John McCain o una historia americana
El  senador de Arizona, en febrero de 2007 en San Antonio (Tejas)-  REUTERS
John  McCain, saluda a su contrincante Barack Obama-  AP
El próximo jueves, John McCain comparecerá en la Convención  Republicana como el candidato a la presidencia. Acérrimo defensor de la guerra,  el político que dijo que sería capaz de pasar cien años más en Irak se define no  por sus opiniones políticas, sino por un fuerte temperamento y una historia que  comenzó a forjarse en su cautiverio de cinco años en  Vietnam
DAVID  ALANDETE 31/08/2008
 
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Durante  años, John McCain se ha definido a sí mismo como el "último rebelde", el  republicano indomable que se ha opuesto a su partido y a la formidable  maquinaria política del presidente George W. Bush. Sin embargo, a la  Convención Nacional Republicana que el jueves le aclamará como candidato a la  presidencia, el senador por Arizona llega con otra tarjeta de presentación.  La última versión de McCain es la de un acérrimo conservador, contrario  al aborto, valedor de la guerra y defensor de las bajadas de  impuestos.
A  FONDO
Nacimiento:
29-08-1936
Lugar:
(Coco  Solo)
A  FONDO
Capital:
Washington.
Gobierno:
República  Federal.
Población:
290.000.000  (2004)
¿Quién  será el presidente de EE UU?
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La  relación entre Bush y McCain parecía rota para siempre. Hasta que llegaron Al  Qaeda y los atentados del 11-S
El  candidato republicano ha tenido que ser equilibrista en asuntos como la guerra y  el medio ambiente
El  senador ha hablado poco de inmigración. Huye del tema como del agua hirviendo,  ante el riesgo de salir escaldado
Para  llegar a la Convención Nacional Republicana ha tenido que recular en muchas de  sus convicciones
"Eso  es un asunto de mi esposa, idiota", le espetó a un reportero en uno de sus  habituales ataques de ira
Entre  el inconformista solitario y el heredero del trono neoconservador de Bush se  encuentra el verdadero McCain. Lo que le define como candidato no es su  ideología política, sino los desbocados rasgos de su propio carácter, forjado  por una intensa vida que abarca más de la mitad del siglo XX, con sus guerras y  sus conflictos. En McCain no hay disciplina de partido o credo doctrinal: hay,  simplemente, una sucesión de experiencias personales que han hecho del senador  quien es. A John McCain, que esta semana ha cumplido 72 años, se le conoce por  sus hechos. Todo lo demás es leyenda.
Al  McCain desenfrenado se le teme en el Congreso de Estados Unidos. No porque  albergue ideas radicales o porque ejerza un poder desmesurado en el Senado. Lo  que asusta de McCain es un carácter endemoniado que le ha valido el apodo  de El Tornado  Blanco. Cuando el senador por Arizona se enfada, no hay  buenos modos que valgan. "¡Que te jodan!", le gritó al senador republicano John  Cornyn en 2007 porque se opuso a una ley de inmigración. A otro compañero de  filas, Chuck Grassley, le llamó "jodido gilipollas" en  2000.
Cuando  los demás senadores le llaman "rebelde", lo hacen por estas explosiones de  temperamento que han llegado a poner en duda su capacidad de ser comandante en  jefe del ejército. El general Paul Easton, que estuvo a cargo de entrenar a las  tropas iraquíes entre 2003 y 2004, cree que el senador "actúa por impulsos". "Da  miedo. Creo que las reacciones impulsivas de este señor no son necesariamente  las mejores", añadió en una entrevista en la  revista Salon.
"El  problema es que cuando uno reacciona de ese modo, está dando por acabada la  discusión, envía el mensaje de que no quiere seguir dialogando", explica Stephen  Wayne, profesor de Ciencia Política en la Universidad de Georgetown. "Cuando uno  tiene estos arrebatos como senador, no sucede nada, porque no afecta a la vida  pública. Pero si uno se enfada así en la presidencia, el resultado puede ser muy  peligroso". Wayne recuerda que dos presidentes famosos por sus arrebatos, Lyndon  B. Johnson y Richard Nixon, abandonaron la presidencia en condiciones  desastrosas.
