PROTOCOLO DE AHORA
Las buenas maneras en el siglo XXI
Las buenas maneras, los buenos modales, la buena educación Solemos relacionar todas estas expresiones con el encorsetamiento, con el comportamiento de nuestros abuelos. Sin embargo, lo cierto es que la buena educación es atemporal y primordial en las relaciones. Lo mismo hace un siglo que ahora. Otra cosa es que la sociedad evoluciona y, en consecuencia, también lo ha de hacer la forma de comportarnos
El protocolo de principios y mediados del siglo XX decía que los hombres debían saludar a las mujeres con un besamanos y que una mujer jamás debía autopresentarse, ¡y mucho menos a un hombre! ¿Se imaginan que hoy día una ejecutiva tuviera que esperar a que alguien la presentara a los demás para poder saludar? ¿O que hubiera de soportar que todos sus interlocutores le besaran la mano? Pero eso no quiere decir que haya desaparecido el protocolo, ni que pueda prescindirse del saludo, de la cortesía o de las buenas maneras.
"El  protocolo es hoy día el elemento básico de la comunicación, mientras que el  siglo pasado se entendía única y exclusivamente como ordenamiento de las  personas en función de su categoría o estamento. La diferencia es que se ha  ampliado como instrumento de comunicación: es la educación, el saber estar, el  sentido común, el no perder las formas; en defi nitiva, lo que de forma  coloquial se denomina el "buen rollo", el respeto mutuo a quien tienes enfrente,  a tu lado o por encima de ti", explican desde la Asociación Española de  Protocolo (AEP). 
Claro que  ese saber estar y ese sentido común no son tan fáciles de aplicar, porque la  sociedad actual es mucho más compleja, más diversa y desdibujada, y hay  múltiples y muy distintos espacios sociales. Salvador Cardús, profesor de  Sociología de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), destaca que hemos  pasado de una sociedad uniforme, con una jerarquía clara de quien era la clase  dominante, a otra sociedad con la jerarquía desdibujada, con grupos sociales de  origen muy distinto, y eso ha complicado el sistema de convenciones para  comunicar respeto. "El sentido común no funciona porque hay muchos sentidos  comunes distintos para aplicar", dice. Y explica que a él puede parecerle fuera  de lugar que un estudiante acuda a un examen en la universidad con chancletas de  playa porque se trata de un acto formal, pero en cambio no se atrevería a afi  rmar que ese estudiante está faltando al respeto al profesor, aunque ésa sea la  interpretación con sus propios códigos. 
Cardús cree que la cuestión es  que se ha diversi-fi cado la sociedad y en un campus universitario puedes  encontrar profesores con pajarita y también otros en pantalones cortos, y  estudiantes que acuden a clase vestidos de campo y playa. 
Su conclusión es que la crisis  de buenas maneras no obedece tanto a cuestiones de tipo ético o a falta de  valores como a la ausencia de referencias claras y a una mayor complejidad  social. "En una sociedad donde hay familias que no tienen mesa de comedor, donde  sus miembros comen o cenan en el sofá a medida que van llegando a casa,  difícilmente se puede pedir a los niños que no se levanten de la mesa hasta que  acaben de comer o que no comiencen hasta que todos estén servidos",  ejemplifica. 
De todos  modos, que sea difícil regular un código común para todos los grupos y ámbitos  sociales no quiere decir que haya que renunciar a las buenas maneras. Más bien  hay acuerdo en que son imprescindibles. El filólogo Eustaquio Barjau sostiene en  Elogio de la cortesía (A. Machado Libros) que las buenas maneras son necesarias  para facilitar la comunicación con otros y como método de protección ante el  continuo contacto con los demás. Su tesis es que la cortesía convierte la  sociedad, la urbe, en un espacio no sólo habitable, sino amable y creativo, y  que sin un mínimo de buenas maneras que engrasen los nexos entre los integrantes  de los grupos muchas relaciones (en especial las que comportan sumisión) serían  en exceso tirantes. Explica Barjau que las relaciones corteses propician que se  mantenga una distancia entre los implicados en una relación, incluso entre  iguales, que permite preservar un espacio propio y protege de la  intromisión. 
