La rebelión de las bacterias se cobra  vidas
 
 
 Las  unidades de cuidados intensivos-  CONSUELO BAUTISTA
  
 Los  microorganismos se defienden creando resistencias a los antibióticos - Viejas  enfermedades vuelven a matar - Uno de cada cien pacientes muere por infecciones  contraídas en el hospital 
 M.  PÉREZ OLIVA  26/11/2008 
  
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 ¿Es  posible que lleguemos a morir, nosotros o nuestros hijos, de las mismas  infecciones que morían nuestros abuelos o bisabuelos? ¿Moriremos otra vez de  pulmonía o incluso de una simple infección de orina, como ocurría antes de que  apareciera esa arma de destrucción masiva de bacterias que fue la penicilina?  Pues sí. Si tenemos la mala suerte de infectarnos por un microorganismo  resistente a los antibióticos, eso puede ocurrir y de hecho ocurre. Las  bacterias que provocan esas enfermedades han aprendido a defenderse creando  resistencias que las hacen invulnerables, y pueden acabar ganando la  batalla.
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 Las  infecciones resistentes ya no están únicamente en los  hospitales
 Desde  1998 han aparecio 11 antibióticos, pero sólo 3 eran  nuevos
 La  capacidad de mutar se transmite entre los distintos  microorganismos
 Tratar  las cepas más resistentes es mucho más caro que la  penicilina
 La  lucha contra las infecciones, que en el siglo XX contribuyó a que se doblara la  esperanza de vida, está retrocediendo en nuevos e inesperados frentes. La  resistencia de los patógenos empezó en el santuario mismo de la medicina, el  hospital, y allí siguen acantonados, cada vez más resistentes. Unos 50.000  europeos mueren cada año por infecciones contraídas durante la hospitalización,  y la mayoría de estas muertes están provocadas por cepas bacterianas resistentes  a los antibióticos. El problema es que las bacterias resistentes están saliendo  del hospital: cada vez se diagnostican más casos de infecciones contraídas en la  comunidad que no responden a los tratamientos habituales.
 Estamos  pues ante un nuevo escenario en el que los microorganismos van más deprisa  creando resistencias que la industria farmacéutica produciendo nuevos  antibióticos. De modo que aunque "no es posible comparar la situación actual con  la de nuestros abuelos y bisabuelos, porque ellos no tenían ningún antibiótico y  nosotros tenemos muchos", según palabras de Jerónimo Pachón, jefe del servicio  de Enfermedades Infecciosas del Hospital Virgen del Rocío de Sevilla, lo cierto  es que las posibilidades de morir de una infección relativamente común están  aumentando.
 "Sí,  es posible que muramos de enfermedades que creíamos totalmente controladas.  Hemos de reconocerlo y advertirlo a la población, porque de lo contrario no  seríamos honestos ante el futuro. Cada vez nos encontramos con más casos de  organismos resistentes, no a uno, sino a varios antibióticos, de manera que las  opciones terapéuticas que quedan son muy limitadas, y en algunas ocasiones,  nulas", corrobora Rafael Cantón, jefe del Servicio de Microbiología del hospital  Ramón y Cajal de Madrid.
 "Las  resistencias surgen porque las bacterias evolucionan y también porque el mal uso  y abuso de los antibióticos les está dando la oportunidad de adaptarse y crear  nuevos mecanismos de defensa. Ellas siguen una regla esencial para la  supervivencia de cualquier ser vivo. Y los microorganismos que se han  atrincherado en los hospitales son precisamente aquellos que son capaces de  resistir mejor el ataque de los antibióticos. Luego el problema que tenemos es  muy serio", añade Antoni Trilla, jefe del servicio de Medicina Preventiva y  Epidemiología del hospital Clínic de Barcelona.