El  contrincante de McCain, el demócrata Barack Obama, conoce muy bien hasta dónde  pueden llegar sus arrebatos. En enero de 2006, ambos senadores se reunieron para  discutir la posibilidad de elaborar una ley para reformar la influencia de los  grupos de presión en el Congreso. El 2 de febrero, Obama le escribió a McCain  para comunicarle que preferiría trabajar en la medida con sus compañeros de  filas, los demócratas. McCain enfureció, por carta.
"Perdóneme  por asumir que lo que usted me dijo en privado sobre colaborar en nuestros  esfuerzos para elaborar una ley entre los dos partidos era una expresión  sincera", respondió el senador republicano. "No supe ver que sus palabras eran  la típica parafernalia retórica que se usa en política para los propios  intereses de partido y para que usted fingiera que es alguien más noble. Perdone  la confusión, pero esté seguro de que no volveré a cometer el mismo  error".
La  primera vez que alguien llamó a McCain "rebelde" fue en 1989. Cuando a Dan  Casey, director ejecutivo de la Asociación de Conservadores Americanos, le  preguntaron por el senador por Arizona, declaró: "Es un buen conservador, pero  algo rebelde". McCain agradeció el bautismo. Hizo suyo el apodo y lo repitió a  su conveniencia en los años venideros. "La honestidad me obliga a confesar que  hay un elemento en mi naturaleza que disfruta lanzando piedras contra todas las  convenciones", escribió el senador en uno de sus libros de memorias, Por  lo que vale la pena luchar, publicado en 2002.
Del  mismo modo en que McCain, convertido en David, ha lanzado  piedras contragoliats del Partido Republicano como George W. Bush o  Donald Rumsfeld, ha debido soportar apedreamientos despiadados a lo largo de su  carrera política. Sobre todo, en las primarias republicanas de 2000, en las que  se enfrentó al propio Bush.
Fue  entonces cuando nació la leyenda del McCain héroe de guerra, relatada en su  autobiografía La Fe de mis padres. En aquellas primarias, los  medios de comunicación vivieron con él el mismo romance que hoy experimentan con  Obama. Todo en la vida de McCain parecía un episodio más en un inevitable  ascenso a la presidencia.
En  una parada de campaña en el Estado de New Hampshire, una desconocida llamada  Judy Tilton se acercó a McCain y le enseñó una medalla de identificación militar  que su padre le había dado cuando ella tenía sólo siete años. En la placa se  leía: LCDR JOHN MCCAIN III 10-26-67. "He esperado 30 años para poder conocerle",  le dijo. McCain reconoció la que fue su identificación antes de ser capturado en  Vietnam, y las lágrimas le asomaron a los ojos. "Estoy muy emocionado. Mucho",  confesó.
McCain  contó a los votantes su historia personal, la del joven rebelde, mal estudiante,  mujeriego, que aprendió a pilotar cazas en la Marina y cuyo avión fue abatido  por el Vietcong en una misión sobre Hanói el 26 de octubre de 1967. Pasó por un  hospital y varias prisiones hasta acabar en el penitenciario de Hoa Lo, conocido  también como Hanói Hilton. Estuvo al borde de la muerte por inanición e intentó  suicidarse en, al menos, una ocasión.
En  junio de 1968, sus captores descubrieron que era el hijo del recientemente  nombrado comandante en jefe del Pacífico. Un captor al que él bautizó  como El Gato le ofreció ser liberado, según recuerda en su  autobiografía. El Vietcong temía posibles represalias.
-¿Cuál  es tu respuesta?
-No,  gracias.
-¿Por  qué?
-Los  prisioneros americanos no pueden aceptar amnistías o favores especiales. Debemos  ser puestos en libertad comenzando por Everett Álvarez, el primer soldado  capturado en el norte.
