Osvaldo Lamborghini, en biografía  Pablo Brameri Noviembre 12, 2009
"Ahora bien, los ataques de naturaleza política  y no sólo en el caso de este libro  suelen caracterizarse por una ceguera total y absoluta a las cualidades literarias y humanas de su blanco y, curiosamente, los iniciadores de las vendettas políticas son casi siempre personas de escaso talento que no se limitan a poner sus dotes a prueba en un panfleto, sino que tienen pretensiones de dominar otros géneros."
Adam Zagajeweski, prólogo a Mi siglo de Aleksander Wat.
 Osvaldo Lamborghini era un animal de escritura   su gran problema social fue la falta de talento. La gente de talento puede hacer  cualquier cosa para ganarse el respeto social, cosas decentes, por supuesto, no  hablo de tejes y manejes balzacianos, no, hablo de un trabajo:  psicoanalista, profesor, periodista. Empleado es más difícil. En el mundo de la  literatura no es bien visto. Les bastó con Kafka, que no era exactamente un  empleado, era abogado en una empresa. Osvaldo Lamborghini era un animal de  escritura, sólo era bueno para eso, sólo servía para eso. Su pecado social. Su  falta de talento era notoria. Osvaldo Lamborghini tenía genio: hacía lo que  podía. Lo dice Ingres, que separaba a la gente de talento, los talentosos, gente  que podía hacer lo que quería, de los genios, gente que sólo hace lo que puede.  Osvaldo Lamborghini sólo podía hacer lo que podía, escribir. Sólo era bueno para  eso. La lista gente sin talento es larga (pero menos, mucho menos, que la de los  talentosos): para mí la encabeza Joyce. Santo patrono de los escritores sin  talento. Cuando Osvaldo Lamborghini se fue a España tenía una fama ultra  secreta. Ricardo Strafacce cuenta la epopeya de la escritura Lamborghini en  su biografía. Justamente, tal vez sin proponérselo, muestra las diferencias  entre el talento y el genio. Ahí está. En este pequeño panfleto sólo quiero  hacer notar el efecto linchamiento post-morten que desencadenó la biografía de  Osvaldo Lamborghini.
Osvaldo Lamborghini era un animal de escritura   su gran problema social fue la falta de talento. La gente de talento puede hacer  cualquier cosa para ganarse el respeto social, cosas decentes, por supuesto, no  hablo de tejes y manejes balzacianos, no, hablo de un trabajo:  psicoanalista, profesor, periodista. Empleado es más difícil. En el mundo de la  literatura no es bien visto. Les bastó con Kafka, que no era exactamente un  empleado, era abogado en una empresa. Osvaldo Lamborghini era un animal de  escritura, sólo era bueno para eso, sólo servía para eso. Su pecado social. Su  falta de talento era notoria. Osvaldo Lamborghini tenía genio: hacía lo que  podía. Lo dice Ingres, que separaba a la gente de talento, los talentosos, gente  que podía hacer lo que quería, de los genios, gente que sólo hace lo que puede.  Osvaldo Lamborghini sólo podía hacer lo que podía, escribir. Sólo era bueno para  eso. La lista gente sin talento es larga (pero menos, mucho menos, que la de los  talentosos): para mí la encabeza Joyce. Santo patrono de los escritores sin  talento. Cuando Osvaldo Lamborghini se fue a España tenía una fama ultra  secreta. Ricardo Strafacce cuenta la epopeya de la escritura Lamborghini en  su biografía. Justamente, tal vez sin proponérselo, muestra las diferencias  entre el talento y el genio. Ahí está. En este pequeño panfleto sólo quiero  hacer notar el efecto linchamiento post-morten que desencadenó la biografía de  Osvaldo Lamborghini. 
