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viernes, diciembre 07, 2007

PAPEL EN BLANCO: 'La soledad del juzgador', de Elisa Beni

'La soledad del juzgador', de Elisa Beni

Posted: 06 Dec 2007 03:57 PM CST

soledad_juzgador.jpgLa investigación y el juicio a los atentados del 11-M en Madrid han propiciado una variopinta y rentable producción editorial en la que, literalmente, se puede encontrar de todo. La obra más reciente sobre el proceso, La soledad del juzgador. Gómez Bermúdez y el 11-M introduce una variación peculiar y es que su autora Elisa Beni inaugura un género que podríamos definir como crónica judicial sentimental. Al que yo personalmente veo muy poco recorrido.

Elisa Beni es la directora de comunicación del Tribunal Superior de Madrid y la mujer del juez Javier Gómez Bermúdez, el presidente del tribunal del juicio al 11-M al que su peculiar carisma procesal catapultó al estrellato mediático. El gancho de este libro, según Beni, es el de poder dar una visión privilegiada y humana desde la cercanía. Según afirma literalmente, su condición de amante esposa no le impide hacer un trabajo periodístico riguroso. Quizás ella lo crea así, pero los vidrios tintados que el amor nos pone en los ojos la están engañando.

Porque este libro quiere ser a la vez una crónica judicial y una carta de amor. El protagonista absoluto, hasta límites aberrantes, de este relato aparece tanto como el juez Bermúdez como Javier como "tu marido" como mi amor en la dedicatoria. Parece un detalle nimio, pero es un síntoma de cómo la autora confunde (en el sentido etimológico de la palabra) el proceso judicial con la esfera privada de su hogar. Tienen en común que ambas gravitan entorno a Bermúdez pero no se acaba de percibir el encaje de contunidad, el interés de los detalles íntimos que revela Beni. Peor aún, algunas situaciones son tan forzadas que rozan el ridículo.

Como por ejemplo, cuándo cuenta que mientras Bermúdez realizaba personalmente las gestiones para que los acusados del 11-M tuvieran comida caliente (esa comida caliente que luego rechazarían al ponerse en huelga de hambre, no sin disculparse al juez – según la autora – por tamaña ingratitud), el propio almuerzo del magistrado se enfriaba ante los ojos de su estoica esposa. O cómo la asistenta del matrimonio, superviviente del atentado, colaboró con el desempeño de la justicia planchando con especial primor las camisas blancas que irían bajo la toga.

Todo el libro está concebido como una vindicación triunfal de Bermúdez (e indirectamente de Beni, que adopta en la narración el papel de descanso del guerrero). Leyendo el libro uno descubre a un superhombre y superjuez que estuvo en todas partes, acertó en todas y cada una de sus decisiones, y simple y llanamente es el único responsable del que el juicio del 11-M saliera bien. Y no es que no me crea este último extremo. Es que las alabanzas del juez son cantadas con el rigor y la distancia de una fan de catorce años escribiendo a su ídolo del rock.

Porque Beni es una fan de Bermúdez, no lo niega en ningún momento. Llega incluso a reprocharnos a los que lo "descubrimos" en el juicio del 11-M que no estuvieramos atentos a sus anteriores e igualmente estelares actuaciones, tales como el proceso a colaboradores del 11-S en 2005. Y en ello consiste la otra mitad del libro: en una venganza contra los otros magistrados, periodistas, políticos y hasta internautas que han menospreciado o atacado a Bermúdez. Estos pasajes les encantarán a aquellos que piensan que España funciona por un sistema de favores, rivalidades y odios personales. Ciertamente el libro no hace nada para acabar con esta concepción.

Realmente es esta una obra paradójica. Por un lado Beni ensalza al juez que fue capaz de mantenerse incólume entre la vorágine política y perodística que le cercaba, "como un maestro Zen", y no se ahorra reproches y lecciones sobre la intromisión de fuerzas externas en la judicatura. Pero al mismo tiempo desgrana con evidente deleite la transformación del juez en una estrella y los muchos y diferentes elogios que ha recibido. Llega incluso al extremo de reproducir columnas de articulistas que, inspirados en la figura de Bermúdez, realizan encendidas defensas de la calvicie.

