En torno a las raíces de la crisis 
     El economista alemán Wilhelm Röpke enriquece el  debate con algunas penetrantes observaciones.
   El profesor Domènec Melé escribe en el último número de la Revista de  Antiguos Alumnos del IESE un sugerente artículo titulado "Las raíces  profundas de la crisis", en el que aporta una visión más amplia que las  habituales tesis simplistas que todo lo reducen a la maldad de los especuladores  o a la codicia de los banqueros.
 Distingue Melé entre dos polos que configuran la actividad económica: el "eje  estructural", o estructura jurídico-social, y el "eje de significado". El  primero se compone de Regulaciones e incentivos, que incluyen  normas gubernamentales y corporativas, procesos e incentivos y de  Condiciones operativas, desde el funcionamiento de los  instrumentos financieros hasta la vigilancia y el control del sistema. En el  segundo polo se ubicaría la Cultura dominante, esto es, las  ideas, teorías y valores culturales subyacentes y los Agentes,  considerando su mentalidad, valores personales y carácter moral (virtudes y  vicios).
 Un análisis exhaustivo de las raíces de la crisis supondrá, admitido el mapa  propuesto, una revisión de qué ha fallado, si es que ha fallado algo, en cada  uno de los polos configuradores de la actividad económica. El resultado será,  con total seguridad, más rico que la mera atribución de todas las culpas a la  codicia humana, sin descartar que ésta pueda haber jugado un papel, pero siendo  también conscientes de que ésta existía antes de la crisis y existirá mientras  los hombres continúen su peregrinar terreno. El lector que haya llegado hasta  aquí puede estar tranquilo, pues no pretendemos abordar ese análisis exhaustivo,  sino que nos limitaremos a comentar algunos aspectos en la senda de lo indicado  por el profesor Melé.
 En primer lugar nos detendremos en el ámbito de las regulaciones, y más en  concreto en un lugar común que quizás estemos aceptando de modo demasiado  simplista. Escribe Melé: "Parece claro que la regulación estadounidense era  escasa, ineficiente o mala en lo que se refiere al funcionamiento de los bancos  de inversión y al mercado de las hipotecas subprime. Tampoco eran de  recibo los procesos de vigilancia y control establecidos ni el funcionamiento de  las agencias de calificación de riesgos para un correcto funcionamiento del  sistema".
 Sin embargo, la escasez de la regulación, al menos en el caso del mercado  hipotecario, no era tal. Muchos coinciden en que la crisis financiera se originó  en el ámbito de las hipotecas norteamericanas, las famosas hipotecas "ninja" (no  income, no job) que el profesor Abadía ha popularizado. El colapso de las dos  entidades norteamericanas especializadas en dar hipotecas, Freddie Mac y Fannie  Mae, supusieron en efecto el pistoletazo de salida de la dinámica de crisis. No  obstante, el problema de Freddie Mac y Fannie Mae no fue principalmente de falta  de regulación y control por parte del gobierno, sino precisamente de lo  contrario, de una regulación y unas presiones políticas, impulsadas por la  administración de William Clinton, que promovían, en aras de la lucha contra la  desigualdad y la discriminación, la concesión de hipotecas a grupos sociales  desfavorecidos a los que con criterios de mercado nunca se les habrían  concedido. Esta política, que llegó a contaminar hasta casi un tercio del  volumen de actividad de las citadas entidades, se ha demostrado como una  auténtica bomba de relojería que finalmente ha estallado, como venían avisando  desde hacía tiempo muchos economistas serios. Parece evidente que la distorsión  del mercado, el obligar a un agente que en principio debe regirse por criterios  de mercado a actuar de modo contrario a lo que económicamente es razonable, no  puede salir gratis.
 Releyendo estos días el que ya es un clásico, el libro "Más allá de la oferta  y la demanda", del economista alemán Wilhelm Röpke, quien fuera artífice  intelectual del milagro alemán de la postguerra, he encontrado unas palabras que  me parece sintetizan bien lo que el colapso del mercado hipotecario  estadounidense nos muestra. Dicen que los clásicos lo son porque mantienen una  perenne actualidad; el comentario de Röpke justifica este calificativo y nos  coloca ante la falacia con la que actualmente convivimos. Escribe Röpke:
 Y lo que es peor es que estas perturbaciones provocadas por la  intervención estatal se aducen muchas veces como pruebas de la insuficiencia de  la economía de mercado y, por ende, sirven como justificación de nuevas y más  profundas injerencias, cuando una atenta visión del problema muestra que la  culpa es de las injerencias mismas.
