Miércoles 08 de Agosto de 2012
No tenga miedo, no
El miedo es una de las neblinas más densas con las que pueda toparse el ser humano. Fuerza a caminar despacio; a veces, incluso obliga a detener la marcha. Está oscuro, apenas se ven las manos, hay temblor en el ánimo y en el cuerpo; no se sabe qué puede pasar; mejor no seguir.
Maestros en el manejo del miedo han sido los revolucionarios de todos los tiempos, desde Robespierre hasta Sartre, Fanon y Pol Pot, ciertamente pasando por Lenin, Stalin y Hitler. La revolución, las revoluciones, necesitan el miedo, porque tal es el absurdo que proponen, que sólo la aniquilación de las neuronas mediante el pavor puede lograr la sumisión de los más capaces.
Orwell lo experimentó en Barcelona, durante 1937. Orwell lo describió lúcidamente en "1984".
Una vez percibido, el miedo paraliza a las personas, las desconcierta. Después, las tira por el desvío, las convence de que no vale la pena arriesgarse, que no conviene el martirio, que ahí no salen las cuentas. Entonces, los pusilánimes razonan que es mejor ser rojo que estar muerto, que vale más la burguesa calidad de vida que los arriesgados ideales. Y como eso lo saben muy bien los contemporáneos administradores del pavor, los gestores del "ríndete o ya verás" inyectan las dosis de amenazas e inseguridad suficientes para que muchos de sus contradictores pierdan el combate por no presentación. They walk over you.
En Chile hay miedo.
La revolución de lo políticamente correcto amenaza con el ridículo y con la denigración, con la descalificación y con la pérdida del trabajo. Mete miedo. Está presente hoy en ciertos medios de comunicación y en algunos grupos de presión. Di lo que ellos quieren oír, o cállate. Cállate, o ya verás.
La agresión revolucionaria contra la propiedad se extiende desde la delincuencia común (¡curioso adjetivo para lo que es simplemente anormal!) hasta las quemas y tomas en La Araucanía. Porque toda revolución ve la delincuencia como expresión de la lucha de clases y el despojo de tierras como legítima reivindicación, propone sin pudor sus disyuntivas: si te resistes, serás ajusticiado. ¿Y a quién le podría gustar esa ecuación? A nadie. Entonces, cunde el pánico.
El clima educacional en tantas salas de clases es pavoroso. Profesores secundarios casi acorralados por sus alumnos adolescentes y eventualmente acosados por los padres semiadolescentes de esos mismos estudiantes. Amenazas, agresiones, descalificaciones, todo en nombre de una etérea calidad de la educación, aquella cacareada aspiración revolucionaria. Vaya paradoja tragicómica.
La convivencia familiar amenazada de muerte: hay mucho miedo dentro de las casas. Porque la revolución light ha promovido de mil formas unos vínculos meramente contractuales, de derechos sin amor, de obligaciones sin amor, de relaciones y parentescos sin amor. Que cada uno use las fuerzas relativas de las que dispone para que, si se ve amenazado, pueda devolver miedo por miedo, y en caso de que fuese necesario, pueda romper todo vínculo y concretar la temida separación.
Cuando una sociedad padece estos y otros miedos, realmente se paraliza, aunque algunos índices parezcan indicar que avanza. Y si avanza por el miedo, lo hace hacia su perdición. Por eso, hay que soplar en la neblina, tomar la brújula y volver a caminar. Aunque sea temblando, no hay que detenerse ni desviarse del camino. Se puede -se debe- superar el miedo. Disponemos de una razón fundamental para estar tranquilos, y es ésta: quienes siembran el pavor están, a su vez, muy asustados. Parecen fuertes y seguros, pero en realidad son débiles; y lo saben; y se les nota.
No tenga miedo, no.
Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
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