EN BARCO | Por el MediterráneoCAPÍTULO 5: ESCALA EN BARI
- Tras un intenso programa matinal, el crucero llega a la ciudad italiana donde estalló el último escándalo de Berlusconi
- 10.08.09 -
El viajero se halla en la piscina del puente nueve (Libra) a las nueve de la mañana. En la sesión de despertar muscular. Consiste en tumbarse en una colchoneta con música de ocarina ante imágenes de bosques en la pantalla gigante. A veces sale un pato. Si están pensando que es absurdo no se preocupen, están en su sano juicio. Es que en el crucero rige una vida paralela. Todo cobra más sentido a las 9.45 horas. Empieza la clase de baile. Hoy, chachachá. Ante un auditorio de curiosos despatarrados en tumbonas. Hay mucho mirón, como el viajero. Sigue apareciendo el pato.
De todos modos en estos actos participa una minoría. Debe de haber una mayoría silenciosa que va a lo suyo y aprovecha las escalas. Visto así el crucero es más normal. En realidad es una cosa bonita, pero aquejada de gigantismo y con pulsiones kitsch. El viajero se cruza a pasajeros de mirada escéptica. Aún así ya intuye que tendrá lectores cruceristas ofendidos. También tiene conocidos que van de crucero y se lo pasan en grande. Piensa cobardemente en las virtudes de la autocensura mientras sigue la demostración humeante de cocina con nitrógeno líquido. A la misma hora del curso de flores de papel y la actividad 'Juguemos al fútbol tenis'. Hay deportistas y señoras asfixiadas corriendo en la pista en torno a la chimenea. Y este programa tan intenso sólo hasta las 11.30, llegada a Bari. Primera escala, muy breve, de seis horas. Antes, el viajero tiene su propio plan: seminario gratuito del centro de belleza sobre cómo perder peso rápidamente, y a él le corre prisa.
Sube al puente once (Virgo) y la conferencia ya ha empezado. Es en una sala del gimnasio y le dan un balón gordo para sentarse. Recuerda que su profesor de gimnasia los llamaba medicinales. A lo mejor se empieza por ahí. Hay una decena de personas, casi todo mujeres, que escuchan al monitor, un italiano con una pizarra. Su jerga es muy científica y el viajero aprende cosas increíbles, todas terribles. ¿Sabían que ingerimos 20.000 toxinas al día? El ejercicio no basta para desintoxicarse y se acaba con retención hídrica, aunque ya no se acuerda cómo. «Uno se tiene que preguntar: ¿cuánto soy tóxico?», concluye el monitor. Qué pregunta tan puritana. El viajero no tiene ningún interés en saberlo.
Sin embargo, una vez planteados tan trascendentales problemas, la conferencia se acaba de golpe. No dan la solución. Mejor dicho, para que te digan qué hacer hay que pagar. Por 25 euros someten a un test especial para saber cuánta agua sobra y asignar un tratamiento. «No pierdan esta ocasión», advierten. El viajero mira su cuerpo como una masa tóxica que conspira contra él.
Pese al sermón, sale con hambre. Como se entere el monitor se la carga. Sólo ha tomado un café y un cruasán que le han llevado a la habitación. Gratis, eso está muy bien. Le entran ganas de hacer un segundo desayuno, como los hobbits, porque en el barco se puede comer a todas horas. Toneladas de comida gratis. Si uno no sabe qué hacer, pues se pone a comer. Naturalmente, lejos de la órbita del centro de belleza. Así se prepara para bajar a Bari. Hay gente que no va. Dice que no tiene nada que ver y además es peligroso.
El viajero se planta en Bari Vecchia, Bari Vieja, en cinco minutos, aunque el taxista le cobra doce euros. Dice que es la tarifa fija. Para la ciudad los cruceros son un buen negocio. Llegan seis a la semana. El viajero va a lo seguro y saca como tema de conversación a Cassano, nacido en el barrio. El taxista se anima: «¡Jugaba de pequeño en esta misma plaza!». Sobre su carácter sentencia, con patetismo del sur: «Cada uno es causa de su propio mal». El barrio viejo tiene fama legendaria de muy peligroso. ¿Lo es? «Relativamente», dice el taxista. Pero al viajero le parece muy tranquilo. Idílico, si no fuera por el trenecito turístico. En la plaza de la catedral hay una docena de chavales, tipo Cassano, con sus ciclomotores haciendo bromas. Pueden ser genios o delincuentes.
