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| José        Enebral | 
Cuidado con el liderazgo, cuidemos el  compromiso
La  verdad es que algunas cosas que leemos sobre el liderazgo quizá el más sonoro  buzzword del momento en la literatura del management en la empresa, nos  recuerdan más la Teoría X de McGregor, que su más idónea Teoría Y, quizá origen  ésta de los cambios culturales de los años 90. Lo cierto es que el compromiso  resulta fundamental en las organizaciones de la economía de nuestros días
, al  menos mientras dure (el compromiso). Hemos conocido, por cierto, primeros  ejecutivos que, sin llevar dos años en su empresa, se han ido a la más directa  competidora, con el mismo cargo (quizá más sueldo), después de predicar el  compromiso entre sus seguidores.
Recientemente,  me decía un trabajador de pyme que le gustaría involucrarse más, comprometerse  más, que desearía contribuir en mayor medida a la prosperidad de su empresa (en  la que llevaba poco tiempo), pero que su jefe, uno de los dueños, no le dejaba;  que le ocultaba información, quizá para neutralizar sus sugerencias y críticas;  que le restringía información, quizá para no desvelar lo mal que se estaban  haciendo las cosas; que parecía temer sus opiniones e iniciativas, justamente  por atinadas. Este comentario me llegó al mismo tiempo que la lectura de algunos  artículos sobre el compromiso de directivos y trabajadores, y me animó a  reflexionar.
Cuando  en la empresa hablamos de la contribución de cada persona a los resultados  colectivos, surgen términos como la responsabilidad, la motivación, la  inteligencia, la competencia, el talento, la diligencia y, entre otros más, el  compromiso. Estamos ante conceptos complejos e interrelacionados que hemos de  interpretar con rigor; en estos párrafos nos detendremos, sí, en el último  citado: el compromiso. Mediante el compromiso, que apunta a nuestra voluntad,  generamos una obligación intrínseca que es preciso identificar bien, y someter a  un análisis de reciprocidad.
He  observado que algunos de nuestros expertos nacionales, los pertenecientes al  club de los autodenominados top ten ―quizá una especie de oficioso establishment  nacional del management― vienen hablando y escribiendo con frecuencia sobre el  compromiso, y no debe ser gratuito; se trata ciertamente de un tema del que hay  mucho que decir. Yo mismo, con cierto atrevimiento, me ocupé del tema en 2002.  Entonces recordaba que, como profesionales, hemos de comprometernos "con las  metas individuales y colectivas compartidas", lo que naturalmente abarca  resultados cuantitativos y cualitativos (satisfacción de los clientes). Me  parecía importante subrayarlo entonces, aunque quizá en la práctica siempre  hemos vinculado el compromiso "con la empresa" y aun "con el  jefe".
Dentro  del campo de los sentimientos, actitudes y conductas, enfocaba yo, en efecto,  hace seis años, algunas fortalezas en que me parecía que se desplegaba el  compromiso en la actuación cotidiana. Destacaba yo  entonces:
  El espíritu de comunidad. 
  La responsabilidad.
 La proactividad. 
  El afán de superación.
El  espíritu de comunidad suponía someterse a las reglas de convivencia, compartir  los objetivos comunes y subordinar los intereses propios a los colectivos;  suponía también una actitud de colaboración con los demás, compartiendo tareas y  conocimientos. Con la responsabilidad, me refería a comportamientos  caracterizados por la lealtad, la autodisciplina, la integridad y la coherencia.  Con la proactividad, apuntaba a la iniciativa, la diligencia, el optimismo, la  perseverancia y la anticipación. Finalmente, identificaba yo el afán de  superación, para recordar que el compromiso nos mueve al desarrollo personal y  profesional, al servicio de las metas compartidas y del propio desarrollo de la  organización.
Una  revisión del compromiso
Leí,  por ejemplo, con atención un artículo reciente del prestigioso experto José  Aguilar López. Me interesó porque destacaba el carácter estable del compromiso y  porque decía cosas como: "Demandan y generan compromiso los proyectos que, a su  vez, se comprometen: con su mercado, con sus clientes y, por supuesto, con sus  empleados". Creo, sí, que en su trayectoria, el individuo celebrará un proyecto  atractivo, profesionalmente estimulante, pero también vinculará su compromiso  con la reciprocidad percibida, con una cierta continuidad en el  tiempo.
