 La presidencia de Cristina Fernández  tendrá que dar cuenta de una de sus principales promesas de campaña:  enfrentar las presiones inflacionarias sin el recurso a las recetas ortodoxas  que aconsejan enfriar la economía. Para ello deberá resolver por lo  menos dos desafíos: mejorar la distribución y atraer más inversiones al país. En  cuanto al sistema de partidos, lo previsible será la conformación de un esquema  bipolar entre una coalición de centroizquierda y otra de centroderecha.
La presidencia de Cristina Fernández  tendrá que dar cuenta de una de sus principales promesas de campaña:  enfrentar las presiones inflacionarias sin el recurso a las recetas ortodoxas  que aconsejan enfriar la economía. Para ello deberá resolver por lo  menos dos desafíos: mejorar la distribución y atraer más inversiones al país. En  cuanto al sistema de partidos, lo previsible será la conformación de un esquema  bipolar entre una coalición de centroizquierda y otra de centroderecha. 
  
 LA CONTUNDENCIA DEL  TRIUNFO de Cristina Kirchner (45 por  ciento de los votos y 22 puntos porcentuales de diferencia con la segunda  candidata más votada, Elisa Carrió) provee a la presidenta electa de un  considerable capital de legitimidad para comenzar su gestión. Lo ilustra el  contraste con la situación de su marido Néstor Kirchner, que asumió la  presidencia en mayo de 2003, después de haber sido segundo en el primer turno  con el 22 por ciento de los votos y de ganar la segunda vuelta por la negativa  de Carlos Menem a participar en él. 
 Sin embargo, en Argentina el capital  inicial es solamente un dato, entre otros, a la hora de prever la suerte de un  gobierno. Cristina gobernará una etapa más rica y compleja que la tuvo que  gobernar el actual presidente; con un similar cuadro de desestructuración  político-partidaria y demandas multiplicadas respecto a las de aquellos tiempos.  
 ¿Cuáles serán las prioridades? De una  campaña electoral más abundante en gestos simbólicos que en definiciones  programáticas, puede deducirse una hipotética agenda de gobierno.  
 CONCERTACIÓN SOCIAL E INCREMENTO DE LA  INVERSIÓN
  La presidencia de Cristina Kirchner tendrá que dar  cuenta de una de sus principales promesas de campaña: la de enfrentar las  presiones inflacionarias sin el recurso a las recetas ortodoxas que aconsejan  enfriar la economía, eufemismo que designa la clásica estrategia del  ajuste. Si ése es efectivamente el camino elegido, tendrá que afrontar por lo  menos dos desafíos: el de contener la puja distributiva dentro de parámetros  razonables y el de mejorar el clima general de inversiones en el  país.
 "El único modo de que la  concertación no desemboque en un juego de suma cero es el incremento de la  inversión. Es un objetivo muy complejo, para cuyo cumplimiento se prepara un  paquete de incentivos en materia tributaria y crediticia"
 La estrategia de abordaje del primer desafío tiene  nombre concreto: se llama concertación social y se propone sentar en  una mesa de diálogo a representantes del empresariado y de los trabajadores para  acordar una estrategia de desarrollo. Aunque la portada de la concertación  remite a grandes objetivos y plazos medios no podrá esquivar el mandato de la  coyuntura en la que nace. Es decir, deberá fijar andariveles más o menos  precisos dentro de los cuales deberán moverse los precios y los salarios en los  próximos dos años. 
 La cuestión no es sencilla porque  chocarán dos criterios no incompatibles pero de compleja articulación. Uno se  centra en razones de justicia distributiva y subraya el hecho innegable de que  el salario no ha recuperado todavía el nivel que tenía a mediados de la década  del noventa; el otro, el de los empresarios, pone el acento en la cuestión de la  productividad de la economía y la necesidad de desalentar expectativas  inflacionarias. La presidenta electa ya ha adelantado que sigue siendo una  prioridad la recuperación del salario y, en general, el mejoramiento en la  distribución de los recursos. 
 El único modo de que la concertación no  desemboque en un juego de suma cero es el incremento de la inversión.  Actualmente está alrededor de un 23 por ciento del Producto Interior Bruto y se  insinúa el objetivo de elevarla cuatro puntos en los próximos dos años. Es un  objetivo muy complejo, para cuyo cumplimiento se prepara un paquete de  incentivos en materia tributaria y crediticia. En ese contexto, cobra  importancia la posibilidad de cerrar frentes conflictivos para la llegada de  inversiones extranjeras; el principal de ellos es el pago de la deuda con el Club de París. El acuerdo  con los acreedores está muy avanzado; solamente queda por acordar el rol que en  él desempeñará el Fondo Monetario Internacional (FMI). 