Occipucio de San Gregorio
El barrio viejo de Bari es precioso, de casitas blancas y calles estrechas, gemelo de un pueblo andaluz, croata o griego. El Mediterráneo ha creado una hermandad de carácter en un área vastísima que da al visitante un aire familiar, de haber estado antes. Hay sillas en las puertas. Conversaciones de señoras. Hombres piropeando a las turistas. Ropa tendida y tiendas de toda la vida. En contraste con la luz, la oscuridad de las iglesias. El viajero, que siente aún su toxicidad, entra en la catedral a ver si se purifica.
Como en todo el sur de Italia, o en Venecia, hay pasión por las reliquias. Bari ganó a Venecia en la carrera por el cuerpo de San Nicolás, pero en la catedral también hay una Santa Colomba que da muchísimo miedo y paquetitos de huesos de San Valeriano y San Teodoro. En la basílica de San Nicolás ya se salen: un trozo de la esponja de la Pasión, una espina de la corona de Cristo, el occipucio de San Gregorio Magno y un diente de María Magdalena, entre otros. Las reliquias eran como los cromos.
Esto de la necrofilia le recuerda al viajero la fascinante historia del pene de Tutankhamon. Es el gran misterio de la famosa momia, ni maldición ni nada. Leyendo un libro sobre embalsamación emergió un párrafo deslumbrante: «Se reservaban cuidados particulares a los genitales masculinos. El pene de Tutankamón fue momificado en modo de simular una completa erección. Extrañamente, tiempo después de la retirada de las vendas del joven rey, su miembro fue robado y no ha sido encontrado. El robo tuvo lugar probablemente en la Segunda Guerra Mundial». Para que luego digan que la cultura no es entretenida. El viajero sueña a menudo con un 'Indiana Jones en busca del pene perdido'.
Pero en Roma encontró una historia aún mejor: la increíble majarada del Santo Prepucio. Uno de los mejores relatos de la fantasía católica, sin 'Código Da Vinci'. El viajero siente mucho respeto por el hecho religioso, no tanto por lo que se ha hecho con la religión. La historia empieza con un razonamiento muy lógico, como lo de que Adán y Eva no tenían ombligo: Jesús era judío, luego fue circuncidado, luego su prepucio se quedó en tierra. Es decir, habría por ahí un trocito de su carne. Una bomba. En fin, con una estupidez así han discutido teólogos y embaucadores de todos los tiempos. ¿Resucitó con un nuevo prepucio? ¿Desapareció el otro? Menos mal que intervino gente seria, como el teólogo Leo Allatius, bibliotecario del Vaticano en el siglo XVII. Zanjó la cuestión diciendo que el Santo Prepucio había ascendido al cielo y, es más, se había convertido en los anillos de Saturno.
Este aplastante razonamiento echaba por tierra el magnífico camelo de las reliquias, pues unos 18 templos de toda Europa aseguraban tener el prepucio. Al final quedó uno, el oficial, en el Sancta Sanctorum de Roma. Pero un lansquenete alemán lo robó en el saqueo de 1527. Por suerte, le pillaron en Calcata, un pueblecito de las afueras, y allí quedó la reliquia. Había indulgencia plena de diez años por visitarla y se sacaba en procesión el 1 de enero, día de la Santa Circuncisión. No está mal para un prepucio. Como en la Ilustración el cachondeo ya era general la Iglesia prohibió hablar del tema bajo pena de excomunión y en los sesenta eliminó la fiesta. ¡Cuánto daño han hecho la razón y la Ilustración a la fe, si ya lo dice Benedicto XVI! Aunque los vecinos de Calcata seguían saliendo con su prepucio en alegre procesión en plenos años ochenta. Un día, por desgracia, se lo robaron, como el pene de Tutankamón. No somos nada, piensa el viajero. De repente, por una incomprensible asociación de ideas, se acuerda de Berlusconi. Es en Bari donde nace su último escándalo sexual, con una tal Patrizia D'Addario, prostituta de 42 años, vecina de la localidad.
En el Ikea
El viajero se percata con tardía lucidez de que se halla en el epicentro del misterio y sólo le quedan tres horas. Como siempre, no se entera de nada hasta que lo tiene ante sus narices. Esta chica, Patrizia, dice que se acostó con Berlusconi porque esperaba que le ayudara con un proyecto de un hotel, parado desde hace años por la burocracia. Es decir, este inmueble es el móvil profundo del escándalo pues, asegura, nadie le paga y ha destapado sus noches locas con el primer ministro porque le prometió arreglarlo y no lo hizo.
