El hambre de los con hambre (1)
René Martínez Pineda
(Coordinador General del M-PROUES)*
Para los pobres, ninguna crisis es nueva, ni ningún hambre es peor que la ya sufrida y, por eso, todos los años les parecen iguales; por eso, aquello de socarse el cinturón les suena a broma, porque ni cinturón tienen. Para quienes han estudiado la historia universal, desde que como tal se convirtió en historia privada, no es una rara novedad la actual crisis alimentaria, sólo que en esta ocasión ha asumido el papel de escarmiento público en el mundo de la pasividad privada y el consumismo; sólo que esta vez se le ve desde el ayer, es decir como el resultado de la lógica de acumulación capitalista que destruyó, surco a surco, la agricultura familiar y campesina -que no sólo estaba orientada a la autosuficiencia alimentaria y los mercados locales, sino, también, a mantener muy abajo los salarios y las conciencias- para implantar, primero, la millonaria agroindustria orientada al monocultivo de productos de exportación (añil, café, banano, caña de azúcar, ilegales) y proponer, después, la renta de tierras para completar la expropiación originaria
y eso lejos de resolver el problema de la alimentación mundial lo ha agravado, porque al capital sólo le va quedando como lugar de revalorización el hambre misma.
El capitalismo cuya historia no ha finalizado, como nos quiere hacer creer la sociología reaccionaria o cosmetológica que, poco a poco, toma fuerza en las universidades públicas desde que, con charlas doctorales y poses anarquistas, acuñó los conceptos de globalización y reingeniería- viene prometiendo, desde su existencia, acabar con el hambre y la pobreza del mundo y, sin embargo, la brecha entre ricos y pobres cada vez es mayor y el ingreso per cápita sigue siendo un promedio; y, sin embargo, los pies descalzos e iletrados siguen sin figurar en las oraciones a las banderas, lo cual ha provocado una situación peor de la que ya existía hace medio siglo, de modo que la lucha contra el hambre es sólo un recurso electoral que alimenta a la lucha ideológica de los capitalistas.
A doce años de la Cumbre Mundial sobre la Alimentación (Roma, 1996) en la que se prometió reducir a la mitad el número de personas desnutridas para 2015, hoy padecen hambre más personas en los países pobres, haciendo un total muy cercano a los mil millones que aumenta a un ritmo de cuatro millones anuales, ritmo que es independiente de cualquier crisis alimentaria que, al final, no es más que una crisis de poder adquisitivo: en el último medio siglo la producción mundial de alimentos ha aumentado vertiginosamente (25% per cápita), incluso más que la tasa de la población mundial, lo cual nos indica que el problema del hambre, como hecho crónico casi unánime, no se debe a la escasez de alimentos, sino a la pobreza de las poblaciones afectadas que carecen de los medios para adquirirlos, sin que tal carencia se traduzca en insurrecciones del hambre, debido a que tanto la opinión pública como el juicio académico y los gruñidos de los estómagos, están siendo premeditadamente desinformados sobre la problemática para que no se den cuenta de lo que está pasando, o para que, ingenuamente, crean que es algo ajeno al capitalismo (lo sobrenatural) que se puede enfrentar con lujosas comisiones multidisciplinarias y con "unidad nacional".
Está claro que la crisis alimentaria tiene, en primer lugar, un impacto selectivo (los más pobres); y, en segundo, es un producto y a la vez un espacio de revalorización del capital, pues, el hambre del mundo tal como los recursos naturales- es la caudalosa fuente de lucro del gran capital financiero, y su tasa de ganancia tiene una relación directamente proporcional con el hambre y su clamor, y esto le compete analizarlo a la sociología desde la perspectiva de la relación dialéctica cuerpos-sentimientos.
Pero, repito, el hambre en el mundo no es un fenómeno ciego ni, mucho menos, nuevo, según lo juran todos los registros arqueológicos. Sin ir tan lejos en el tiempo, tanto la Época Medieval período en que la razón humana se tomó un descanso- como los siglos XVIII y XIX en todo el mundo- tienen extensos paréntesis abiertos por las revueltas del hambre, debido a que ésta se había convertido en una plaga más que era imposible de combatir "regalando pan". Pero, en el siglo XXI, en la era de la "sociedad del conocimiento", estamos frente a un hambre nueva (hambre sin estómagos) no tanto por sus causas (que siguen relacionadas a la existencia de clases sociales) sino que por el modo en que dichas causas son eclipsadas o, en el peor y más cínico de los casos, adjudicadas a los hambrientos que creen que la pueden combatir "bailando por un sueño".
La opinión de clase, al ser convertida en una inodora opinión pública, ha llegado a creer que el hambre es producto de: la escasez de productos agrícolas (similar falacia tejió la economía política clásica inglesa al afirmar que "los recursos son limitados y las necesidades son ilimitadas") lo cual es producto, a su vez, de las malas cosechas provocadas por el calentamiento global, el mal genio del clima y el video sexual de Paris Hilton; que los chinos e hindúes se han unido a la globalización desayunando cereal; el incremento acelerado de los costos de transporte debido a la subida arbitraria del precio del petróleo; la creciente expropiación o utilización de las tierras agrícolas para saciar la sed de los automóviles. Todos ellos son factores que han contribuido a agravar el problema del hambre en los que tienen hambre, pero, por sí solos al margen del capitalismo- no son suficientes para explicar convincentemente por qué el precio de la tonelada de arroz se triplicó desde el inicio de 2007; por qué -como hace setecientos años- la dieta fundamental de los pobres sigue siendo el maíz y el frijol; por qué en los países ricos la gente se enferma de tanto comer; por qué las transnacionales de alimentos botan a diario miles de toneladas de comida que no pudieron vender.
*renemartezpi@yahoo.com
Saludos
Rodrigo González Fernández
DIPLOMADO EN RSE DE LA ONU
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