El Ebro dibuja meandros caprichosos en el corazón de La Rioja,  serpentea al lado de carreteras mínimamente transitadas por las que nos  sorprenden paisajes que afloran como ensoñaciones. El Ebro baña mansamente las  tierras de la Denominación de Origen y nos transporta por feraces enclaves en  los que aparecen, de vez en cuando, los guardaviñas, edificaciones casi  minimalistas ligadas al cultivo de la vid que confieren a los paisajes una  personalidad irrepetible y singular. Existen parajes en La Rioja donde los  colores de los viñedos son especialmente caprichosos: cada majuelo un tono, casi  cada renque, cada planta dispone de su propia paleta para desafiar al repertorio  inagotable del color: la intensidad de los marrones que desfilan en una  increíble gama que se alza carmesí o incluso rosa para resbalar con eficacia por  una indescriptible traza de violetas, añiles, cerezas, rosas palo, marrones mil  veces entreverados, ocres, rojos, anaranjados, amarillos pajizos, amarillos que  coquetean con el ámbar o con el negro más oscuro e indefinible en hojas que  están a punto de rodar yertas por el suelo a los pies de las vides cuando el  invierno se asoma en el calendario.
 Museos y hoteles
 Desde Haro hasta San Vicente y Fuenmayor, su increíble microclima  mediterráneo se ve aderezado con las influencias atlánticas que definen a unos  suculentos viñedos. Es casi primavera en el Barrio de la Estación de Haro, un  espacio mítico que recoge la mayor concentración de bodegas centenarias del  mundo y donde podemos disfrutar de la huella indeleble de las bodegas pioneras  del Rioja a través de un paisaje decimonónico que se abraza a nuevas  arquitecturas, como las de Zaha Hadid en las bodegas de López de Heredia, sin  olvidar la belleza de La Rioja Alta, la solemnidad de Bodegas Bilbaínas o la  modernidad de Roda, entre muchas otras. Una parada obligatoria en la ciudad del  vino es la Estación Enológica, sede del Centro de Interpretación del Vino de  Rioja. Y en verano, el 29 de junio, se celebra la renombrada «Batalla del Vino»,  en la que se arrojan más de 60.000 litros del caldo riojano para defender  Bilibio de las «ansias anexionistas» de los vecinos de Miranda de Ebro. 
 En el corazón de La Rioja, en Briones, se erige el Museo de la  Cultura del Vino Dinastía Vivanco, una gran apuesta que permite pasear por toda  la historia de la vitivinicultura a través de una exposición de 9.000 metros  cuadrados. Hugh Johnson, autor del afamado Atlas Mundial del Vino, lo definió  como «el Museo del Prado del Vino». Está distribuido por contenidos temáticos  que dan lugar a cinco espacios diferenciados y cuenta con una muestra permanente  que se combina con exposiciones temporales de gran interés. El Museo de la  Cultura del Vino de Bodegas Dinastía Vivanco ofrece un paseo por la historia y  la cultura del vino, producto asociado a la mitología y la religión, con fuerte  presencia social y cuya elaboración precisa de trabajos que recogen la esencia  de labores tradicionales. El Museo, que fue inaugurado por el Rey de España,  Juan Carlos I, tiene un restaurante panorámico donde predomina la cocina de  autor y una enotienda en la se pueden adquirir los más diversos productos  relacionados con la cultura del vino; además organiza catas y exposiciones  temporales. 
 Cenicero es otra ciudad volcada en el vino con un parque  impresionante de bodegas y de calados familiares. Incluso las casas más  sencillas poseen una característica que las distingue: son mitad viviendas y  mitas bodegas. En su subsuelo se oculta un espacio que mantiene el tino o lagar  y en la parte más baja el «calao» o la cueva. En su entramado urbano destaca  otra empresa centenaria: Bodegas Riojanas, construida aprovechando un amplio  talud de tierra. En Ábalos se asientan las bodegas El Molino de Puelles,  perteneciente a una familia afincada allí desde tiempos inmemorables y con una  tradición vitivinícola pareja a su existencia. La generación actual transformó  la finca del Molino en una preciosa bodega y una hospedería de reciente  inauguración junto al molino del XVII. Como en otras bodegas, ofrecen cursos de  catas y programas enoturísticos. 
