Vida nueva para Livingstone
Sergio Livingstone cumple 92 años el lunes. El comentarista deportivo más longevo de Chile no quiere celebrarlos. Sigue activo en radio y TV, pero una enfermedad lo dejó en silla de ruedas. Sus rutinas se han visto alteradas. Aquí habla de eso, de sus padres, de sus mujeres, de los largos años vividos.
por Marisol Olivares
El Estudio 9 de TVN está casi vacío. Faltan 20 minutos para que empiece el partido amistoso entre España y Venezuela, y los técnicos arreglan el sonido, corrigen la imagen de los cinco monitores y hacen chistes. Las carcajadas rebotan en las paredes. Un hombre los mira en silencio. Al centro del estudio, sentado en el set, en penumbras, se encuentra Sergio Livingstone Pohlhammer.
Livingstone lleva un traje negro muy ancho y unos suspensores le sujetan los pantalones para que no se le caigan. La hospitalización de más de 30 días, a causa de una enfermedad que el año pasado lo postró en una silla de ruedas y que casi acabó con su carrera televisiva, lo tiene con 15 kilos menos; pero él aún no desea que su sastre -con tienda en Providencia- le tome nuevas medidas. En este minuto, lo único que le preocupa es el partido que está a punto de jugar el mejor equipo del mundo.
Con un lápiz de tinta oscura escribe sobre hojas sueltas datos, nombres y estadísticas de los 22 hombres que saldrán a la cancha.
Los focos se encienden y el hombre al medio del set distingue a la distancia a Pedro Carcuro, que acaba de llegar. Un hombre, un poco más allá, cuida una silla de ruedas.
-Otra vez aquí -le dice al estrecharle la mano-, 43 años juntos.
El coordinador de piso debe gritarle para que sepa cuál es su cámara. Sergio Livingstone asiente, se arregla el cuello de su camisa. Y espera la cuenta regresiva.
-En cinco, cuatro, tres, dos, uno… -dice el coordinador. La luz roja de la cámara de Livingstone se enciende. El hombre saluda con la cabeza a su audiencia. Está al aire.
Vivir de viejo
En los 90 minutos de transmisión futbolística el comentarista más longevo de Chile bosteza cinco veces, se arregla el nudo de la corbata en una oportunidad, se confunde dos veces de cámara, saca más de 30 estadísticas, recibe aplausos en cada una de las tandas comerciales y, durante el entretiempo, saluda a siete personas de otros estudios del canal que lo van a ver. Coquetea con una rubia del programa Calle 7 y levanta la mano cuando le dicen "Sapito es el más grande". Sergio, que está de cumpleaños el próximo lunes, está a punto convertirse en un hombre de 92 años.
"Tengo mucha edad y me da aplomo decir cuántos años tengo", reconoce. "Toda la gente con la que me junto tiene la mitad de mi edad o un tercio, entonces esto de cumplir años no sé si es vejatorio, pero es bien pesado. No celebro mis cumpleaños, no hago fiestas grandes, no apago velas, no apago nada. Con mi familia hacemos una comida, algo chico. Siempre me ha molestado cumplir años, pero cumplir una edad pasados los 90 me parece espantoso. ¿Que si voy a llegar a los 100 años? No, no creo".
Piensa y se corrige a sí mismo: "Pero hombre, si estoy encima de cumplir 100 años".
Las luces del Estudio 9 se apagan y un productor lo sigue aplaudiendo. La gente se acerca. Livingstone se deja querer. Un hombre a metros de él le acerca la silla de ruedas. El Sapo, como le llaman desde que se convirtió en el mejor arquero de Chile, se levanta con cuidado, sin erguirse por completo y se echa sobre la silla. Baja por una rampa para minusválidos que el canal construyó para él. Cerca está su nieto Cristián, periodista, que hace la práctica en el canal.
Hay una sola cosa que a Livingstone le molesta más que le pregunten por su edad, y es la inevitable pregunta de qué cree que pasa después de la muerte. Cristián, el nieto, lo dice: "Es que simplemente no se quiere morir, lo está pasando bien, tiene más vitalidad que nadie, pero quiere que el cuerpo lo acompañe como antes".
Livingstone desaparece hasta llegar a su estacionamiento. Se levanta de la silla de ruedas y con un "click" abre las puertas de su Kia Soul blanco, un auto típico de universitario. Se sienta en el puesto del chofer y se pone el cinturón de seguridad.
