| 14. Mayo ´08 - La producción de alimentos es un        arma clave y poderosa que Estados Unidos ha aceitado desde hace décadas.        Guerra, alimentos y derechos de propiedad intelectual están estrechamente        vinculados con la estrategia económica de la Casa        Blanca desde los años 70. Desarrollo de        la industria militar, producción masiva de granos y patentes han sido        pilares de la hegemonía estadounidense en la economía        mundial. La comida es un instrumento        de presión imperial. John Block, secretario de Agricultura entre 1981 y        1985, afirmó: "El esfuerzo de algunos países en vías de desarrollo por        volverse autosuficientes en la producción de alimentos debe ser un        recuerdo de épocas pasadas. Éstos podrían ahorrar dinero importando        alimentos de Estados Unidos".   Los productos agrícolas made in USA son una de las principales        mercancías de exportación de ese país. Con su mercado interno saturado        está empujando, agresivamente, para abrir las fronteras a sus alimentos.        Una de cada tres hectáreas se destina a cultivar productos agropecuarios        para exportación. Una cuarta parte del comercio rural la realiza con otros        países. Si hasta antes de 1973 los ingresos por las ventas de este sector        al exterior fluctuaban alrededor de 10 mil millones de dólares cada año, a        partir de entonces aumentan en un promedio anual de 60 mil millones. El        éxito se basó, en mucho, en la combinación de apoyos gubernamentales a la        producción y al producto, para derrumbar los precios por debajo de los        costos de producción, así como en abundantes subsidios a la        exportación.   El presidente George W. Bush        lo ratificó al firmar la Ley de Seguridad para las Granjas e        Inversión Rural de 2002. "Los estadunidenses dijo no pueden comer todo        lo que los agricultores y rancheros del país producen. Por ello tiene        sentido exportar más alimentos. Hoy, 25 % de los ingresos agrícolas        estadunidenses provienen de exportaciones, lo cual significa que el acceso        a los mercados exteriores es crucial para la sobrevivencia de nuestros        agricultores y rancheros. Permítanme ponerlo tan sencillo como puedo:        nosotros queremos vender nuestro ganado, maíz y frijoles a la gente en el        mundo que necesita comer."   Sistemáticamente, los        organismos financieros multilaterales han promovido la destrucción de la        producción agrícola local y la importación de alimentos de las naciones        más pobres. El 70 % de los países en desarrollo son ahora importadores        netos de alimentos. Sus habitantes viven el asesinato silencioso en masa        de esta guerra no declarada.   Aunque los springbreakers del libre comercio, como Robert        Zoellick, presidente del Banco Mundial, insisten en que para superar la        crisis hay que hacer más de lo mismo, esto es, liberalizar los mercados,        desregular la economía, desarrollar nueva tecnología y dar ayuda        alimentaria, el modelo de agricultura industrial y ventajas comparativas        comienza a cuartearse. Los estados se han decidido a intervenir en la        economía.   Según Economist Intelligence        Unit (La        Jornada, 29/4/08), "de 58 países cuyas reacciones son        seguidas por el Banco Mundial, 48 han impuesto controles, subsidios al        consumidor, restricciones a la exportación o aranceles inferiores". Malawi        ha desafiado con éxito el Consenso de Washington y se ha convertido en        exportador de granos.   A finales de febrero el        presidente Evo Morales aprobó un decreto que prohíbe temporalmente la        exportación de varios alimentos, como carne de res y arroz, debido a la        escasez en el mercado. La medida también afecta al trigo, el maíz, el        azúcar y los aceites comestibles, que Bolivia exportaba a naciones        vecinas, cuya carestía en el mercado local disparó los precios. Según el        mandatario boliviano, "en la vivencia familiar, cuando sobran nuestros        productos, tenemos todo el derecho a vender y exportar; si faltan, estamos        en la obligación de garantizar la alimentación familiar".   Quince países        latinoamericanos acordaron en la Cumbre sobre Soberanía y Seguridad        Alimentaria declarar la emergencia. Nicolás Maduro, canciller venezolano,        propuso crear un "fondo agrícola-petrolero" y un banco latinoamericano de        productos agropecuarios. Los gobiernos centroamericanos están        desembolsando dinero en efectivo, dando fertilizantes y semillas        mejoradas, comprando granos a los campesinos para evitar que los altos        precios terminen hundiendo en la miseria a millones de  personas.   India ha prohibido que        arroz, trigo, garbanzos, papas, caucho y aceite de soja coticen en el        mercado de futuros. Rusia ha congelado precios de leche, huevos, aceite y        pan. El gobierno chileno entregará un bono equivalente a unos 45.5 dólares        a un millón 400 mil familias pobres. Indonesia ha triplicado sus subsidios        a los alimentos.   La superficie agrícola        llegó, en lo esencial, a su límite. El modelo de revolución verde de        los 60 ha alcanzado un tope. Entre los 70 y        90, los rendimientos agrícolas crecieron a un ritmo de 2.2 % al año. Sin        embargo, ahora aumentan a una tasa de uno % anual. No hay tierra agrícola        suficiente para producir simultáneamente granos para la alimentación        humana y para "dar de comer" a los automóviles. Es falso que transgénicos        vayan a resolver esa crisis; por el contrario, la agravarán.   Para los pobres del mundo,        las noticias no son buenas. El futuro inmediato será de penuria        alimentaria y altos precios. No hay perspectiva de comida        barata.   El asesinato silencioso en        masa que viven hoy las naciones no desarrolladas y sus pueblos debe ser        detenido. Ello sólo será posible cambiando drásticamente el actual sistema        agroalimentario. La solución al problema está en manos de 450 millones de        campesinos minifundistas, a los que, por todos los medios, se ha tratado        de expulsar de sus parcelas. Tres cuartas partes de los pobres del mundo        sobreviven de la agricultura, y 95 % de los campesinos habitan en países        pobres. Es a ellos a quienes debe apoyarse.   También deben impulsarse        políticas públicas que defiendan la soberanía alimentaria de las naciones.        Cuando sea necesario, los gobiernos deben tener el derecho a cerrar sus        fronteras para defender su producción interna, a apoyar a sus productores        con los estímulos que consideren convenientes. Hoy, más que nunca, la        agricultura debe estar fuera de la Organización        Mundial del        Comercio.   Como lo saben quienes han        vivido guerras, la mayor debilidad de una nación es depender de otras para        alimentar a sus ciudadanos. La comida más cara es la que no se        tiene.   |