También  Cardús reivindica la necesidad de contar con unas normas de buen comportamiento.  "Es preciso establecer al menos unos mínimos básicos que, aunque no sean  universales, sí sirvan para lugares concretos, como un determinado centro de  trabajo o una familia; porque si no hay un código de comunicación, no es que  estemos ante una mayor expresión de libertad, sino de confusión", dice. Pone  como ejemplo el uso actual del móvil, que considera "enormemente" mal educado.  "Se produce una situación de extrema violencia cuando en una conferencia quien  está sentado en primera fi la se pone a hablar por el móvil", afi rma. Uno  podría pensar que es innecesario verbalizar normas que digan que eso es de mala  educación o que hay que apagar el móvil antes de entrar en una conferencia o  reunión, porque parece de sentido común. Pero Cardús reitera que el sentido  común no funciona: "Lo he visto hacer a personas muy educadas, y he estado en  reuniones muy formales en las que la gente contesta el móvil sin salir de la  sala". 
La solución, a su  juicio, es establecer reglas para cada espacio social y explicitar en cada  centro de trabajo, cada escuela o cada familia dónde se puede usar el móvil y  dónde hay que desconectarlo. Porque el protocolo del siglo XXI, para este  sociólogo, pasa por "unas buenas maneras de geometría variable, que se puedan  adaptar según las circunstancias". 
En una línea muy similar se  expresa Victoria Camps, catedrática de Ética y Filosofía de la UAB. "Hemos  pasado de una educación muy autoritaria a una sin autoridad y sin disciplina;  por miedo a ser excesivamente dogmáticos, hemos descuidado las normas de  cortesía y urbanidad, pero esas normas son la base del aprendizaje moral; si no  nos gustan las antiguas, podemos sustituirlas, pero debe haber unas convenciones  mínimas". Los propios términos cortesía,urbanidad,modales
son palabras en  desuso. "Pero el menosprecio a las normas nos ha hecho afl ojar en algo que es  fundamental en educación: la coacción mediante una normativa clara y el esfuerzo  por hacerla cumplir", subraya. 
A su juicio, debe haber unas  convenciones básicas - como no gritar demasiado, tratar bien a los mayores o  pedir las cosas por favor- que permitan tratar a cada cual como debe ser  tratado, que faciliten la convivencia cívica en las ciudades, el respeto del  espacio y de las cosas públicas. 
De hecho, contempla las viejas  virtudes de la austeridad, la templanza y los buenos modales como virtudes  cívicas necesarias para una vida individual y colectiva civilizada y tolerante.  Camps recuerda que, aunque en la escuela ya no enseñan todas estas normas de  urbanidad, siguen siendo igual de necesarias que hace medio siglo, como prueba  el hecho de que algunos ayuntamientos (el de Barcelona entre ellos) hayan tenido  que recordarlas - y exigir su cumplimiento bajo amenaza de sanciones- por la vía  de ordenanzas municipales. "Siempre tiene que haber una mínima coacción, porque  la gente no se autorregula", comenta Camps. 
La catedrática de Ética y  Filosofía está convencida de que ésta debería ser también la línea a seguir por  las escuelas e, incluso, por las familias: regular los aspectos de  comportamiento que más fallan y unas normas básicas de convivencia. "No hace  falta que desde fuera se imponga nada, pero sí que cada centro establezca una  mínima normativa que regule también las cuestiones más funcionales, como si se  puede o no llevar gorra, qué se hace con los móviles, si se puede masticar  chicle
", indica. Algo similar a lo que debería ocurrir en cada hogar, donde los  buenos modales pueden servir para compatibilizar la espontaneidad que  proporciona el ámbito familiar con el respeto exigible a los otros. 
Porque a la hora de  relacionarse, uno no debería olvidar que la imagen que tendrán los demás de él  no dependerá sólo de su aspecto físico o de lo diga, sino también de sus gestos,  de su comportamiento, de sus expresiones y de su personalidad. 
Saber comportarse o no en cada  circunstancia dice mucho y transmite siempre una imagen de cada persona. La  puntualidad, devolver un saludo, enviar a tiempo una invitación, atender de  forma adecuada una llamada, escribir correctamente un mail o mirar a nuestro  interlocutor en vez de al móvil son requisitos que no deben  descuidarse.
Saludos
Rodrigo González Fernández
DIPLOMADO EN RSE DE LA ONU
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