|   En              una entrada anterior              planteaba una cuestión inquietante y, en parte, incómoda:              la constatación, en los últimos años, de que al declinar de la BE le              corresponde la presencia ascendente de la RSE. Como si en la cultura              empresarial y en los discursos axiológicos también funcionara un              sistema de vasos comunicantes en el que, a medida que se habla menos              de BE, se hable cada vez más de RSE. Apuntemos algunas explicaciones              posibles.                      1.              El enfoque RSE resulta mucho más cercano a la lógica managerial. Su              punto de partida parece a primera vista mucho más concreto y              objetivable: se trata, en definitiva, de atender al impacto y/o a              las consecuencias sociales y ambientales de las actuaciones              empresariales, pregunta insoslayable, puesto que si algo hacen las              empresas es actuar, y si algo tienen las acciones es consecuencias.              El punto de partida es tan incontrovertible, que las discusiones se              han situado en el alcance y la legitimidad de las exigencias de              responsabilidad, pero no el hecho de la responsabilidad como tal. Y,              por cierto, creo que aquí se nos ha escapado algo muy importante. El              debate y la controversia- sobre la RSE ha sido fundamentalmente un              debate sobre la              S.              Y esto nos ha impedido centrarnos sobre lo              sustantivo: la              R.              Ni los más acérrimos adversarios de la RSE cuestionan la necesidad              de que las empresas sean responsables: el debate, en cualquiera de              sus formas, se centra en cuales son los ámbitos y los límites de la              responsabilidad. Éste es, sin duda, un debate abierto, que no              cerraremos a corto plazo. Pero que no debe eclipsar el debate sobre              la responsabilidad, que probablemente es el debate central. Entre              otras razones, porque a veces el rechazo a la RSE no es más que una              coartada para evadir responsabilidades.                    2. Otro              aspecto constitutivo de la RSE es que quienes la ponen en el              frontispicio del debate empresarial son una diversidad variopinta de              grupos, movimientos y organizaciones que, a menudo, reclaman              responsabilidad de las empresas como consecuencia de la constatación              de sus malas prácticas. Lo que genera un enfoque más reactivo y              orientado a la gestión de riesgos por parte de las empresas, y que              se ha planteado a menudo más en términos de gestión de la reputación              que no de gestión de la RSE. Pero estos planteamientos reactivos han              ocultado un aspecto importante para entender el éxito propositivo              del discurso sobre la RSE y la atención que le prestan las empresas.              Las empresas han sido sensibles a la RSE porque su exigencia              responde también a la lógica de la oferta-demanda (para la que las              empresas parecen constitutivamente preparadas), algo de lo que no              estoy seguro que ocurra con la ética. Por eso, también, lo peculiar              de la RSE es que el debate en el fondo no se centra en la propia RSE              como tal, sino en dilucidar quién tiene derecho/poder/influencia              para exigir qué a las empresas. En otras palabras: aunque el debate              a menudo parece que sea sobre la RSE, en último término lo que se              discute de verdad es quien está legitimado para ser lo que podríamos              denominar como el              portador de              la RSE.     3. Como              consecuencia de lo anterior, la RSE ha lidiado mal con la cuestión              de los valores, y siempre ha parecido partir del supuesto que la              responsabilidad era algo evidente por si misma, sin atender              excesivamente a los marcos axiológicos y a los condicionantes              sociológicos que son los que permiten, al fin y al cabo, calificar a              una actuación como ejercicio de (i)responsabilidad. Creo que esto              explicaría que el debate sobre la RSE sólo se ha preocupado              tangencialmente por lo que propongo denominar la calidad de la              propia responsabilidad (aunque, en rigor, la RSE nunca ha utilizado              la referencia a la calidad con esta aplicación la responsabilidad).              Esto le ha generado a menudo a la RSE problemas de credibilidad y,              en algunos ámbitos, un justificado escepticismo, en la medida que se              ha aceptado acríticamente que las prácticas RSE pueden llevarse a              cabo por muy diversas razones y motivos, que pueden ir desde el              craso oportunismo hasta la convicción; (y de ahí que se haya hecho              cada vez más necesario proponer una especie de grados evolutivos de              la RSE). Y, como consecuencia, la RSE ha estado sometida a un              conflicto inacabable de interpretaciones entre otras razones porque              arrastra una imprecisión terminológica irresoluble debido a la              diversidad de usos que acoge la palabra "social" como referente              axiológico y descriptivo, diversidad que en más de una ocasión es,              lisa y llanamente, incompatibilidad entre los diversos              planteamientos.