"¿Por qué no voy a manejar?… He manejado toda mi vida. Ahora también, aunque con gran indignación de mi parentela, que quiere que tenga un chofer", reclama. El Pepe, el hombre que le maneja la silla, la desarma, la guarda en la maleta y se convierte en su copiloto. Livingstone está relajado, revisa la hora, sintoniza las noticias en la radio, mira por el espejo retrovisor, pone los cambios automáticos y se despide de los guardias de seguridad. Se detiene en un Ceda el Paso, acelera hasta 60 kilómetros por hora y desaparece por Bellavista.
Sin cariño
Dos días después, Sergio Livingstone está saliendo de la última reunión de pauta antes del estreno de La noche del fútbol, el nuevo programa deportivo de TVN en horario estelar, donde él es protagonista. El Pepe lo lleva hasta la oficina del editor de deportes y, antes de empezar a hablar, mira su reloj: "Vamos rápido, mijita", me dice. Para el Sapito, siempre se hace tarde. Y allí, en su silla de ruedas, empieza a contar dónde empezó todo: un 26 de marzo de 1920, el día en que John Livingstone y Ana Polhammer fueron padres por segunda vez, al otro lado del mundo de donde ellos venían.
Livingstone es hijo de la primera generación de escoceses nacidos en Chile, quienes, motivados por la migración británica en el sur del continente, se vinieron a trabajar a Santiago a casa de ingleses. Casi 92 años más tarde, con voz temblorosa, Livingstone recuerda: "Mi padre jugaba en el Santiago National, organizaba eventos deportivos, era juez de boxeo, también arbitró el partido de Chile con Uruguay, en el Sudamericano de 1917, y con el tiempo se hizo periodista. Tuvo incluso un diario que se llamaba El mundo, con el actor Pedro Siena, pero duró poco tiempo. Era muy bohemio: trabajaba hasta las cinco de la mañana. Yo no tuve cercanía con el mundo del periodismo, porque en mi familia pasó algo inusitado: se divorciaron cuando yo tenía cinco años. Eso era muy raro en esa época, nadie se separaba. Mi hermano y yo poco teníamos que ver con mi papá. Nosotros vivíamos con mi mamá".
El padre de Livingstone se volvió a casar y sólo se juntaban a almorzar.
"Mi mamá era la única que nos hacía cariño", cuenta, moviendo lentamente su cabeza llena de canas. Ana era dueña de casa, una mujer querendona, que abrazaba y tomaba la mano al hablar, igual como lo hace hoy Sergio Livingstone, sentado en esta oficina de TVN. Cinco años después de la separación de sus padres, la vida del menor de los Livingstone cambió por completo: una mañana, Ana despertó con dolor de estómago. El se fue como todos los días al Colegio San Ignacio. Fue la última vez que la vio. Ana murió de peritonitis ese mismo día.
Su madre tenía entonces 33 años. La hospitalizaron, pero los médicos nunca llegaron al diagnóstico correcto. El padre se hizo cargo de los hijos, pero ya se había casado con Matilde Latorre, en 1933. La madrastra del niño Livingstone era complicada: le hizo la guerra a muerte a Mario, su hermano seis años mayor, y lo único que quería era que Sergio ingresara a la Escuela Militar. Hasta los 17 años, Sergio Livingstone estuvo internado en el Colegio San Ignacio.
-¿Qué quién me hizo cariño después de la muerte de mi mamá? -repite la pregunta, poniendo la mano cerca de la oreja, porque a Livingstone le cuesta escuchar.
-Nadie -se responde.
"Mi papá se portó bien, pero el colegio me hacía cariño… Allí hice mis amigos, mis compañeros. En 5° y 6° de humanidades me hizo clases de Apologética de la Religión el padre Alberto Hurtado. Era tan fuerte lo que él inspiraba, los ejercicios espirituales, el trabajo voluntario; nos convencía de lo que él estaba convencido. Yo pensé en ser cura y fui a hablar con él. El padre me dijo: "Espérate"... Ahora pienso: ¿Yo, ser cura? Con qué ropa".
Descartó el seminario y se fue a la Escuela de Derecho de la Universidad Católica por una razón sencilla: "De puro tonto, no más". Y lo explica: "Era la única carrera que tenía todas las materias en la mañana y yo podía jugar fútbol por las tardes". Livingstone nunca se imaginó de abogado: ya había debutado a los 15 años en la Unión Española y en 1939, después de haber aprobado varios ramos en la Escuela de Leyes y dar palos ciegos en Derecho Romano, le dijo a su papá que quería ser futbolista.