 Varios  factores contribuyen a este retroceso. En primer lugar, el mal uso de los  antibióticos, bien porque se prescriben cuando no son necesarios, bien porque el  paciente no cumple las pautas de dosis y tiempo prescritas. Es también un efecto  indirecto del progreso médico: vivimos más años, cierto, pero también hay más  enfermos crónicos, que ingresan una y otra vez con los patógenos a cuestas. Los  hospitales atienden cada vez a pacientes de más riesgo y por tanto, más  frágiles. El resultado es que entre siete y quince pacientes de cada cien que  ingresan contrae una infección en el hospital, y el 10% de ellos, es decir, uno  de cada cien ingresados, morirá, no de la enfermedad que le llevó al hospital,  sino por la infección que ha contraído allí.
 "Estamos  viendo algunos tipos de infecciones hospitalarias para los que no hay ninguna  alternativa de tratamiento o las que hay no son del todo efectivas", explica  Benito Almirante, jefe clínico de Enfermedades Infecciosas del hospital Vall  d'Hebrón de Barcelona. Almirante cita a la Pseudomona aeruginosa como una  de las bacterias más temibles. Algunas cepas de pseudomonas son tan resistentes  que cuando infectan a pacientes con afecciones respiratorias graves como  fibrosis quística o bronquitis crónica, prácticamente no tienen opción  terapéutica. "En nuestro servicio vemos unos seis casos al año", indica  Almirante.
 El  ejemplo paradigmático de cómo evolucionan las resistencias podría dar título a  una novela de Le Carré: se llama MRSA, iniciales en inglés del Staphilococcus  aureus resistente a la meticilina. Es la bacteria que infecta con frecuencia  las heridas quirúrgicas y también puede provocar neumonía o infecciones de la  sangre y los tejidos blandos. Su hábitat más propicio son las unidades de  cuidados intensivos, aunque se puede aislar en otras zonas del hospital. Primero  creó resistencias a la penicilina, y luego a su sucesora, la meticilina. En  estos momentos, entre el 20% y el 40% de las cepas son también resistentes a la  meticilina. Afortunadamente quedan dos fármacos, aunque ninguno de los dos  ofrece garantías de efectividad en todos los casos. La pregunta es: visto su  historial, ¿cuánto tardará este estafilococo en hacerse resistente también a  estos antibióticos?
 El  problema radica en que estas cepas resistentes han salido del perímetro  hospitalario. En Estados Unidos se han notificado casos comunitarios de  variantes extremadamente virulentas de MRSA en niños y deportistas. Rafael  Cantón observa que, últimamente, no todos los enfermos que se diagnostican en  España han contraído la infección en el hospital: "Los últimos datos indican que  el 45% de las infecciones por estafilococo áureo son resistentes a varios  fármacos, y el 8% del total se ha contraído fuera del  hospital".
 También  las neumonías causan estragos. Pueden estar provocadas por diferentes patógenos,  pero el más frecuente es el neumococo. El mal uso y la automedicación con  antibióticos, recuerda Trilla, había conducido a que España figurara entre los  países con mayor tasa de resistencia de este patógeno a la penicilina. Se  llegaron a alcanzar tasas del 40%.
 Gracias  a las campañas públicas para un mejor uso de los antibióticos, estas  resistencias han bajado al 25%. Es una buena noticia. La mala es que  paralelamente ha aumentado la resistencia frente a los antibióticos que venían  siendo la alternativa: el 35% de las cepas ya no responde tampoco a la  eritromicina. Aún quedan las quinolonas, pero, ¿qué hacer con el 3% de pacientes  que tampoco responden a ellas? "Si el neumococo da un paso más y genera nuevas  resistencias antibióticas, puede convertirse en un gran problema", afirma  Trilla.
 El  caso de la Escherichia coli (E. coli) es un buen ejemplo de cómo  se las resistencias se expanden fuera del hospital. Esta es una bacteria muy  familiar; de hecho, vive en la flora intestinal. Provoca cistitis e infecciones  de orina muy comunes que hasta ahora se combatían fácilmente con antibióticos de  uso habitual. Lo nuevo es que algunas cepas de esta bacteria tan común ya no  responden a ellos, de modo que hay que recurrir a los antibióticos de amplio  espectro de uso hospitalario, y una infección que antes podía controlarse  fácilmente en casa, ahora puede requerir hospitalización.