Ante  su descarada insolencia, sus captores le golpearon hasta dejarle inconsciente.  Le torturaron sin piedad. Y en un episodio que ha mortificado al senador de por  vida le obligaron a firmar una autoinculpación en la que decía: "Soy un oscuro  criminal y he participado en tareas de pirateo aéreo. Casi perdí la vida, pero  la gente de Vietnam me ha salvado. Gracias a sus  doctores".
Todos  estos episodios, tan humanos y tan heroicos a la vez, le permitieron a McCain  ganar las segundas primarias de 2000, las de New Hampshire, con el 49% de los  votos. El 22 de febrero, después de seis citas electorales, Bush y McCain  estaban empatados en número de victorias. Entonces, el ex gobernador de Tejas  pasó al ataque, y McCain mutó de héroe de guerra a mártir por una causa, si  cabe, más noble: la de la decencia.
En  las primarias de Carolina del Sur, los votantes comenzaron a recibir llamadas  anónimas que, simplemente, preguntaban: "¿Sabe usted que Cindy McCain es adicta  a las drogas?", o "¿Sabe usted que John McCain tiene una hija ilegítima negra?".  Ambas acusaciones eran falsedades. En 1994, Cindy McCain había llamado a cinco  periodistas para contarles, por su propia iniciativa, que entre 1989 y 1992  había sido adicta a los analgésicos, y que había robado cajas de Percocet y  Vicodal de las ONG que dirigía, encargada de enviar ayuda médica al Tercer  Mundo. En 1991, el matrimonio McCain había adoptado a Bridget, una niña de  Bangladesh que hasta el momento había vivido en uno de los orfanatos de la madre  Teresa de Calcuta.
Entonces  nació otro apodo para McCain, proveniente de la cultura popular: era  el Luke Skywalker de La guerra de las  galaxias, enfrentado a la fuerza oscura de Bush. En uno de los debates  televisados en los que participaron ambos candidatos, el 15 de febrero de 2000,  McCain estalló. "Debería darte vergüenza, George", le espetó a su contrincante.  "Te estás inventando una serie de asuntos que son increíbles, y tienes que  ponerle fin a esto", remachó McCain, visiblemente nervioso. "Ésta es la campaña  más sucia que la gente ha visto en mucho, mucho tiempo". Bush ganó Carolina del  Sur, las primarias y las elecciones. McCain se retiró, de nuevo, al  Senado.
Allí  esperó su momento. Las relaciones entre el recién elegido presidente  y el senador rebelde eran una guerra mal disimulada. En  principio, era McCain contra los elementos republicanos, la gran maquinaria  electoral que había lanzado las sucias historias que le habían hecho perder  Carolina del Sur. El senador hizo una lista de los asuntos en los que podría  convertirse en la piedra liberal en el zapato de Bush y pasó al  contraataque.
En  mayo de 2001, McCain criticó duramente a Bush por haberse negado a firmar el  Protocolo de Kioto. "No es que yo esté de acuerdo con todo lo que se dice en el  protocolo, pero creo que es un buen marco desde el que trabajar", afirmó. En un  desafío sin precedentes, el 27 de mayo se negó a votar a favor del recorte de  impuestos a los ricos diseñado por Bush con la finalidad de dinamizar las  inversiones económicas. "No me parece adecuado bajarles los impuestos a los  millonarios a costa de la clase media. Es un error", sentenció entonces  McCain.
Tan  envenenado fue el enfrentamiento entre Bush y McCain, que el diario The  Washington Post llevó a portada el 2 de junio de 2001 una noticia con  el siguiente titular: "McCain considera abandonar el Partido Republicano".  Entonces comenzaron las especulaciones de que McCain podría incluso ocupar la  vicepresidencia con un candidato demócrata. John Kerry, en 2004, llegó a sopesar  esta opción, aunque finalmente eligió al senador John  Edwards.
