Desde que llegó al poder, Néstor Kirchner ha tenido una relación áspera con los medios. En primer lugar, por la negativa a contestar preguntas y por el abuso del "atril" de la Casa Rosada, es decir, del monólogo para despacharse a gusto frente a las cámaras de la TV sobre los temas que le interesan.
En segundo término, por sus críticas con nombre y apellido a periodistas y medios que no comulgan con sus decisiones. No hay antecedentes de un presidente tan proclive a ocupar el lugar de crítico de sus críticos y a pasar por alto con la mayor naturalidad el hecho de que el primero que tiene que dar cuenta de sus actos es quien dispone por delegación del poder del Estado, que en la Argentina es enorme.
En la presente campaña su eventual sucesora, Cristina Fernández, ha insistido con la costumbre de su marido y cerrado la puerta a los periodistas locales, salvo a los que son sus empleados en la agencia oficial de noticias. Ha hecho, en cambio, excepciones con la prensa extranjera.
Pero la primera dama no siempre actuó así. Cuando no era primera dama y militaba en la oposición, su trato con los periodistas era menos elusivo. A lo que asistimos, por lo tanto, no es a una modificación de su personalidad, sino de su relación con el poder y a partir del nuevo "status", de trato con los medios.
Desde esta perspectiva es inocultable que los Kirchner consideran que la única relación posible con los medios es de disputa por el poder. No existe para ellos una prensa "neutra" cuya única función sea mantener informada a la sociedad sobre las cuestiones públicas. Por el contrario, es un actor más en el escenario político que intenta moldear la opinión general para adaptarla a sus objetivos. De esa concepción de la naturaleza real de los medios a la confrontación hay un solo paso.
Esta visión del matrimonio presidencial puede ser descalificada como conspirativa, pero no por eso se acerca menos a la realidad. Especialmente en el plano local los medios han sufrido en las últimas décadas una verdadera metamorfosis. El principal "holding" mediático del país, por ejemplo, forma parte de un poderoso grupo empresario de intereses múltiples, muchos de los cuales dependen de decisiones del Gobierno. De esa situación a las sospechas de "lobbying" y presiones sobre los poderes públicos también hay un solo paso.
En resumen, dos factores principales conspiran para que la relación entre los Kirchner y el periodismo sea más armónica. El primero es el deseo de eliminar intermediarios en el trato con la gente; el viejo sueño de la relación directa del líder y la masa, algo que podrá resultar anacrónico, pero que el peronismo lleva en los genes. El segundo, la natural desconfianza frente a poderosos intereses creados que no son precisamente los de los lectores.
Hay, además, una causa circunstancial que es la tenaz negativa del Gobierno a admitir errores, una actitud que no es característica exclusiva de la presente administración, pero que en los últimos tiempos ha adquirido proporciones asombrosas. Este Gobierno niega hasta lo que todos tienen delante de los ojos con la mayor soltura y se irrita cuando lo contradicen. Cree que sus palabras tienen poder incantatorio y pueden moldear la realidad. Pero esa visión mágica del lenguaje no se sostiene -como bien saben los vecinos de Gualeguaychú- y tarde o temprano todas las políticas mediáticas (hasta las mejores) prueban su ineficacia si no son acompañadas por las decisiones políticas acertadas.
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Rodrigo González Fernández
DIPLOMADO EN RSE DE LA ONU
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