 El gobierno argentino pretende limitar  al máximo ese papel para que no se filtren presiones de ese organismo, como la  exigencia de reabrir el canje de la deuda pública argentina con los acreedores  que no entraron en el acuerdo de hace dos años. Es muy probable que las  posiciones terminen flexibilizándose y el acuerdo se concrete. 
 ESQUEMA DE PARTIDOS  BIPOLAR
  "Los Kirchner vienen del  Partido Justicialista (
) Sin embargo, el kirchnerismo ha  sostenido el proyecto de reestructurar el sistema de partidos, abriendo paso a  un esquema bipolar entre una coalición de centroizquierda (núcleo gobernante) y  otra de centroderecha"
 Como se ve, Argentina entra en una etapa en la que  la fortaleza del poder político jugará un papel decisivo. Se trata de enfrentar  una amplia constelación de demandas internas y externas y es de prever que  cualquier síntoma de debilidad política podría acarrear importantes costos. En  tales condiciones aparece recurrentemente la cuestión de la relación entre  Néstor y Cristina Kirchner. En los opuestos al gobierno ya se habla del  doble comando, es decir de un gobierno dividido entre el actual y la  futura presidenta. Algunos llegan a considerar que será Néstor quien se reserve  las decisiones finales. De todos modos, hay que decir que algunos de estos  analistas son los mismos que en mayo de 2003 vaticinaban que Néstor Kirchner  sería una marioneta del presidente saliente, Eduardo Duhalde, quien  había sido decisivo para instalarlo en la Casa de Gobierno. Los hechos  desmintieron de modo contundente ese pronóstico.
 La cuestión no se limita, en realidad,  a la relación entre el presidente y su sucesora. Se trata de la consistencia de  la fuerza de gobierno, en un contexto de descentramiento generalizado de los  partidos políticos en Argentina y creciente centralidad de los liderazgos  personalizados. Los Kirchner vienen del Partido  Justicialista y es de esa fuerza de la que han extraído lo fundamental  de sus recursos de gobierno en estos cuatro años. Sin embargo, el kirchnerismo "la frontera entre gestión y construcción política no es tan  clara como en su formulación teórica. Ambas se necesitarán mutuamente" ha  sostenido el proyecto de reestructurar el sistema de partidos argentino,  abriendo paso a un esquema bipolar entre una amplia coalición de centroizquierda  (que encabezaría el núcleo gobernante) y otra de centroderecha. 
 Con esa orientación ha demorado hasta  ahora la normalización del Partido Justicialista y ha promovido un  reagrupamiento, la Concertación Plural, bajo cuyo paraguas incorpora  gobernadores radicales y cuadros del variopinto espectro de la centroizquierda,  heredera de lo que fue el Frepaso en la  década del noventa. No puede descartarse que las resistencias en el interior del  justicialismo, hasta ahora veladas por el éxito de la gestión Kirchner, alcancen  un nuevo relieve. De manera que al lado de la gestión de gobierno (e inseparable  de ella) se desarrollará la política de construcción de una fuerza capaz de  ejercer de centro de gravedad político del gobierno. 
 LA JEFATURA DE LA OPOSICIÓN
  Por lo que se sabe, esa sería la ocupación del  actual presidente después del 10 de diciembre. Claro que la frontera entre  gestión y construcción política no son en la tradición argentina (y  particularmente en la tradición peronista) tan claras como su formulación  teórica. Ambas se necesitarán mutuamente y ambas tendrán que ser preservadas de  un medio ambiente social mucho más exigente que hace cuatro años.  
 Será la suerte de esa doble estrategia  del grupo gobernante la que, en gran medida establezca las formas y la  oportunidad de la oposición política en Argentina. Con extraordinaria prontitud,  ha comenzado después de la elección la competencia por lo que mediáticamente se  llama la jefatura de la oposición. ¿Quién es el jefe de la oposición?  ¿La tradicional Unión Cívica Radical que intenta conservar unido sus bloques  parlamentarios, los más numerosos después del oficialismo? ¿Elisa Carrió que  finalizó segunda y, aunque muy lejos del oficialismo, hizo una muy buena  elección? ¿Mauricio Macri que pocos meses antes consiguió una contundente  victoria electoral en el más visible distrito electoral, la ciudad de Buenos  Aires? 
 No son los variados cálculos  aritméticos los que solucionarán el enigma. Será la política. Concretamente será  la manera de situarse de cada uno de los actores ante un escenario de  expectativas y demandas que, seguramente, premiará la razonabilidad de las  alternativas por encima de la crispación artificial de los gestos que, en los  últimos meses, ha sido un rasgo generalizado de la vida política argentina.
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