No  parece que deba hablarse del compromiso sin dejar claro con qué nos  comprometemos. Podemos considerar que lo hacemos con los intereses colectivos,  con las metas empresariales, con la prosperidad de la organización: a ello nos  movería la profesionalidad, ya fuéramos directivos o fuéramos trabajadores  expertos. Pero también cabe pensar que una empresa contrate personas para  misiones especiales, para que obedezcan a un jefe, para que desarrollen una  determinada tarea, por un tiempo limitado..., sin exigir un compromiso  organizacional. Quizá no podríamos esperar mucho más que competencia y sumisión,  si percibiéramos a los trabajadores como meros empelados, subordinados,  recursos, seguidores, colaboradores
 Otra cosa sería verles y tratarles, en su  caso, como profesionales, como capital humano, lo que parece una demanda de la  economía del conocimiento y la innovación.
Ciertamente,  hay empresas (y jefes) que buscan en sus empleados la obediencia, y otras, la  inteligencia. Las primeras se nuclean sobre el poder y las otras quizá más sobre  el saber. Si uno ha de esperar instrucciones, no se puede comprometer más que a  obedecer de la mejor manera; si uno se compromete a generar resultados, entonces  sí queda espacio para aplicar la inteligencia en todos sus  recursos.
Se  diría que en el pasado el compromiso, tal como lo entendemos, venía marcando la  frontera entre el "nosotros" y el "ellos" en las organizaciones, es decir, entre  directivos y trabajadores; pero quizá hoy debamos pensar en un compromiso  extensible a todas las personas, en una empresa de individuos comprometidos, en  un colectivo alineado (y no alienado) y sinérgico tras objetivos de prosperidad.  La división de las personas, lejos de lo de líderes y seguidores, podría  formularse de otro modo: profesionales de la gestión y profesionales en sus  respectivos campos técnicos y funcionales.
Naturalmente,  el grado de compromiso puede ser diferente en cada persona, y así caben  expresiones como las siguientes, de menor a mayor:
1.  "Me pagan, vengo todos los días y hago mi trabajo". 
2.  "Me gustan mis compañeros y mi trabajo, y lo hago lo mejor que  puedo". 
3.  "Me surgen oportunidades de aprender y desarrollarme. 
4.  "Me parece un proyecto estimulante y celebro formar parte de él". 
5.  "Asumo convencido responsabilidades colectivas tras los  resultados.
De  los trabajadores de hace cincuenta años no se esperaba siempre que se  identificaran con la empresa, pero ya en las décadas finales del siglo XX iba  pareciendo deseable que esa idea estuviera presente tanto en directivos como en  trabajadores: formar parte del proyecto de empresa. De modo que, aun  limitándonos cada uno al nivel de responsabilidad del puesto ocupado en la  organización, además de entregar tiempo, atención, intención y hasta algo de  intuición-corazón, algunas (quizá no todas) empresas esperan hoy que alineemos  nuestras metas con las suyas, y que alcancemos nuestra realización profesional  contribuyendo a la colectividad. A este compromiso organizacional ―niveles 4  (trabajadores) y 5 (directivos) señalados―, ya estudiado entre otros expertos  por Meyer, Allen, Baker, Mathieu o Zajac, nos referimos como  óptimo.
Pero  nadie se sentiría muy comprometido si hubiera de limitarse a obedecer, o si, por  ejemplo, observara conductas corruptas en los ejecutivos: pensaría que, más que  compromiso, se le pide complicidad. Hemos conocido ciertamente el  enriquecimiento desmedido de algunos primeros ejecutivos mientras sus empresas  se empobrecían muy visiblemente. El propio Peter Drucker destacaba en uno de sus  últimos libros la descarada codicia de los ejecutivos de nuestro  tiempo.
