Jutta Burggraf: "La "autoliberación" de la mujer no debe ser una barata equiparación con el varón"
Fecha de publicación: 08/03/2006 13:06
Lugar: Pamplona
(VERITAS) "La "autoliberación" de la mujer no debe ser una barata equiparación con el varón. Se ha de buscar algo mucho más valioso, más eficaz, pero también más difícil: la autoaceptación de la mujer en su diferencia, en su singularidad como mujer. El objetivo de la emancipación es el sustraerse a la manipulación, el no convertirse en un producto, sino en ser un original", afirmó la profesora de Teología Dogmática de la Universidad de Navarra, Jutta Burggraf.
Con motivo de la celebración hoy del Día de la Mujer Trabajadora, la doctora Burggraf concedió una entrevista a Veritas en la que analizó los retos que se plantean a la mujer contemporánea, como el reconocimiento de la igualdad de derechos con el varón, los malos tratos, la ideología de género o la conciliación de la vida laboral y familiar.
Para la teóloga, la promoción auténtica "no consiste en la liberación de la mujer de su propia manera de ser, sino que consiste en ayudarla a ser ella misma. Por eso, también incluye una revalorización de la maternidad, del matrimonio y de la familia".
Por otro lado, sobre la situación de la mujer en la Iglesia (tema que fue abordado hace unos días por Benedicto XVI), Jutta Burggraf afirmó que "en la perspectiva cristiana, la represión de la mujer es una consecuencia del pecado. Demuestra un desarrollo erróneo en la sociedad que debe combatirse con todas las fuerzas, objetivo al que Benedicto XVI da su bendición alentadora. La participación de la mujer en la vida de la Iglesia puede ser mayor en todos los ámbitos en que pueden trabajar los varones laicos. En estos ámbitos, no debería haber diferencia alguna entre hombres y mujeres".
-El día 8 de marzo es el día de la mujer trabajadora, un día que se ha convertido en "bandera" del movimiento feminista. Hoy, ¿qué logros ha conquistado la mujer en la sociedad y qué retos se le plantean?
Jutta Burggraf: Al comienzo del siglo XX, la gente se cuestionaba seriamente si las chicas pueden o deben estudiar. Este planteamiento tiene tan poco sentido como preguntarse si está permitido al hombre desarrollar sus facultades, o si debe usar sus piernas para caminar.
Afortunadamente, hemos superado esta mentalidad. Hemos reconocido la necesidad de una educación integral también para las mujeres. Pues la formación no sólo es importante para ir avanzando en una profesión fuera del hogar, sino también para el pleno despliegue de la propia personalidad. Cuando una persona aprende a reflexionar por sí misma, también aprende a ser interiormente libre, a no depender de la opinión ajena ni de los medios de comunicación; adquiere madurez humana y se encuentra en mejores condiciones para superar sus propios problemas vitales y los variables estados de ánimo.
Hoy en día, hemos conseguido, en buena parte, la igualdad política y social en el mundo occidental, al menos según la ley. Pero no se puede negar que existe todavía cierta discriminación, por ejemplo en el ámbito laboral, en el derecho financiero y, sobre todo, en la práctica social. Quedan numerosos estereotipos y prejuicios por eliminar. El reto consiste en trabajar con paciencia y buen humor por un mundo más justo en el que se respete la originalidad de cada persona. La igualdad incluye el derecho a ser diferente.
Sin embargo, los cambios sociales no pueden liberar verdaderamente a la mujer, si no están arraigados en un cambio espiritual. Y este cambio aún no se ha efectuado. Parece ser obstaculizado por actitudes un poco egocéntricas que, ciertamente, no están sujetas a un sexo en concreto, sino que se dan indistintamente en hombres y mujeres. Pero es indiscutible que se expresan también en algunas exageraciones feministas, y son en ocasiones la respuesta a anteriores situaciones dolorosas, donde no se ha respetado la propia dignidad femenina.
-La "conquista de la igualdad" de la mujer muchas veces ha consistido en una entrada de ésta en los ámbitos que estaban reservados al varón. Sin embargo, especialmente desde Pekín 1995, se ha definido un criterio de igualdad que intenta borrar las diferencias basadas en la sexualidad. En este punto, ¿hasta dónde cree usted que es posible (y deseable) la igualdad entre ambos sexos?
