La evolución histórica de la masonería puede dividirse en dos periodos claramente definidos por los historiadores y también por la propia institución: el primero, denominado como periodo operativo o material; y el segundo, llamado especulativo o filosófico. Antes de definir cada una de estas dos etapas de la historia, es necesario referirnos al aspecto más legendario de la orden.
De acuerdo con la leyenda, los orígenes de la masonería se remontan a la época del rey Salomón, cuando, resuelto a levantar el templo que su padre David había proyectado en Jerusalén, pidió al rey de Tiro que le proporcionara materiales y dirección para tan gigantesca empresa. Salomón quería encomendarle el proyecto al mejor de todos los arquitectos; finalmente, hubo de llegar hasta Hiram-Abif, a quien algunos reconocían como "el hijo de la viuda de la tribu de Nephtalí"; un sabio dotado de amplios conocimientos sobre alquimia, metalurgia y todo lo relacionado con el arte de construir.
Hiram-Abif, para iniciar las obras de la construcción, organizó a sus trabajadores en tres categorías de acuerdo con sus conocimientos y madurez en el oficio; de esta manera, las cuadrillas quedaron agrupadas en Aprendices, Compañeros y Maestros. A cada una le asignó tareas diferentes y para ello les entregó distintas herramientas y conocimientos específicos.
Al término de la jornada de trabajo, cada grupo se reuniría en cámaras secretas para compartir sus afectos, experiencias y conocimientos de manera reservada.Así, con el tiempo, fue surgiendo entre ellos un lenguaje particular y exclusivo, un código secreto que convertía sus conocimientos en sabiduría de vida. Las herramientas de su oficio, junto a las señas y palabras de su categoría, serían la fórmula para reconocerse entre ellos y pasar inadvertidos ante los demás.
Estando la construcción del templo ya casi concluida, tres trabajadores del grupo de los Compañeros, quienes no habían logrado pasar al nivel de los Maestros, pero que ansiaban conocer los secretos de esta clase, resolvieron sorprender a Hiram para arrancarle sus secretos por medio de la fuerza. Ellos planeaban emigrar a otros países para emplearse como Maestros, ya que la organización de trabajadores creada por Hiram había cobrado fama de excelencia. Sin embargo, el Maestro Hiram no se dejó amedrentar por la violencia de sus agresores y ante toda tortura siempre se mantuvo en silencio, frente a lo cual le dieron muerte.
Los tres delincuentes, llamados Jubelás, Jubelós y Jubelum, hicieron desaparecer las huellas de su crimen, enterrando el cadáver en la cumbre de una montaña. Alarmado Salomón por la ausencia del sabio arquitecto, ordenó que nueve Maestros se ocuparan exclusivamente de buscarlo y de ubicar a los asesinos. Estos nueve "elegidos" cumplieron
fielmente su misión, encontrando la sepultura de Hiram-Abif en la cima del monte, en donde dejaron una rama de acacia para no olvidar nunca su ubicación; también lograron descubrir a los asesinos.
En recompensa por su eficiencia, a partir de entonces a estos nueve Maestros se les confió la tarea de la inspección general de los trabajos. Concluida ya la construcción del templo, Salomón buscó un lugar seguro y oculto donde guardar el "delta" que simbolizaba al Gran Arquitecto del Universo, ya que en dicha forma de triángulo radiante se había aparecido, en el monte de Oreb, ante los ojos atónitos del pueblo de Jerusalén.
Entonces, Salomón ordenó hacer una bóveda en la parte más recóndita del templo (Sancta Sanctorum), en el centro de la cual colocó un pedestal triangular donde incrustó el delta, cubriéndolo con una piedra ágata de forma cuadrangular y en esta se grabaron todas las palabras secretas de reconocimiento de los diferentes grados y algunos de sus misterios más importantes. El trabajo fue realizado por los nueve elegidos, quienes se juramentaron jamás revelar nada de lo visto ni ejecutado, salvo a quienes algún día fueran elegidos para reemplazarlos en tal responsabilidad.
Cuando murió Salomón, estos discípulos trabajadores, quienes ya eran una cofradía estricta y disciplinada, juraron gobernarse a sí mismos, dedicándose en todo a la conservación de la obra.
El templo del rey Salomón, a diferencia de otros templos de su tiempo, no tenía ningún ídolo al interior, tan solo el Arca de la Alianza con las Tablas de la Ley que Yahvé entregó a Moisés.
Tiempo después, Nabucodonosor invadió Jerusalén y, luego de una tenaz resistencia, la ciudad cayó en manos de los invasores; el templo fue destruido hasta sus cimientos y los habitantes de Jerusalén conducidos como esclavos a Babilonia.
Los vencedores, para humillarlos aún más, les pusieron cadenas de eslabones triangulares en las manos, como una forma de representarles su desprecio por el sagrado delta.
Después de 60 años de cautiverio, Ciro II el Grande les concedió la libertad y, dirigidos por Zorobabel, entraron nuevamente a Jerusalén. Tal parece que cuando Nabucodonosor
había ordenado la destrucción del templo, no fue hallado el delta secreto en la bóveda misteriosa. Los elegidos se habrían apoderado del triángulo, fundiéndolo para que no pudiera ser profanado por manos enemigas.
Las fórmulas y palabras secretas que contenía el delta, empezaron a ser transmitidas verbalmente de generación en generación. Zorobabel en mérito a su hazaña, fue admitido en la confraternidad por Ananías, quien había reorganizado a los artífices en sus distintas clases o grados a fin de reedificar el templo.
Para repeler a los enemigos, Ananías dispuso que todos los obreros, junto con llevar los elementos de trabajo, además debían cargar permanentemente una espada. En el año 70 (d. C.) este nuevo templo fue destruido por los romanos. Los operarios, a pesar de las persecuciones, no se desunieron pero sí, lentamente, se fueron propagando por el viejo
mundo, dándose a conocer por la calidad inconfundible de sus obras.
En la Biblia –traducida de la Vulgata Latina– a la luz que dan los textos originales en hebreo y griego, solo se encuentra en el Libro tercero de Reyes la existencia de Hiram-Abif, dirigiendo hasta en sus más mínimos detalles la construcción del templo de Salomón, pero nada se dice de su trágica muerte ni de la lucha por mantener los símbolos y el secreto del oficio en los grados de Aprendiz, Compañero y Maestro.
Los antiguos manuscritos masónicos que se conocen no hacen mención al asesinato de Hiram por parte de aquellos tres criminales, quienes deseaban conocer los enigmas de la maestría. Según el autor Oswald Wirth en su obra El libro del Maestro, esta leyenda del asesinato del Maestro arquitecto probablemente fue adaptada a principios del siglo XVIII, fecha en que se empezó a dar mucha importancia al grado de Maestro en las logias masónicas.
Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
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