Más  sobre el compromiso
Podemos  ver el compromiso como una fortaleza del carácter que, como otras el afán de  aprender, la amplitud de miras, la creatividad, la integridad, la prudencia, la  diligencia y algunas más, apunta a la voluntad para decidir nuestra actuación o  postura ante un escenario que la demanda. Decidimos comprometernos, o no  hacerlo; y cuando nos comprometemos, nuestros esfuerzos se orientan, nuestros  intereses se subordinan y nuestra conducta se modula. Hay personas más  dispuestas a comprometerse que otras, y al hacerlo no limitan su libertad sino  que la manifiestan.
Al  consultar "La práctica de la inteligencia emocional", de Daniel Goleman, leemos:  "La esencia del compromiso consiste en sintonizar nuestros objetivos con las  metas de la organización, generando así un compromiso fuertemente emocional...".  Y también: "Quienes estiman y abrazan las metas de una organización no sólo  pueden efectuar un gran esfuerzo en nombre de ella, sino que también están  dispuestos a realizar sacrificios personales cuando sea necesario". Y todavía  más: "Las empresas u organizaciones que carecen de una misión explícita y  claramente formulada, o cuyas declaraciones al respecto son meras artimañas de  relaciones públicas, brindan muy pocas oportunidades al  compromiso".
Insistiendo  en que el compromiso auténtico de que venimos hablando nace del vínculo  emocional, Goleman nos recuerda que unas mismas circunstancias adversas pueden  ser vividas con cierta desesperación, como onerosas y estresantes, por los no  comprometidos, mientras que las personas comprometidas, que se crecen ante  presiones y desafíos, las pueden vivir sin merma de satisfacción (sean  directivos o sean trabajadores).
Es  evidente que todos los días hay obligaciones que atendemos sin frío ni calor,  pero he recurrido a Goleman porque se viene ciertamente apelando a la dimensión  emocional del compromiso: al alineamiento de las personas con las metas y  valores de la organización. La repetida idea de la "visión compartida" (shared  vision) una de las disciplinas de que nos hablaba Peter Senge no es sino una  expresión más de este vínculo emocional. No se trata de acatar los objetivos de  futuro, sino de asumirlos y compartirlos: tal es el compromiso que parecen  demandarnos las denominadas organizaciones inteligentes.
Uno  puede contraer esta obligación máxima desde los límites de su responsabilidad, o  bien puede simplemente "cumplir" con su trabajo. Esta última es, desde luego, la  opción natural de quienes se sienten preteridos o desconectados de las  decisiones que les afectan, de quienes contemplan preocupados comportamientos  corruptos de sus superiores, de quienes se saben víctimas de un próximo recorte  de plantilla, de quienes perciben el cinismo subyacente en la comunicación  interna...; pero lo ideal es que no haya nada de esto, y que, más allá de  "cumplir", contribuyamos decididamente a unas metas colectivas profesionalmente  atractivas.
Podrá  pensarse, si el lector se detiene en reflexiones paralelas, que la demanda  generalizada de compromiso emocional no es coherente con las distancias  excesivas entre el "nosotros" y el "ellos", por no hablar de lo de los supuestos  líderes y los supuestos seguidores; que tampoco es coherente con los despidos  masivos o con los contratos temporales; que tampoco es coherente con el  espectáculo de los CEO mercenarios que se enriquecen para sí y para toda su  descendencia mientras sus empresas se van a pique; que es asimismo incoherente  con la fuga de altos directivos para ser mejor pagados por la competencia; que a  menudo las metas formuladas lo son para la galería mientras los auténticos  propósitos de la empresa son otros... Eso me parece a mí. Sin duda es saludable  y enriquecedor lo de vivir comprometido intrínsecamente con alguna meta, tanto  en lo profesional como en lo personal, pero hemos de ser cautos y perspicaces al  otorgar nuestra confianza y adhesión, y adoptar las metas que se nos  proponen.