                     4.              Conviene pues no olvidar que la (aparente) transparencia managerial              de la RSE, probablemente sea debida al hecho de que, en su              sustancia, la RSE no parte de valores sino de relaciones. O, dicho              en otras palabras, el punto de apoyo de su planteamiento no es (no              pretende ser) valorativo sino relacional. Este enfoque mucho más              operativo (no se pregunta qué es una empresa sino que da por              supuesto que las empresas son lo que hacen) le permite hacer un              largo recorrido sin tener que encallarse en cuestiones axiológicas,              puesto que la agenda de las prácticas RSE puede alargarse parece-              hasta el infinito. Visto desde otra perspectiva, podríamos decir que              aquí se ha dado una cierta oportunidad perdida, porque la idea de              responsabilidad hubiera podido ser una una excelente puerta de              entrada para introducir en la cultura empresarial el paso de una              comprensión de los valores como contenido normativo a una              comprensión de los valores como matriz para la indagación axiológica              y práctica (
y, de hecho en algunos casos se ha producido este              proceso, sin mucha conciencia del mismo, la verdad). Y es también              una oportunidad perdida porque, salvo excepciones, a través de la              RSE no se ha dado por lo general una conexión con referencias a la              justicia y la equidad, los modelos de sociedad o los retos de la              gobernanza; sino que más bien se suele reintegrar a la RSE en el              paradigma tradicional de la visión de los negocios, aunque              aparentemente -¡algo es algo!- desde una perspectiva más amplia,              inclusiva y atendiendo a más parámetros y, por supuesto, a más              stakeholders.                     5. En              lo que a mi respecta, mi opinión es que esta situación está llegando              a su límite. Por una parte, barrunto que la expansión de la gestión              de la RSE seguirá su camino, tanto desde el punto de vista mediático              como empresarial. Pero, por otra parte, cada vez será más evidente              que, como ya anticipó The              Economist,              tras la RSE se esconde una batalla de las ideas. Lo curioso es mi              pronóstico- será que ambos procesos seguirán su propio ritmo por              separado, por inconsistente que pueda parecer. Pero tarde o temprano              se pondrá de manifiesto que la diversidad de aproximaciones a la RSE              requiere la construcción de un marco de referencia ético que              permita, si no dirimir, al menos razonar sobre ellas. Entre otras              razones porque la RSE no es un discurso autosuficiente, que se pueda              sostener sobre si mismo. Si lo ha parecido hasta el momento es              porque ha generado muchos cambios, pero pocas transformaciones. La              RSE lleva como marca de fábrica un déficit de clarificación              axiológica (quizá se ésta una de las razones de su éxito, por              cierto), y su gran aportación (poner el foco en la realidad              organizativa tomada en sí misma, y no de manera subordinada a un              discurso ideológico o a la moral personal) algún día deberá              conectarse con su mayor limitación (la ausencia de un modelo              antropológico y de un modelo de sociedad sobre los que apoyarse y              articularse).   
 
  El              futuro de la RSE, pues, no es la propia RSE; una RSE cada vez más              encerrada con los juguetes de su agenda inacabable; una RSE cada vez              más propensa a la bulimia y, precisamente por ello, encantada de              haberse conocido. El futuro de la RSE no es la propia RSE,              sino el regreso de la ética. Pero, por supuesto, no el regreso a la              ética del pasado, ni al pasado de la ética.
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