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 No asumir la responsabilidad a nivel de las        máximas autoridades, genera un caldo de cultivo para un relativismo sobre        el deber ser en la administración del Estado.          El primer aniversario desde la puesta en marcha del Transantiago,        implicó el inevitable balance sobre el descalabro que enfrentó la        ciudadanía el 10 de febrero.A las caóticas consecuencias que esto ha        tenido para la población y el millonario costo en recursos públicos y        productividad para el país, diversas actuaciones de los estamentos        políticos y el Ejecutivo hicieron más negativo el saldo, pues el episodio        vino a agravar la sensación de que en el país no se asumen las        responsabilidades políticas.
 No obstante el informe de la comisión        investigadora de la Cámara de Diputados las consignó, una muy mala señal        fue la resistencia hasta último minuto del ex Presidente Ricardo Lagos de        enfrentar los hechos; los intentos por frenar el juicio político a su        gestión, que finalmente no prosperó pues la Sala aprobó el informe de la        instancia parlamentaria; y el que el mandatario se refiera a lo ocurrido        sólo después de la votación, cuando ya era inevitable.
 "Debemos        reconocer con dolor que este cambio del transporte público en Santiago ha        ocasionado, en esta primera etapa, perjuicios, molestias y sufrimientos ha        mucha gente, particularmente a los más modestos", afirmó entonces. "A        ellos les pido mis excusas más sinceras, a ellos les reitero mi afecto y        cariño", indicó. "Asumo la responsabilidad de haber tomado una decisión        indispensable para que Santiago sea una ciudad moderna, con un sistema de        transporte integrado", adujo entonces.
 En la oposición, la declaración        de Lagos fue criticada entonces por tardía. Porque en casos como este, y        considerando que la Presidenta Michelle Bachelet se había referido a los        hechos con meses de antelación, claramente la oportunidad tiene su propio        valor.
 Tampoco ha habido un reconocimiento expreso de los ministros        involucrados en el comité interministerial sobre lo que debían y no        hicieron.
 Y, en la discusión parlamentaria, se registró uno de los        episodios más polémicos de los últimos años, el que un senador, Adolfo        Zaldívar, fuese expulsado, entre otros aspectos, por su voto en contra de        la ley que destinó recursos al sistema sin un diagnóstico cierto sobre la        mesa de parte del Gobierno.
 Al regreso del receso legislativo, los        parlamentarios se toparán con otra investigación emblemática, la de la        Empresa de Ferrocarriles del Estado, que ya reúne polémicas. A mediados de        año, el diputado Fidel Espinoza (PS) acusó presiones por parte del ex        ministro Carlos Figueroa, sobre el trato que la comisión estaba dando al        cuestionado ex presidente de la empresa, Luis Ajenjo. Y, al igual que en        Transantiago, se avecina una fuerte discusión sobre la responsabilidad de        Lagos, de quien los legisladores han recibido misivas que, a juicio de la        Alianza, son más excusas que explicaciones concretas.
 El punto central        en este tipo de hechos, es que las sociedades        se mueven de acuerdo a las señales. Si las máximas autoridades no se asumen sus        responsabilidades, hay un caldo de cultivo para un relativismo total a        nivel de nuevas autoridades y de mandos medios, sobre el deber ser en la        administración del Estado.
 Basta indicar que el no        haber actuado con firmeza en gobiernos anteriores en materia de corrupción        y el que aún no se establezcan normas con controles efectivos y exigencias        a los gobiernos corporativos  de las empresas públicas, ha sido un        pésimo camino. Pues de tiempo en tiempo, se registra un escándalo en una        compañía estatal. El caso Codelco fue en 1994 y hoy, en 2008, nuevamente        una empresa pública está en el ojo del huracán. Asimismo, las asesorías        presuntamente ficticias para pagar favores políticos, se repiten; y qué        decir de la imagen que quedó cuando en la Administración Lagos no pocos        prefirieron llevarse cuantiosas indemnizaciones, cuando el ex mandatario        les indicó que podían permanecer en el gobierno, sólo si las        devolvían.
 Señales y más señales, heredadas o propias, frente a las que        el Gobierno no está saliendo indemne.
 
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