La columna de Hernán Felipe Errázuriz en El Mercurio
Hernán  Felipe Errázuriz 
Sábado  02 de Agosto de 2008 
Top  Secret
Que  la información es poder, no hay duda. Y cuando no está en el público, el poder  es superior. Es una ventaja formidable para los negocios del titular, que puede  provocar enriquecimientos ilícitos.
El  mayor esfuerzo para evitar estos abusos debe ser atacar la cultura del  secretismo, la raíz del uso indebido de la información reservada. La realidad es  que, muchas veces, en las compañías prevalece la tendencia a dilatar la  publicidad de hechos y negocios con probabilidades de materializarse, capaces de  alterar su valor y el de sus acciones. Cuanto más dilatan sus administradores y  directorios la entrega de esas informaciones, más posibilidades de lograr  ganancias suculentas y rápidas tienen los que restringidamente acceden a ellas.  Siempre habrá un vértigo y excusas por el secreto. Se dirá que la transacción o  el hecho provisoriamente oculto tienen un riesgo de improbabilidad, que el  negocio está en ciernes, o que la pérdida o ganancia es reversible. En algunos  casos esos argumentos pueden ser válidos, pero también hay velados intereses y  temores exagerados, que conducen a postergar la difusión pública de información  relevante.
El  fiscalizador de las sociedades anónimas está decidido a investigar y sancionar a  las personas que, en razón de sus cargos, han adquirido conocimientos  anticipados de ciertos hechos sobre los que deberían guardar reserva y sin  utilizarlos en beneficio propio o de sus relaciones.
Este  loable cometido no debería significar distracción de otro más importante:  vigilar, aplicando sanciones cuando proceda, para que las compañías actúen  eficazmente en las obligaciones de transparencia, y limiten al máximo las  informaciones privilegiadas.
Hay  que reconocer que es difícil descubrir las verdaderas infracciones a las  obligaciones de inhibirse y guardar reserva. Más complejo aún es probarlas. De  allí que no sepamos cuántas quedan impunes. Además, hay riesgos de injusticia.  Las normas son imprecisas, cabe la discrecionalidad en su interpretación, las  sanciones se basan en escalamientos de presunciones, en tanto los funcionarios  que las aplican no son jueces y tienen el doble papel de investigar y juzgar.  Sus fallos son influyentes en las apelaciones ante la justicia ordinaria, que  carece de experiencia y conocimiento sobre estas intrincadas  transacciones.
Más  fácil debería ser combatir preventiva y sancionatoriamente el secretismo. La  transparencia instantánea podría perjudicar algunos negocios, pero también  evitaría abusos, enriquecimientos indebidos y desconfianzas en el mercado.  Siempre ha sido mejor prevenir que curar.
En  vez de "top secret", "full disclosure" -apertura total.
CONSULTEN, OPINEN , ESCRIBAN LIBREMENTE
Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en RSE de la ONU
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