Podría reprochársele que pasa por alto algunos episodios del juicio en los que Bermúdez sale peor parado, pero despúes de lo expuesto no tendría mucho sentido. Los aficionados al mundo judicial y los buscadores de escándalos pueden encontrar algún pasaje de interés (la descripción de las innovaciones logísticas que se instauraron en el juicio para los primeros, los tejemanejes internos de la Audiencia Nacional para los otros), pero para ello deberán soportar con paciencia que prácticamente cualquier anécdota tenga por fin el que Bermúdez aparezca con la toga al viento para salvar el día.

Saludos
Rodrigo González Fernández
DIPLOMADO EN RSE DE LA ONU
www.Consultajuridicachile.blogspot.com
www.lobbyingchile.blogspot.com
www.el-observatorio-politico.blogspot.com
Renato Sánchez 3586
teléfono: 5839786
e-mail rogofe47@mi.cl
Santiago-Chile
 
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1 comentario:

  1. Portavoces, esposas
    y periodistas
    Ni Elisa Beni ni Javier Valenzuela han roto, con sus libros,
    la obligación de lealtad y de confidencialidad que todo portavoz
    o director de comunicación tiene con sus superiores. Sólo Scott
    McClellan, el ex portavoz de Bush, ha revelado secretos, pero
    es evidente que, lejos de atentar contra la seguridad, la defiende
    al denunciar unas decisiones que facilitaron la guerra de Iraq
    y que ya han costado la vida a más de 100.000 personas.

    Felipe Sahagún es periodista y profesor titular de Relaciones Internacionales
    en la Universidad Complutense, Madrid.

