
 Vinos pensados para ser bebidos jóvenes,  dificultades de espacio y poco tiempo disponible, las estibas privadas parecen  destinadas a desaparecer.
El mundo del vino cambia a una velocidad  vertiginosa, a tal punto que muchas veces nos cuesta asimilar todo lo que ello  implica. Ciertos paradigmas de la producción, la comercialización y el consumo,  válidos hasta no hace mucho, van quedando completamente obsoletos mientras  nuevas ideas y modos de disfrutar la bebida se imponen en forma tan veloz como  implacable. Los antiguos conceptos vínicos se desmoronan delante de nuestras  narices sin que la velocidad de la vida moderna nos permita darnos cuenta de que  ese derrumbe se lleva consigo algunas conductas que nadie discutía en el pasado.  Y mucho más difícil resulta el acceso a esa comprensión cuando se trata de  fenómenos propios de la vida íntima de las personas, poco expuestos a la  consideración pública. Ya hemos hablado en estas mismas páginas de la pérdida de  valor del concepto "tiempo" en los vinos, pero desde el punto de vista de la  industria y el comercio, dos actividades bien conocidas y seguidas por el  periodismo y la afición enológica.
En este caso, la idea es analizar otra  tendencia que evoluciona con tanta rapidez que no ha permitido, creo, un  análisis más o menos profundo de sus implicancias. Me estoy refiriendo, nada  menos, que a la pérdida del interés por guardar botellas en las cavas hogareñas  durante períodos prolongados. En efecto, aquella imagen de la bodeguita personal  en forma de amplios sótanos, desvanes o rincones oscuros de la casa tiende a  desaparecer en el futuro cercano, teniendo en cuenta que el fenómeno se percibe  claramente a través del contacto con el público, además de ser ratificado por  los distintos referentes de la industria, la distribución y la comercialización  minorista. Todo parece indicar que la guarda privada de etiquetas va camino a  convertirse en una excentricidad reservada para un grupo minúsculo de fanáticos  de mucho dinero y no un ejercicio frecuente entre los aficionados de todos los  segmentos sociales, como fue durante décadas. No hay que dejarse engañar por el  éxito de las cavas climatizadas, puesto que ellas son adquiridas con el único  propósito de mantener una cantidad relativamente pequeña de vinos en buenas  condiciones durante períodos no muy extensos. Pero las estibas largas en tiempo  y grandes en número, como esas que sabían revestir paredes y muebles de las  residencias de antaño, ya casi no existen. Y lo que es más importante: el mismo  concepto de comprar vinos para guardar está desapareciendo, según lo confirman  quienes trabajan diariamente con los consumidores.
Causas múltiples,  consecuencias impredecibles
No es simple detenerse a analizar semejante  fenómeno, puesto que sus causales tienen profundas raíces en cuestiones  económicas y sociales muy complejas, pero es posible esbozar algunos de los  motivos más evidentes. Antes que nada, hay que poner el vino argentino mismo  bajo la lupa. Es cierto que numerosas etiquetas de alta gama resisten varios  años de guarda con amplias posibilidades de crecimiento cualitativo, pero no es  menos cierto que, en general, todos los vinos tintos de nuestro país pueden ser  consumidos apenas lanzados al mercado. Sería muy engorroso ahondar en las  razones técnicas de ello (cambios en el manejo del viñedo, mayores niveles de  madurez de la uva, enología más eficiente, etcétera), pero nadie duda de que ya  no existen los taninos de aspereza insoportable ni la acidez que corroe el  paladar. Los ejemplares de hoy pueden ser cálidos y potentes, pero casi nunca  agresivos.
Por otra parte, el acceso cada vez más fácil a una gama de vinos  enormemente amplia en términos de marcas, añadas y orígenes geográficos vuelve  la estiba hogareña un ejercicio imposible por inabarcable. Hace treinta años, un  buen aficionado podía guardar en su casa varias botellas de las pocas decenas de  marcas de alta calidad que existían en el mercado argentino, además de algunas  etiquetas importadas adquiridas vía viajes o regalos. Hoy, para hacer eso mismo,  se necesitaría todo el espacio disponible en una mansión de muchas habitaciones,  y el cálculo está hecho tomando una sola cosecha de cada vino; la guarda de  varias cosechas de cada etiqueta demandaría alguna especie de galpón debidamente  acondicionado. Mientras tanto, muchas vinotecas actuales ofrecen una variedad de  añadas diferentes de un mismo vino (algo que no existía antes), lo que hace  carecer doblemente de sentido la guarda en el hogar. La posibilidad de hacer  comparaciones tipo degustación vertical se encuentra hoy al alcance de la mano,  en muchos lugares y en el momento que el consumidor lo desee, sin necesidad de  dedicar años enteros a formar una estiba personal y sin los riesgos de  accidentes, robos o problemas de conservación que acarrea.
