Los desequilibrios energéticos que se originan en el interior de la Tierra abren cauces por los que discurren las energías sobrantes que se manifiestan, generalmente, al exterior, dando lugar a corrientes telúricas. La sobre-exposición de un ser vivo a estos puntos de fuga puede repercutir dramáticamente en su salud a corto o largo plazo. Hace más de cuatro mil años ya los chinos utilizaban la ciencia del Feng Shui para evitar construir sus viviendas sobre estos puntos, en la actualidad, a esta ciencia se la denomina bioenergía.
Somos el resultado de una larga evolución o, mejor dicho, de una constante adaptación a las energías y radiaciones que nos engloban. Y esas energías se refieren a las que recibimos del cosmos y las propias energías que emanan de nuestro planeta y de todos los seres que lo habitan por su propia condición de seres vivos.
El problema que se nos plantea es que, si bien nos hemos ido adaptando durante miles de siglos a los cambios energéticos terrestres, en los últimos cien años los progresos técnicos e industriales han alterado notablemente estas constantes bioenergéticas. Así, el uso de combustibles fósiles, las diversas aplicaciones de la electricidad y el electromagnetismo, las frecuencias en telecomunicaciones, radio, radares o satélites y en el ámbito concreto de la construcción, el empleo de materiales sintéticos y artificiales han modificado notablemente ese cierto equilibrio.
UNA CIENCIA CON CUATRO MIL
AÑOS DE ANTIGÜEDAD
En la actualidad, la forma de vida del hombre ha cambiado de modo sustancial en poco tiempo, y la relación que mantenía con la naturaleza se ha ido extinguiendo hasta casi desaparecer, transformando nuestro entorno y nuestro propio comportamiento. En esta nueva relación de factores de la sociedad moderna surgió hace algo más de dos décadas un nuevo término, la bioarmonía, para definir el intercambio energético armónico entre nuestras constantes vitales y las de nuestro medio, así como las de los materiales que componen nuestros hábitats.
Los chinos ya utilizaban hace más de cuatro mil años técnicas para la detección de energías perjudiciales al ser humano y poseían un profundo conocimiento sobre el arte de vivir en armonía y de forma saludable dentro de nuestro entorno más cercano. Los orígenes del Feng-Shui o arte de la geomancia establecía la disposición correcta de los lugares habitables y prescribía que, antes de construir cualquier habitación para personas o animales, se procediera a un minucioso estudio del lugar, a fin de asegurarse de que éste no estuviera surcado por las "venas del Dragón" (corrientes telúricas) ni se hallara en una "salida de demonios" (cruces magnéticos o telúricos muy perturbados).
LAS ENERGÍAS TELÚRICAS Y
ENERGÉTICAS DE NUESTRO PLANETA
De la Tierra emana una complejísima radiación constituida, de una parte por las energías telúricas y electromagnéticas propias del planeta y, de otra, por las energías y radiaciones cósmicas que refleja o refracta. Si el planeta dejara de liberar esas energías que genera dentro de sí o que recibe del espacio cósmico, en muy poco tiempo, la acumulación de tales radiaciones haría que el planeta estallara, de la misma manera que sucedería en nuestro cuerpo si el calor y la energía que recibe y genera no tuvieran salida.
El ejemplo que mejor puede ilustrar el fenómeno de las corrientes telúricas tal vez sea el análogo de la circulación sanguínea en el cuerpo humano. Cuando la sangre está saturada de sustancias nocivas, las funciones biológicas no se desarrollan correctamente. La acumulación de esas sustancias en determinados puntos del organismo da lugar a reacciones tendentes a neutralizar sus efectos y a recuperar el equilibrio: erupciones cutáneas, fiebre, etc.
Los desequilibrios energéticos que se originan en el interior de la Tierra abren cauces por los que discurren las energías sobrantes. Las fallas geológicas o las venas de agua subterránea no son sino manifestaciones de ello.
