Y dale con la gestión |
23 de por josep maría lozano |
El día que nos miremos con una cierta perspectiva el camino recorrido bajo el paraguas de la RSE veremos con admiración los cambios que ha producido en el ámbito de la gestión. Cambios de todo tipo y que, pocos años atrás, nos hubieran parecido impensables. Cambios que nadie da por concluidos, al contrario: son cambios que fundamentalmente muestran el camino que todavía queda por recorrer.
El camino ha sido tan intenso, y sus exigencia a menudo tan acuciantes que me temo que, lentamente, hemos ido olvidando algo muy importante. La RSE ha sido desde los orígenes una indagación en busca de un modelo de gestión diferente, sin duda. Pero ha sido también algo más. Y ese algo más me atrevo a formularlo parafraseando el título del libro de Viktor Frankl: la empresa en busca de sentido. Los que hayan leído a fondo el libro lamentarán lo que parece una banalización por mi parte. Pido excusas por ello, aunque podría argüir que últimamente, por desgracia, a Frankl ya se lo está utilizando tanto para un fregado sermoneador como para un barrido de coaching. Pero banal o no, mi comentario pretende subrayar provocativamente algo que poco a poco se está desvaneciendo. Más allá de la RSE latía la pregunta y el compromiso por un modelo de empresa que tuviera sentido. Un modelo de empresa que, tras la època de la apoteosis del todo vale apostaba por determinadas prioridades y preferencias y, por consiguiente, excluía a otras. Un modelo de empresa consciente de que las personas no vivimos en un mercado, sino en una sociedad. Y que la vida social no requiere tan sólo crear instituciones y organizaciones, sino construir sentido para quienes vivimos y actuamos en ellas. La RSE apareció como una posibilidad de canalizar una cierta calidad humana en las organizaciones frente a determinadas prácticas organizativas, frente a ciertos modelos de gestión y frente a unas cuantas actuaciones empresariales que no producen tan solo pésimas consecuencias, sino que son también en si mismas tóxicas y destructoras de sentido. Y por eso reducir a la RSE a un simple modelo de gestión es devolverla a un marco convencional, y recuperarla al servicio de la razón instrumental.
El dinamismo subyacente al desarrollo de la RSE, si se asume con seriedad y compromiso, requiere también un cambio de mentalidad y un cambio conciencia. El cambio de mentalidad se ha producido en muchos casos, a menudo de manera inadvertida, pero con efectos cada vez más irreversibles. Cuando este cambio se ha consolidado, curiosamente, queda más arraigado entre quienes lo han experimentado que los mismos cambios de gestión que ellos mismos quizás han propiciado. Algunos cambios en las prácticas de gestión pueden sufrir a causa de la coyuntura, pero quien ha cambiado su mentalidad ya nunca volverá a ver y a valorar a la empresa como lo hacía en el pasado. Y, por consiguiente, en la medida en que esté a su alcance, ya no estará dispuesto a dar por bueno cualquier contexto profesional.
Pero el cambio de conciencia va más allá. Desborda a la misma RSE, aunque ella también lo refleja y lo canaliza. Del mismo modo que no podemos gobernar la nueva sociedad con la vieja política, no podremos impulsar cambios institucionales con la vieja conciencia. La raíz última de la co-responsabilidad que reclamamos cada vez más solo puede estar engarzada en una nueva sensibilidad y en una nueva conciencia. Y este desarrollo debe plantearse en clave de humanidad. El reto de nuestro tiempo es un nuevo humanismo, y por eso entre otras cosas- hablamos de un nuevo modelo de empresa. No habrá un nuevo humanismo sin empresas; pero determinados modelos de empresa hacen imposible e impensable cualquier tipo de humanismo. Esto es lo que nos estamos jugando.
Marcel Légaut escribió un libro maravilloso, impactante, subyugador, que llevaba por título El hombre en busca de su humanidad. De eso se trata, en último término. De verdad. No es una ingenuidad ni una trivialidad afirmarlo en este contexto. Porque remite a una necesidad de supervivencia y a un anhelo de vivencia arraigados, persistentes, que se pueden taponar, pero que no van a desaparecer. La RSE debe hablar de competitividad, productividad o stakeholders, faltaría más. Pero su sentido se juega en otro terreno. Porque en último término el hombre no va en busca de su competitividad, de su productividad o de sus stakeholders. El hombre va en busca de su humanidad.
Si no es capaz de conectar con este dinamismo, la RSE y todo lo que cae bajo su manto no será más que un azucarillo disuelto en lo convencional. Endulzará sin transformar. Porque hoy nuestras empresas (y nuestra sociedad) no necesitan solo gestión. Necesitan también, y a la vez, sentido de la gestión y construcción de sentido. Sin ellos la gestión no es acción humana. Es actividad; frenética, recurrente, agobiante. Son resultados, sí, pero sin por qué ni para qué.
Porque la sola gestión considerada en si misma de manera autosuficiente permite sin duda que la empresa crezca, se multiplique, se expanda y se implante en nuevos territorios. Pero sustituyan en esta frase "empresa" por "célula" y obtendrán una definición bastante aproximada de lo que es el dinamismo del cáncer.
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