 Pequeño recorrido para la gente que por motivos  difamatorios necesita no leer la biografía, otros no la leen porque no quieren,  y está bien, no hay obligaciones de lectura. Se puede amar a un escritor sin  leer su biografía. Esos no me interesan, acá. Me interesan los que no la leen  deliberadamente porque de lo contrario todas las acusaciones que  levantan contra Osvaldo Lamborghini se caerían como el albergue Warnes. O como  el Muro de Berlín. Castillo de naipes. Osvaldo Lamborghini se fue a España con  tres libros editados. Casi todos apostaron a su sequía "creadora". No se dieron  cuenta de que sólo se secan los talentosos. Después de su muerte, se publicaron  Novelas y cuentos y Tadeys. Empezó la lectura, y la fama. La  Universidad empezó a ocuparse. Los primeros gritos se escucharon en esa  dirección. La impresión fue que lo querían proteger de la Universidad. Del  famoso discurso universitario. El pobre y maltratadísimo discurso  universitario. ¿Por qué? Beckett tiene una caterva de universitarios y filósofos  que escriben dislates sobre él, y nadie quiere protegerlo. Hasta Adorno, sordo  notorio para la literatura, publicó ese bodoque sobre Beckett que es la matriz  de todas esas horripilantes lecturas repetidas indefinidamente. Beckett le  murmuró al oído a Siegfried Unseld, editor de ambos, cuando terminó de escuchar  pacientemente la conferencia de Adorno sobre Fin de partida: "Es eso el  progreso de la ciencia: que los profesores puedan obstinarse en sus errores".  Viene un período de relativa calma. Después a un editor se le ocurrió sacar las  Obras completas de Osvaldo Lamborghini, cuatro tomos. Escándalo. Los  angustiados apostaron a la no venta. Se vendieron. Hubo un suplemento de cultura  que le dedicó un número. Ahí, algunos se esmeraron en mostrar que su fama era  inmerecida. Gritos, enojos, como si se tratara de Paul Claudel. Hablo de casos.  Como quien dice el caso Cézanne, pongamos. O el caso Claudel. Osvaldo  Lamborghini rompió el círculo de la fama secreta. Empezó el resentimiento y la  venganza. Strafface pone todas las acusaciones. Al que le interesa, están ahí.  Es interesante ver cómo el resentimiento se venga de un escritor de genio. Ya sé  que lo dijo Nietzche, pero no basta, hay que ver el trabajo de zapa de la rabia  celosa en acción. Mandelstam lo dijo mejor: "en la poesía, se trata de la  guerra". Después vino la biografía y se redobló el malestar. Algunos insisten en  mostrar todos los defectos de Osvaldo Lamborghini como persona. La biografía  muestra que no son tan extraordinarios. Tan fuera de lo común. Lo extraordinario  en esta biografía es la epopeya de un tipo que escribe contra la cultura, o  mejor: escribe porque es animal de fraseo. Como Albert Ayler un animal de  música. Ese es el gran escándalo. Un escándalo de literatura. Como el de  Reinaldo Arenas. Pero insisten. Algunos preparan trabajos definitivos  donde van a mostrar lo equivocado que estamos los que amamos la obra de  Osvaldo Lamborghini. Pero hay algo sin retorno: Osvaldo Lamborghini rompió el  círculo estrecho, podrido, policíaco y ridículo de la familia literaria. Hay  lectores sueltos, lo leen porque se enamoran de su fraseo, sí, no de sus  palabras, de su fraseo, Osvaldo Lamborghini no era un escritor de palabras,  amaba el lenguaje, o sea, amaba las frases, sí, su fraseo, se puede leerlo sin  hacer una tesis, sin escribir trabajos definitivos sobre su persona o su  vanguardismo, yo no podría, no lo conocí, me hubiera