La  relación entre Bush y McCain parecía rota para siempre. Hasta que llegaron Al  Qaeda y el 11 de septiembre. El senador votó a favor de las guerras de  Afganistán e Irak en todas las ocasiones en las que tuvo oportunidad. En  diversas ocasiones calificó a Sadam Husein de "un verdadero riesgo para EE UU",  justificando los argumentos belicistas de Bush.
Como  el fénix que es, el senador renació de sus cenizas políticas. McCain se perfiló  como un halcón en política exterior, más militarista que el propio presidente.  En agosto de 2003 visitó Bagdad, algo que ya ha hecho en ocho ocasiones. A su  regreso dijo que no había "suficientes tropas norteamericanas en Irak para  cumplir con los objetivos iniciales". En diciembre de 2004, y ante el aumento de  la violencia en la zona, anunció en diversas entrevistas que había perdido la  confianza en el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld. "No tengo ni una gota de  confianza en él. Nada", comentó en una entrevista a la agencia Associated  Press.
El  12 de diciembre de 2006 le envió una carta al presidente Bush en la que le  aconsejaba enviar 20.000 soldados más a Irak para "ganar la guerra". "Si no  estamos dispuestos a aportar las tropas necesarias para ganar, la victoria en sí  misma será algo imposible", escribió. Seis días después, Rumsfeld abandonó su  puesto. Bush compareció en la Casa Blanca el mes siguiente para anunciar que  enviaría "más de 20.000 soldados a Irak". El ex candidato demócrata a la  presidencia del país John Edwards bautizó esta escalada militar como la  doctrina McCain.
Bush  comenzó a pasar el testigo lentamente a McCain. Su ascenso se hacía inevitable.  El senador por Arizona llegó a poner firme al presidente ante el escandaloso  asunto de la tortura a los prisioneros retenidos en las prisiones de Abu Ghraib,  en Irak, y Guantánamo, en la isla de Cuba. McCain había sufrido la tortura  física y psicológica durante cinco años y medio en Hanói. Sus captores le  rompieron los brazos en varias ocasiones, y desde entonces no puede levantarlos  más arriba de los hombros.
En  octubre de 2005, el senador se empeñó en incluir un anexo a una ley de  financiación militar en el que se establecía que el ejército prohibiría  expresamente a las tropas norteamericanas tomar parte en el trato "cruel,  inhumano o degradante de los prisioneros bajo custodia de EE UU". Bush anunció  que censuraría el anexo, siendo éste el primer veto que ejercería como  presidente. Contra McCain, precisamente.
El  senador rebelde compareció ante los medios, mostrando vehementemente sus  secuelas de guerra. Acusó a Bush de "no decirles a los soldados lo que está  permitido y lo que está prohibido. Cuando las cosas salen mal, culpamos a las  tropas y las castigamos. Francamente, creo que podemos hacerlo mejor".  Renaciendo de su pasado militar, McCain dijo que no le concedía ninguna simpatía  al enemigo. "Pero lo importante aquí no es quién es el enemigo. Es quiénes somos  nosotros. Nuestros valores nos distinguen de nuestros  enemigos".
Al  final, Bush cedió. En un momento en que su popularidad descendía a un ritmo  vertiginoso, aceptó los argumentos de McCain. Firmó la ley, con reservas, pero  en aras del bien común. "Hago esto para dejarle claro al mundo que este Gobierno  no tortura y que nos adherimos a las convenciones internacionales contra la  tortura, sea aquí o en otros países", dijo el presidente. Por este gesto, la  revista Time eligió a McCain como "uno de los mejores 10  senadores de América" en 2006. De nuevo, el senador brillaba en su defensa de la  decencia.
Éste  es McCain, el mito. Detrás se esconde el político. "Hay una gran diferencia  entre el McCain que vemos en los medios, el héroe de la prensa norteamericana, y  el político de verdad", dice Paul Waldman, analista del Grupo Media Matters y  autor del libro Un camino de rosas. John McCain y los  medios. "McCain es alguien capaz de cambiar de argumentos de un día a  otro, dependiendo de lo que más le convenga. Ahora, todo depende de lo que le  ayude a ganar la presidencia".
