2 febrero, 2012
Alguna vez, un amigo me contó la siguiente historia: en una casa se reunió un grupo de ciudadanos representantes de diversas posiciones ideológicas para jugar a las cartas. La mayoría eran demócratas –entre ellos los dueños de casa– pero había además, algunos representantes de ideologías totalitarias. Antes de comenzar, los demócratas dudaron sobre si aceptar o no a los totalitarios, pues no confiaban en que respetaran –igual que ellos– las reglas del juego. Luego de mucho divagar, uno de los demócratas señaló que era insostenible no dejarlos jugar, pues tenían el deber no sólo de respetar su posición, sino también de darle cabida en el juego democrático a todo aquel que quisiera sumarse. Después de todo, de eso se trataba la democracia.
El demócrata dueño de casa comenzó repartiendo las cartas y se fueron turnando uno a uno, hasta que le llegó el turno a uno de los totalitarios. Al terminar su respectivo juego no entregó el mazo de cartas y señaló: "Ustedes son demócratas y han sido consecuentes con su posición. Han realizado turnos de reparto y éste ha sido al azar de modo que nadie sepa de antemano que cartas tienen los demás. Yo, en cambio, soy totalitario y también soy consecuente con mi postura. Desde ahora, yo reparto las cartas y decido cuáles corresponden a cada uno". Los demócratas se miraron perplejos; nadie supo qué decir y optaron por irse a jugar a otro lugar de la casa. Hasta ese lugar llegaron nuevamente los totalitarios, exigiéndoles a los demócratas ser consecuentes y dejarlos jugar. La historia se repitió, igual que antes, en todos los lugares de la casa donde se ubicaron los demócratas. El cuento termina con la siguiente reflexión: una minoría fiel a sus principios no sólo ganó todos los juegos, sino que además se quedó con la casa.
¿Será esta historia un cuento fantástico y absurdo? Veamos. Durante los últimos meses en Chile un determinado sector político ha protagonizado los siguientes hechos: movilizaciones violentas con destrozos a la propiedad pública y privada, además de maltrato de obra a la fuerza pública; funas con violencia verbal y física a personas que homenajeaban a un senador asesinado; protestas violentas frente a decisiones o expresiones de alcaldes referidas al conflicto estudiantil; expresión de condolencias frente a la muerte de Kim Jon Il (uno de los dictadores comunistas más sanguinarios de los últimos tiempos); protestas destempladas en prensa y redes sociales por el uso de la expresión "régimen militar" en vez de "dictadura"; recibimiento y apoyo a uno de los condenados a extrañamiento por la muerte de un militar en la década de los ochenta (el mismo que se permitió distinguir entre "crímenes atroces" de la dictadura y "hechos de sangre" de los grupos armados de izquierda); y, finalmente, silencio elocuente ante la muerte de un disidente cubano por oponerse a la dictadura castrista.
Saludos
Rodrigo González Fernández
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