ENTREVISTA  A EDUARDO PUNSET
 "Hay que conciliar la diversión y el  conocimiento"
 El divulgador científico acaba de publicar el libro 'Por qué somos  como somos', basado en las entrevistas realizadas a distintos investigadores en  su veterano programa de TVE 'Redes'
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 Eduardo  Punset, durante la entrevista en Madrid. GRACIELA DEL  RÍO
 AINHOA  IRIBERRI - Madrid - 08/11/2008 23:00
 A  juzgar por su biografía, nadie podría haber supuesto la dedicación incansable a  la divulgación científica de Eduardo Punset (Barcelona, 1936).  Licenciado en Derecho por la Universidad de Madrid y máster en Ciencias  Económicas por la Universidad de Londres, Punset, que desempeñó un destacado  papel en el primer Gobierno democrático posterior a la muerte de Franco, es  desde hace 12 años el alma máter del programa Redes,  un espacio de culto que la segunda cadena de Televisión Española emite los  domingos de madrugada y cuya amenaza (nunca confirmada) de retirada el año  pasado provocó las quejas de numerosos usuarios de Internet, desde donde también  se puede seguir el programa. Fruto de las entrevistas mantenidas  en Redes, la editorial Aguilar acaba de publicar ¿Por qué  somos como somos?, un compendio de reflexiones sobre todo lo que afecta al  ser humano, desde la biología hasta el sexo. 
 ¿Por  qué decidió dedicarse a la divulgación científica y qué es lo que más le atrae  de este área?
 Se  debe sobre todo al cambio de escenario que se ha experimentado con respecto a la  ciencia. Hasta hace muy poco tiempo, la ciencia era una especie de pozo en el  que la gente sabía cada vez más de menos cosas, hasta que lo sabía todo de nada.  En los últimos 10 años, sin embargo, estamos pasando a otro escenario en el que  la ciencia ha irrumpido en la cultura popular y está resolviendo problemas  concretos de la gente a los que nadie había dado respuesta. Me refiero  básicamente a qué pasa dentro de las personas cuando se enamoran, sufren o se  estresan; de todo esto, nadie había dicho nada y ahora resulta que es de una  importancia trascendental, de ahí viene mi interés por la ciencia. El  libro ¿Por qué somos como somos? es una manera de sustentar y  de disfrutar este nuevo escenario. 
 Parece  que la sociedad está cada vez más interesada por la ciencia. ¿Cree que se  debería fomentar más la divulgación científica, por ejemplo en las  escuelas?
 Lo  realmente básico es que los resultados ya obtenidos por la investigación  científica lleguen a la gente de la calle. En este sentido, me parece vital que  el sistema educativo empiece, de una vez por todas, a enseñar a los niños y a  los jóvenes a gestionar la única cosa con la que vienen al mundo, que son sus  emociones básicas y universales. Estos niños no tienen ni idea de lo que es el  amor, el odio, la felicidad.... El milagro es cómo se ha podido vivir miles de  años sin esta educación de la inteligencia emocional y social. Ha sido el  producto de la influencia del pensamiento dogmático con relación al pensamiento  científico.
 ¿Y  hay algún responsable de esta falta histórica de comprensión de la  ciencia?
 La  culpa no es sólo de los gobiernos o de las televisiones que emiten programas  como Redes en horarios intempestivos, sino de nosotros mismos,  que no hemos aprendido todavía a pasar de una situación en la que se decía "la  letra con sangre entra" a un escenario moderno en el que se ha demostrado  científicamente que es preciso conciliar el entretenimiento con el conocimiento.  Ésta es la segunda gran prioridad, después de enseñar a gestionar las  emociones.
 Su  último libro está basado en testimonios de científicos que han pasado  porRedes. ¿Puede destacar alguno que le haya impactado  positivamente?
 A  lo largo de los 12 años del programa ha habido dos ideas que han sido defendidas  por distintos protagonistas y que son las que más me han impactado. Una es  constatar que no es fácil discernir un propósito, un objetivo, en la historia de  la evolución. El que mejor la defendió fue el paleontólogo ya fallecido Stephen  Jay Gould, que me decía: "Yo he visto, a través de los fósiles, desaparecer  figuras extremadamente simétricas, bellas y eficientes, que cumplían su cometido  como nadie y que, sin embargo, en una de las grandes extinciones, desaparecían  para siempre". La segunda idea la defendió sobre todo el físico y Nobel Heinrich  Rohrer, que me decía que las diferencias entre la materia viva, la inerte y la  inteligencia son mucho más imprecisas de lo que la gente cree. Esto lo he tenido  presente toda la vida y ha hecho que no me olvide de un grafiti que vi en el  metro de Nueva York, que decía: "¿Hay vida antes de la muerte?". Esto es  realmente lo importante.
 ¿Y  ha tenido alguna decepción?
 Es  raro, quizás sea alguna especie de distorsión mental, pero no recuerdo un  personaje del que algo no haya aprendido. Eso sí, en este campo, uno tiene sus  predilecciones y las mías van hacia las personas que defienden posturas que  representan la antítesis de lo que defendía el dictador François  Duvalier, Papa Doc. Yo he visto salir a este hombre al balcón y  decir: "Soy invisible". Y nadie le replicaba: "Oiga, demuéstremelo". Era la  encarnación del pensamiento dogmático, que es de lo que ha vivido la humanidad  durante prácticamente toda la existencia. 
 En  este libro vuelve a tratar un asunto que ya protagonizó una obra suya anterior,  la búsqueda de la felicidad. ¿Hay alguna clave para ser feliz?
 De  nuevo, parece increíble que no se haya estudiado antes un tema tan importante  como éste. Hoy, gracias a la ciencia, sabemos qué factores están correlacionados  con los índices de felicidad. Sabemos, por ejemplo, que, al contrario de lo que  la gente cree, el nivel de renta no está asociado a la felicidad, excepto cuando  se vive por debajo del nivel de subsistencia. La relación personal es la  dimensión más significativamente correlacionada con los índices de  felicidad. 
 El  año pasado superó usted un cáncer de pulmón, una experiencia dura. ¿Ha aprendido  algo de ello?
 Me  ha reafirmado en convicciones que ya tenía, como lo que le comentaba antes de la  imprecisión entre materia inerte, materia viva e inteligencia. Si eres  consciente de esto, no encuentras ningún trastorno fundamental en un determinado  estado de la materia que acentúe más la muerte que la vida. También he  descubierto una mayor solidaridad, un mayor altruismo en los pasillos  abarrotados de los hospitales mientras la gente se inyecta esos venenos; me hace  pensar que el nivel de moralidad y de altruismo innato es mayor que el que nos  habían contado los científicos y los biólogos.