| La Conferencia Episcopal, a              través de monseñor Alejandro Goic, decidió entrar de lleno en un              tema que al final del día a la Iglesia Católica no siempre le ha              resultado grato: aquello de que "al César lo que es del              César?" Uno creería que cuando los              fariseos le preguntaron a Jesús si debían o no  pagar impuestos              a Roma -sugiriendo claramente una rebaja impositiva o una rebelión              tributaria-, él les daría la receta más derechista: reducir los              impuestos a la buena o a la mala: Pero lamentablemente les tiró "la              pelota pa'l corner". Sin embargo, transcurridos los              siglos, los seguidores de Jesús, ya institucionalizados y              burocratizados en una enorme corporación, se involucraron de lleno              en "las cosas del César", procediendo -entre otras acciones- a              vender indulgencias para tapar el déficit crónico de la curia              romana, lo que les valió, por un lado, construir la Basílica de San              Pedro, pagarles a Miguel Ángel y a Rafael Sanzio, pero, por el otro,              que el catolicismo perdiera a buena parte de Alemania, Inglaterra y              los países escandinavos. De la usura y el              Index Ergo, la tentación de              incursionar en los "terrenos del César" lamentablemente siempre ha              estado presente en la curia. Esta prohibió por siglos "la              usura" como un uso antinatural del dinero y del tiempo que sólo era              de Dios. Pero terminó usando a los banqueros en sus más diferentes              empresas y participando en importantes entidades financieras de              Europa (en Chile hoy lo hace en la propiedad del Banco del              Desarrollo). Lejos quedaron aquellos ilustrativos ejemplos, en que              al comparar el pecado de una prostituta con el de un prestamista, se              percibía como menos grave el de la mujer, porque ésta lucraba con su              cuerpo y no con el tiempo que era de propiedad divina. En lo político, la Iglesia              Católica defendió con uñas y garras el ancien régime, el derecho              divino de los monarcas y cooperó con dedicación en diversos              proyectos políticos de los reyes, a través del Santo Oficio y del              Index Librorum Prohibitorum et Expurgatorum. En definitiva: siempre que la              Iglesia se mete en los "temas del César" en vez de "chutear pa'l              corner" como su fundador predicaba, termina pidiendo perdón y, lo              peor, causando males. ¿Y qué opinan los              profes de la UC? En Chile la Iglesia ha tenido              extraordinarios aciertos como, por ejemplo, su defensa decidida de              los derechos humanos durante el régimen militar, lo que le acarreó              un gran prestigio, a diferencia de su par argentina que no fue              monolítica en esos temas. Y, dentro de todo, también              puede vanagloriarse de haber logrado que Chile fuera el último              bastión anti-divorcio del mundo              occidental. Ambas luchas, sin embargo, se              circunscriben claramente dentro de la esfera de "lo que es de              Dios". Pero cuando se ha              metido a luchar sin cuartel por las causas "del César", como en los              casos del matrimonio civil, la Reforma Agraria y otras linduras,              cooperó -con toda la fuerza que tiene y arrastra- al retraso de              Chile en el ámbito de las libertades, de la convivencia cívica y de              la modernización. Ahora, so pretexto de              una huelga ilegal y que ha dejado en claro cómo ciertos sindicatos              se llevan buena parte de las platas de todos los chilenos (como lo              demuestra la excelente columna de Eduardo Engel, el domingo pasado              en La Tercera, a quien nadie podría tratar ni de momio, ni de              esbirro empresarial), monseñor Goic hace público lo que él o ellos              consideran debiera ser un "sueldo mínimo digno". En primer lugar,              resulta peregrino que Goic se cuadre con una cifra tan precisa: "$              250.000". Mientras, los economistas del Ministerio de Hacienda              luchan por apenas $ 145.000 y los profesores de la Facultad de              Economía de la Pontificia Universidad Católica pugnan por eliminar              el sueldo mínimo hasta como concepto por constituir una mala              política. La diferencia de criterio entre los académicos de la PUC y              la jerarquía eclesiástica podría explicarse por los cuatro años de              filosofía y cuatro de teología en vez de los cinco de economía y              quizá otros tantos más de estudios de posgrado de los profes en              Chicago. Y yo creo que no son sólo los              académicos de la Pontificia los que piensan que el sueldo mínimo no              debería existir, sino que también los de la Alberto Hurtado y los de              las insignes universidades ligadas a la Iglesia en el mundo, como              Notre Dame y Loyola en los EE.UU. y Lovaina en Bélgica. Lugares              donde las cátedras de economía laboral son casi idénticas a las que              se imparten en Chicago, Harvard o Stanford. Gatica, el              padre Pero no sólo en la teoría se da de cabezazos monseñor              Goic con los académicos católicos. También se los da              en la praxis. Porque los administradores financieros de los colegios              dirigidos por la Iglesia o por las congregaciones que de ella              dependen o de las "prelaturas personales", tampoco              parecen seguir las recomendaciones de monseñor. Y muchos, si lo              hicieran, podrían enfrentar serios problemas económicos, perdiendo              sus cuerpos de "auxiliares" pan y pedazo, como muchísimas pymes que              entre pagar el "sueldo digno" de monseñor o irse a la quiebra,              optarían por lo segundo. De hecho, me acaban de comentar el caso de              un profesora de un reputado colegio religioso de la capital que              aburrida de ganar 300 lucas y trabajar como china, decidió dedicarse              a otra cosa. Otra cuento es con guitarra... Una cosa es que todos aspiremos              a sueldos "dignos", que a lo mejor son superiores a los sugeridos              por el prelado, pero otra es hacerlos