Desde  que McCain le obligara a Bush a ratificar el anexo contra la tortura han pasado  dos años. En estos meses se ha convertido en el líder de su partido, el único  hombre capaz de mantener en la Casa Blanca a los republicanos, en gran parte  gracias a esta guerra personal que mantuvo con Bush. Pero también debe seducir a  las inmensas bases conservadoras sobre las que descansa la actual  Administración.
"McCain  no tiene predicamento entre la gran base evangélica del sur del país", explica  el profesor de Ciencia Política de American University David Lublin, experto en  el voto sureño. "Los de los evangélicos del sur son votos que Bush se ganó con  mucho esfuerzo. En realidad, McCain es como el padre del actual presidente, un  candidato con pocas credenciales religiosas, que va a tener que hacer muchas  concesiones frente a Bush, hijo, para ganar Estados como Carolina del Norte,  Florida o Virginia".
El  pasado febrero, el senador votó en contra de una propuesta demócrata que habría  convertido en ilegal el llamado waterboarding, o ahogamiento  fingido, como método de interrogación a disposición de la CIA. Bush había  anunciado que vetaría la medida si se convertía en ley. "Siempre hemos estado a  favor de que la CIA utilice ciertas medidas adicionales en los interrogatorios",  dijo entonces McCain.
"Es  desastroso que McCain haya cambiado de opinión respecto a la tortura con tal de  ganar unas elecciones", denunció entonces el presidente del Partido Demócrata,  Howard Dean. Human Rights Watch, una organización de derechos civiles que ha  trabajado en numerosas ocasiones con el senador, criticó duramente este voto.  "Nos parece que fue un mal paso en una trayectoria que, por lo demás, había sido  impecable", explica Tom Malinowski, director de activismo en esta organización.  "Obviamente, tiene sus razones para tomar esta decisión, entre ellas la de  presentarse a unas elecciones en el Partido Republicano".
En  la campaña republicana de 2008, McCain ha tenido que ser, aparte de candidato,  equilibrista. En unos asuntos, como el de la guerra, ha aparecido  más bushista que Bush. En otros, como el del medio ambiente, ha  debido hacer verdaderos malabarismos para seguir siendo una opción creíble para  los votantes independientes. A pesar de reconocer que la del calentamiento  global es una crisis sin precedentes, ha prometido que abrirá las costas  norteamericanas a nuevas perforaciones petrolíferas "para reducir la dependencia  del petróleo extranjero".
A  lo largo del vasto proceso de primarias, la imagen del presidente Bush ha rozado  unos índices históricos mínimos. Una encuesta de la consultora Opinion Research  para la cadena de televisión CNN mostraba a Bush en mayo como el presidente  menos popular de la historia norteamericana. Un 71% de los estadounidenses  rechazaba su gestión. "Es la primera vez que un presidente supera la barrera del  70% de desaprobación", dijo entonces el director de encuestas de CNN, Keating  Holland. Los demócratas han aprovechado para bautizar una posible presidencia de  McCain como "el tercer mandato de Bush".
Con  una imagen envenenada y altamente politizada, el presidente llegó a dar nombre a  la doctrina conservadora de la guerra preventiva. Cuando se enfrentaba a sus  contrincantes en las primarias, McCain se esforzó en distanciarse al máximo de  ladoctrina Bush de que un ataque a tiempo es la mejor defensa. Lo  suyo era limpiar el desastre de Irak con su experiencia militar. Así evitó ser,  simplemente, el candidato de la guerra. Ganó las primarias de Florida el 29 de  enero, tomando una ventaja definitiva sobre sus rivales directos, Mitt Romney,  Mike Huckabee y Rudy Giuliani.