 Cuando se asume desde diversas instancias que la solución a futuras crisis  financieras pasa por regular aún más el mercado, como ya vaticinaba Röpke, es  necesario recordar que en el caso de la única institución financiera que ha  quebrado en España (técnicamente ha sido intervenida por el gobierno) en lo que  llevamos de crisis, Caja Castilla La Mancha, no se puede culpar al mercado, sino  más bien a las interferencias políticas que sufren muchas de nuestras cajas de  ahorro. Lo que sí ha ocurrido es que durante los últimos años los gestores de  entidades financieras sensatos y prudentes eran tildados de apocados e incapaces  de aprovechar las oportunidades, mientras que quienes se lanzaban a dar crédito  con un enorme riesgo eran el modelo a seguir. Pero como me dijo el director  general de una pequeña caja, modelo de prudencia, el problema es que al final el  Estado rescatará a los imprudentes (como así ha sucedido finalmente), lo que  racionalmente da sentido a ese comportamiento: con un Estado presto al rescate,  si las cosas salen bien todo son felicitaciones, si van mal la red del Estado  impide que me lastime. Resulta claro en qué dirección va el incentivo.
 Otra cuestión es la de los sistemas de control y vigilancia. ¿Han fallado  estos sistemas? Seguramente sí, como por otra parte siempre sucede. No es que  haya que descuidarlos, pero tampoco deberíamos hacernos grandes ilusiones:  cualquiera que haya tenido contacto con los sistemas de auditoría y control de  grandes empresas e instituciones sabe lo difícil que es actuar correctamente  cuando las interferencias políticas, en su más amplio sentido, son frecuentes y  la supervisión se convierte, como hemos visto en nuestro propio país en más de  una ocasión, en una tela muy eficaz para cazar arañas pero impotente para  detener elefantes. Y es que los sistemas no son mecánicos, como reconoce Melé al  afirmar que "seguramente hubo negligencia por parte de las personas responsables  de agencias calificadoras". En cualquier caso, será siempre bueno avanzar en la  transparencia y disponibilidad de la información, algo en lo que, sin ir más  lejos, tenemos camino que recorrer en nuestro propio país (¿alguien posee  información veraz para analizar la solvencia de las diferentes cajas de ahorro  españolas más allá de la intuición y el chismorreo?).
 Por último, señala Melé algo crucial que el foco en las cuestiones macro  acostumbra a dejar de lado: "Es fácil atribuir la responsabilidad de lo que ha  ocurrido al "sistema", alegando que los fuertes incentivos económicos y la  presión competitiva condicionan de tal manera las actuaciones individuales que,  prácticamente, no puede exigirse responsabilidad personal. Pero no es así. Los  sistemas son diseñados y gestionados por personas, esto es, por seres  conscientes, libres y responsables de sus actos". Tampoco basta con el manido  recurso a la codicia: "Por otra parte, en el origen de la crisis encontramos  actuaciones contrarias a normas elementales de decencia ética, que denotan  corrupción del carácter moral de las personas; falta de integridad. Codicia, sí,  pero también imprudencia, engaño, fraudes, negligencias, cobardías,  irresponsabilidad por las consecuencias previsibles, falta de solidaridad por la  búsqueda desenfrenada del propio interés sin considerar los efectos colaterales  que pudiera llevar y la correspondiente erosión del bien común". En efecto, sin  hombres virtuosos cualquier estructura está condenada a naufragar.
 Acaba el profesor Melé con la siguiente apreciación: "Muchos buscan evitar  futuras crisis como la actual poniendo el acento en las regulaciones y en un  mejor funcionamiento del sistema. De acuerdo, pero si las causas profundas están  en la cultura imperante y en la moral de las personas, no nos quedemos en la  superficie. Una persona íntegra actúa bien incluso en un mal sistema, y la que  no lo es sabe encontrar lagunas legales o recovecos para sus fechorías en los  mejores sistemas. Una conclusión se impone: mejoremos la regulación y su  funcionamiento, pero pensemos también en mejorar la cultura y la educación de  las personas".
 Es cierto, sin un cambio profundo de la cultura en la que vivimos cualquier  solución será precaria y de corto alcance, y en consecuencia cualquier  iniciativa de mejora en este ámbito debe de ser apoyada. Pero haríamos mal en  olvidar precisamente otro de los apuntes que se recogen en el citado artículo:  "tampoco las regulaciones son "neutras", sino que hacen operativas determinadas  filosofías, ideas y valores". Como antes, Röpke nos alerta de lo que puede estar  sucediendo ante nuestros ojos cuando advierte de que "Existe la  predisposición a refugiarse, ante cualquier nuevo problema que surge en el  horizonte, en una regulación dictada por las autoridades y a impulsar,  consciente o inconscientemente, tras la fachada de la economía de mercado, un  proceso evolutivo que degenera en rigidez burocrática y en omnipotencia del  Estado".