Nuestra  voluntad
A  comprometernos de la forma a que nos referimos nadie nos puede obligar, como  tampoco dejamos que nos obliguen a casarnos o tener hijos. Clarence Francis, que  fue asesor del presidente Eisenhower, decía: "Uno puede comprar el tiempo de las  personas, su presencia física en un lugar e incluso un número determinado de  movimientos musculares por hora. Pero no se compra su entusiasmo, ni se compra  su lealtad, ni se compra la devoción de sus corazones: eso hay que ganárselo".  De modo que uno se compromete libremente, sobre todo porque le atraen las metas  de la organización. Y, ¿por qué le atraen estas metas?
Los  psicólogos hablan del "afán propio", o del "tema vital", para referirse a  aquello a lo que una persona enfoca su voluntad por encima de todo, y a los  medios que para ello emplea. En la literatura del management se habla de  designio particular, de purpose. Nos lo dice Robert K. Cooper: "El designio es  la brújula interior de nuestra vida y nuestro trabajo". Si nuestro propósito en  la vida sintoniza, o convive en armonía, con los objetivos y estrategias de  nuestra empresa, estamos más cerca de la eficacia y la satisfacción perseguidas.  Para los directivos el purpose es fundamental, y si no lo tienen muy definido  habrían de adoptar uno que entronque en la visión o misión de la empresa a que  contribuyen. Ya saben lo del médico: según se mire, su misión es recetar, o, más  eficaz y enriquecedoramente, contribuir a la calidad de vida de sus pacientes y  de su entorno.
Las  personas que poseen un afán de esta naturaleza pueden dar significado a todo lo  que les sucede: será positivo si les acerca a su meta, o negativo si les aleja.  Quienes carecen de un afán definido, tienen más problemas para interpretar los  sucesos y, en general, se pierden emociones positivas. Como nos señala el  profesor Csikszentmihalyi, cuando la energía psíquica de una persona se pone al  servicio de su tema vital, la conciencia logra armonía, y el individuo,  plenitud. Podemos aceptar que comprometernos resulta emocionalmente inteligente:  "llena" nuestra vida profesional; quizá por eso activamos nuestra voluntad de  comprometernos.
Claro,  algún lector pensará, por una parte, que hay metas y "metas", y por otra que  toda esta teoría se adultera en la vida real, y que a veces lo que decide la  voluntad es aparentar el compromiso y esperar varias cosas: una buena subida de  sueldo, una rápida ascensión y la consecución de poder (quizá para utilizarlo en  beneficio propio)... Sin descartar que, una vez en la cima, el ejecutivo se vaya  a ganar más dinero, precisamente a la empresa competidora. También puede ocurrir  que el compromiso sea auténtico al principio, y se adultere o corrompa  después... Pero sigamos; sigamos en la hipótesis más virtuosa: la integridad de  las personas, sean directivos o trabajadores.
A  qué nos comprometemos
Déjenme  recordar enseguida verán por qué declaraciones de un conocido bodeguero de  Rioja que hace 30 años se propuso aumentar su producción y difundir su mejor  vino por el mundo: "Para lograrlo fue preciso poner en marcha un plan bien  meditado a 10 años vista. Era obvio decía don Julio Faustino Martínez en la  revista Vino y Gastronomía que el objetivo básico y primordial era conseguir un  terreno de excepcional calidad, para plantar las mejores variedades de vino de  La Rioja... Tuvimos que despedregar todo el terreno... Finalmente hubo que  drenar, estercolar y desinfectar el suelo en varias parcelas y hacer una buena  labor de desfonde...".
Don  Julio parecía mostrarse orgulloso no sólo de haber alcanzado exitosamente su  objetivo, sino del trabajo realizado para ello; no hablaba de resultados  económicos sino de logros profesionales, y esto parece lo más frecuente en el  sector vitivinícola, no solamente en España. Pero también en la prensa  económica, se pueden encontrar declaraciones en esta dirección vocacional de  ofrecer satisfacción a las expectativas de consumidores. En El País-Negocios,  por poner uno entre muchos ejemplos posibles, aparecía un texto en 2006 sobre  las Bodegas López Hermanos (las del Málaga Virgen). Podíamos leer: "Más de 120  años de una historia difícil y apasionante", "La bodega apuesta por primera vez  en su historia por un vino tinto (Pernales), elaborado a partir de la variedad  Syrah", "...cuatro variedades exclusivamente: Pedro Ximénez, Chardonnay,  Moscatel y Syrah", "...el celebérrimo Málaga Virgen o la Quina San Clemente,  indicada en aquellos tiempos para abrir el apetito de los  niños".