Jutta Burggraf: Hay que defender categóricamente la igualdad de valor y de dignidad de los dos sexos. Todo el que considere la justicia en el mundo como un objetivo importante debe ponerse de manera clara y terminante al lado de los que luchan, en todos los continentes, por los derechos legítimos de la mujer: por una formación profesional adecuada, por su participación en la vida política y social, por un trabajo realizable en condiciones humanas.
Junto a esa defensa y ese apoyo de los movimientos feministas, es preciso rechazar las posturas radicales que pretenden anular todas las diferencias. Aunque aparentan promocionar a la mujer, en verdad la destruyen en la profundidad de su ser. Naturalmente las cualidades femeninas (tanto como las masculinas) son variables hasta cierto punto, pero no pueden ser ignoradas completamente. Sigue habiendo un trasfondo de configuración natural, que ya no puede ser anulado sin esfuerzos desesperados, que conducen, en definitiva, a la autonegación. Ni la mujer ni el hombre pueden ir en contra de su propia naturaleza sin hacerse desgraciados. El feminismo igualitario, por lo tanto, da una respuesta falsa a las injusticias sufridas; en vez de curar las injurias y las heridas recibidas, parece más bien intensificarlas.
Es, realmente, liberador que nos desprendamos de tradiciones que no son más que obstáculos, y de formas de vivir que se han vuelto demasiado estrechas; pero es nocivo querer liberarse de los valores éticos y de los vínculos interpersonales. La "autoliberación" de la mujer no debe ser una barata equiparación con el varón. Se ha de buscar algo mucho más valioso, más eficaz, pero también más difícil: la autoaceptación de la mujer en su diferencia, en su singularidad como mujer. El objetivo de la emancipación es el sustraerse a la manipulación, el no convertirse en un producto, sino en ser un original. Una promoción auténtica no consiste en la liberación de la mujer de su propia manera de ser, sino que consiste en ayudarla a ser ella misma. Por eso, también incluye una revalorización de la maternidad, del matrimonio y de la familia. Si hoy en día se combate la presión social de antaño que excluía a las mujeres de muchas profesiones, ¿por qué entonces se teme tanto proceder en contra de la presión actual, mucho más sutil, que engaña a las mujeres, pretendiendo convencerles de que sólo fuera de las familias es posible encontrar su realización?
Se ha discutido demasiado acerca del tema ¿son las mujeres son distintas de los hombres y hasta qué punto lo son? En primer lugar, cada persona es diferente de todas las demás. A cada una se le debe dar la posibilidad de realizarse sin violencias, de ser feliz y de hacer felices a los demás, indistintamente de su modo de vida, posición o del trabajo que realiza. Desde una perspectiva histórica y social, las mujeres lo han tenido algo más difícil que los hombres. Se les debe ayudar, por lo tanto, de manera especial a vivir según ellas determinen, y en esto se esfuerza un tipo de feminismo que podríamos denominar "apropiado".
-Juan M. De Prada, en un reciente artículo de ABC, comentaba que existe actualmente "una ideología de género", que en su opinión "no pretende la promoción de la mujer sino la anulación de lo femenino y masculino como expresiones de la naturaleza humana". ¿En qué consiste la ideología de género?
Jutta Burggraf: La ideología de género se divulga a partir de la década 1960-1970. Según ella, la masculinidad y la feminidad no estarían determinadas fundamentalmente por el sexo, sino por la cultura. Mientras que el término sexo hace referencia a la naturaleza e implica dos posibilidades (varón y mujer), el término género proviene del campo de la lingüística donde se aprecian tres variaciones: masculino, femenino y neutro. Las diferencias entre el varón y la mujer no corresponderían, pues, fuera de las obvias diferencias morfológicas, a una naturaleza "dada", sino que serían meras construcciones culturales "hechas" según los roles y estereotipos que en cada sociedad se asignan a los sexos: "¡No naces mujer, te hacen mujer!," afirmó Simone de Beauvoir ya en el 1949.
