¿Chile pais igualitario, pero sin los  ricos?
 Análisis político: GOBIERNO CON  PROGRAMA DE ASISTENCIA SOCIAL
 Estancamiento económico,  desigualdad y gobernabilidad
  El programa del gobierno de Michelle  Bachelet  es más bien de asistencia social. No hay incremento de  regulaciones ni supervisiones, a pesar del colapso de las AFPs, ni la más mínima  proposición de cambio del modelo. Y el colapso de Wall Street y del sistema  financiero internacional, seguido por la pandemia económica, nos cambió el mundo  también a nosotros.
  El programa del gobierno de Michelle  Bachelet  es más bien de asistencia social. No hay incremento de  regulaciones ni supervisiones, a pesar del colapso de las AFPs, ni la más mínima  proposición de cambio del modelo. Y el colapso de Wall Street y del sistema  financiero internacional, seguido por la pandemia económica, nos cambió el mundo  también a nosotros.
 Por Iván Auger 
 A mediados de marzo supimos que el crecimiento de la economía en el último  trimestre de 2008 fue prácticamente nulo, 0,2%, a pesar de que se creía que iba  a ser de 1,1%. Por esa razón, nuestra economía creció el año pasado 3,2%, en vez  del 3,8% que proyectó la CEPAL en diciembre del mismo año. Días más tarde, el  presidente del Banco Central dijo que este año tampoco se lograría el 2% de  crecimiento previsto.
 Nuestras autoridades económicas, dominadas por economistas, y que tuvieron  más de una reunión cumbre con la Presidenta, parecen estar sorprendidas por las  malas noticias. No detectaron la pandemia económica, consecuencia de la  implosión de Wall Street en septiembre de 2008, que contagió rápidamente a  nuestro país, como lo indican las cifras antes citadas, por razones obvias:  tenemos una economía muy abierta y los sectores exportadores son los más  dinámicos. 
El Banco Central incluso subió la tasa de interés en Octubre y la  mantuvo en noviembre y diciembre; el plan de estímulo fue anunciado a comienzos  de este año, y no se suspendieron las vacaciones de febrero de las  autoridades.
 El monto del estímulo es de 4.000 millones de dólares, el 2,8 del PIB, a  pesar que el gobierno cuenta con un Fondo de 28.000 millones de dólares. Esa  cantidad contrasta con los de Japón, 8% del PIB, China, 6%, y EE.UU., un  porcentaje aún más alto. Y todos saben que cuanto antes mejor, porque esos  programas demoran en tener efectos, y que más vale pasarse que quedarse corto,  porque es más fácil reparar los excesos, con un alza de las tasas de interés,  por ejemplo.
 El programa gubernamental, por otra parte, es más bien de asistencia  social. No hay incremento de  regulaciones ni supervisiones, a pesar del colapso de las AFPs, ni la más mínima  proposición de cambio del modelo. Y el colapso de Wall Street y del sistema  financiero internacional, seguido por la pandemia económica, nos cambió el mundo  también a nosotros.
 China y Asia, por ejemplo, comienzan a pasar del modelo japonés, de ahorro y  exportación, al desarrollo del mercado interno, mientras Europa establecerá más  regulaciones y los norteamericanos abandonan el consumo conspicuo. El comercio  mundial disminuye notablemente. Tanto en oriente, en su escritura ideográfica,  como occidente, el concepto griego de donde viene la palabra, las crisis son  también oportunidades de cambio, adaptación y avance.
 En nuestro país, si no apuramos el tranco, la  actual administración tendrá uno de los promedios de crecimiento anual más bajo  en medio siglo. Si partimos desde la administración  Alessandri, 1958-64, solamente superará a la dictadura (y la de Allende, si le  imputamos todo 1973, uno de los años más trágicos de nuestra historia  contemporánea).
 Según las proyecciones de la CEPAL antes  citadas, en los cuatro años de esta administración nuestro crecimiento económico  únicamente superará al de Ecuador y este año tendríamos el más bajo en América  del Sur. A lo que se añade que América Latina será,  entre las llamadas regiones "emergentes y en desarrollo", que incluye a África,  la que tendrá un menor aumento en la actividad económica en el año en curso,  según el Fondo Monetario Internacional.
 Ello ocurre cuando, según el Latinobarómetro, los chilenos miraban con  esperanza el futuro, 56%, pero a la vez tenían crecientes críticas a nuestra  sociedad, como lo demuestra que los satisfechos con la democracia son solamente  el 39% y que una minoría, el 34%, creía que su situación económica personal  sería mejor y, el 26%, la del país.
 La falta de optimismo en una era de supuesta prosperidad, el bajón  comenzó en octubre, la explica el estudio del BID "Más allá de los hechos:  comprendiendo la calidad de la vida", en que se descubre la "paradoja del  crecimiento desdichado". Según ésta, las expectativas materiales y la  competencia por el nivel económico y social hace menos feliz a la población de  los países en desarrollo en períodos de expansión, cuando no disminuye la  diferencia entre el ingreso personal y la renta media, es decir, cuando se  mantiene la desigualdad, e incluso en algunos casos se incrementa.
