Opinión: "Acoso moral", por Bernardita  Bielsa
(Magalí  Vidoz): Sueño recurrente, uno los síntomas más comunes del acoso  moral.
Por  Bernardita Bielsa *
Si  nos duele algo y no es malestar físico, es porque estamos vivos espiritualmente.  Si le echamos la culpa a los demás de nuestras propias heridas del alma, lo que  hacemos es evitar calmar momentáneamente el malestar, pero si a la larga no nos  hacemos cargo, puede resultarnos una trampa  mortal.
24  horas: Una vida menos
"Ayer  llegada de mí marido luego de una semana de ausencia. Camino al hogar ya la cosa  se perfila. Comienza con un "se rompió un amortiguador" (¿será?); "la pintura  está muy gruesa"; "no pongas tus plantas allí porque me molestan"; "que joda lo  del perro". En la casa mimos y caricias de diversa índole. Por ahora es "vení a  acostarte conmigo"; "te extrañé"; "no quiero estar sólo"; "quiero tocarte";  "estar adentro tuyo". Y digo "por ahora" porque esta película ya la ví muchas  veces. Sexo con mucho esfuerzo, no quiero que me toque, es como si me violaran.  Pero va en serio, me entrego, no tengo retorno. ¿Por qué no lo tuve así hace un  año atrás, cuando lo amaba? ¿por qué ahora? Estoy rota. Esto no se recompone. No  se pega. No se disimula.
Hoy mediodía. Molestias por la enfermedad del  perro (mi perro), dice que "lo va a sacrificar". Los hijos escuchan y cambian la  cara. La cosa empieza a subir de tono porque según él no compré lo que me pidió,  y allí comienza la arenga de siempre. Cambio de modulación y volumen de su voz,  y abruptos de comportamiento, como aquel hombrecito de las series televisivas de  los años 80, que se transformaba en un monstruo increíblemente verde, grande e  infernal cuando estallaba en ira. Lo menos que dice es que "no pongo esfuerzo en  lo que él me pide"; "hice un viaje y no solucioné lo que tendría que haber  resuelto". Sale para su trabajo no sin antes decir que "no sirvo para nada", y  pegar el portazo correspondiente. Nos quedamos los chicos y yo en un vacío legal  absoluto. Mi hijo dice "otra vez con lo mismo". Los restantes intentan disimular  pero dudo que lo logren. Me encierro en mi habitación, trato de dormir un rato,  apelar al recurso de siempre: Escapar en el sueño o reventar. Me despierto y ya  son las cinco de la tarde. Alguno de los chicos estudia (¿o también se evade?).  Los otros salieron ¿estarán en la casa de algún amigo?
Me siento casi  como un trapo de piso, pero sin embargo espero su regreso como lo hago hace más  de diez años. Quiero que se vaya, pero cuando no está me impaciento, quiero que  vuelva, tengo malestar - ese "no sé qué" en el estómago que no me permite comer,  estoy a la expectativa a pesar de que el camino siempre lo trajo a mi puerta.  Las cosas han ido empeorando con el tiempo, y día a día la relación se tensa por  cualquier motivo, es como una sesión de tortura, un ejercicio cotidiano. Para mi  álbum de figuritas repetidas, detallo sintéticamente algunas frases de las  conversaciones mantenidas en estas poquísimas horas, menos de 24, una realidad  que ya no quiero y de la que me tengo que hacer cargo: "no te vayas"; "no me  dejes"; "si querés podes irte, pero hacelo ahora, allí está la puerta";  "perdoname si te hago mal"; "voy a poner en venta la casa"; "¡me voy a ir yo y  no me van a ver nunca más!"; "quedate a dormir conmigo, yo no te voy a tocar";  "vamos a charlar bajito mientras nos dormimos"; "¡estás loca!"; "voy a romper la  computadora para que nadie pueda trabajar"; "me muero si te toca otro"; "no  quiero que te toque nadie", todo mechado con altos y bajos en la conducta, en  las palabras, en los gestos.
Entro otra vez en un terreno que me he  jurado no estar nunca más. Es más fuerte que yo. Me desmorona el contacto físico  amoroso de la noche anterior, y luego las agresiones morales, injustas, sin  sentido. Siento ganas de matarlo. Cuento hasta diez para pensar (o dejar de  pensar). Me odio a mí misma por esto, pero no encuentro la salida. Le pido una y  mil veces que no me toque, que me dé aire. Más se lo pido. Más me aprieta. Más  me asfixia. Insiste conque me quede a dormir con él. Se me cruza por la cabeza  describir exactamente lo que me sucede en este momento como me lo ha pedido el  terapeuta, e inmediatamente - cachetada de ahogado, salgo de donde  estaba.
He pasado tantas noches llorando, y otra vez estoy allí. Es como  si lo deleitara verme mal. Entonces surge lo irracional de buscar calmarme,  sostenerme, abrazarme. Me dice que no me vaya, que tiene miedo que me pase algo,  que todo va a estar bien. Yo le digo que tengo miedo de quedarme. Tengo miedo de  que me pase algo estando con él, y no miento. No es la primera vez que me ocurre  esto. Muchas veces he sentido miedo real de estar al lado suyo. Me parece que va  a llegar un día que no va a poder controlar sus impulsos y agresiones. Él  argumenta que tenemos problemas de dinero. Ojalá nuestros problemas fueran por  eso. Sueño con un día de mi vida en el que sólo tenga problemas de plata, y no  caer a cada momento, en el fondo del infierno mismo."
(Tomás  Otero): Encerrarse, evadirse y desconectarse de la realidad, otra de las señales  que alertan sobre víctimas que están siendo abusadas  sicológicamente.
No  importa el género
El  relato que antecede fue escrito, en base a diferentes encuentros mantenidos con  mujeres, que han sufrido o padecen lo que se conoce como acoso moral. Historias  en su mayoría coincidentes y con denominadores comunes, donde se ponen de  manifiesto todos y cada uno de los síntomas del abuso psicológico, y los roles  que asumen el acosador, la víctima y los (ocasionales) espectadores, que en el  caso intrafamiliar son por lo general los hijos, que son utilizados no sólo como  observadores sino también para que "aprendan" quien manda en la casa.
De  situaciones extremas se han podido documentar por ejemplo el de M. de 44 años,  que cuenta "mi marido no me permitía visitar a mis padres, y no quería tampoco  que nuestras dos hijas hagan lo propio con sus abuelos"; en otro, G. de 32  cuenta que "mi pareja mantenía una dieta estricta por razones de salud, y nos  obligaba por esta razón a mis hijos y a mí a no ingerir otro tipo de alimentos  que no fueran aquellos que él sí tenía permitido comer, cada vez que nos  sentábamos a la mesa nos miraba a cada uno hasta con odio, y nos hacía sentir  como lo peor, esperábamos a que se fuera y sin que él nos viera nos comíamos  todo, con desesperación, y sacábamos los restos que habían quedado rápido a la  basura para que no encontrara rastros de nuestro accionar delictivo".
No  es esta una situación exclusiva de género, pero es la mujer quien más ha debido  darle batalla, y requerido atención y ayuda especializada al tomar conciencia de  la situación en la que se encontraba, ya que son comportamientos que muestran  relaciones absolutamente enfermizas, y de las que sólo se pueden salir bajo  asistencia y control médico  psicológico, y una buena dosis de  mimos. Descargá  acá la nota completa
PUBLICADO  POR PUERTA E EN 10:40 AM 
ETIQUETAS: LA REGIÓN
Rodrigo González Fernández
DIOPLOMADO EN RSE DE LA ONU
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