Pequeño recorrido para la gente que por motivos  difamatorios necesita no leer la biografía, otros no la leen porque no quieren,  y está bien, no hay obligaciones de lectura. Se puede amar a un escritor sin  leer su biografía. Esos no me interesan, acá. Me interesan los que no la leen  deliberadamente porque de lo contrario todas las acusaciones que  levantan contra Osvaldo Lamborghini se caerían como el albergue Warnes. O como  el Muro de Berlín. Castillo de naipes. Osvaldo Lamborghini se fue a España con  tres libros editados. Casi todos apostaron a su sequía "creadora". No se dieron  cuenta de que sólo se secan los talentosos. Después de su muerte, se publicaron  Novelas y cuentos y Tadeys. Empezó la lectura, y la fama. La  Universidad empezó a ocuparse. Los primeros gritos se escucharon en esa  dirección. La impresión fue que lo querían proteger de la Universidad. Del  famoso discurso universitario. El pobre y maltratadísimo discurso  universitario. ¿Por qué? Beckett tiene una caterva de universitarios y filósofos  que escriben dislates sobre él, y nadie quiere protegerlo. Hasta Adorno, sordo  notorio para la literatura, publicó ese bodoque sobre Beckett que es la matriz  de todas esas horripilantes lecturas repetidas indefinidamente. Beckett le  murmuró al oído a Siegfried Unseld, editor de ambos, cuando terminó de escuchar  pacientemente la conferencia de Adorno sobre Fin de partida: "Es eso el  progreso de la ciencia: que los profesores puedan obstinarse en sus errores".  Viene un período de relativa calma. Después a un editor se le ocurrió sacar las  Obras completas de Osvaldo Lamborghini, cuatro tomos. Escándalo. Los  angustiados apostaron a la no venta. Se vendieron. Hubo un suplemento de cultura  que le dedicó un número. Ahí, algunos se esmeraron en mostrar que su fama era  inmerecida. Gritos, enojos, como si se tratara de Paul Claudel. Hablo de casos.  Como quien dice el caso Cézanne, pongamos. O el caso Claudel. Osvaldo  Lamborghini rompió el círculo de la fama secreta. Empezó el resentimiento y la  venganza. Strafface pone todas las acusaciones. Al que le interesa, están ahí.  Es interesante ver cómo el resentimiento se venga de un escritor de genio. Ya sé  que lo dijo Nietzche, pero no basta, hay que ver el trabajo de zapa de la rabia  celosa en acción. Mandelstam lo dijo mejor: "en la poesía, se trata de la  guerra". Después vino la biografía y se redobló el malestar. Algunos insisten en  mostrar todos los defectos de Osvaldo Lamborghini como persona. La biografía  muestra que no son tan extraordinarios. Tan fuera de lo común. Lo extraordinario  en esta biografía es la epopeya de un tipo que escribe contra la cultura, o  mejor: escribe porque es animal de fraseo. Como Albert Ayler un animal de  música. Ese es el gran escándalo. Un escándalo de literatura. Como el de  Reinaldo Arenas. Pero insisten. Algunos preparan trabajos definitivos  donde van a mostrar lo equivocado que estamos los que amamos la obra de  Osvaldo Lamborghini. Pero hay algo sin retorno: Osvaldo Lamborghini rompió el  círculo estrecho, podrido, policíaco y ridículo de la familia literaria. Hay  lectores sueltos, lo leen porque se enamoran de su fraseo, sí, no de sus  palabras, de su fraseo, Osvaldo Lamborghini no era un escritor de palabras,  amaba el lenguaje, o sea, amaba las frases, sí, su fraseo, se puede leerlo sin  hacer una tesis, sin escribir trabajos definitivos sobre su persona o su  vanguardismo, yo no podría, no lo conocí, me hubiera  encantado, no, leerlo para uno, usarlo, citarlo. Otros se  la agarran con su Niño proletario para deschavar algún desviacionismo  ideológico. ¿Cuál sería? Pero este panfleto no es para denunciar nada, ni a  nadie. No. Tampoco busca conciliaciones o acuerdos. No. Es una respuesta a la  lectura de la biografía, que me prestaron. Ningún lector en serio acuerda o  concilia una lectura con otro. Eso es para buenos alumnos. Para tipos que siguen  esa maldición escolar sarmientina. Yo, por ejemplo, no quiero que nadie  me enseñe a leer. Eso se aprende en el primario. Leo solo. Muchos amigos a los  que respeto, leen solos. A mí me gusta leer a Osvaldo Lamborghini, no me  interesa saber cuáles fueron sus opiniones políticas, o estéticas, creo que con  algunos de sus puntos de vista acerca de la estética disiento, con las opiniones  ideológicas, no sé, no las conozco y es un asunto privado, o las que conozco me  vienen de sus difamadores, firmadas sus difamadores, es suficiente para  no entrarlas, que se desgañiten en los cafés, de rabia, pero lo que es muy  obvio, es que las opiniones políticas de Osvaldo Lamborghini no tuvieron ninguna  influencia perniciosa, me corrijo: no tuvieron ninguna influencia. Lo que sí  tiene influencia es su literatura, su posición frente al lenguaje. Sus puntos de  vista acerca de lo que hace el lenguaje. Eso sí. Y mucha influencia.  