 En el Hotel Villa de Ábalos se realizan actividades relacionadas  con el ciclo vegetativo de la vid como la poda (invierno), la espergura  (primavera), el desniete (verano) y la propia vendimia en otoño. La Casa del  Cofrade, en Albelda de Iregua, apuesta por el senderismo entre viñas o cenas en  su bodega. La Hospedería Señorío de Casalarreina se ha especializado en  tratamientos de enoterapia, con peeling corporal, masaje con aceite de vid roja  y envoltura antioxidante de vid. En la capital hay varios spas con programas de  enoterapia. Nueva Antigua ofrece una línea de productos de belleza con la uva  como elemento base, logrando tratamientos de acción antioxidante y  anti-radicales libres.
 Bodegas y pinchos
 Logroño y su comarca presumen de un rico patrimonio natural surcado  por el Ebro y el Iregua. La calle Laurel, en el centro, es el rincón  gastronómico por excelencia de la capital de La Rioja, un espacio donde el vino  se da la mano con esas orfebrerías del sabor conocidas como pinchos o tapas  (champiñones, embuchados, lecherillas, anchoas rebozadas o en vinagre,  tortillas, sardinas con guindilla y un larguísimo etcétera). Cada bar posee su  especialidad, al igual que en la calle San Juan, más larga y con infinidad de  sabores desperdigados por sus desafiantes barras. Pero además de los sabores, en  un recorrido enoturístico por Logroño no puede faltar la visita a bodegas como  Olarra o Juan Alcorta, un verdadero maná del vino diseñado por el arquitecto  Ignacio Quemada (colaborador de Moneo en los 90) que alberga la mayor sala de  barricas conocida: 70.000 cubas apiladas en filas de seis. El edificio se ubica  en el paraje conocido como la Rada de Santa Cruz y está sumergido en una  grandiosa vaguada que se asoma al Ebro a través de uno de los meandros con los  que el río comienza a bañar Logroño.
 Otra bodega singular de Logroño es la de Ontañón, que posee una  colección privada de esculturas, vidrieras y pinturas del artista Miguel Ángel  Sáinz. La bodega está articulada como un verdadero museo y las botellas y las  barricas comparten espacio con las obras de arte con una naturalidad que cautiva  a los visitantes. La mitología clásica es el eje vertebrador de la mayoría de  las obras expuestas.
 En las afueras de Logroño se ha inaugurado Bodegas Darien, un canto  a la arquitectura más moderna y existencialista. Su inspiración surgió de los  viñedos riojanos, de la sucesión de lomas y cerros que hacen crear al hombre una  interminable malla de viñas separadas entre sí por pequeños taludes y ribazos. Y  ésta es precisamente la disposición externa de esta bodega, que reclama la  atención del visitante desde por su incomparable geometría. 
 Maridaje y gastronomía
 Entre Logroño y Alfaro, sobre terrenos arcillosos y de aluvión, se  abre La Rioja Baja. Los vinos de esta zona son sabrosos y aromáticos y la  Garnacha, una de las variedades más definitorias de Rioja, acumula prestigio y  hectáreas. La capital natural de esta zona es Calahorra. Sus calles albergan un  rico patrimonio monumental con construcciones tan representativas como la  catedral o el Palacio Episcopal, edificio de ladrillo de los siglos XVI al  XVIII. Su huerta permite disfrutar de una rica gastronomía. El plato más típico  es la menestra de cordero, a base de habas, alcachofas, guisantes, espárragos,  alubia verde y zanahorias guisadas. Cada año, en primavera, se celebra en  Calahorra la Semana de las Verduras, que convierte a la ciudad en uno de los  focos gastronómicas de España, con ruta de pinchos y con menús maridados en los  que participa un gran número de restaurantes.
 Muchos restaurantes de la región realizan actividades en torno al  vino, desde cursos de cocina con catas, como El Caminante de Agoncillo, o con el  maridaje como eje de las degustaciones, en la Venta de Moncalvillo, en Daroca de  Rioja, donde los hermanos Echapresto ofrecen comidas maridadas de siete platos  distintos con cinco vinos diferentes. En La Galería (Logroño), la cocina  creativa y moderna, con aire vasco-francés, se dan la mano con un trato  exquisito al vino. Y no se puede pasar por alto El Conde de Ollauri, restaurante  situado en la bodega Conde de los Andes, conocida como la Capilla Sixtina del  Vino, poseedora de calados excavados en roca viva a 40 m de profundidad y que  los más antiguos datan de finales del siglo XVI.