperando y, por qué no, levantar en su nombre un monumento a la  reconciliación.
 (Jefe de la delegación chilena a la mediación papal)
 FUENTE: EL MERCURIO 
CONSULTEN, ESCRIBAN OPINEN  LIBREMENTE
Saludos
RODRIGO GONZALEZ FERNANDEZ
DIPLOMADO EN RSE DE LA  ONU
DIPLOMADO EN GESTION DEL CONOCIMIMIENTO DE ONU
Renato Sánchez 3586, of  10 teléfono: 56-2451113
Celular: 93934521
SANTIAGO-CHILE
Solicite  nuestros cursos y asesoría en Responsabilidad social empresarial-Lobby  corporativo-Energías renovables. Calentamiento Global- Gestión del  conocimiento-LIderazgo