Hay muchos lectores. Y tipos que escriben y se inspiran, y sueñan con ese  estilo. Lo imitan. Se quieren contagiar, lo estudian. Hablan en los bares.  Algunos son medio religiosos. Eso sí, eso no lo niego, y genera malestar. Porque  es incontrolable. Y ese malestar se disfraza de justicia, de objetividad, pero  en realidad, es una rabia silenciosa, estragante, que los vuelve repetitivos y  machacones, y no pueden aceptar que Osvaldo Lamborghini los venció en el tiempo.  Imperdonable. Es curioso ver cómo se juntan en el territorio de la aprobación  todos los resentidos que tienen que dar su opinión sobre Osvaldo Lamborghini.  ¿Por qué hay que dar opiniones? ¿Qué es ese concepto ruinoso, mediocre y  lastimero de la justicia literaria? ¿Quién la dicta? Leer Sale el  espectro de Philip Roth. Amy Bellette lo dice en una carta al  Times. Estos tipos corren presurosos a dar testimonio, más que  testimonios, son denuncias. Osvaldo Lamborghini era un arquitecto de lo sonoro.  Amaba el lenguaje. Pasaba las palabras por la boca. Las sacaba en frases.  Masticaba sus frases. Se deleitaba en Mansilla: "Mansilla se demora, espera, /  al doctor Macías. Hasta que no puede esperar / esperar más. / Parten
 / los  caballos
", que bello, por favor, y amaba a Eduardo Wilde. Amaba la precisión de  Kafka. Y a Horacio Quiroga. Nada grave, socialmente hablando. Gustos propios. Su  condena es el animal de escritura que llevaba adentro. No lo podía controlar.  Los contemporáneos son la mala leche. Se denuncian mutuamente. En nombre de  alguna justicia ejecutan genios si el poder político se los permite. Pero no  vayamos tan lejos. Como dijo Lorenzo García Vega en una conferencia, que escuché  con un amigo, él es testigo, dijo algo así, si mal no recuerdo: "hagan de cuenta  que no dije nada de esto." Así que hagan de cuenta que esto último no lo  escribí. La corporación de escritores, cada tanto, se higieniza ideológicamente.  Exige cada tanto la higiene ideológica. Van de todas las corrientes y géneros al  mismo juzgado. Sobre todos la corriente estudio de géneros. Para salvar lo  cultural. Es obvio que lo cultural no era el proyecto de Osvaldo Lamborghini. Ni  su destrucción. Tampoco se veía en la gran cultura. Lo digo por lo que escribió.  Pero como parece que sus viejos colegas destripan sus sueños diurnos, sus  pequeños delirios de grandeza o de gloria, la biografía deja claro que tenía una  vida, también iba al café, alguna vez fue joven en la edad, se soñó algo, alguna  gloria, más o menos como todos, la gloria, ¿quién no?, vamos, un esfuerzo de  reconocimiento, a recordar. Sólo que por esas cosas del genio, salió de la  estrechez de la
encantado, no, leerlo para uno, usarlo, citarlo. Otros se  la agarran con su Niño proletario para deschavar algún desviacionismo  ideológico. ¿Cuál sería? Pero este panfleto no es para denunciar nada, ni a  nadie. No. Tampoco busca conciliaciones o acuerdos. No. Es una respuesta a la  lectura de la biografía, que me prestaron. Ningún lector en serio acuerda o  concilia una lectura con otro. Eso es para buenos alumnos. Para tipos que siguen  esa maldición escolar sarmientina. Yo, por ejemplo, no quiero que nadie  me enseñe a leer. Eso se aprende en el primario. Leo solo. Muchos amigos a los  que respeto, leen solos. A mí me gusta leer a Osvaldo Lamborghini, no me  interesa saber cuáles fueron sus opiniones políticas, o estéticas, creo que con  algunos de sus puntos de vista acerca de la estética disiento, con las opiniones  ideológicas, no sé, no las conozco y es un asunto privado, o las que conozco me  vienen de sus difamadores, firmadas sus difamadores, es suficiente para  no entrarlas, que se desgañiten en los cafés, de rabia, pero lo que es muy  obvio, es que las opiniones políticas de Osvaldo Lamborghini no tuvieron ninguna  influencia perniciosa, me corrijo: no tuvieron ninguna influencia. Lo que sí  tiene influencia es su literatura, su posición frente al lenguaje. Sus puntos de  vista acerca de lo que hace el lenguaje. Eso sí. Y mucha influencia.  