Se denomina códice (del latín 'codex': bloque de madera) al documento con formato de libro moderno, es decir, el constituido por páginas separadas, cosidas y encuadernadas. En teoría, cualquier libro actual (salvando los electrónicos) es un códice, aunque este término se utiliza únicamente para libros manuscritos, realizados entre fines de la Antigüedad Clásica y comienzos de la Edad Media.
El códice fue inventado en el siglo IV por los romanos para sustituir al rollo ('rotulus'), que continuó usándose de forma aislada durante el Medievo. Su predecesor directo es el díptico romano, consistente en dos tablillas de madera unidas con bisagras. Sus caras interiores eran recubiertas de cera para, así, poder escribir sobre ellas con un estilo (punzón antiguo).
Las principales ventajas que trajo consigo la sustitución del rollo por el códice fueron, primero, la comodidad para buscar un pasaje concreto en el texto (y, en general, su manejabilidad), puesto que el rollo había que desenrollarlo por completo; segundo, una mejora en cuanto a la conservación de los códices, que ahora podían ser guardados de forma más apropiada y estable; además, el lomo se aprovechó para el 'incipit' (las primeras palabras de un texto), antecesor de lo que hoy conocemos como 'título', y tercero, la posibilidad de decorarlos con miniaturas que ya no se cuarteaban como en los rollos.
Por otro lado, la primera iglesia cristiana dio un fuerte impulso al desarrollo del códice con el objetivo de diferenciar sus escritos de los libros sagrados del judaísmo (copiados siempre en formato de rollo) y de la literatura pagana.
El códice está compuesto por hojas rectangulares que se doblan formando cuadernillos y se protegen mediante encuadernación. En función de la cantidad de dobleces, estos cuadernillos se denominan duerniones, terniones, cuaterniones o quinterniones; ya que lo habitual eran cuatro dobleces, surgió el nombre de 'cuadernos' (derivado de 'quaterni').
El material empleado para fabricar los códices fue, primero, el papiro y, después, el pergamino. El papiro nació en Egipto en el siglo IV a.C. y dejó de utilizarse en torno al II d.C. Las hojas se preparaban a partir del tallo de la planta y se unían en forma de rollo; se escribía con un cálamo (tallo de caña cortado) y con tinta hecha de hollín. Las mejores piezas se destinaban a las escrituras sagradas.
El origen del pergamino se sitúa en la ciudad de Pérgamo (de ahí su nombre) en la época de Eumenes II (195-158 a.C.). Para su elaboración, se limpiaban las pieles de los animales en una solución de agua de cal; después, una vez tensadas en grandes bastidores, se las alisaba frotándolas con piedra pómez. Para evitar que se formaran borrones de tinta al escribir, se las recubría con una capa fina de greda (tipo de arcilla arenosa). Mientras en el sur de Europa se empleaban pieles de oveja y cabra, en las regiones septentrionales eran más comunes las de ternero. El pergamino se conservaba mejor que el papiro, pero evidentemente resultaba más caro: para la Biblia de Winchester se necesitó la piel de 250 terneros.
Como es sabido, la técnica de fabricación del papel a partir de materiales vegetales se inventó en China. Las muestras más antiguas están fechadas entre los siglos II y VI d.C.; en Europa encontramos los primeros testimonios hacia el siglo XI en España y Sicilia, que habían recibido el conocimiento a través de los árabes.
Junto a los códices europeos, también nos encontramos con los códices precolombinos que, a pesar de compartir el término, difieren considerablemente de aquellos. Eran realizados con piel de ciervo o con papel amate (obtenido a partir de la corteza interna de un árbol). Las páginas no estaban dispuestas a modo de libro, sino pegadas entre sí y desplegadas como si fueran un acordeón. Se las preparaba con una base de yeso y después se las pintaba mediante una escritura pictográfica con sentido derecha-izquierda, por ambas caras.
Los códices precolombinos se organizan en tres grupos, en función de su procedencia geográfica: mexicas (centro de México), mayas (Yucatán y América Central) y mixtecos (Oaxaca, México). Normalmente se los conoce por el nombre del lugar más famoso en el que hayan estado, ya sea una ciudad o una biblioteca.
Cuando se produjo la Conquista de América en el siglo XVI, conquistadores y clérigos ordenaron destruir los numerosos códices que encontraron a su paso. La mayoría de ellos contenían los primeros testimonios de las culturas originarias, así como sus conocimientos culturales, matemáticos y astronómicos. Fray Bartolomé de las Casas se lamentó al descubrir dicha destrucción:
Estos libros fueron vistos por nuestros clérigos, y yo aún pude ver restos quemados por los monjes aparentemente porque ellos pensaron que podrían dañar a los Indígenas en materia de religión, ya que se encontraban al inicio de su conversión.
Hoy día se conserva apenas un pellizco del legado escrito de los primeros pobladores de América; salvo el Códice Colombino, que descansa en la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia de México, todos los demás se encuentran en instituciones europeas.
En Papel en Blanco | Diccionario Literario
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Saludos
RODRIGO GONZALEZ FERNANDEZ
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