El afecto llegaría ahora con los hinchas y las mujeres.
El poder femenino
Hace seis meses que las cosas son distintas para Livingstone: un problema al oído medio lo tuvo 32 días en cama. Los médicos dijeron que no iba a poder volver a trabajar. Pero a los días del alta, regresó a la TV con una secuela que no se nota en pantalla: pierde el equilibrio.
Ahora, a punto de salir en directo en La noche del fútbol, Livingstone se mueve en el que, reconoce, es su nuevo vehículo: la silla de ruedas. Mira la tela de su terno azul.
-Estas telas son tan bonitas, tan finas, y eso no se nota por televisión -dice.
Pregunta varias veces cuánto falta para salir al aire, es el único rostro del programa que está en el estudio. De pronto entran varios personajes y ese movimiento parece confundirlo. Observa a Michael Müller, su jefe.
-¿Grabamos hoy?
Müller lo mira.
-En 15 minutos estamos en directo -responde.
Livingstone se sacude lentamente, vuelve a entenderlo todo y pide que lo lleven al escenario. Una mujer abre una maleta y saca una base clara y una brocha gruesa que opaca la piel rosada del comentarista.
Cuando Livingstone decidió dedicarse al fútbol, el padre le puso una sola condición: debía trabajar. Y así lo hizo. Paralelamente con ser un arquero estrella en la Universidad Católica, cumplía un estricto horario en la Dirección Nacional de Pavimentación. Tanto, que en 1941, cuando salió elegido el mejor jugador del Campeonato del Sudamericano, el Sapo seguía marcando tarjeta como empleado público. Ese extraño ritual terminó cuando recibió un llamado desde Argentina. Un directivo del entonces poderoso Racing Club de Avellaneda le hizo una oferta insólita para la época: 280 mil pesos (24 mil dólares de la época). Livingstone dejó una novia y partió.
"Conocí y jugué con los mejores jugadores de esa época. Los mejores estaban en Argentina, porque en Europa la Segunda Guerra Mundial no permitía el desarrollo del fútbol. Jugué con Moreno, Vega, Di Steffano".
Pero el corazón lo trajo de vuelta. Se reencontró con Lucía Vivanco, un antiguo amor a quien volvió a ver durante una gira de Racing por Santiago. No tomó el camino de regreso, no buscó maletas, ni siquiera dio aviso al equipo de Avellaneda.
Diez años más tarde, se divorciaron.
"Ahora lo pienso y fue un absurdo criterio. Tenía 23 años y decidí venirme, ¡venirme!, sin avisarle a nadie. Si no lo hubiese hecho pude haber tenido otra vida, pero porque me vine nacieron mis dos hijos y no concibo mi vida sin ellos", confiesa.
Su primer divorcio fue de la mano con el retiro del fútbol. Su despedida fue un 18 de noviembre, en un partido amistoso de la selección chilena contra Argentina. Chile ganó 4-2, y Livingstone dio la vuelta olímpica en medio de un coro de hinchas que entonó la Canción del Adiós. Desde entonces comenta deporte en radio y televisión.
A los pocos años de separarse, Livingstone se casó con Magdalena Scott y se divorció de ella casi 40 años después, en 1991, cuando él tenía 71 años. "Dicen que tuve muchas mujeres. He tenido suerte en tener una mujer al lado, pero no para conservarla. Cuando me casé quería hacerlo para toda la vida, pero nunca es así. Las separaciones son difíciles, no son un lecho de rosas".
Desde su última separación, su rutina se ha mantenido relativamente inalterada. Se levanta a las siete de la mañana y vive en un departamento en Manquehue, con una nana puertas afuera que se va a las 5 de la tarde. Pasa la mañana resolviendo "palabras cruzadas" de los diarios. Después conduce dos programas de radio al día y asiste a dos reuniones semanales en TVN. Los fines de semana va a asados familiares.
Pero siempre le ha faltado algo: "Me gustaría tener una mujer al lado. Echo de menos las cosas tiernas, una tomada de mano, una conversación. Pero ya no estoy en edad".