Hay muchos lectores. Y tipos que escriben y se inspiran, y sueñan con ese  estilo. Lo imitan. Se quieren contagiar, lo estudian. Hablan en los bares.  Algunos son medio religiosos. Eso sí, eso no lo niego, y genera malestar. Porque  es incontrolable. Y ese malestar se disfraza de justicia, de objetividad, pero  en realidad, es una rabia silenciosa, estragante, que los vuelve repetitivos y  machacones, y no pueden aceptar que Osvaldo Lamborghini los venció en el tiempo.  Imperdonable. Es curioso ver cómo se juntan en el territorio de la aprobación  todos los resentidos que tienen que dar su opinión sobre Osvaldo Lamborghini.  ¿Por qué hay que dar opiniones? ¿Qué es ese concepto ruinoso, mediocre y  lastimero de la justicia literaria? ¿Quién la dicta? Leer Sale el  espectro de Philip Roth. Amy Bellette lo dice en una carta al  Times. Estos tipos corren presurosos a dar testimonio, más que  testimonios, son denuncias. Osvaldo Lamborghini era un arquitecto de lo sonoro.  Amaba el lenguaje. Pasaba las palabras por la boca. Las sacaba en frases.  Masticaba sus frases. Se deleitaba en Mansilla: "Mansilla se demora, espera, /  al doctor Macías. Hasta que no puede esperar / esperar más. / Parten
 / los  caballos
", que bello, por favor, y amaba a Eduardo Wilde. Amaba la precisión de  Kafka. Y a Horacio Quiroga. Nada grave, socialmente hablando. Gustos propios. Su  condena es el animal de escritura que llevaba adentro. No lo podía controlar.  Los contemporáneos son la mala leche. Se denuncian mutuamente. En nombre de  alguna justicia ejecutan genios si el poder político se los permite. Pero no  vayamos tan lejos. Como dijo Lorenzo García Vega en una conferencia, que escuché  con un amigo, él es testigo, dijo algo así, si mal no recuerdo: "hagan de cuenta  que no dije nada de esto." Así que hagan de cuenta que esto último no lo  escribí. La corporación de escritores, cada tanto, se higieniza ideológicamente.  Exige cada tanto la higiene ideológica. Van de todas las corrientes y géneros al  mismo juzgado. Sobre todos la corriente estudio de géneros. Para salvar lo  cultural. Es obvio que lo cultural no era el proyecto de Osvaldo Lamborghini. Ni  su destrucción. Tampoco se veía en la gran cultura. Lo digo por lo que escribió.  Pero como parece que sus viejos colegas destripan sus sueños diurnos, sus  pequeños delirios de grandeza o de gloria, la biografía deja claro que tenía una  vida, también iba al café, alguna vez fue joven en la edad, se soñó algo, alguna  gloria, más o menos como todos, la gloria, ¿quién no?, vamos, un esfuerzo de  reconocimiento, a recordar. Sólo que por esas cosas del genio, salió de la  estrechez de la  familia literaria. Imperdonable. Tampoco iba por las  causas. Sólo era bueno para escribir. La biografía de Strafacce muestra esa  epopeya, un tipo que se va convenciendo a los golpes de su falta de talento.  Todos le dicen que es talentoso, que puede, por ejemplo, ganarse la vida como  psicoanalista, entrando en alguna escuelita, pongamos, o que era un brillante  periodista -¿acaso una mesa de periodistas no lo aplaudió cuando entró a la  Giralda de Constitución con Sergio Rondan?