 Durante décadas, la gestión corporativa ha girado en        torno a un mismo y tajante poste: la búsqueda de beneficios económicos        como única garantía de la buena salud empresarial, las cifras como espejo        de la robustez corporativa, los afanes cortoplacistas como burda excusa de        las malas prácticas y la indiferencia hacia los grupos de interés. Durante        décadas, la viabilidad de los proyectos empresariales ha sido juzgada        según las cifras ofrecidas por los ROI (return on investment) obtenidos        tras el cuadre de las cuentas de resultados, supeditando las decisiones        estratégicas- plagadas de sutilezas, pródigas en retruécanos- a la        simplicidad de una fórmula puramente matemática. Ha tenido que irrumpir la        peor crisis económica desde el crack de 1929 para que el panorama        empresarial asuma la utilidad de un "return on investment" completamente        diferente: el retorno de la inversión social o, lo que es lo mismo, la        visión pragmática de la Responsabilidad Social Corporativa, desligándola        por fin del papel teórico y filosófico cuando no de mero barniz para        paliar las expectativas de los stakeholder- que ha sido su rémora durante        mucho tiempo.
Durante décadas, la gestión corporativa ha girado en        torno a un mismo y tajante poste: la búsqueda de beneficios económicos        como única garantía de la buena salud empresarial, las cifras como espejo        de la robustez corporativa, los afanes cortoplacistas como burda excusa de        las malas prácticas y la indiferencia hacia los grupos de interés. Durante        décadas, la viabilidad de los proyectos empresariales ha sido juzgada        según las cifras ofrecidas por los ROI (return on investment) obtenidos        tras el cuadre de las cuentas de resultados, supeditando las decisiones        estratégicas- plagadas de sutilezas, pródigas en retruécanos- a la        simplicidad de una fórmula puramente matemática. Ha tenido que irrumpir la        peor crisis económica desde el crack de 1929 para que el panorama        empresarial asuma la utilidad de un "return on investment" completamente        diferente: el retorno de la inversión social o, lo que es lo mismo, la        visión pragmática de la Responsabilidad Social Corporativa, desligándola        por fin del papel teórico y filosófico cuando no de mero barniz para        paliar las expectativas de los stakeholder- que ha sido su rémora durante        mucho tiempo.
Quedan ya lejos los tiempos en que Milton        Friedman convencía con su libro "Capitalismo y libertad", asegurando que        "pocas tendencias podrían socavar tan profundamente los fundamentos de        nuestra sociedad libre como que los directivos de las empresas asumiesen        otro tipo de responsabilidad que no sea generar tanto dinero como fuera        posible para sus accionistas". En la actualidad se admite- al menos        teóricamente- que las compañías han de responder no sólo ante sus        accionistas, sino también ante sus proveedores, clientes, empleados,        competidores, sector público, organizaciones no gubernamentales y el resto        de la sociedad en general. Al amparo de esta nueva tendencia han        proliferado en los últimos tiempos conceptos relacionados con la        responsabilidad social: gobierno corporativo, ciudadanía corporativa,        triple balance, auditoría social y medioambiental, transparencia,        sostenibilidad
 Entre ellos, la inversión socialmente responsable pretende        dar una vuelta completa al manido calcetín de la preeminencia de las        cifras como indicadores de buen gobierno empresarial. Conviene entonces,        como antídoto ante los directivos escépticos que se aferran todavía a la        búsqueda voraz del beneficio, demostrar que los beneficios de la inversión        social son perfectamente medibles y        cuantificables.
INVERSIÓN DE        IMPACTO
El Retorno Social sobre la Inversión (SROI) se        revela como una herramienta capaz de proporcionar una radiografia completa        del modo en que una compañía crea valor, indicando a través de un        coeficiente el valor social creado por cada unidad monetaria invertida. Se        trata, básicamente, de una comparación entre el valor social generado por        una iniciativa y la inversión necesaria para lograr es impacto. Otros        conceptos, como los precios sombra y la tasa social de descuento, se        adentran también de forma incipiente en los todavía inexplorados        territorios del retorno de la inversión social. 
La importancia        de medir la inversión social va mucho más allá del afán por convencer a        los últimos  pero robustos- reductos de accionistas incrédulos. Es, de        hecho, la forma en que las buenas prácticas se conviertan en políticas        empresariales, se enraícen en el ADN empresarial, pasan de ser conceptos        filosóficos a realidades tangibles.
En las últimas semanas, la        Inversión Socialmente Responsable ha saltado de nuevo a la palestra, tras        noticias recientes como la adopción por parte del Comité Económico y        Social Europeo (CESE) de un dictamen en el que se apuesta por una mayor        regularización de la ISR, tratando de incorporar una mayor transparencia y        un continuo proceso de evaluación. Además, y de un modo más espinoso, dos        académicos de la Universidad de Oxford criticaban a principios de este mes        el "extremo privilegio de la ética en detrimento de la eficacia de las        inversiones" por parte del Fondo Global de Pensiones del Gobierno Noruego.        Para los académicos Gordon Clark y Monk Ashby el posicionamiento ético del        Fondo podría ser contraproducente para alcanzar la "plena eficacia" de las        inversiones. La respuesta por parte del Fondo no se ha hecho esperar, y en        declaraciones al Rotman International Journal of Pension        Management ,Trude Myklebust afirma que la orientación a lo        ético, lejos de un desequilibrio, permitirá la obtención de beneficios a        largo plazo.
En el panorama europeo, la Inversión Socialmente        Responsable representa una de las áreas de mayor crecimiento en los        últimos años. Según datos del Foro Europeo de Inversión Sostenible        (Eurosif), sólo en Europa la ISR ha crecido un 46% al año durante el        último ciclo expansivo, y en ese mercado representa ya casi un 18% de los        activos gestionados, lo que revela que la ISR está abandonando ya su        estatus de nicho de mercado para tratar de convertirse en una práctica de        alcance general. En cambio en España, el desarrollo ha experimentado una        evidente desviación con respecto a la tendencia europea, puesto que tiene        un mercado infradesarrollado que todavía no ha alcanzado el 1% de la        inversión total, según Eurosif. Esta situación se da aún tras la firma de        los Principios de Inversión Responsable de Naciones Unidas y la creación        de Spainsif. Es entonces imprescindible adquirir todavía una mayor        conciencia de los beneficios a largo plazo de la ISR para la salud        empresarial, un proceso que pasa por el fortalecimiento de los inversores        individuales y la adopción de una actitud mucho más activista, más crítica        hacia los compañías a las que no solamente ha de exigirse en el plano        económico, sino también en el ético, social y medioambiental.        
Beatriz  Lorenzo
 
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