 Esa situación es interpretada por los  afectados como el cierre del acceso a las oportunidades, que en las regiones  rurales se atribuye a la pobreza y falta de educación y en las ciudades a que la  puerta de entrada es monopolizada por quienes tienen más medios o  contactos.
 El estudio del BID compara los últimos quintiles de Honduras y Chile, y a  pesar de que los primeros son dos veces más pobres que los segundos en términos  objetivos, tienen un nivel más alto de felicidad. Esa frustración, en el caso de  Chile, explica que el 71% estima que se gobierna para los intereses poderosos, y  que el 53% opina que la desigualdad se mantiene como antes y solamente el 23%  que ha disminuido. La consecuencia es que son más felices chinos, indios y  hondureños que chilenos, rusos y argentinos.
 Ese pesimismo es consecuencia de que Chile es un país muy desigual. El decil  más alto se lleva el 45% del ingreso. En el mundo, solamente nos superan  Bolivia, Colombia, Haití, Namibia y Paraguay. Nuestro Gini, una medida de  desigualdad en que 100 es absoluta y 0 que no existe, es 54,9, y solamente es  más alto en ocho países del planeta (Informe de Desarrollo Humano  2007-2008).
 Nuestra desigualdad se caracteriza por "la  concentración en la elite", mientras que la diferencia  entre sectores pobres y medios son menos marcadas, como lo demuestra Florencia  Torche, quien concluye que nuestro país es desigual, entre el 10% y el 90% de la  población, pero fluido, un alto nivel de movilidad social en el 90% más bajo.  Por esa razón, si excluyéramos al decil más  rico, pasaríamos a ser el país más igualitario de América Latina, e incluso lo  seríamos más que Estados Unidos.
 ¿Ahora bien, quienes forman esa elite, además de nuestros tres milmillonarios  de la lista de Forbes? Los educados en la cota mil, frase genial de un jesuita  para caracterizar a un grupo social, los millonarios de Cristo, los preparados  en colegios particulares pagados, 7% de los educandos, los profesionales y, en  general, el grupo calificado de ABC1, fusión de los tres segmentos con más altos  ingresos en razón de que en nuestro país son tan pocos que separadamente no  tendrían representación en las encuestas. Por eso en Chile no se puede hablar de  meritocracia, ya que el 93% de la población está excluida de la competencia,  salvo casos excepcionalísimos. Los colegios privilegiados ocupan 95 puestos  entre los 100 con más alto puntaje en la PSU.
 ¿Qué hacer? Me permito citar una frase de J K Galbraith, el genial discípulo  de Keynes en EE.UU., en una carta al presidente JF Kennedy, "lo insto a escuchar  atentamente a los economistas e incluso con cierto respeto y admiración. Sin  embargo, en tiempos de desafío económico, el Presidente debe tener el sentido de  lo que el pueblo quiere. Los economistas sólo saben lo que el pueblo debería  saber y, a veces, lo que antes quería".
 Los chilenos, al igual que los latinoamericanos, son estatistas, incluso  antes de la actual crisis y, a medida que se sienta, con mayor razón. El 90% es  partidario de estatizar las pensiones y el 68% los teléfonos, según el  Latinobarómetro. De acuerdo a una encuesta más reciente de la Universidad Diego  Portales, 71,6% quiere que el gobierno se haga cargo de las empresas de utilidad  pública, 67,2% son partidarios de una AFP estatal, 66,7% quiere más bancos  estatales, el 58,1% desea que el transporte colectivo sea gubernamental, el  52,3% que las universidades sean estatales, y el 51,9% es partidario incluso de  una cadena de supermercados gubernamental. A lo que se suma que solo el 36%  confía en la empresa privada, el 37% evalúa bien a los empresarios y el 21% está  satisfecho con los servicios públicos privatizados.
 Como primeros pasos para superar nuestra sociedad dual, deberíamos utilizar  la CORFO y el Banco del Estado para bajar al 90% de la población con menores  ingresos, las tasas de interés del mercado chileno, que rayan en la usura. Por  ejemplo, la máxima convencional, en préstamos en pesos, hasta 200 UF,  aproximadamente $ 2.200.000 hoy, y por más de 90 días es, a partir del 13 de  marzo y hasta nuevo aviso, de 59,07 % en términos anuales (www.sernac.cl).
 Además, el gobierno debiera invertir, como la administración Obama, en  energías verdes (sol, viento, mareas, etc), ferrocarriles y educación. La  consigna de Pedro Aguirre Cerda ¡gobernar es educar! es la base del milagro  asiático, cuyo salto al desarrollo se explica por la fuerte intervención del  Estado en la expansión de la educación primaria y secundaria de alta calidad e  igualitaria para todos, como por lo demás lo pide la gran mayoría de los  chilenos, oportunidad que perdió el gobierno con su proyecto educacional. ¡Todos  a la cota mil con el Estado docente! debería ser la consigna.
 Por ello es inadmisible que, como consta en el Informe de Desarrollo Humano  antes citado, nuestro país gaste más en Defensa que en Educación, que nuestro  presupuesto militar sea sólo superado en las Américas, como porcentaje del PIB,  por EE.UU., y que seamos el sexto importador de armas en el mundo.
La suma de  crisis económica y desigualdad es explosiva ¡cuidado! erosiona la  gobernabilidad.