-, pero Osvaldo Lamborghini  duda de su talento, siempre en el sentido Ingres. Busca trabajo. Lo va a ver a  César Contino. Él mismo llamaba a eso su proyecto kafkiano. Servir sólo  para escribir no se paga bien. No se paga ni un peso por eso. Ningún dinero  alcanza. Ya se teorizó mucho al respecto. Casi todos los filósofos de instituto  se ocuparon del tema, bien pagados. Cada uno de esos tipos tiene su Barthes bien  aprendido. Pero no leen a Simon Leys. Otra vez: hagan de cuenta que no escribí  esto. No hay como ellos (los filósofos de instituto) para hablar de lo mal que  vivieron los escritores. Es conmovedor. Amy Bellete, la viuda de E.I. Lonoff le  escribe al Times una carta: "Hubo un tiempo en que las personas  inteligentes usaban la literatura para pensar. Ese tiempo pronto llegará a su  fin. Durante los años de la guerra fría en la Unión Soviética y sus satélites de  Europa del Este, los escritores dignos de ese nombre fueron proscritos: hoy, en  los Estados Unidos, es la literatura la que está proscrita, como capaz de  ejercer una una influencia efectiva sobre la manera que se tiene de aprehender  la vida." Es notable la insistencia de algunos autores en querer desempeñar  todavía un papel, y algunos apoyándose en la justicia literaria. Como chivo  expiatorio: el genio de algunos otros. Los talentosos se quejan de que el  salario no les alcanza. Y buscan el pelo en la leche. Simon Leys me ayuda más  que Barthes para leer a Osvaldo Lamborghini, yo no leo textos, leo libros, por  eso Simon Leys. En un libro que se llama La Felicidad de los pececitos,  si traduzco bien, en el artículo Marginales, dice algo sobre la manía  de analizar retrospectivamente la conducta de los escritores que me viene anillo  al dedo:
familia literaria. Imperdonable. Tampoco iba por las  causas. Sólo era bueno para escribir. La biografía de Strafacce muestra esa  epopeya, un tipo que se va convenciendo a los golpes de su falta de talento.  Todos le dicen que es talentoso, que puede, por ejemplo, ganarse la vida como  psicoanalista, entrando en alguna escuelita, pongamos, o que era un brillante  periodista -¿acaso una mesa de periodistas no lo aplaudió cuando entró a la  Giralda de Constitución con Sergio Rondan?-, pero Osvaldo Lamborghini  duda de su talento, siempre en el sentido Ingres. Busca trabajo. Lo va a ver a  César Contino. Él mismo llamaba a eso su proyecto kafkiano. Servir sólo  para escribir no se paga bien. No se paga ni un peso por eso. Ningún dinero  alcanza. Ya se teorizó mucho al respecto. Casi todos los filósofos de instituto  se ocuparon del tema, bien pagados. Cada uno de esos tipos tiene su Barthes bien  aprendido. Pero no leen a Simon Leys. Otra vez: hagan de cuenta que no escribí  esto. No hay como ellos (los filósofos de instituto) para hablar de lo mal que  vivieron los escritores. Es conmovedor. Amy Bellete, la viuda de E.I. Lonoff le  escribe al Times una carta: "Hubo un tiempo en que las personas  inteligentes usaban la literatura para pensar. Ese tiempo pronto llegará a su  fin. Durante los años de la guerra fría en la Unión Soviética y sus satélites de  Europa del Este, los escritores dignos de ese nombre fueron proscritos: hoy, en  los Estados Unidos, es la literatura la que está proscrita, como capaz de  ejercer una una influencia efectiva sobre la manera que se tiene de aprehender  la vida." Es notable la insistencia de algunos autores en querer desempeñar  todavía un papel, y algunos apoyándose en la justicia literaria. Como chivo  expiatorio: el genio de algunos otros. Los talentosos se quejan de que el  salario no les alcanza. Y buscan el pelo en la leche. Simon Leys me ayuda más  que Barthes para leer a Osvaldo Lamborghini, yo no leo textos, leo libros, por  eso Simon Leys. En un libro que se llama La Felicidad de los pececitos,  si traduzco bien, en el artículo Marginales, dice algo sobre la manía  de analizar retrospectivamente la conducta de los escritores que me viene anillo  al dedo: 
"EMERSON TIENE RAZÓN: "Dante era un invitado desagradable, y por eso nadie lo invitaba a cenar".
Recuerdo estas palabras cuando leo la reseña idiota de una biografía de Solyenitzin. El crítico del que se trata parece chocado cuando descubre que Solyenitzin tenía pocas pulgas. Un poco lo sospechábamos: si hubiese sido modesto, conciliador, complaciente, diplomático y fácil de tratar, habría sido un agradable vecino de campo  pero ¿cómo diablos se habría convertido en Solyenitzin?"
