Abro  el email y siempre es lo mismo. Ni idea de cómo diablos han podido llegar hasta  mi buzón decenas de mensajes en chino; ni idea de quién ha podido pensar en  algún momento que yo necesito revitalizantes sexuales o sofisticados artilugios  para aumentar ciertos tamaños corporales. Ni idea. Me escriben políticos  africanos en el exilio que dicen tener cuentas millonarias bloqueadas en el  extranjero, y me ofrecen grandes sumas de dinero a cambio de... mis datos  bancarios. Ja! No pico, aunque sé de buena tinta que hay quien sí lo hace.
 Llueven  las ofertas de ordenadores casi gratis, de medicamentos milagro, de empleos  fáciles y con sueldos millonarios, de remedios caseros para casi todo, de viajes  en cualquier época del año... Un momento! Una carta del banco. Y me pide que  renueve y reenvíe todos los datos y claves de mis cuentas por «motivos de  seguridad». Si no fuera por la manera en que está redactada («rogamos postee  brevemente los datos si no quiere estar en un gran peligro...») parecería de  verdad.
 Troyanos
 Pero  no es eso lo peor. A veces noto que el ordenador va lento (más de lo habitual) y  me entra la duda de si alguna oscura organización del crimen internacional lo  habrá convertido en un «zombie», como ya han hecho con cerca del 5% de todos los  ordenadores españoles. Ya saben: uno abre un correo aparentemente inocente, o  una página web, o un blog, y aunque en apariencia no ocurre nada, en realidad el  ordenador queda infectado con un pequeño programa (un «troyano», que interfiere  las comunicaciones y obliga a nuestro PC a reenviar el mismo mensaje a toda  nuestra lista de contactos, expandiendo así el número de ordenadores  «cautivos».
 Todo  esto, y algunas cosas más, es lo que hoy conocemos como spam. Contra él se libra  la que quizá sea la mayor guerra electrónica de la actualidad. Una guerra que,  por cierto, se está perdiendo.
 Todo  comenzó hoy hace exactamente 30 años, cuando un vendedor llamado Gary Thuerk,  que trabajaba en la ya desaparecida empresa de informática Digital Equipment  Corporation, envió el mismo correo electrónico a 393 usuarios de Arpanet, la red  original de ordenadores del gobierno norteamericano que con el tiempo se  extendería por todo el mundo, convertida en internet.
 Ese  fue, que se sepa, el primer spam jamás enviado. El mensaje, que fue redactado y  mandado el 3 de mayo de 1978, no fue bien recibido. Muchos de los receptores,  indignados, se quejaron directamente a Thuerk, que ni siquiera había intentado  ocultar su identidad, y su empresa fue severamente amonestada por los  administradores de Arpanet.
 Pero  ese email fue sólo un aviso de lo que estaba por llegar. Hoy, entre el 80 y el  90 por ciento de todos los correos electrónicos que se envían en el mundo  (120.000 millones de mensajes diarios) son spam. Y de ellos vive y depende una  actividad económica global que mueve decenas de miles de millones de euros cada  año.
 En  blogs y móviles
 Los  «spammers» de hoy no sólo tienen el email como objetivo, sino que apuntan  también a las páginas web, a los blogs, a las redes sociales y a los teléfonos  móviles. En el transcurso de una confrontación de la que no se ve el final,  decenas de miles de expertos de miles de empresas en todo el mundo luchan contra  el correo no deseado en un intento (por ahora vano) de eliminar la basura de la  red global de comunicaciones. «Spammers» y «antispammers» parecen enzarzados en  una auténtica carrera armamentista de la que nadie, por ahora, es capaz de  predecir el resultado.
 Pero  el correo basura no se hizo famoso mundialmente hasta 1994, cuando dos abogados  de Arizona, Laurence A. Canter y Martha S. Siegel, enviaron un mensaje  publicitario, ofreciendo sus servicios como expertos en inmigración, a 6.000  grupos de usuarios de Usenet al mimso tiempo. Los dos abogados llegaron a  escribir varios libros explicando cómo había que hacer spam. Algo que ayudó  mucho a otros «spammers» noveles.
 Sin  embargo, toda aquella primera oleada de «spammers» se encontró con la molestia  de tener sus propios buzones de correo llenos con las protestas airadas de los  receptores de sus mensajes. Aparte del hecho de que muchas de sus cuentas fueron  suspendidas por sus ISP (Proveedores de Acceso a Internet). Así que aprendieron  a ocultar sus identidades y localizaciones y el «spamming» se hizo  subterráneo.
 El  precio del spam
 Surgieron  los primeros programas «antispam», pero por cada nueva arma defensiva que nace,  aparece otra ofensiva más potente y sofisticada. Y con una clara ventaja para  los «spammers»: los costes a los que tienen que hacer frente los atacantes son  siempre muy bajos, mientras que los ISP y sus clientes pagan un precio muy  elevado en programas de detección y filtrado de mensajes y en consumo inútil del  ancho de banda disponible. Se ha estimado que el mundo gasta cada año 140.000  millones de dólares en interceptar y filtrar los mensajes de spam.
 Hoy,  las principales redes emisoras de spam están controladas por grupos de  delincuencia internacional, lo que requiere un esfuerzo extra para conseguir una  defensa efectiva, ya que es necesario coordinarla en numerosos países al mismo  tiempo. Mientras, «ellos» han ampliado su campo de acción a terrenos que hasta  hace poco se consideraban seguros. Páginas web, redes sociales, blogs, telefonía  móvil... ya nadie está seguro.
 Acabo  de recibir otro mensaje en mi mail: «¿Está harto del spam? -dice-. ¿Recibe  cientos de mensajes que no desea? ¿Cree que su ordenador no está seguro? Si es  así, pinche aquí». Por supuesto, no lo hago. No es más que otro mensaje más de  spam...
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