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miércoles, noviembre 03, 2010

Cómo lograr que el aura del líder que ya no está, se transmita a sus sucesores

Cómo lograr que el aura del líder que ya no está, se transmita a sus sucesores
Por Aleardo F. Laría

Ángelo Panebianco describió en su conocido ensayo sobre los partidos políticos ("Modelos de partido", Alianza, 1995) un tipo especial que denomina "partido carismático". Según el politólogo italiano, son organizaciones cuya fundación se debe a la acción de un único líder y se configuran como un instrumento de expresión política de ese liderazgo.
Panebianco cita como ejemplo el partido creado en 1958 por Charles De Gaulle en Francia, pero no sería difícil encontrar casos similares en nuestras latitudes.

En el lenguaje habitual, el término carisma se utiliza como sinónimo de prestigio o autoridad, haciendo referencia al ascendiente personal que todo líder político exitoso adquiere frente a sus seguidores.

El carisma es intrínsecamente inestable y el momento crucial llega cuando hay que establecer un mecanismo de sucesión. El carisma no se traslada automáticamente, porque está basado en el reconocimiento que debe obtener el pretendiente a la sucesión."


Sin embargo, en la acepción que Panebianco toma de Max Weber, el liderazgo carismático es algo más, ya que adopta un carácter transgresor y subversivo, en el sentido de que cuestiona las relaciones sociales predominantes. Se opone así a las formas tradicionales y racional-burocráticas de ejercicio del poder.
El partido carismático, siguiendo las reflexiones de Panebianco, se funda en los vínculos personales de lealtad que une a los partidarios con el líder, llamado a cumplir una misión mística. De este modo, todos los integrantes se ven de algún modo imbuidos de ese celo y espíritu misionero.
La consecuencia es una organización interna partidaria que no conoce reglas y donde rigen criterios personales y arbitrarios, de modo que la confianza del jefe hacia sus subordinados es el único criterio del que depende las posibilidades de carrera dentro de la organización.
La falta de coincidencia completa con el líder o la discusión abierta a sus directivas, conducen necesariamente al fin de la carrera política de los críticos.
Otro rasgo de este tipo de organización es que el líder asume todas las labores cruciales: define sus fines ideológicos, interpreta la doctrina, selecciona a los amigos y los enemigos, marca el día a día y es el símbolo viviente y único artífice de su destino.
Por otra parte, el partido carismático se presenta siempre como la negación de los partidos existentes o partidocracia a los que contrapone su condición de movimiento.
Se conforma así una nebulosa de grupos y organizaciones, de fronteras mal definidas e inciertas, que giran en torno al líder, llamado a resolver los conflictos internos entre las tendencias relativamente autónomas que integran el movimiento.
El carisma es intrínsecamente inestable y el momento crucial llega cuando hay que establecer un mecanismo de sucesión. El carisma no se traslada automáticamente, porque está basado en el reconocimiento que debe obtener el pretendiente a la sucesión.
Dada esa dificultad, para que una sucesión ordenada sea posible, es preciso que se produzca antes la objetivación del carisma personal.
Afirma Panebianco que, excepto en casos muy raros, el partido carismático no consigue institucionalizarse, entre otras cosas, porque el propio líder actúa a menudo para evitar esa evolución. Si el carisma no llega a objetivarse, la organización se disuelve con el eclipse político de su fundador. Sin embargo, no debe descartarse como otra posibilidad que el poder carismático sea sustituido por la autoridad de un grupo de notables, que se proclaman continuadores de la obra del fundador y procuran trasladar el carisma a la organización.
Algunos podrían encontrar en el movimiento político liderado por Néstor Kirchner los rasgos típicos del partido carismático descripto por Panebianco. Si éste fuera el caso, las consideraciones sobre el problema de la sucesión en los partidos carismáticos podrían servir como claves interpretativas del futuro político en la Argentina.
El temprano abandono por Kirchner de la idea original de construir un partido transversal, es decir institucionalizar su poder, deja la herencia política del infatigable caudillo patagónico en manos de los barones y notables del viejo partido peronista, más bien que de alguien en particular. 


Fuente:http://www.elliberal.com.ar/secciones.php?nombre=home&file=ver&id_noticia=1011036PK
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Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
Diplomado en "Gestión del Conocimiento" de la ONU

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