No hay que dejar  de lado los motivos de orden puramente práctico, como son aquellos relacionados  con la dificultad y el alto costo inmobiliario, que transforman un recinto de  pocos metros cuadrados en un espacio demasiado valioso como para destinarlo a  estibar eso mismo que en nuestros días se puede obtener a la vuelta de la  esquina o, directamente, sin moverse de la casa. El precio de los vinos también  hace lo suyo. Para el consumidor de hace un par de décadas, la compra de varias  cajas de los mejores vinos de entonces constituía una erogación alta pero  soportable, mientras que hoy puede llegar a ser equivalente al precio de un  vehículo pequeño cero kilómetro. El cálculo es simple: 250 botellas (que no es  mucho, apenas un mueble tipo ropero), a un valor promedio de US$ 50, que tampoco  es tanto. Ello indica que poseer una nutrida reserva de excelentes ejemplares no  sólo es caro, sino que ya no resulta interesante como inversión a futuro, ni  siquiera para los millonarios vernáculos.
Sólo para esnobs y fanáticos  Algunas personas vinculadas al tema confirman que la práctica de guardar  botellas en el hogar (con propósitos que vayan más allá de un discreto número  para tener a mano) está en vías de desaparecer. Todos coinciden asimismo en que,  si bien aún quedan algunos interesados en tales prácticas, su número es  ciertamente bajo y responde a grupos más bien herméticos. Para Antonio  Fernández, de la distribuidora Alimentos del Mediterráneo, "los tiempos máximos  de guarda se acortaron a uno o dos años". Según su visión, "ya no quedan grandes  coleccionistas de vinos, en parte porque tuvieron muchas malas experiencias en  el pasado guardando vinos argentinos demasiados años". Estas palabras vienen a  complementar lo dicho anteriormente, porque el público entiende que el vino  argentino se debe beber, en general, joven. Las excepciones están dadas por muy  pocos ejemplares nacionales y algunos vinos extranjeros tan prestigiosos como  caros y escasos en nuestro medio. "Tiene sentido guardar ciertos vinos  importados de regiones reconocidas y muy buena calidad, pero se trata de un  segmento demasiado chico, por lo que su incidencia comercial es prácticamente  nula", concluye Fernández.
Algo similar opina Alejandro Castro, de la  vinoteca Vintage, y aporta, además, números concretos: "En nuestra zona  (Belgrano), alrededor de un 10% de la gente pide vinos para guardar", dice  Castro y continúa, "se trata de un tipo de cliente bastante particular que me  resulta difícil definir, pero creo que esas compras responden, más que nada, al  esnobismo". Este último comentario continúa en la senda señalada y agrega un  nuevo ingrediente capaz de acelerar la desaparición de las cavas caseras: el  esnobismo. Las conductas que caracterizan este defecto del carácter son, como  todos sabemos, pasajeras y proclives a volcarse sin titubeos hacia otros  horizontes en el momento más imprevisto. Si los esnobs guardan botellas hoy,  seguramente mañana cambiarán su gusto por los vinos extremadamente  jóvenes.
Por lo visto, los pequeños ejércitos de botellas prolijamente  acostadas en largas estanterías serán muy pronto una imagen exclusiva de los  comercios especializados. El frenesí de la vida moderna, el poco tiempo  disponible, los costos crecientes, la falta de espacio físico y,  fundamentalmente, la visión del vino como una bebida fácil y accesible, carente  de la mistificación de otras épocas, están terminando con esa práctica tan  antigua. El tiempo dirá si la desaparición de las cavas hogareñas será para  siempre, o si algún día resurgirán.
Algunos tips para coleccionistas  empedernidos
A pesar de ser una especie que se vuelve exótica, aquí van  algunos breves consejos para los que quieren guardar botellas durante un período  largo con el fin de que sus vinos mejoren.
• Ninguna cava casera se puede  concebir sin un criterio ordenado. Hay que saber muy bien qué tipos de vinos son  los más adecuados y en qué ocasiones serán consumidos.
• El seguimiento  continuo permite estar atento al estado de las distintas etiquetas según pasa el  tiempo. Por eso, siempre resulta preferible tener menos variedad de marcas, pero  al menos tres o cuatro botellas de cada espécimen para abrir uno con ciertos  intervalos regulares (seis meses, un año) y observar
su evolución.
• La  apertura de un gran ejemplar guardado durante años exige las mejores copas y  todos los recursos gastronómicos posibles, o sea, una buena comida. Es  fundamental buscar el maridaje apropiado evitando sabores fuertes que distraigan  la atención de las sutilezas implícitas en un vino maduro.
• Para ayudar al  orden y el criterio lógico de reposición, se vuelve imprescindible contar con  algún tipo de listado o inventario que se vaya actualizando con cada movimiento  de entrada o salida.
• Una numerosa reserva de vinos sólo tiene sentido si  implica un compromiso perdurable. Desanimarse y desentenderse a los pocos años  no hace más que dejar al interesado con un montón de botellas huérfanas de  propósito, sin contar el perjuicio económico y el tiempo  perdido.
F:elconocedor