obligatorios, causando la              ruina de los empresarios más pequeños. Recordando a              Galileo Antes que el Santo Oficio de              Roma encerrara a Galileo y lo amenazara formalmente con la tortura,              su discusión con el cardenal Belarmino fue iluminadora. El prelado afirmaba que el              trabajo de Galileo -como lo había hecho antes Copérnico- podía              publicarse sin problemas, pero como una mera hipótesis matemática:              lo que no podía hacerse era tratar de explicar la realidad a través              de las matemáticas y los telescopios. Esa -la realidad- se explicaba              por las Escrituras, las que sólo podían ser interpretadas por la              Santa Madre Iglesia. Galileo porfiaba -tenía ya              cerca de setenta años- para que le demostraran falsas sus              explicaciones de la realidad: quizá los cardenales poseían mejores              modelos matemáticos o mejores telescopios. Pero finalmente, asustado              por la perspectiva de la tortura, concedió el punto a regañadientes              ("eppur si muove"), retrasando así el conocimiento humano por              décadas. Aquí y ahora, monseñor Goic nos              quiere forzar a ejecutur políticas públicas en materias              eminentemente técnicas, sin la ayuda de los modelos matemáticos y              sociales de la economía clásica y moderna. A botar los textos de              Samuelson e incluso los de Stiglitz y hacer política laboral desde              la religión, que al parecer entrega instrumentales tan, pero tan              precisos, que le permite darnos un número matemáticamente impecable              para fijar el sueldo mínimo. A lo mejor años de estudios de las              Escrituras y de los tratadistas morales de la Iglesia entregan              mayores luces sobre el mercado laboral que las reflexiones al              respecto de premios Nobel como Friedman y Phelps. Mal que mal, era lo que el              cardenal Belarmino -posteriormente santificado- pensaba sobre              Galileo, Kepler y Copérnico: que la realidad se explicaba por las              Escrituras y no por las matemáticas ni por los              telescopios. Afortunadamente ahora no se              puede torturar a los científicos de la economía positiva para que se              pronuncien sobre un "sueldo mínimo digno" de acuerdo al gusto de la              jerarquía eclesiástica, como habría exigido Urbano VIII en su              época. A Dios              queremos El tema es atractivo.              ¿A quién no le gustaría el sueldo mínimo de Goic por sobre el de              Andrés Velasco? Por eso me atrevo a aventurar que              "agarrarán papa" a lo menos los parlamentarios díscolos, tal como lo              hicieron en su época los enemigos del presidente Manuel Mont o los              de don Arturo Alessandri Palma cuando éstos osaron enfrentarse a la              Santa Madre Iglesia. Y no sería raro, para nada raro, que se              prendieran además los precandidatos presidenciales que en su afán de              subir en las encuestas son capaces hasta de derogar la ley de la              oferta y la demanda. Y si la cosa toma vuelo, los              obispos -secundados por los díscolos y los presidenciables- nos              podrían hacer recomendaciones sobre una "tasa de interés              justa o ética" (o más justa que la que fija de cuando en              cuando el Banco Central), un tipo de cambio "justo" (los              exportadores  o importadores -dependiendo del veredicto-              podrían quedar fascinados), y por qué no también que nos iluminaran              sobre una rentabilidad "justa" para el IPSA o para los fondos de las              AFP. Mal que mal, la supervivencia de los deudores, los exportadores              y los jubilados son cuestiones de un fuerte contenido moral y              ético. Experiencias de este tipo en              este mundo globalizado las hay: se llaman regímenes teocráticos              islámicos. Los bancos no cobran tasas de interés, nadie puede tomar              cerveza, las mujeres se cubren la cara, no hay telenovelas, a las              adúlteras se las mata a piedrazo limpio (quizá por eso no tienen              teleseries) y los clérigos dictan las políticas públicas a través de              sus dictámenes o fatwas. La idea también me evoca del              pasado el Estado católico al 100% que pretendía el viejo Partido              Conservador decimonónico, predecesor de la actual DC: "A Dios              queremos en nuestras leyes, en las escuelas y en el hogar?", era su              himno de lucha, que a mí me lo hacían cantar de chico en las              misas. Dolor              necesario Todos queremos que en Chile              haya más igualdad, menos pobreza y más dignidad. Lamentablemente, eso no se              alcanza con idearios "a lo Chávez" ni "a lo Fidel". Se logra con              trabajo duro y con políticas públicas de calidad, las que se              estudian en las mejores universidades y facultades de economía del              mundo, y no en los templos ni en las Escrituras. A veces las conclusiones de los              economistas no nos gustan. Otras veces nos duelen, tal como los              remedios de los médicos o esos incómodos yesos que nos ponen cuando              nos quebramos un hueso. O como cuando tienen que abrirnos para              sacarnos el apéndice. Son los dolores necesarios para seguir sanos.              A todos nos gustaría comer como locos, trasnochar harto y flojear              todo lo que se pueda. Tal como nos gustaría no pagar impuestos,              tener sueldos al "estilo noruego", tasas de interés éticas, pleno              empleo, crecimiento récord, casas amplias y pocos              problemas. Puede que la jerarquía              eclesiástica gane algunos puntos de rating peleando con los              economistas. Pero lamentablemente, tal como en el caso de Galileo,              la verdad científica se terminará imponiendo y esos fugaces minutos              de mejor rating de algunos prelados no se transformarán en más gente              yendo a misa ni recibiendo mejor sus sacramentos, que es, al final              del día, lo que debiera importarles más. Porque de este mundo nos              vamos sin sueldo mínimo, ya sea el más digno o el más              indigno. | 
No hay comentarios.:
Publicar un comentario