McCain  se crecía ante ellos como un pragmático, una persona lejos de la ideología  neoconservadora que había abierto la caja de los truenos de Irak. Romney era un  mormón al que adoraba la clase empresarial. Huckabee, predicador baptista, tenía  el apoyo de los evangélicos del sur. Por último, Giuliani era el candidato del  11 de septiembre, atado irrenunciablemente a la guerra contra el  terrorismo.
El  senador por Arizona no era un conservador cualquiera. Era conservador, es  cierto, por sus votos a favor de la guerra, o contra el aborto y el matrimonio  homosexual. Sin embargo, de espíritu seguía siendo un rebelde. Antes que las  ideas, estaban el país y sus intereses. "No necesitamos otro político en  Washington que anteponga sus intereses y sus lazos políticos a la capacidad de  resolver problemas", proclamó en un acto de campaña en Ohio el pasado 8 de  agosto. "Yo antepondré a mi país siempre, siempre, siempre. Ya lo hice en  aquellos días en que estaba en prisión y se me ofreció marcharme a casa antes  que mis compañeros de cautiverio. El país, primero".
Para  poder llegar a la Convención Nacional Republicana de la semana que viene, McCain  ha tenido que recular en muchas de sus convicciones aparentes. A veces el  equilibrio es francamente difícil. En su primera campaña, en una entrevista  televisada en enero de 2000, dijo que la bandera confederada que todavía  entonces pendía del Capitolio del Estado de Carolina del Sur era "un símbolo de  racismo y esclavitud".
A  punto de perder los pocos apoyos que retenía en los Estados del sur, McCain tuvo  que regresar a Carolina del Sur para leer, con parsimonia, una rectificación:  "Algunos ven la bandera como un símbolo de esclavitud. Otros la ven como un  símbolo de nuestra herencia cultural. Yo la veo como un símbolo de herencia  cultural".
En  aquella lectura, forzada y torpe, había algo que no convencía. McCain lo  confirmó en su libro Por lo que vale la pena luchar: "Podría  haber pronunciado la respuesta de memoria. Pero me empeñé en escenificar el  teatro de desdoblar el papel y leerlo como si fuera un rehén leyendo un  comunicado de mis captores. Quería enviar a los periodistas el mensaje de que yo  en realidad no apoyaba que la bandera siguiera ondeando, pero que los  imperativos políticos me obligaban a ser esquivo".
Estas  idas y venidas políticas han puesto a McCain en apuros en numerosas ocasiones.  El 28 de febrero de 2000, el candidato acudió a la localidad de Virginia Beach,  desde donde cargó contra fundamentalistas cristianos como el telepredicador Pat  Robertson y el pastor evangélico Jerry Falwell. "Estoy en contra del aborto.  Soy, fiscalmente, un conservador a favor de las políticas de familia. Aun así,  Pat Robertson, Jerry Falwell y algunos líderes del movimiento antiabortista de  Washington dicen que soy un candidato presidencial inaceptable", señaló. "Son  unos agentes de la intolerancia". Gracias a estas palabras, Bush selló en sus  arcas electorales el importante voto evangélico del sur de Estados Unidos,  estimado en unos 80 millones de papeletas.
Perdiendo,  McCain aprendió la lección. En abril de 2006, con las elecciones ya en el  horizonte, se reconcilió con Falwell. "El reverendo vino a verme a mi oficina y  me pidió que superáramos nuestras diferencias. Lo hice con mucho gusto", recalcó  en una entrevista al canal de televisión ABC News. Un mes después dio el  discurso de graduación en la universidad fundada por Falwell en Lynchburg  (Virginia). El reverendo le devolvió el favor diciendo: "Somos amigos, y  cualquier problema es parte del pasado".
Lo  que olvidó McCain en este discurso es que, en este tiempo en que los dos hombres  habían emprendido el camino de la reconciliación, el reverendo Falwell pronunció  su discurso más polémico. Hablando de los atentados del 11 de septiembre de  2001, dijo: "En verdad creo que han sido los paganos, los abortistas, las  feministas, los gays y las lesbianas que tratan de convertirse en un estilo de  vida alternativo. Yo les apunto con el dedo a la cara, y les digo: 'Habéis hecho  posible que todo esto ocurra". El pasado abril, en el programa de  televisión Meet the Press, el fallecido periodista Tim Russert  le preguntó al candidato si todavía pensaba que Falwell era un agente de la  intolerancia. "No", se limitó a responder McCain.