Nuestra tarea consiste en buscar una relación adecuada entre sexo y género. Tenemos que admitir que hay una profunda unidad entre las dimensiones corporales, psíquicas y espirituales en la persona, una interdependencia entre lo biológico y lo cultural. La actuación tiene una base en la naturaleza y no puede desvincularse completamente de ella.
La cultura, a su vez, tiene que dar una respuesta adecuada a la naturaleza. No debe ser un obstáculo al progreso de las mujeres. El término gender puede aceptarse como una expresión humana y por tanto libre que se basa en una identidad sexual biológica, masculina o femenina. Es adecuado para describir los aspectos culturales que rodean la construcción de las funciones del varón y de la mujer en el contexto social. Sin embargo, no todas las funciones significan algo construido a voluntad; algunas tienen una mayor raigambre biológica.
No se puede negar que la mujer juega un papel sumamente importante en la familia y en el hogar. La específica contribución que aporta allí, debe tenerse plenamente en cuenta en la legislación y debe ser también justamente remunerada, bajo el punto de vista económico y sociopolítico. La colaboración para elaborar esta legislación deberá considerarse mundialmente no sólo como derecho, sino también como deber de la mujer.
-La inserción de la mujer en el mundo del trabajo ha planteado numerosos problemas de conciliación de la vida laboral y familiar, especialmente a las mujeres jóvenes. ¿Cuál es su opinión al respecto? ¿Qué estrategias serían las adecuadas para promover la conciliación?
Jutta Burggraf: A pesar de la incorporación de la mujer al mercado laboral que indudablemente es un gran avance-, y a pesar de todos los pronósticos desfavorables, la familia sigue siendo apreciada. Satisface necesidades tan elementales del hombre -como el anhelo de poseer un hogar, de sentirse protegido y de poder confiar-, que su existencia no puede ser puesta seriamente en duda, ya que está íntimamente ligada a nuestro natural deseo de felicidad.
La familia es, por supuesto tarea de tanto del hombre como de la mujer. Sin embargo, no se trata de determinar lo que cada uno tiene que hacer, sino de examinar la actitud que adopta cada miembro ante su propia familia. Más importante que ciertos trabajos concretos, es una actitud positiva frente a la familia, un amor sincero al cónyuge y a los hijos, que se muestra individualmente de muy diferentes maneras. Pero siempre tiene que haber una disposición a llevar juntos las preocupaciones del hogar y de la educación. Es un callejón sin salida pensar que hombre y mujer, padres e hijos, tienen que "emanciparse" unos de los otros. Sería mucho más deseable que juntos redescubrieran la belleza de estar ahí para los otros, libremente y por amor. Entonces ya no se teme que los propios derechos sean perjudicados, ni tampoco se exige de los demás lo que uno mismo no quiere dar.
La problemática por la repartición de competencias -si la mujer debe trabajar en la casa y el hombre fuera de ella, o al revés-, me parece bastante ociosa. Las perspectivas de nuestro tiempo consisten precisamente en la abolición de toda clase de esquemas. En el centro de la atención ya no están "el hombre" y "la mujer", sino mucho más "este hombre concreto" y "esta mujer concreta". La situación de cada persona, y con eso mucho más de cada matrimonio y de cada familia, es compleja y es, después de todo, única e irrepetible. Existen hoy en día, en la vida familiar, menos adjudicaciones unilaterales de deberes que en tiempos anteriores.
Aparte de esto, está claro que el Estado y toda la sociedad deberían ayudar más a las familias, por ejemplo aumentando la ayuda económica, posibilitando ocupaciones de tiempo parcial, permitiendo horarios flexibles. Aquí se necesita buena voluntad, creatividad y un poco de fantasía.
-Otro de los temas que estos días preocupan a la opinión pública es la "violencia de género". ¿Qué elementos, en su opinión, causan esta violencia?