 "En  este caso el problema no es que no tengamos alternativas. Las tenemos. Pero  tratar estas infecciones comunitarias tan prevalentes con antibióticos de uso  hospitalario lo que hace es contribuir al ciclo de las resistencias", sostiene  Cantón. De hecho, el 8% de las cepas de E. coli que se analizan en los  laboratorios españoles son ya también resistentes a los antibióticos de amplio  espectro, y, en estos casos, las alternativas que quedan son ya pocas. La  Agencia de Protección de Salud de Reino Unido ha lanzado una alerta tras  comprobar que cada año se producen en el país 20.000 casos de infecciones  sanguíneas por E. coli, y el 12% no responde al tratamiento, lo cual  puede ser fatal.
 La  cuestión es por qué crece la espiral de resistencias y cómo podemos evitarlas.  "Las resistencias crecen", explica Rafael Cantón, "porque los distintos  microorganismos no sólo tienen la capacidad de mutar y cambiar su estructura  para defenderse, sino que pueden transferirse unos a otros esa propiedad. Muchos  de ellos comparten hábitat, nuestro propio cuerpo. Para defenderse y hacerse  resistentes, producen unas enzimas que destruyen el antibiótico, y los genes que  controlan estas enzimas se encuentran en unos elementos móviles de la estructura  del microorganismo, que pueden pasar de uno a otro". Así se explica la aparición  y fulgor de unas nuevas bacterias intestinales de nombre imposible -las  enterobacterias productoras de betalactamasas de espectro extendido- conocidas  como BLEE. Aparecieron hace menos de 20 años y ya representan el 8% de todas las  infecciones por enterobacterias. Lo que asusta es su progresión: en el 2002  apenas representaban el 2%.
 La  producción de antibióticos, en cambio, no parece seguir el mismo ritmo.  Almirante ofrece estos datos: desde 1998 han aparecido 11 nuevos agentes  antimicrobianos, pero sólo tres suponían un nuevo mecanismo de acción. En la  agenda en curso de los laboratorios farmacéuticos hay en estos momentos seis  antibióticos en diferentes fases de experimentación, pero ninguno de ellos es  una nueva familia. Son simples variaciones de los que ya  tenemos.
 Mientras  tanto, el coste de los tratamientos se ha disparado. Tratar con una penicilina  cuesta alrededor de un euro al día. Para las cepas resistentes, la vancomicina  ya cuesta 34 euros diarios y su alternativa, el linezolid, 140. Esa es la  progresión. Y, sin embargo, los laboratorios no parecen muy motivados. En un  contexto de búsqueda de éxitos rápidos y rápidos retornos, la industria ha  perdido interés por los antibióticos. No aparecen como un producto especialmente  atractivo: obtener un nuevo fármaco cuesta no menos de diez años y, en  condiciones tan cambiantes, mejor no arriesgarse.
 La  única forma de parar esta espiral, según Jerónimo Pachón, es mejorar el uso de  los antibióticos e intentar acelerar el conocimiento de los mecanismos de las  resistencias. "El diagnóstico de las infecciones es hoy mucho más complejo y de  mayor responsabilidad porque si no aciertas con el tratamiento idóneo, puedes  perjudicar mucho al paciente. Un tratamiento inadecuado incluso puede costarle  la vida. Por eso hay que tener muchos conocimientos y hacer un estudio minucioso  de la historia clínica". El doctor Pachón es, sin embargo, optimista: "Si no  hiciéramos nada, en 20 años podríamos llegar a una situación muy comprometida.  Pero somos muchos los que estamos trabajando para saber más y seguir ganando la  batalla de las infecciones".
 Los  ciudadanos no son conscientes de cómo contribuyen a perder la guerra cuando se  autoprescriben antibióticos o cuando dejan de tomarlos antes de lo que su médico  les ha recomendado. No son conscientes de que son un tesoro que es preciso  preservar.