Mark Twain: Novelista, humorista y ciudadano del  mundo
(Conmemoración del centenario de la muerte del gran escritor)  (1739)
Shelley Fisher Fishkin, catedrática de Literatura Inglesa y  directora de Estudios Americanos en la Universidad de Stanford, es autora o  editora de muchas obras sobre Mark Twain, entre ellas Was Huck Black? Mark Twain  and African-American Voices (¿Era negro Huck? Mark Twain y las voces  afroamericanas), Lighting Out for the Territory; la obra de 29 tomos The Oxford  Mark Twain y en fechas más recientes, Mark Twain's Book of Animals (El libro de  Mark Twain sobre los animales) y The Mark Twain Anthology: Great Writers on His  Life and Works (Antología de Mark Twain: grandes escritores opinan sobre su vida  y obra).
Por Shelley Fisher Fishkin
William Faulkner dijo que Mark  Twain fue "el primer escritor verdaderamente estadounidense"; Eugene O'Neill  dijo de él que era "el verdadero padre de la literatura de Estados Unidos".  Charles Darwin siempre tuvo en el velador de su cama una copia de Los inocentes  en el extranjero para leerlo cuando necesitaba distraer la mente y descansar a  la hora de dormir. Toda una época debe su nombre a la obra La edad dorada.  Joseph Conrad a menudo pensó en La vida en el Mississippi cuando manejaba un  barco en el Congo.  A Friedrich Nietzsche le encantó Tom Sawyer. Lu Xun  sintió un trance tan fuerte cuando leyó El diario de Eva que lo tradujo al  chino. Ernest Hemingway aseveró que "toda la literatura moderna de Estados  Unidos surge de un libro de Mark Twain titulado Huckleberry Finn", mientras que  su colega también ganador del Nobel Kenzaburo Oe dijo que Huck fue el libro que  con tanto fuerza reflejó su situación en un Japón destruido por la guerra que le  inspiró a escribir su primera novela. El presidente Franklin Delano Roosevelt  tomó la frase "New Deal" (Nuevo acuerdo) de Un yanqui en la corte del Rey  Arturo, obra que impulsó a Isaac Asimov, un gigante de la ciencia ficción, a  atribuir a Twain (junto con Julio Verne) de haber inventado viajar en el tiempo.  Cuando José Martí leyó Yanqui, se sintió tan conmovido por la descripción que  hace Twain "de la vileza de aquellos que trepan sobre sus congéneres, para  alimentarse de su miseria y beber de sus desgracias" que quiso "partir de  inmediato a Hartford [Connecticut] para darle la mano".
Twain es  considerado el Cervantes estadounidense, es nuestro Homero, nuestro Tolstoy,  nuestro Shakespeare, nuestro Rabelais. Desde la desenfadada jerga y humor seco  que caracterizan sus primeros escritos cómicos, hasta los inconfundibles  personajes estadounidenses que habitan su ficción, las obras de Twain  presentaron a los lectores de todo el mundo a personajes estadounidense que  hablaban en cadencias típicamente estadounidenses. Su obra Las aventuras de  Huckleberry Finn es considerada la Declaración de la Independencia de la  literatura estadounidense, un libro que ningún inglés habría podido escribir, un  libro que amplió las posibilidades democráticas de lo que una novela moderna  podía hacer y llegar a ser.
Twain contribuyó a definir los ritmos de  nuestra prosa y los contornos de nuestro mapa moral. Vio lo mejor y lo peor de  nosotros, nuestras promesas extravagantes y nuestros asombrosos fracasos,  nuestras debilidades cómicas y nuestras imperfecciones trágicas. Entendía mejor  que nosotros los sueños y las aspiraciones estadounidenses, nuestro potencial  para la grandeza y nuestro potencial para el desastre. Su ficción ilumina  brillantemente el mundo en que vivió y el mundo que heredamos, cambiándolo, y  con ello a nosotros, en el proceso. Sabía que con frecuencia nuestros pies  bailaban a un ritmo que, de algún modo, estaba lejos de nuestra capacidad de  escuchar, y con un tono perfecto él lo volvía a reproducir para que lo  escucháramos.
Su inequívoco sentido para elegir la palabra correcta, y no  un segundo primo, enseñó a la gente a prestar atención cuando hablaba, sea en  persona o en impreso. ("La diferencia entre la palabra casi correcta y la  palabra correcta es realmente un asunto de gran envergadura. Es la diferencia  entre el relámpago y la luciérnaga").
La ficción estrafalaria, ambiciosa  y sumamente original, y sus obras de no ficción, trataban de los desafíos más  perennes y espinosos y confusos que todavía enfrentamos hoy, como por ejemplo el  desafío de dar sentido a un país fundado para la libertad por hombres que tenían  esclavos; o el rompecabezas de nuestra constante fe en la tecnología sabiendo de  su potencia destructiva; o el problema del imperialismo y las dificultades para  librarse de él. Por supuesto sería difícil encontrar un tema actual que Twain no  haya tocado alguna vez en su obra. ¿Lo genético contra el entorno? ¿Los derechos  de los animales? ¿Los límites del género? ¿El lugar que ocupan las voces de los  negros en el patrimonio cultural de Estados Unidos? Twain ya estuvo ahí. El  escritor satírico Dick Gregory dijo una vez que Twain "estaba tan adelantado en  su tiempo que no debería hablarse de él como de otra gente en el mismo  día".
Al comienzo de su carrera Twain fue elogiado como humorista con  talento. Pero resulta que la superficie cómica ocultaba profundidades  inesperadas. ("Si, tiene usted razón", escribió Twain a un amigo el año 1902,  "soy un moralista disfrazado"). Una y otra vez Twain desafío las expectativas de  los lectores forjando narrativas inolvidables con materiales que antes no se  habían abordados en la literatura. Como dijo una vez William Dean Howells: "Sale  tranquilamente al elegante mundo de las letras y se pasea a lo largo de sendas  pulcramente mantenidas, y se baja al pasto cuando quiere, a pesar de todos los  dictámenes desde el comienzo de la literatura que advierten a la gente de los  peligros y sanciones por la infracción más leve".