También éstos pueden acumularse en puntos concretos, originando catástrofes terremotos, erupciones volcánicas, etc.- cuando la tensión es excesiva, como gigantescas descargas que tienden a restablecer el equilibrio roto. Pero, lo más habitual es que se manifiesten al exterior como líneas o zonas de fuga energética, con efectos sensibles en la superficie terrestre: perturbaciones de todo género debidas a radiaciones geopatógenas, emanaciones de gases a veces radiactivos-, etc. Cuando hablamos de corrientes telúricas, estamos refiriéndonos a todo esto.
La sobre-exposición de un ser vivo a estos puntos de fuga puede ser dramática a corto o largo plazo, pues la irradiación recibida llegará a desorganizar la armonía celular e incluso crear verdaderos estados degenerativos. Como cualquier esfuerzo continuado, es fácil que genere estados de agotamiento y estrés.
LA HORA DE ELEGIR VIVIENDA
A la hora de elegir nuestra vivienda es fundamental tener en cuenta el lugar donde se ubica, por lo que se debe estudiar la zona y sus alrededores. Aparte de los aspectos observables a primera vista como puedan ser los materiales empleados en su construcción, la protección a los rigores climáticos o a la contaminación de origen acústico, ambiental, industrial, etc., se encuentran aquellos otros elementos que tan sólo descubriremos con una minuciosa investigación. Estas son las venas de agua subterráneas, las fallas geológicas del subsuelo y las corrientes que componen la red geomagnética terrestre. En la vertical de tales corrientes es habitual observar grietas y fisuras en las paredes de las construcciones, aunque lo más evidente es la subida de humedad por ellas.
El problema puede ser global en toda la casa, como ocurre a veces con la contaminación eléctrica y la radioactividad. Pero lo más frecuente es hallarlo focalizado en una parte o zona de la vivienda, en forma de corrientes telúricas o líneas magnéticas que atraviesan una habitación en la vertical de una cama, sobre el escritorio o en una zona muy frecuentada.
Y de entre todos los lugares de la casa hay que prestar especial atención a aquel donde situamos la cama, ya que en ella pasamos prácticamente un tercio de nuestra vida. Si nuestra cama está situada en un lugar sano, nuestro sueño será reparador y nos levantaremos frescos y descansados, habiendo recuperado todas nuestras energías. Por el contrario, si se halla sobre un cruce telúrico o en la vecindad de perturbaciones eléctricas, por ejemplo, tendremos un sueño pesado, nos despertaremos a menudo durante la noche, sentiremos dolores extraños y, tratándose de niños, se orinarán frecuentemente en la cama.
Sensibles detectores piezoeléctricos, contadores geiser de radiación beta o gamma, osciloscopios de alta frecuencia, geomagnetómetros y un sinfín de otros complejos y sofisticados sistemas electrónicos de medición nos sirven para determinar la presencia de estas anomalías y corrientes telúricas. Cada uno de estos aparatos detecta una perturbación precisa. Pero el problema reside en que, en la práctica, solemos hallar varias de estas perturbaciones combinadas, e incluso otras cuyos efectos son evidentes, pero que no registra ningún instrumento actual. Esto hace que el empleo de tales instrumentos sea difícil y complicado.
Aunque pueda provocar la sonrisa entre los habitantes de las grandes ciudades, el péndulo, la vara de avellana o las varillas en forma de L siguen siendo los instrumentos por excelencia para captar estas energías de forma rápida y segura. Estos instrumentos, utilizados de forma común en las antiguas urbes para buscar agua bajo la tierra, también tenían la virtud de advertir de aquellas zonas sobre las que no era conveniente construir una casa. En la actualidad, deberíamos concientizarnos de la utilidad de esta antigua ciencia para orientarnos en la organización adecuada de nuestro hogar y estar protegidos de aquellas energías que, a la larga, pueden provocarnos graves trastornos en nuestra salud.
Rodrigo González Fernández
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