El gran dolor
Las cosas, después de la enfermedad, empezaron a cambiar para Livingstone. Hace tres meses se fue a vivir con él su hijo mayor, Sergio, y aceptó durante el día tener un chaperón. No ha sido lo único. Cuando puede caminar, lo hace sólo a través de un andador. Por eso no quiso, como todos los años, ir a la playa durante las vacaciones, por más que su familia insistió con llevarlo a Santo Domingo.
Hoy tiene una droga: "Es una cosa enfermante, veo fútbol todo el día", dice. Por las noches, con su hijo siguen las noticias y a la medianoche se va a dormir.
En los últimos años se ha llenado de homenajes: el Presidente Piñera le dio el Premio a la Trayectoria Deportiva en 2011, TVN lo homenajeó en el lanzamiento de su parrilla programática, hace un par de años, la UC hizo la tribuna Sergio Livingstone y se han bautizado dos calles con su nombre.
-Se están apurando -dice con una risa que en realidad no le da, porque encuentra de mal gusto que lo premien con un par de calles, en vida-. De ahora en adelante, la gente se va a perder por mi culpa.
Los fines de semana, cada vez se han ido haciendo más esporádicos los asados familiares, a los que Sergio Livingstone llega con empanadas y chilenitos. El patriarca prefiere ahora invitar a sus seres queridos a un buen lugar. Los domingos es común que se junten en un restaurante de sushi en Vitacura, a la dos y media de la tarde.
Para ocasiones como esas, el ex arquero cambia su versión del Kia por uno más grande, el jeep Sportage. Siempre llega media hora antes, vestido con jeans, camisa a cuadros y chaleco sin mangas. Se sienta en la cabecera y empieza a llamar al resto por un celular más bien antiguo. Los números los tiene anotados en un papel que guarda en el bolsillo de la camisa. Al final del almuerzo, paga la cuenta con un cheque.
Cuando Livingstone se decide a hablar de sus sentimientos, no duda en recordar el momento más difícil de su vida: la muerte de Mario, su hermano mayor, hace 10 años. "Era ingeniero químico y yo estaba separado de él por sistema de vida, no por cariño. Hablábamos horas por teléfono, de lo que hacíamos y lo que hicimos. El era mi único referente de vida, nos acordábamos cuando estábamos en Quilpué de vacaciones, de los viajes, de los amigos que tuvimos. Cuando se murió fue ¡por Dios!, qué hago…".
Los ojos de Sergio Livingstone están húmedos. "Ahora no hablo con nadie, porque nadie sabe nada, si no lo digo yo es como si las cosas no pasaron. Lo he echado tanto de menos". El funeral de su hermano, cruzado caballero como él, terminó con sus cenizas esparcidas sobre la cancha del Estadio San Carlos Apoquindo, del Club Universidad Católica. El no quiere lo mismo.
"El día que yo muera mis hijos sabrán dónde enterrarme. No quiero ni pensar en eso, ellos verán. Pero compré una tumba en el Parque del Recuerdo para toda la familia. Ahí empezamos a estar". Desde hace 11 años está allí Lucía Vivanco, su primera esposa. El día de su muerte, su familia vio a Livingstone en silencio, acongojado… "No sé si vaya a querer estar la segunda esposa. Con Magdalena estuvimos casi 40 años juntos, pero mi primera esposa es la mamá de los hijos, eso no se puede borrar".
Cumpleaños feliz
Después de una reunión en TVN, Sergio Livingstone está en la silla de ruedas a punto de subir al ascensor camino al estacionamiento. Mauricio Correa, el director de Buenos días a todos, le toma la mano y le recuerda que Felipe Camiroaga lo quería mucho. Livingstone cierra los ojos, se sacude y le da explicaciones. Le responde que estuvo hospitalizado en la clínica para el accidente de Juan Fernández.
-Qué cosa tan espantosa -le dice-. No lo puedo creer.
Sube al ascensor, baja tres pisos y hace un recuento rápido previo a su cumpleaños. "Tengo momentos felices como todo el mundo, pero hay otros muy difíciles. A esta edad no tengo ambiciones, mi sueño es conservar salud y familia. Mi razón de ser en la vida ha sido la hermosa familia que tengo y el trabajo que milagrosamente tengo a esta edad. Qué más puedo pedir en la vida, he tenido toda la gloria, toda la vanidad… Lo que me da miedo a los 92 años es el futuro, eso me da miedo… ¿Cortémosla ya?".
Baja del ascensor y, sobre ruedas, empujado por su chaperón, parte a su Kia blanco.
Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
Diplomado en "Gestión del Conocimiento" de la ONU
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