A  McCain no le sienta bien la hemeroteca. Rebuscando en el pasado reciente del  Senado, este político aparece como alguien movido por impulsos, capaz de meterse  en la cama legislativa con los compañeros más insospechados. Entre ellos, Russ  Feingold, senador demócrata por Wisconsin, liberal dentro de su partido, con el  que McCain se alió para reformar completamente el oscuro sistema de financiación  electoral norteamericano. Después de ocho años de trabajo conjunto, ambos  senadores lograron aprobar una ley al respecto en 2002.
"Cuando  me convertí en uno de los principales abogados de la causa de la reforma de la  financiación electoral, llegué a darme cuenta de que las sospechas de la  ciudadanía no son infundadas", escribe el senador en el libro Por lo que  vale la pena luchar. "El dinero te abre muchas puertas en Washington, y  este acceso incrementa la influencia, y así se benefician unos pocos a costa de  muchos otros".
El  senador lo sabe muy bien, ya que en los ochenta aceptó hasta 112.000 dólares de  un oscuro inversor financiero que acabaría siendo condenado por fraude y  apropiación indebida. En 1987, Charles Keating solicitó a cinco senadores a los  que había donado dinero en el pasado que le ayudaran a salvar su compañía  financiera, Lincoln Savings and Loan, sobre la que pendían el embargo y la  bancarrota por sospechas de que utilizaba el dinero de los inversores para usos  personales y políticos.
El  24 de marzo de aquel año, Keating acudió al despacho del senador por Arizona  para pedirle que, con su influencia, impidiera que el Senado aprobara una medida  que hubiera permitido el embargo de Lincoln Savings and Loan por fraude. McCain  no se comprometió. Dijo que sólo acudiría a una reunión con otros cuatro  senadores para asegurarse de que la ley se aplicaría de forma justa. "McCain no  tiene pelotas", se quejó entonces Keating.
Los  diarios locales de Arizona comenzaron entonces a desenterrar turbios negocios  entre Keating y la familia McCain. En 1986, The Arizona  Republic reveló que Cindy McCain y su padre habían invertido 359.000  dólares en un centro comercial erigido por el inversor. Cuando el diario le  preguntó a McCain, éste estalló en una de sus típicas rabietas. "Eso es un  asunto de mi esposa, idiota", le espetó al reportero. "¿No entiendes el inglés o  qué?".
Finalmente,  el Comité de Ética del Senado investigó a los cinco senadores en 1990. McCain  era el único republicano en el banquillo. El consejero legal del comité, Robert  Benet, exculpó al senador. Era cierto que había aceptado dinero de Keating. Pero  no intercedió por él. "Hay pruebas suficientes de que, gracias al rechazo del  senador McCain a participar en el asunto, acabó distanciándose del señor  Keating". En 1993, Keating fue condenado a 12 años de cárcel por fraude. El  Comité de Ética simplemente amonestó a McCain por "falta de juicio en su  comportamiento".
Una  vez absuelto, McCain quiso sacudirse cualquier sombra de duda. Desde entonces,  el senador por Arizona fue el gran campeón de la reforma de la financiación  electoral. McCain y Russ Feingold acabaron con las donaciones ilimitadas a los  partidos políticos por parte de lobbies, sindicatos, patronales  y otros grupos de presión. "A la gran mayoría de los americanos nos preocupa que  ahora sea legal que una compañía subsidiaria de otra empresa controlada por el  Ejército chino done cantidades ilimitadas de dinero a campañas políticas  norteamericanas", dijo McCain entonces.