Para el viajero, no obstante, la cuestión central es otra: este hotelito sería la razón decisiva por la que una mujer en pleno uso de sus facultades se acuesta con un elemento como Berlusconi. Para el viajero es un misterio insondable. ¿Cuál es el secreto de la atracción de este hombre? Se imagina que el hotel será, cuando menos, más fabuloso que uno de Dubai. Hay que verlo para arrojar luz, si no sobre el escándalo, al menos sobre la condición humana. Además está tirado en Bari a la hora de comer, con todo cerrado. Por fin tiene un caso, como Poirot en sus cruceros.
Avezado en el periodismo de investigación, el viajero usa una técnica sofisticada que sólo deben de enseñar en los másters más caros, esa ingeniosa idea de nuestro tiempo que consiste en que los medios cobren por dar trabajo. Para un taxi y dice: «A la casa de Patrizia D'Addario, por favor». El taxista deduce que es periodista. Las peores especies se reconocen cuando se ven. Cree que vive por el barrio de Japigia, en las afueras. Van para allá. Es una zona humilde y deprimente de bloques de edificios entre descampados que termina en el Ikea. Unas señoras le dicen que Patrizia nació allí, pero luego se mudó al centro, en Via Trevisani.
Una vez allí al viajero le indican su peluquería. Champú y corte cuestan de siete a diez euros, depende de si el pelo es largo o corto. Baratísimo. El viajero calcula si le sale mejor ir allí en tren a cortarse el pelo cada vez. Enfrente de su portal, ve una agencia fotográfica. Dentro, la preside una gran foto del 'Vlora', el barco imposible que llegó el 6 de agosto de 1991 al puerto de Bari cargado con más de 20.000 albaneses desesperados. Una de las imágenes del siglo XX. Pero se le había olvidado. La Historia se traspapela enseguida. Entabla conversación con uno de la agencia. Es la más importante de Bari y bromean sobre el hecho de que tenían enfrente de sus narices la noticia y no lo sabían. Como el viajero.
Son muy amables y le dan las indicaciones para llegar al famoso hotelito de Patrizia D'Addario, aunque es un poco rebuscado y está lejos. A media hora. El viajero se extraña, porque queda muy a desmano. Además le preguntan para qué quiere ir si allí no hay nada, es una zona donde está entrando la mafia y últimamente hay muertos. Mira el reloj y ve que tiene el tiempo muy justo. Si el taxista no se pierde será ir, estar dos minutos y volver a toda prisa. El viajero ya piensa que va a perder el barco a la primera. Pero hay que arriesgarse, como haría Indiana Jones por el pene perdido o, en este caso, por el misterio del pene mandamás incomprensible.
El taxista conduce con pachorra absoluta. El coche se aleja de Bari entre andurriales y cultivos. Es un paisaje anodino, feo. El viajero empieza a pensar que se han equivocado de camino. Nadie construiría un hotel allí, a media hora de Bari, en medio de la nada. Luego giran por una carreterucha comarcal. El viajero ve un búnker de la Segunda Guerra Mundial. Ahora recuerda haber leído que el bombardeo del puerto de Bari fue el mayor desastre de la guerra tras Pearl Harbour. Pero de los segundos de la Historia no se acuerda nadie. También se le había olvidado. El viajero piensa que lleva encima una ignorancia que debe disimular a toda costa.
Según las indicaciones, es una casa roja a medio hacer, con un campo de fútbol abandonado. De repente la ven. El taxista para el coche. El viajero se baja atónito ante un triste esqueleto de casa, empezada en 1973, que está lejos de todo. Hace unas fotos. ¿Uno se acuesta con Berlusconi por... esto? El viajero se agarra a la reja. No entiende nada. Quizá la explicación es que esta chica ha tenido una vida difícil, o que está desesperada, o que está mal de la cabeza, o que miente. Aunque dice que su padre se suicidó por no poder terminar esta casa y ahora es su obsesión.
Los resortes que mueven a una persona son un enigma. El misterio de Bari, de Berlusconi, de Italia, es irresoluble. Berlusconi, un señor que empezó de cantante de cruceros. Eso debe de marcar. El taxista pita y el viajero sale de su estupor con el pánico de perder el barco. Con la misma pachorra llegan diez minutos antes de zarpar. El viajero, ese ser tóxico, lo ha vuelto a conseguir.
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Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
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