Sin  embargo, también encontré reportajes y declaraciones (año 2004) de ejecutivos de  unas conocidas bodegas (Bodegas Vinartis, con vinos de mesa como Cumbres de  Gredos y otros de alta calidad como Pata Negra, por entonces presididas por don  Miguel Canalejo, conocido financiero), que me resultaron inusuales: "El vino  español tiene un problema de competitividad en el exterior: las Denominaciones  de Origen" (Expansión, en junio); "El objetivo es incrementar las ventas en 2004  y obtener un ebitda de 15 millones, un 17,1% más" (Expansión, en junio); "El  ebitda estimado para 2004 asciende a 14,5 millones, lo que supone una subida del  20,8%" (Cinco Días, en diciembre); "Cumbres de Gredos prepara su desembarco en  la denominación Rioja" (Estrategia empresarial, en diciembre); "El año que viene  nos reforzaremos con la compra de bodegas en Rioja y Ribera del Duero"  (Expansión, en junio); "Cumbres de Gredos prepara su desembarco en el mercado de  EEUU" (Cinco Días, en diciembre). Se trataba del sector del vino, pero las  intenciones parecían distintas.
Hay  ciertamente empresarios, directivos y profesionales que intentan alcanzar la  mayor calidad y competitividad de sus productos o servicios (ganando dinero como  consecuencia), y otros que se orientan sobre todo a los parámetros financieros,  es decir, a generar beneficios con la actividad profesional, vivida ésta como  medio; ello con todas las posibilidades intermedias y sin menoscabo de la  legitimidad. (Sería quizá una digresión que nos detuviéramos ahora en recordar  que don Miguel tuvo que vender Vinartis en 2007, a un precio sensiblemente  inferior al pagado por estas bodegas en 2003).
Lo  anterior me sirve para sugerir que quizá un buen profesional prefiera desplegar  su compromiso en una empresa más autotélica (las del primer tipo), más que en  una empresa exotélica, orientada sobre todo a las cifras; pero no debemos  descartar que haya también buenos profesionales técnicos en empresas de perfil  exotélico, como los hubo en ITT en los tiempos de Geneen (permitan que recurra  aquí a mi experiencia personal en ITT, donde yo era un modesto empleado en los  años 70, pero pude convivir con magníficos profesionales españoles, en el Centro  de Investigación de Madrid: recuerdo a Rafael Burriel, por  ejemplo).
Compartimos  hemos dicho las metas "profesionales" de la organización, y ello nos mueve a  trabajar para el corto y el largo plazo. Cuando conducimos nuestro automóvil en  la carretera, atendemos a nuestro entorno próximo pero no perdemos de vista el  horizonte, ni olvidamos el destino. Acertada o no la analogía, debemos atender  al corto y largo plazo, asegurando que lo que hacemos cada día nos aproxima a y  no aleja de la denominada "visión". De modo que, aunque los directivos abordan  cada día lo que les dicta su agenda y también alguna cosa imprevista, su punto  de mira está en las metas de fin de ejercicio y, quizá especialmente, en las del  futuro deseado (ganar clientes, liderar el mercado, consolidar las innovaciones  introducidas, etc.).
Tan  saludable parece esta manera de trabajar, que la formulación y asunción de  objetivos se extendió también a los trabajadores, en no pocas grandes empresas,  en los años 80 y 90. Temo que la cosa no funcionara bien es conocida la  frecuente adulteración del sistema de dirección por objetivos, pero el hecho es  que se viene alentando el compromiso con los resultados a obtener, más allá del  desempeño cotidiano de tareas. Ahora bien, ¿de qué, o quién, depende el  resultado perseguido? Efectivamente, tal como estará pensando el lector, a veces  se nos piden resultados que no dependen de nosotros, y ni siquiera de que  trabajemos en equipo... A veces, la Alta Dirección parece más ocupada en  fusiones y adquisiciones que en la marcha de la compañía, y aparece un cierto  vacío en la coordinación.
