Tiananmen: de símbolo político a atracción turística
JORGE EBRO / El Nuevo Herald
PEKIN
AFP/GETTY IMAGES
Los turistas que visitan la plaza de Tiananmen lo hacen bajo la mirada inquisidora de policías y soldados.
Quien crea que hoy puede iniciar una revuelta en Tiananmen, mejor que vaya buscando otro lugar.
Como la Plaza Roja en Moscú o la de la Revolución en La Habana, Tiananmen era el centro emocional y sicológico que el Partido Comunista Chino usaba para embrujar a las masas. Pero eso se acabó.
Hoy ha perdido mucho de ese sentido simbólico y es dominio de turistas y familias chinas que pasean por su vastedad majestuosa, bajo la severa mirada de decenas de cámaras instaladas hasta en el césped de los jardines y de los pelotones de policías y soldados que van y vienen de un lado a otro.
¿Dónde estaba el hombre que detuvo la columna de tanques? Nadie sabe responder, la imagen del porfiado estudiante delante del grupo de vehículos blindados es apenas conocida en un país donde la censura de prensa funciona con la misma fuerza que su crecimiento económico.
"Era por allí, por la Avenida de la Paz Eterna'', responde al fin alguien.
Vaya nombre para desplazar el puño de un ejército contra los estudiantes y manifestantes en general en la llamada Matanza de Tiananmen, o como se conoce secamente en China, los Sucesos del 4 de Junio.
Han pasado 19 años desde que Tiananmen se convirtió en el vórtice de una protesta que conmovió al país hasta sus cimientos, pero cuyos ecos son difíciles de hallar en la China de hoy.
Lo que pasó en Tiananmen es tabú. Es el Tema Prohibido y las nuevas generaciones de chinos tienen una imagen confusa del hecho, e incluso muchos ni siquiera saben a ciencia cierta qué sucedió.
"Algo pasó, pero yo era un niño y mis padres no me han contado bien'', dice un muchacho con cierto aspecto rockero. Sí, en China hay un movimiento punk y el canal MTV es muy popular. ''Sé que hubo una protesta por algo... y nada más''.
Cero libros, películas, reportajes. El tema vive escondido tras una pesada puerta, impuesta por las autoridades, más fuerte y más resistente que la de acero que da paso a la Ciudad Prohibida, situada a un costado de la plaza.
Muchos de los protagonistas de aquel junio de espanto viven exiliados en el extranjero --algunos han vuelto como flamantes empresarios-- o están muertos; otros se han perdido en la oscuridad del tiempo y la multitud que parece tragárselo todo.
El gobierno da como oficial la cifra de 247 muertos, pero organizaciones de derechos humanos y medios de prensa calculan que entre 2,000 y 3,000 personas perecieron ante las balas y las esteras de los tanques.
Todo comenzó con la muerte del ex secretario general del partido, Hu Yaobang, una especie de Gorbachov que fue defenestrado por sus críticas a la corrupción y la lentitud con que se implementaban las reformas.
Al pequeño movimiento de estudiantes se le fueron uniendo otros sectores y de 10,000 personas de pronto pasaron a ser 100,000 que exigían una reunión con los jerarcas del Partido Comunista.
La revuelta sirvió para delinear los grupos: los reformistas, que serían todos arrestados y separados de sus cargos, y los conservadores, que tomarían la decisión de lanzar los tanques contra la población.
Para barrer a los manifestantes el gobierno tuvo que traer soldados de otras regiones porque la guarnición de Pekín no era confiable y había habido muestras de solidaridad.
El resultado fue una masacre.
"El gobierno no tenía otra opción'', afirma un hombre de 70 años, que aunque dice que respalda el sistema se niega a dar su nombre. "La otra alternativa era el caos. Esos estudiantes no sabían lo que querían. No tenían programa. China habría caído en la oscuridad por culpa de ellos''.
De creerle a este señor, las miles de familias que hoy recorren Tiananmen cámara en mano y hacen cola para ver la tumba de Mao Tse Tung --así como esperan en Moscú para ver a Lenin-- y mirar el Obelisco de los Héroes tienen mucho que agradecer a esos soldados que ametrallaron la multitud a mansalva.
Si acaso una de las estelas positivas de los sucesos fue una mayor apertura al mercado capitalista, porque aunque los comunistas de línea dura trataron de volver a los tiempos de Mao, el país entero les dejó saber que ya nada volvería ser como antes.
"Los extranjeros tienen que entender que China no es Rusia, a pesar de las innegables reformas económicas'', explica un hijo de chinos nacido en Estados Unidos. "El gobierno chino no va a ceder el poder por nada ni nadie. La perestroika aquí pasó de largo''.
Cae la tarde y la plaza se va despoblando mientras la multitud entra en los caminos soterrados que conducen al Metro. Antes de irnos quiero ver una vez más el lugar donde el hombre misterioso que todos llaman el Rebelde Desconocido detuvo la columna de tanques.
"Hay que estar loco para hacer lo que hizo'', comenta alguien.
O ser demasiado valiente.
jebro@elnuevoherald.com