Jutta Burggraf: Estamos peligrosamente acostumbrados a los hechos más dramáticos y escandalosos que los medios de comunicación nos presentan diariamente, puestos convenientemente en escena para satisfacer el morbo de una gran parte del público: algún marido coge un arma y mata a su mujer en un ataque de rabia, otro tira a su pareja por la ventana, y un tercero hiere a su compañera gravemente con un cuchillo. Tales escenas podrían ocurrir en cualquier ciudad tranquila y pacífica, donde los vecinos se reúnen rápidamente para expresar su gran asombro y desconcierto. Y después de escuchar lamentos más o menos elocuentes, pasamos a otra noticia, con la firme decisión de que la sociedad debe proteger más a las mujeres.
No quiero negar que esta protección es una necesidad sumamente urgente. Pero, a la vez, hacen pensar los resultados de investigaciones recientes. Según afirma una conocida revista alemana de psicología, quienes sufren más intensamente la violencia doméstica -en los estratos socio-culturales altos-, no son ellas, sino ellos. También las mujeres se muestran cada vez más proclives a las agresiones físicas, mientras sus cónyuges prefieren callarse acerca de los malos tratos que reciben. Una feminista activa alemana ha destacado hace algún tiempo: "Siempre fui suficientemente inteligente para abofetear sólo a aquellos hombres que eran tan educados y mansos que no han devuelto la patada." Aparte de esta confesión reveladora, es conocido que se puede hacer sufrir de muchas maneras diferentes. Tanto hombres como mujeres pueden dañar gravemente con torturas psicológicas, amargando la vida de los suyos con medios más sutiles e "indemostrables" como son la coacción, la humillación, el chantaje o el mal humor constantes.
Cuando la mujer actúa en la vida pública, aún no se puede afirmar que siempre consiga aportar su muy alabada "nota personal". A veces parece que está cayendo precisamente en aquellas faltas que se reprochan a los hombres. Ni el trabajo profesional ni la familia son de por sí soluciones para problemas personales o interpersonales; ambos ofrecen oportunidades y riesgos. La mujer, en su tarea profesional, está expuesta a los mismos peligros que el hombre -a una excesiva concentración en la trayectoria profesional, a una exclusiva ambición de poder...-, y acaso un poco más que el hombre, ya que, como paladín en muchos ramos, es probada con especial dureza y juzgada críticamente. Para superar estos peligros, cada persona ha de estar dispuesta a buscar primero la paz en el propio corazón.
Las mujeres no creen "automáticamente" un mundo más humano que los hombres. Este mundo, al fin y al cabo, sólo podrá cambiar si todos juntos promovemos una nueva cultura en la que el "amor", la "entrega" y el "ser-para-el-otro" sean realidades asumidas y vividas.
-Por último, el Papa Benedicto XVI aludió ayer a la conveniencia de que la mujer tenga mayor presencia en la vida de la Iglesia, aunque aclaró que el sacramento del Orden Sacerdotal no puede ser planteado. ¿En qué ámbitos podría ser mayor la participación de la mujer?
Jutta Burggraf: En la perspectiva cristiana, la represión de la mujer es una consecuencia del pecado. Demuestra un desarrollo erróneo en la sociedad que debe combatirse con todas las fuerzas, objetivo al que Benedicto XVI da su bendición alentadora. La participación de la mujer en la vida de la Iglesia puede ser mayor en todos los ámbitos en que pueden trabajar los varones laicos. En estos ámbitos, no debería haber diferencia alguna entre hombres y mujeres.
Por otro lado, hay que aceptar que cada persona tiene su tarea, su función específica, y todo su trabajo tiene valor. No se puede plantear todo desde la perspectiva del prestigio y de la ofensa. Es evidente que las mujeres siguen estando escasamente representadas en muchas instituciones eclesiales. Una razón puede ser que un desarrollo que ha tardado varios siglos, obviamente no puede ser anulado en pocos decenios.
Pero hay muchas esperanzas. Igual que el pecado rompió los lazos entre los sexos, la gracia es capaz de crear nueva armonía entre ellos. Su relación, por lo tanto, será más bella, cuanto más cerca estén de Dios. Como cristianos, el hombre y la mujer pueden ejercer su libertad con madurez. Se pueden aceptar mutuamente y alegrarse uno con el otro. Y finalmente conseguirán convivir con igualdad de derechos, en responsabilidad compartida para el futuro de nuestro mundo.
(AV06030803)
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