Humano, sardónico,  compasivo, impaciente, cómico, atroz, agudamente observador y complejo, Twain  inspiró a los grandes escritores del siglo XX a convertirse en los escritores  que fueron, no solo en Estados Unidos, sino en todo el mundo. Los escritores se  maravillaban con el arte que Twain lograba sacar del habla de la gente común,  habla cuya presencia anterior en la literatura fue a menudo ridiculizada. Jorge  Luis Borges observó que, en Huckleberry Finn "por primera vez un escritor de  Estados Unidos utiliza el idioma estadounidense sin aspavientos". Twain enseñó a  los escritores estadounidenses, desde Arthur Miller hasta David Bradley, Ralph  Ellison, Ursula Le Guin, Toni Morrison y a muchos otros, importantes lecciones  sobre el oficio de la ficción. También algunas figuras claves en las artes  visuales se transformaron con la lectura de Mark Twain. Por ejemplo, el  caricaturista Chuck Jones, que tuvo un papel importante en la creación de íconos  de la cultura estadounidense como el Correcaminos, Wily E. Coyote y el Conejo  Buggs Bunny, encuentra los antecedentes de estos personajes a su lectura de  Roughing It (Vida difícil).
Nacido en 1835 en el pueblo de Florida  (Misuri), Sam Clemens (que adoptaría el nombre de "Mark Twain" en 1863) pasó su  infancia en el pueblo de Hannibal (Misuri). En 1847, cuando su padre falleció,  Sam, que entonces tenía 12 años, terminó su educación escolar formal y entró a  trabajar como aprendiz de imprenta en la oficina de un periódico local, para más  tarde trabajar como peón impresor en Saint Louis, Nueva York, Filadelfia,  Washington y otros lugares. Pasó dos años estudiando ríos y se hizo piloto para  navegar lanchas en el río, pero su trayectoria profesional en el río terminó con  la Guerra Civil estadounidense. Tras pasar dos semanas en una improvisada unidad  de la Guardia Estatal de Misuri, que simpatizaba con la Confederación, se marchó  al territorio de Nevada junto con su hermano para intentar hacerse rico con la  minería de plata. Aunque fracasó como explorador minero, tuvo éxito como  periodista. Saltó por primera vez a la fama nacional cuando su cuento "Jumping  Frog" ["La rana saltarina del condado de Calaveras"] se publicó en 1865. Cortejó  a Olivia Langdon, de Elmira (Nueva York), y en 1869 publicó  Los inocentes  en el extranjero, con gran acogida popular. Se casó, estableció su familia y  comenzó a escribir los libros por los que se le conoce actualmente, mientras  vivía en la mansión familiar que construyó en Hartford (Connecticut). Los  problemas económicos lo obligaron a cerrar la mansión y trasladarse a Europa con  su familia a principios de la década de 1890. Más tarde en esa década pudo salir  de la bancarrota al iniciar una gira de conferencias que lo llevó a África y a  Asia. A finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX condenó a su país, y a  varias potencias europeas, por las aventuras imperialistas que había desatado  por el mundo, y se convirtió en vicepresidente de la Liga Antiimperialista. Los  galardones y honores que recibió en sus años finales (titulaciones honoríficas,  celebraciones de su cumpleaños) no pudieron rellenar el vacío en su
corazón  debido a la muerte de su esposa y dos de sus hijas. Twain murió en  1910.
En 1899, el diario London Times describió a Twain como "el  embajador itinerante de Estados Unidos". Había visto gran parte del mundo, más  que cualquier otro escritor estadounidense importante que le precediera, y sus  libros serían traducidos a más de 70 idiomas. Los caricaturistas lo convirtieron  en un ícono mundial, como el "Tío Sam". Twain fue uno de los primeros ciudadanos  estadounidenses realmente cosmopolitas, que se sentía tan bien en el mundo como  en su país natal.
"¿Cual es la ley más rigurosa de nuestro ser?",  preguntó Twain en un comentario que hizo el año en que se publicó Huckleberry  Finn. ¿Su respuesta? "Crecer. Ni el más pequeño átomo de nuestra estructura  moral, mental o física puede quedarse quieto ni un año. En otras palabras,  nosotros cambiamos, y debemos cambiar constantemente, y seguir cambiando durante  el tiempo que vivamos". Este hijo de dueños de esclavos, Twain creció para  escribir el libro que muchos consideran como la novela más anti-racista escrita  por un estadounidense, que claramente surge de su propia experiencia. Molesto  con su propio fracaso para cuestionar el injusto estancamiento durante su  infancia en Hannibal, Twain se convirtió en un detractor convincente de la fácil  aceptación de la gente a lo que él denominaba "la mentira de la aseveración  silenciosa", o sea, la "aseveración silenciosa de que nada está ocurriendo que  hombres justos e inteligentes sepan y estén comprometidos en el deber de  frenarlo". La experiencia también le enseñó a no subestimar el poder  transformador del humor. El escritor satírico más grande que ha producido  Estados Unidos escribió que la "raza humana en su pobreza tiene un arma  incuestionablemente eficaz: la risa. El poder, el dinero, la persuasión, la  súplica, la persecución, todas pueden intentar levantar un disparate colosal,  empujarlo, atosigarlo un poco, debilitarlo, siglo tras siglo, pero solo la risa  puede hacerlo estallar en pedazos y ráfagas de átomos. No hay nada que se  resista al ataque de la risa".
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