(CNN) — Lo llaman luchar contra fantasmas: es la increíblemente difícil tarea de usar satélites para rastrear los contaminantes invisibles para determinar la calidad y salud del aire en las grandes ciudades.
Pero mientras las preocupaciones por el calentamiento global aumentan, los científicos dicen que la tecnología espacial actual ya alcanzó su límite en esta batalla; no se puede medir cómo se reducen las emisiones en los centros urbanos donde vive la mayoría de las personas.
Ahora, en un laboratorio ubicado en la región central de Inglaterra, se construye una nueva generación de sensores orbitales capaces de rastrear estos peligrosos químicos en las ciudades, una nueva herramienta para combatir la contaminación.
Roland Leigh, un científico de tecnología para el cambio climático de la Universidad de Leicester, dice que su equipo está a medio camino de un potencial proyecto de 15 años para lanzar el equipo de sensores satelitales del futuro.
Evenutalmente, esta pequeña nave espacial proveerá una dimensión adicional a los datos de la atmósfera del planeta que recopila Envisat, un satélite del tamaño de un camión lanzado en 2002 que monitorea a la Tierra mientras recorre la orbita dos veces diarias.
"A 800 kilómetros de distancia podremos realizar mapas de Londres o de cualquier ciudad importante, y podremos decir si la calidad del aire es buena o no", dice Leigh acerca de las creaciones de alta tecnología de su equipo.
Su proyecto utiliza un equipo tan sensible que necesita ensamblarse en una habitación superesterilizada que contiene 100,000 veces menos partículas atmosféricas que el aire promedio; tan solo un poco de polvo puede arruinar los delicados componentes ópticos.
El esfuerzo vale la pena, dice Paul Monks, un profesor de Química de la Atmósfera de la Universidad de Leicester. Estudiar la calidad del aire al nivel de la calle es esencial para transformar el cambio ambiental sin afectar el equilibrio de los ecosistemas del mundo.
"La calidad del aire también es parte del cambio climático", afirma. "Los contaminantes cambian la composición de la atmósfera y cambian a la atmosfera para reflejar la radiación hacia el espacio".
El factor clave, según Monks, debe ser entendido mientras el mundo busca reducir de manera segura las emisiones de carbono para prevenir el calentamiento global, al que algunos culpan de los desastres naturales y humanos.
Una caída drástica en la contaminación del aire en China, por ejemplo, podría empeorar este fenómeno en el corto plazo, pues los cooling aerosols (partículas de enfriamiento) —pequeñas partículas que bloquean la radiación del sol— se pierden en la atmósfera. Monks les llama "un camino agitado hacia la recuperación".
"Lo que intentamos hacer en este momento es volver a entender en qué nivel la reducción del cambio climático y de la calidad del aire producen un escenario de ganar-ganar", comenta.
Hasta el momento, Monks y sus colegas dependen de los datos que provienen de Envisat y de otras fuentes, los cuales son procesados a través de un instrumento llamado Sciamachy, un acrónimo tecnológico que en Grecia de la era antigua significaba "luchar contra sombras".
La analogía con las sombras —o fantasmas, como les llama Monk— es adecuado, ya que las partículas que se monitorean apenas son visibles. La Organización Mundial de la Salud las relaciona con la muerte prematura de dos millones de personas al año.
A pesar de lo oscuro que son los contaminantes como el dióxido de nitrógeno y el dióxido de carbono, Envisat puede rastrear estos componentes químicos en una gran escala, lo suficiente como para producir imágenes que ya impactaron a las políticas ambientales.
"No te puedes ocultar de los satélites", asegura Monks. "De alguna manera, son la policía espacial, los policías de la contaminación atmosférica".
El uso de esta información le permite recorrer un mapa digital del mundo, en donde se señalan las nubes de emisiones que provocan las ciudades como Londres, Estambul y París, y también por instalaciones tan grandes como las minas a cielo abierto de Sudáfrica.
Pero la siguiente tarea, dice, es monitorear los cambios de los niveles de contaminantes en la ciudad, para detectar cómo los centros urbanos del mundo —las mayores fuentes de emisiones —lo enfrentan.
Esto, dice Monks, estará fuera del alcance de la capacidad de la tecnología actual de los satélites, hasta que las creaciones de sus colegas de Leicester salgan.
"Por el momento, desde el espacio, podemos medir el dióxido de nitrógeno en todo un país o incluso en una zona, pero todavía no podemos llegar al nivel de ciudad. El reto en realidad es construir la siguiente generación de satélites que permitan medir hasta una escala de ciudad. Y aquí en Leicester, eso es lo que intentamos hacer".