La  Dirección desempeña ciertamente un papel fundamental en la consolidación del  compromiso de las personas; puede alentarlo, pero también puede bloquearlo o  sofocarlo, con mayor o menor conciencia de ello. Al hilo de esto, el propio Tom  Peters señala que la gente tiene buen olfato para detectar el compromiso o su  ausencia en los líderes; si éstos persiguen metas distintas de las declaradas,  se acaba sabiendo. También recuerdo a Peter Senge diciendo que la Dirección  tendría que empezar por dejar de desmotivar a la gente.
Materialización  del compromiso
Insistiría  en la necesaria reciprocidad del compromiso, de modo que si la empresa nos  considerara un mero coste inevitable, cuidaremos de ajustarnos; pero sigamos  imaginando el mejor escenario: la organización inteligente. Así las cosas, la  mejor relación de compromiso catalizaría conductas como las  siguientes:
  Desarrollar con diligencia y esmero nuestras tareas. 
  Asegurar su contribución a resultados colectivos. 
  Neutralizar cualquier circunstancia o evento que ponga en riesgo las  metas. 
  Guiar, en su caso, la actuación de nuestros colaboradores. 
  Asegurar el alineamiento de éstos con las metas comunes. 
  Seguir las reglas y métodos establecidos para la convivencia  profesional. 
  Subordinar intereses propios a los colectivos. 
  Cultivar los valores corporativos. 
  Colaborar con los demás. 
  Ejercer crítica constructiva, inteligentemente formulada. 
  Hacer fluir la información y conocimientos de que disponemos. 
  Ser leales, íntegros y coherentes. 
  Ser preactivos o proactivos, lejos de la reactividad o la  inactividad. 
  Conjugar la percepción de la realidad con el optimismo. 
  Perseverar ante las dificultades. 
  Superarnos a nosotros mismos cada día. 
  Perseguir la mejora continua y la innovación. 
  Representar dignamente a nuestra organización ante terceros. 
  Equilibrar la relación personal con la ejecución de tareas. 
  Contribuir a la calidad de vida en el trabajo.
El  lector puede completar esta lista porque la he improvisado con las 20 primeras  ideas surgidas: la dejo abierta. Son, por decirlo así, algunos indicadores del  compromiso. Si quisiéramos medir el compromiso de las personas, habría que  observar conductas como las anteriores y comprobar su  autenticidad.
Pérdida  del compromiso
Con  lo ya comentado sobre el compromiso organizacional, podemos convenir en que se  hace sólido por la catálisis de elementos como la confianza, el alineamiento con  las metas, el progreso hacia ellas, las relaciones internas, la cohesión y  coherencia de la comunidad, la satisfacción general, la ética y justicia  reinante, el reconocimiento interno, el prestigio social de la organización,  etc. Y podemos igualmente convenir en que se perdería al debilitarse sus  fundamentos; de esto hablaremos ahora. En verdad, puede haber dudas hasta que  decidimos comprometernos en plenitud, pero, en su caso, el descompromiso podría  ser bastante automático, llegado el caso.
Nuestro  compromiso se puede desvanecer por razones endógenas y exógenas; entre estas  últimas, podemos destacar algunas quizá más frecuentes:
  La corrupción de los ejecutivos. 
  La desviación de las metas originales.
 La pérdida de vigencia de las  mismas. 
  La falta de transparencia de la organización. 
  El fracaso en los resultados. 
  El sentimiento de ser preterido, excluido o subestimado. 
  El desacuerdo con las tácticas o los métodos.
Las  razones endógenas para romper los compromisos son igualmente importantes, pero  pueden variar más de unas personas a otras. Me he detenido en esto de la  fragilidad del compromiso porque creo que las organizaciones tienen más  problemas para mantenerlo en sus personas, que para conseguirlo inicialmente. De  todos modos, hay que insistir en que no todos los compromisos lo son realmente:  o sea, en que también cabría hablar de falsos compromisos o compromisos  extrínsecos.
