Oportunidades, & Oportunidades
En una ocasión, un hombre se acercó a Buda y le escupió a la cara.[1] Sus discípulos, por supuesto, se enfurecieron. Ananda, el discípulo más cercano, dijo dirigiéndose a Buda:
- ¡Dame permiso para recriminar a este hombre lo que acaba de hacer!
Buda se limpió la cara con serenidad y dijo a Ananda:
- Yo hablaré con él.
Juntando las palmas en señal de reverencia, habló de esta manera al hombre:
- Gracias. Has creado con tu actitud, una situación para que pueda comprobar si todavía puede invadirme o no la ira. Y no puede. Te estoy tremendamente agradecido. También has creado un contexto para Ananda;
esto le permitirá ver que todavía puede invadirlo la ira. ¡Muchas gracias! ¡Te estamos muy agradecidos! Y queremos hacerte una invitación. Por favor, piensa que puedes venir a nosotros cuando quieras.
Fue una conmoción para aquel hombre. Había venido para provocar la ira en Buda y había fracasado. Aquella noche no pudo dormir, estuvo dando vueltas en la cama y no pudo conciliar el sueño. Los pensamientos lo perseguían continuamente. Había escupido a la cara de Buda y éste había permanecido tan sereno, tan en calma como si no hubiera sucedido nada.
A la mañana siguiente, muy temprano, volvió, se postró a los pies de Buda y
dijo:
- Por favor, perdóname por lo de ayer. No he podido dormir en toda la noche.
Buda respondió:
- Yo no te puedo perdonar porque para ello debería haberme enojado y eso nunca sucedió. Ha pasado todo un día desde entonces y veo que tú no eres la misma persona que vino ayer. Pero si necesitas perdón, ve con Ananda; échate a sus pies y pídele que te perdone. Él lo disfrutará. Es inevitable pensar en las diferencias que aparecerían en esa historia si los recipientes de dicha afrenta fuésemos nosotros.
A menudo en el transcurso del día nos enfrentamos a situaciones ciertamente similares que ponen a prueba nuestra forma de interpretar y entender la vida; nosotros en cambio, interpretamos afrenta ante el volante de nuestro vehículo en un atasco, en la cola de un supermercado o cuando esperamos de los demás aquello que jamás nos será entregado.
En contra de lo que pudiéramos pensar, para un “ Iluminado “ , todas estas situaciones no son más que Oportunidades.
Oportunidades para poner a prueba su grado de Atención, su Concentración y, al fin y al cabo, comprobar el grado de Consciencia con el que es vivida su propia vida. ¡Qué distinta sería la nuestra de poder acceder, aunque solo fuera un instante al día, a este nivel de Atención!
En ocasiones vamos al campo y nos detenemos ante una bella flor, e incluso nos detenemos entusiasmados a espiar a esa ardilla – dic e el autor - que sin reparar en nuestra presencia devora su alimento diario. Nos maravillamos por haber sido obsequiados con semejantes imágenes, extraordinarias porque, como la propia
palabra expresa, se desmarcan de lo cotidiano. Sin embargo, aún en esas situaciones, nos resulta difícil experimentar en nuestra vida un mayor grado de Consciencia, ya que esas situaciones extraordinarias no son más que la punta de un iceberg cuya verdadera Esencia no se encuentra tan solo en su parte visible.
Abandonamos entonces nuestro papel de autómatas momentáneamente, para más tarde, una vez montados ya en el coche de vuelta a casa, dejarnos llevar de nuevo por la inercia de una vida que demasiado a menudo describimos, en un acto de sacrilegio, como “normal y corriente”. Evitemos ese sacrilegio. Aquí. Ahora.
En cierta ocasión, Nan-in recibió la visita del monje Tenno, el cual habiendo terminado recientemente su periodo de aprendizaje, se había convertido en maestro. Como el día era muy lluvioso, Tenno calzaba zuecos de madera y había traído consigo un paraguas. Nan-in le dio la bienvenida y le dijo:
“Supongo que dejaste tus zuecos en el vestíbulo. ¿Dejaste el paraguas a su izquierda o a su derecha?”. Tenno no acertó a dar una respuesta inmediata. Comprendió que aún no era capaz de mantener su espíritu en continuo estado de lucidez, así que se hizo discípulo de Nan-in otros seis años, hasta que al fin logró consumar en sí mismo la Atención de cada instante.
Algunos se preguntarán sobre la importancia de esta Atención Constante en el acontecer cotidiano; ¿no considerará que tiene una existencia “normal y corriente”?
Se me viene a la mente esa frase que Mel Gibson -consciente el aquí escribiente de las particularidades del arte cinematográfico capaz de poner donde no hay y de quitar donde había. Hacer nuevas todas las cosas. Son muchas las ocasiones en que intentamos
un último salto mortal que cambie nuestras vidas, un salto al vacío con la expectativa de una nueva renovación de nuestras esperanzas.
Nos abatimos pensando que el estado actual de nuestra vida se debe al tedio de un trabajo al que enfrentarnos cada día, culpamos a una monótona vida familiar, nos sentimos maniatados a causa de nuestros hijos, añoramos la magia de aquellos primeros momentos de amor, pensando que todos aquellos momentos se esfumaron a consecuencia de causas ajenas a nosotros.
Culpamos una y otra vez a los demás, al paso del tiempo, buscamos un sinfín de excusas para evitar afrontar la triste realidad: Hemos dejado de hacer nuevas todas las cosas.
En cierta ocasión, Buda mantenía esta conversación con un filosofo de su tiempo:
- He oído decir que el budismo es la doctrina de la Iluminación.- comentó el
filósofo.- ¿Cuál es su método? O en otras palabras, ¿qué hacéis cada día?
- Andamos, comemos, nos lavamos, nos sentamos...
- ¿Y qué tienen de especial esos actos? Todos andan, comen, se lavan, se
sientan...
- Existe amigo mío una diferencia. Cuando andamos, tenemos conciencia de que andamos; cuando comemos, tenemos conciencia de que comemos; y así sucesivamente... Cuando los otros andan, comen, se lavan, se sientan, no se dan cuenta de lo que hacen.
Así que permanezca atento y cuando abrace, abrace; cuando bese, bese de verdad; cuando duerma, disfrute el momento.
Aquí. Ahora. …Es cuestión de vida o muerte.
Estas antiguas civilizaciones eran muy sabias. Muchos nos falta que aprender. Rodrigo González Fernández
[1] Balta, Revista de Estudios Occidentales
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