A  lo largo de los años, McCain ha perfeccionado este arte de la evasión política,  yendo de un extremo al contrario, siempre indemne. En la presente campaña  electoral, el senador ha hablado poco de inmigración. Es más, huye del tema como  del agua hirviendo. El riesgo de salir escaldado es muy grande. La de la reforma  migratoria ha sido la mayor derrota que ha sufrido en toda su vida en el  Congreso.
De  nuevo, el senador por Arizona se alió con un demócrata, en esta ocasión con el  león del Senado, el liberal Ted Kennedy. Ambos elaboraron una ley que habría  legalizado a más de 12 millones de inmigrantes que residen en EE UU de forma  irregular. También contemplaba, con el beneplácito del presidente Bush, la  creación de un nuevo tipo de visado para que ciudadanos extranjeros pudieran  trabajar en el país por un periodo máximo de dos años.
"Estoy  de acuerdo. Vienen aquí de forma ilegal. Rompen nuestras leyes. Tienen que pagar  si lo hacen. Pero redondear al alza y decir que 12 millones de personas deben  volver al país del que vinieron es un insulto a la inteligencia, y una franca  contradicción a lo que América representa", manifestó en julio de 2006 en una  reunión con votantes conservadores en Miami.
Los  propios republicanos contraatacaron, votando contra la ley de McCain y Kennedy y  presentando su propia reforma, que incluía un detallado programa de persecución  policial y ninguna amnistía para los trabajadores. Ninguna de las dos leyes fue  aprobada. En uno de sus ya clásicos arrebatos, McCain salió a los pasillos del  Senado y alzó los brazos hasta donde la tortura sufrida en Vietnam le permite,  hablando en alto contra la persecución de inmigrantes sin ofrecerles el alivio  de una posibilidad de legalizar su situación. "¡No va a funcionar! ¡No va  funcionar!", gritó.
Ante  el fracaso de sus medidas, para la campaña electoral de 2008 McCain abandonó el  intento de una reforma moderada de la inmigración. El candidato ha decidido  presentar un perfil más duro. En agosto del año pasado reveló que, como  presidente, su primera medida migratoria sería blindar las fronteras. Todo lo  demás podría esperar. "Cuando hayamos cumplido nuestro objetivo de aportar más  seguridad a las fronteras podremos comenzar con las otras partes de la política  migratoria", advirtió en un acto de campaña.
El  intento de reformar la inmigración, sin embargo, sirvió para acabar de unir a  dos extraños compañeros de cama. Junto con el de Kennedy, McCain contó con el  respaldo incondicional de Bush, contra el partido al que ambos pertenecen. Los  dos están hoy más cerca que nunca. "El candidato está tratando de resucitar  algunos elementos de la política neoconservadora de Bush, sobre todo con su  énfasis en una guerra global contra el terrorismo", explica Jacob Hacker, del  departamento de Ciencia Política de la Universidad de Berkeley. "Si examinamos  sus ideas en política económica y exterior, McCain y Bush han acabado  sorprendentemente cerca". Entre el duro enfrentamiento electoral y la actual  sintonía entre estos dos hombres han pasado casi 10 años. Al final, en la  Convención Republicana que comienza mañana, McCain heredará definitivamente el  legado político del actual presidente.
Una  vez se convierta en el candidato oficial, el próximo jueves, deberá movilizar a  las bases que le han dado a Bush dos victorias. Esta semana, ante los atlantes  del Partido Republicano, mirando a la cara, por fin, a Dick Cheney, Rudolph  Giuliani y Arnold Schwarzenegger, entre otros, deberá repetir lo que ya dijo  cuando Bush le dio formalmente su apoyo en la Casa Blanca el pasado 5 de marzo:  "Todo lo que puedo decir es que, en los principios fundamentales del Partido  Republicano y en los asuntos concretos de nuestra filosofía compartida, el  presidente Bush y yo estamos totalmente de acuerdo". -
CONSULTEN, OPINEN , ESCRIBAN LIBREMENTE
Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en RSE de la ONU
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