Domingo 20 de Abril de 2008
Nuestra sociedad ha solapado a lo largo de su propia historia, conductas aberrantes que violentan la libertad de elección y tránsito de sus integrantes. Durante años, se han visto vulneradas las garantías individuales, promoviendo el desfogue desmedido de episodios denigrantes que persiguen sin dar tregua la sexualidad de los géneros.
Importunar la intimidad de una persona es un delito tipificado por la ley; lo cierto es que nuestra cultura sosiega el agravio, convirtiendo el trance en una conducta común que no se denuncia. Sólo el quince por ciento de los delitos por acoso sexual en el estado son denunciados, evidenciando la laguna ética que yace en nuestra sociedad.
Se concederá que las víctimas habituales de acoso sexual son mujeres de entre 16 y 26 años de edad, por poseer un carácter moldeable y dócil, mientras el 95 por ciento de trabajadoras mexicanas informaron haber sido víctimas de acoso sexual. De cada cien delitos por acoso sexual, uno es hombre, lo que hace suponer como causa de este fenómeno a una problemática sexista que somete la dignidad femenina.
Un caso
«Los pendejos piensan que no servimos para otra cosa y utilizan el respaldo social como escudo», declaraciones como ésta abren el panorama del abuso. Tania Juárez, joven de 19 años de edad, una víctima más de acoso sexual. Testimonio de un delito: «Comencé a trabajar desde los 16 años en una zapatería del Centro, los primeros meses todo era normal, mi jefe parecía una persona amable, siempre platicábamos. Pero el cerdo se lo tomó muy en serio, y aprovechándose de su postura de jefe, empezó con sus insinuaciones. Al principio pensé que era una exageración mía, que él sólo estaba jugando».
Sin percatarse, el calvario comenzó con las horas extras que se le requería cumpliera, claro sin bonificación económica alguna: «Como estás bien babosa pus no pones objeción, todo sea por mantener tu trabajo. En ese momento si te pagan o no las horas extras, te vale. Recuerdo que me pidió que me quedara al término de mi jornada, una hora para hacer el inventario. Pero el cerdo lo único que buscaba era estar solo conmigo, no sé, tal vez pensó que yo iba a cooperar. Es una situación que sólo de recordar me da asco, sientes una desesperación indescriptible, te sientes como una puta; se puso atrás de mí y no me dejaba salir. Cuando logré zafarme, se comenzó a reír y me dijo que era una broma, que quería ver qué hacía. Pero unos días después, el gordo asqueroso seguía con sus insinuaciones, a pesar de que ya yo le había marcado el alto. Cada día que me levantaba para ir a trabajar sentía miedo y coraje, pero qué hacía, tenía que comer, además pensé que lo podía controlar».
Las insinuaciones fueron subiendo de tono, la situación se salió de control y Tania se convirtió en el juguetito del jefe: «El día que renuncié me llamó a la bodega para platicar, según él, sobre el dinero que me debía. Pero no, lo único que hizo fue manosearme y burlarse de mí. Son unos pendejos que se sienten nuestros dueños por pagarnos la quincena».
La joven concluye: «Regresé a mi casa llorando, y el único consuelo que encontré fue a mi abuela que me dijo: «Eso es lo que te pasa por ponerte esos trapos tan pegados, incitas a los hombres; absurdo pero cierto. La sociedad nunca te verá como víctima, sino como una puta que incita a los hombres. Por eso yo creo que nadie denuncia, sólo te expones a que te juzguen. Y esos cerdos depravados salen sin un rasguño, no tiene caso».
Valentía para denunciar
Eugenia Villagómez, maestra de primaria en Morelia, afirma: «El acoso sexual no cesará en cuanto las mismas mujeres que son víctimas no se asuman como tales, y no asuman la obligación moral de denunciar. No sólo por ellas, sino por todas las jovencitas que pueden caer en las manos de esos depravados. Con su denuncia pueden evitar el sufrimiento de otras mujeres; en eso no piensan, se encapsulan en su pudor. Los acosadores sexuales son como una plaga que hay que erradicar desde la raíz, y la única arma que tenemos es una educación basada en el respeto a los valores morales».
Karina Gutiérrez en una joven más que ha sido víctima del maltrato sexual; con 21 años de edad y cursando el cuarto semestre en Administración de Empresas, cuenta con desprecio: «Mientras trabajaba de secretaria en un despacho jurídico, empezaba a notar miradas sospechosas por parte de mi jefe, quien después de un tiempo me prestaba más atención que de costumbre, pero a pesar de la duda que merodeaba por mi cabeza, en cuanto a la atracción de él hacia mí no creí que fuera demasiado, pues podría haber sido mi padre y tal vez esa era la razón de sus atenciones. Fue un día cuando trabajé horas extras, que el muy descarado se atrevió a coquetearme, y después de evadirlo sus manos aparecieron por mis piernas. Por supuesto me puse fúrica y le grite de cosas, pero él me amenazó con despedirme, sinceramente estuve a punto de caer en su juego ya que la necesidad era más fuerte en ese momento. Pero no, no podía permitir semejante opresión a mi dignidad, así que preferí salir corriendo y jamás regresé por mi dinero, puesto que era tal el miedo que infundió en mi ser, que no quería ni verlo. Es frustrante el sólo recordar aquel día».
«Yo afortunadamente puede escapar, pero otras mujeres no tienen la suficiente fortaleza de hacerlo o la necesidad las inclina a hacerlo. Espero que la cultura difundida que la mujer es más débil que el hombre, y termine con la certera mentalidad de cada una de las mujeres, y que detengamos todas estas fallas sociales que tenemos arraigadas».
Perla Cabrera Rojas | Emili Morales Loaiza |
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