 Este Simon Leys para Osvaldo Lamborghini, para que se vea  mejor el odio y molestia que se armó con la salida de la biografía que escribió  Ricardo Strafacce. Porque la escribió. Hay que recordarlo. Están los que dicen  que la literatura de Osvaldo Lamborghini es un invento, en el sentido más  porteño, y también en el de la teoría del complot: ¿un grupo de amigos?  ¿inescrupulosos que aprovechan la fama de Osvaldo Lamborghini para construir su  propia fama? ¿el lobby universitario? ¿el lobby editorial? ¿el lobby de los  suplementos? ¿el de los jóvenes irresponsables? Muchos lobbys, que  mutan. Que viven en paralelo como en las novelas de Philip Dick. No puedo  privarme de citar otra vez a Simon Leys lectura no apta para almas bellas,  abstenerse almas bellas, ya que citamos la figura de Dante. "Cuando Sartre  declaró que Mauriac no era novelista, la víctima habría podido consolarse  pensando que este mismo juez había descubierto igualmente que Orson Welles no  era cineasta." Con Simon Leys se pueden multiplicar las citas. Es realmente un  autor pernicioso para la maldición escolar que gobierna la crítica literaria.  Pero no es el asunto, aquí. Tampoco la crítica. Borren lo que escribí. Mucha  gente hecha en el sartrismo todavía hoy es juez importantísimo en la  distribución de jerarquías en la Argentina, jueces de literatura. Pero Osvaldo  Lamborghini escribió esto, que nunca veo citado: "Mi conclusión es que la  literatura no les interesa, es el pretexto; el ´texto´ es algo demasiado elevado  sagrado- para dejarlo en manos de irresponsables como Joyce o Artaud. El texto  es cosa de la Universidad, institución a la que le importa un pepino volverse  musulmana o marxista-leninista-pictogramática con tal de conservar intacto su  propio poder. Esto lo sabemos desde hace tiempo. Sabemos que lo único que  quieren estos profesores es hablar de ellos mismos".
Este Simon Leys para Osvaldo Lamborghini, para que se vea  mejor el odio y molestia que se armó con la salida de la biografía que escribió  Ricardo Strafacce. Porque la escribió. Hay que recordarlo. Están los que dicen  que la literatura de Osvaldo Lamborghini es un invento, en el sentido más  porteño, y también en el de la teoría del complot: ¿un grupo de amigos?  ¿inescrupulosos que aprovechan la fama de Osvaldo Lamborghini para construir su  propia fama? ¿el lobby universitario? ¿el lobby editorial? ¿el lobby de los  suplementos? ¿el de los jóvenes irresponsables? Muchos lobbys, que  mutan. Que viven en paralelo como en las novelas de Philip Dick. No puedo  privarme de citar otra vez a Simon Leys lectura no apta para almas bellas,  abstenerse almas bellas, ya que citamos la figura de Dante. "Cuando Sartre  declaró que Mauriac no era novelista, la víctima habría podido consolarse  pensando que este mismo juez había descubierto igualmente que Orson Welles no  era cineasta." Con Simon Leys se pueden multiplicar las citas. Es realmente un  autor pernicioso para la maldición escolar que gobierna la crítica literaria.  Pero no es el asunto, aquí. Tampoco la crítica. Borren lo que escribí. Mucha  gente hecha en el sartrismo todavía hoy es juez importantísimo en la  distribución de jerarquías en la Argentina, jueces de literatura. Pero Osvaldo  Lamborghini escribió esto, que nunca veo citado: "Mi conclusión es que la  literatura no les interesa, es el pretexto; el ´texto´ es algo demasiado elevado  sagrado- para dejarlo en manos de irresponsables como Joyce o Artaud. El texto  es cosa de la Universidad, institución a la que le importa un pepino volverse  musulmana o marxista-leninista-pictogramática con tal de conservar intacto su  propio poder. Esto lo sabemos desde hace tiempo. Sabemos que lo único que  quieren estos profesores es hablar de ellos mismos". 
Nunca la veo citada, a esta frase, otra vez, por favor, un esfuerzo de sinceridad, aunque a la sinceridad no se la pueda decir toda, porque parece que siempre falta en algún lugar. Pero bueno, y la última vez: Simon Leys: "Hay obras que ganan cuando no son entendidas". Osvaldo Lamborghini fracasó en el talento, eso le hizo creer a sus rabiosos contradictores que apenas eran esos tres libros y un poco más. Nunca contaron con el aspecto Ingres.
Pablo Brameri
CONSULTEN, ESCRIBAN OPINEN LIBREMENTE
Saludos
RODRIGO GONZALEZ FERNANDEZ
DIPLOMADO EN RSE DE LA ONU
DIPLOMADO EN GESTION DEL CONOCIMIMIENTO DE ONU
Renato Sánchez 3586, of 10 teléfono: 56-2451113
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