Claro  no sé si esta reflexión encaja aquí, o debería haberla hecho antes, yo querría  detenerme en que quizá resulte difícil esperar o mantener el compromiso de  aquellos a quienes visiblemente veamos como meros recursos, empleados,  colaboradores, seguidores o subordinados, y de quienes sólo busquemos obediencia  sin reparos. Lo digo porque de algunos de nuestros top ten (el aparente  establishment de que les hablaba) salen pensamientos como éstos: "un buen  directivo-líder es aquel que sabe obtener los mejor de sus colaboradores"; "un  buen directivo-líder es aquel que consigue que los subordinados obedezcan  convencidos y contentos", "un buen directivo-líder no pretenderá que un empleado  lo obedezca por temor o por una recompensa como lo haría un gestor, sino  motivado por el valor real de la acción", "liderazgo y coaching vienen a ser lo  mismo"
Si  éste es el modelo mental que guía la concepción de programas formativos, quizá  hayamos dado con la explicación de los resultados alcanzados; quizá nos  expliquemos mejor la falta de calidad directiva de que habla Juan Carlos  Cubeiro. No lo sé: piénselo ustedes. Yo creo que las relaciones no deberían  establecerse sobre la base de mandar y obedecer, o sobre la base del directivo  ejemplar y el trabajador que lo imite, sino en conformidad con el creciente peso  del saber en la economía del siglo XXI, que parece ser la economía del  conocimiento y la innovación, la economía de la profesionalidad de  todos.
Reflexión  final
Ya  sabemos que unas empresas parecen más preocupadas por el deseable bienestar  social que otras, y que, de estas últimas, algunas persiguen el beneficio  económico aunque sea precisamente a costa de aquel bienestar. Aquí les  insistiría yo en la analogía del automóvil: creo que una empresa puede liderar  el mercado de la Telecomunicación, el mercado del e-learning, u otro mercado, si  lleva la mirada más lejos, a horizontes más amplios; pero si se queda en  perseguir el liderato, quizá resulte más complicado alcanzarlo. Ante obsesiones  de crecimiento desmedido, una empresa podría, por ejemplo, empezar a considerar  válido el sobornar a quienes toman decisiones de compra, porque eso la  aproximaría a la meta...
Habrá  quien piense que en los negocios el fin justifica los medios, pero lo cierto es  que, como leí hace tiempo en una columna de Juan F. San Andrés, directivo de  Oracle, "la ética es la gran creación de la humanidad, para hacer posible la  convivencia". A menudo se declaran incompatibles la ética y los negocios, y de  hecho los medios de comunicación nos trasladan casi todos los días casos de alta  corrupción en las grandes empresas. Cuando la corrupción reina, la organización  lo detecta y, o bien "la obediencia debida" socava nuestra integridad y  autoestima, o bien nuestra repulsa se vuelve contra nosotros; desde luego no  queda ya sitio para el compromiso intrínseco.
Uno  cree que la prosperidad de las organizaciones pasa por la efectividad tras metas  de interés social, por la calidad de vida en el trabajo y, en suma, por la  opción del círculo virtuoso, lejos del vicioso caracterizado por la entropía  psíquica, la tensión nerviosa, el imperio del corto plazo, el camuflaje de los  malos resultados, la degeneración de los buenos usos y costumbres... Hay sitio  para otras creencias, pero uno cree que el bien común es más nutritivo que el  particular.
Para  terminar, si tienen la fortuna de pertenecer a una organización que apunta a la  prosperidad y el bien común, no duden en comprometerse; y si se les presenta la  oportunidad de enderezar una empresa en crisis o malograda, también parece una  meta estimulante. Me pareció, en suma, que éste era un tema para la reflexión y  aun para el debate, pero no he pretendido agotar la primera sino alentar el  segundo. Espero haber logrado alguna dosis de asentimiento por parte del lector,  pero anímense a disentir o a abrir nuevas vías de reflexión. Gracias por su  atención.
CONSULTEN, OPINEN , ESCRIBAN LIBREMENTE
Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en RSE de la ONU
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