
 Esta semana recibí de la Iglesia Católica un documento  denominado "Chile, una mesa para todos en el Bicentenario", que contiene  reflexiones sobre el sentido de nuestro Bicentenario y una solicitud para que,  con motivo de su celebración, se conceda un indulto a quienes se encuentren  presos en situaciones especialmente aflictivas. También recibí de las Iglesias  Evangélicas propuestas conteniendo reflexiones y solicitudes de la misma  naturaleza.
 En los días posteriores, consulté opiniones sobre estas reflexiones y  propuestas a líderes del mundo político y religioso, y seguí con mucha atención  el debate generado en la sociedad civil.
 Todo ello me ha permitido realizar un proceso sereno de reflexión sobre estas  propuestas y sus posibles consecuencias sobre nuestra convivencia y sociedad, y  formarme una convicción profunda de lo que creo es lo mejor para Chile y el  bienestar de los chilenos, que hoy quiero compartir con todos mis  compatriotas.
 En primer lugar, quiero valorar y agradecer sinceramente a la Iglesia  Católica y Evangélica por sus valiosas reflexiones sobre virtudes tan  significativas como la compasión, el perdón y la reconciliación, y por la  inspiración noble y constructiva de sus propuestas. Este Presidente y nuestro  gobierno comparten plenamente y tienen la firme voluntad de promover estos  valores en la sociedad chilena.
 Por otra parte, si bien valoramos el debate generado a partir de estas  propuestas, no podemos ignorar que ellas continúan produciendo, en parte de la  sociedad chilena, un clima de tensión y división que muchas veces reabre las  viejas heridas y rencores del pasado.
 Es también necesario y conveniente recordar que el año 2001, con  ocasión de la celebración del nuevo siglo y milenio, se dictó la ley 19.736  sobre indulto general, que benefició a más de 1.500 condenados que recuperaron  su libertad u obtuvieron significativas rebajas en sus condenas.
 Adicionalmente, el año 2003 se dictó una nueva ley, la 19.856, que  permitió a los condenados con buena conducta reducciones de hasta tres meses por  año en sus penas. Esta ley ha favorecido a más de 18.500 condenados en el  período 2004-2010 y lo seguirá haciendo en el futuro, pues se trata de una ley  vigente y de efectos permanentes.
 
 Finalmente, el año 2004 se dictó un tercer indulto general, a través  de la ley 19.965, que favoreció a los condenados por el delito de asociación  ilícita terrorista, delitos de la ley de control de armas y delitos sobre  seguridad del Estado, ocurridos entre los años 1989 y 1998.
 En otras palabras, en nuestro país y en menos de 10 años, ya se han  realizado tres concesiones generales de indulto y perdón.
 
 Por otra parte, nuestro gobierno asumió compromisos con la ciudadanía  que vamos a honrar y cumplir. Entre ellos destaco combatir en forma firme y  eficaz la delincuencia y el narcotráfico, proteger adecuadamente a las víctimas,  resguardar con energía la seguridad ciudadana, y fomentar una cultura de respeto  irrestricto a los derechos humanos de todos, en todo lugar, tiempo o  circunstancia.
 
 En consecuencia, incorporando todos los valores antes mencionados y  considerando por sobre todo el interés superior de la patria y el bienestar de  los chilenos, he llegado al convencimiento que, en los tiempos y circunstancias  actuales, no es prudente ni conveniente promover el otorgamiento de un nuevo  indulto de carácter general.
 Sin perjuicio de lo anterior, acogeré el espíritu de las propuestas  de las Iglesias y su invocación ala compasión, el perdón y la  reconciliación a través del ejercicio de la facultad presidencial de otorgar  indultos particulares. Para ello, este Presidente hará uso de  sus facultades en forma prudente y restrictiva, analizando caso a caso  consideraciones de carácter humanitarias debidamente acreditadas, y siempre que  ello no debilite nuestra lucha frontal y decidida contra la delincuencia y el  narcotráfico ni la cultura de respeto irrestricto a los derechos  humanos.
 Estos indultos considerarán factores como la avanzada edad, enfermedades  terminales y otras razones humanitarias equivalentes, y velando siempre porque  estos beneficios no dañen el alma de Chile ni signifiquen un peligro para la  sociedad. En consecuencia, quedarán excluidos de estos beneficios aquellos  condenados por delitos especialmente graves, como son los de lesa humanidad,  terrorismo, narcotráfico, homicidio, de sangre, violaciones o abusos deshonestos  contra menores, y otros equivalentes, además de delincuentes reincidentes.
 También comparto con las Iglesias su profunda preocupación por las  condiciones de vida de quienes están hoy presos en las cárceles chilenas. Al  respecto, quiero recordar y compartir las palabras del Papa Benedicto XVI cuando  afirmó que "la cárcel priva a un hombre de su libertad, pero jamás de su  dignidad de ser humano". Nuestro gobierno está muy conciente del déficit  heredado en materia de infraestructura y gestión penitenciaria y de las  precarias condiciones y el hacinamiento en que viven muchos presos, lo cual  atenta contra sus posibilidades de rehabilitación y reinserción  social.
 Sin embargo, estimamos que la mejor respuesta de nuestra sociedad a esta  lamentable situación no pasa por la liberación masiva de presos, sino por una  mejoría en las condiciones de vida y dignidad de los mismos. Por estas razones,  nuestro gobierno está comprometido y avanzando decididamente en un ambicioso y  exigente plan que contempla la construcción de más y mejores recintos  penitenciarios, la ampliación y mejora de las instalaciones existentes, el  rediseño de instalaciones penitenciarias en ejecución y el impulso de tratados  que permitan el traslado de condenados extranjeros para que cumplan el resto de  sus condenas en sus países de origen.
 Adicionalmente, he solicitado al Ministro de Justicia que, en un plazo no  mayor de 3 meses, realice una completa revisión de la situación de los internos  en las cárceles de nuestro país, tendiente a mejorar las condiciones de vida de  los reclusos y de trabajo de los gendarmes, modificar reglamentos penitenciarios  para lograr mejoras en el trato a los internos, beneficios intrapenitenciarios,  sistemas de visitas de los familiares, apoyo religioso y sicológico, asistencia  legal a los más débiles y oportunidades de estudio, deporte, cultura,  rehabilitación, reinserción social y empleos remunerados para los presos.
 Además nuestro plan contempla un profundo fortalecimiento y reforma de las  penas alternativas a la privación de libertad, tales como la reclusión nocturna,  la libertad vigilada y los trabajos sociales en favor de la comunidad. Para que  éstas penas sean efectivas y no pongan en peligro a las víctimas ni a la  sociedad, estableceremos un adecuado régimen de control de estas penas  alternativas, lo cual se logrará aumentando el número y capacitación de los  delegados que las controlan y la aplicación de tecnologías de punta, como el  brazalete electrónico y control domiciliario, para cierto tipo de  delincuentes.
 En otras palabras, más que perdonar nuevamente condenados para que,  pasadas las celebraciones del Bicentenario, todo siga como antes, estamos  comprometidos con una profunda reingeniería y modernización de nuestro sistema  penitenciario, tanto en su infraestructura como en su gestión, y con mecanismos  más eficaces de prevención y rehabilitación del delito, de forma de tener una  sociedad más segura y con menos delincuencia.
 El ejercicio de la Presidencia de la República nunca ha sido una  tarea fácil. Significa tomar decisiones difíciles y complejas. Esta no ha sido  una excepción. He tomado esta decisión después de una serena reflexión y con una  profunda convicción de que es lo mejor para Chile y los chilenos.