    32—CUADERNOS DE PERIODISTAS,—MARZO DE 2008
    FELIPE SAHAGÚN Todo libro de un portavoz, jefe
    de prensa o director de comunicación,
    en activo o retirado,
    sobre las actividades o hechos
    vividos en el ejercicio de su cargo,
    suele ser, como escribe en sus memorias
    Marlin Fitzwater, portavoz de los
    presidentes Reagan y Bush padre, “un
    retrato de familia”1. No porque el autor
    revele –pocas veces lo hace– secretos
    explosivos de la intimidad de los
    dirigentes con los que ha trabajado
    de cerca, sino por la familiaridad que
    dicha cercanía facilita a la hora de contar
    lo sucedido.
    ¿Dónde empieza el derecho, la
    obligación y la libertad de informar,
    y dónde termina la obligación de lealtad
    hacia los jefes y compañeros?
    ¿Quién y cómo fija las fronteras de
    los intereses en conflicto? ¿La reserva,
    discreción y confidencialidad esperados
    o exigidos en la relación profesional
    entre portavoces y presidentes,
    jefes de prensa y superiores inmediatos,
    publicistas y clientes (…) implica
    necesariamente el silencio sobre
    los hechos vividos de primera mano
    en virtud de esa relación?
    ¿Son extensivas estas mismas interrogantes
    o cautelas a las obras (libros,
    artículos u otro tipo de docu-
    en cualquier formato) de familiares
    de dirigentes, políticos, jueces,
    etcétera? ¿Qué sucede cuando ese
    familiar, portavoz o relaciones públicas
    es, además, periodista? ¿Debe renunciar
    de por vida a su libertad de
    expresión y de información sobre determinados
    asuntos por el hecho de
    ser pariente, esposa o esposo de alguien,
    aunque tenga información de interés
    general que, a su juicio, merezca ser
    conocida por todos los ciudadanos?
    Hay respuestas para todos los gustos.
    Eduardo Sotillos ha confesado,
    tras su experiencia de portavoz de Felipe
    González, que “no se debe nombrar
    portavoz a un periodista” porque
    “te sientes demasiado próximo a
    los colegas que te preguntan, y ellos
    a ti”2. Y añade: “Allí [en Moncloa] no
    me sentía cómodo, no fui buen portavoz…
    Me dolían mucho las críticas
    de colegas periodistas, perdí la amistad
    y el saludo de muchos… Ya me lo
    decía Felipe: ‘Te falta corazón para ser
    político…’. Y así es.”
    Tras 35 años de periodismo activo,
    entiendo perfectamente a Sotillos.
    Cuando la información es razonablemente
    buena, los políticos (presidentes
    de empresas, jueces, policías…) la
    atribuyen sistemáticamente a su
    buen trabajo. Cuando es negativa, rara
    vez admiten que se deba a lo que
    ellos hacen. Casi siempre culpan a los
    portavoces o comunicadores, es decir,
    a los mensajeros. Cada país, incluso
    cada institución, tiene una cultura
    diferente de la información, producto
    de su historia, que condiciona
    de forma decisiva las respuestas a las
    cuestiones planteadas más arriba. Por
    ello, hay que tener cuidado a la hora
    de comparar democracias viejas con
    democracias recientes y, no digamos,
    con dictaduras.
    La periodista Elisa Beni, con 20
    años de experiencia profesional, se
    ha visto sometida a toda clase de críticas
    en los últimos meses y ha sido
    destituida como jefe de prensa del
    Tribunal Superior de Justicia de Madrid
    por publicar el libro La soledad
    del juzgador. Gómez Bermúdez y el 11-M.
    Javier Valenzuela, con 30 años de
    experiencia profesional, muchos de
    ellos como corresponsal en el extranjero
    y enviado especial de El País, ha
    sido criticado de forma más velada por
    Eduardo Sotillos, ex portavoz
    de Felipe González: “Allí [en
    Moncloa] no me sentía
    cómodo, no fui buen
    portavoz… Me dolían mucho
    las críticas de colegas
    periodistas, perdí la amistad
    y el saludo de muchos…”.
    escribir un libro, Viajando con ZP, sobre
    sus dos años de director general
    de Información Internacional en la
    Moncloa de José Luis Rodríguez Zapatero.
    Los republicanos han puesto en la
    picota a Scott McClellan, ex portavoz
    de la Casa Blanca, por lo que dicen
    que cuenta en un libro que, con el título
    What happened (Lo sucedido), verá
    la luz esta primavera en los EEUU.
    Son tres casos distintos, pero que,
    analizados por separado y contrastados
    con las normas tradicionales de
    la ética periodística en España y en
    los EEUU, nos ayudarán a entender
    los conflictos en juego y las respuestas
    que, desde una perspectiva profesional,
    pueden y deben darse.
    El caso Beni
    El 13 de febrero de 2008, en el Foro
    Nueva Economía de Madrid, un periodista
    preguntó al fiscal general
    Cándido Conde-Pumpido por la destitución
    de Beni en represalia por la
    publicación del libro. A escasos metros
    de él, supongo que lo sabía, estaba
    sentado, escuchando con atención,
    el esposo de Beni y presidente
    de la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo,
    Javier Gómez Bermúdez, el
    juzgador principal en el proceso del
    11-M y protagonista más importante
    del polémico libro.
    “Me pareció una medida adoptada
    sobre la base del principio de confianza”,
    contestó el fiscal. “Entraba
    República,
    periodismo y
    literatura
    Javier Gutiérrez Palacios,
    992 páginas, 48 euros.
    Cinco años de la historia de
    España (1931-1936) a través de
    los artículos de 68 autores.
    Entre ellos,Azorín, Baroja,
    Camba, Unamuno, D’Ors, Pérez
    de Ayala, Alberti o Cernuda.
    DE VENTA EN LA A.P.M.
    34—CUADERNOS DE PERIODISTAS,—MARZO DE 2008
     Portavoces, esposas y periodistas
    en sus competencias [del presidente
    del Consejo General del Poder Judicial],
    pero no me parece que en el libro
    exista ninguna revelación inadecuada”.
    Nadie lo diría repasando lo que se
    dijo y se escribió a raíz de la publicación
    del libro, aunque ningún medio
    de comunicación serio encontró otros
    problemas que la inoportunidad del
    momento elegido para su publicación,
    “el uso de la posición privilegiada
    de la autora para conocer de primerísima
    mano los desvelos del juzgador”
    3 y las críticas, casi todas perfectamente
    fundadas y documentadas,
    de algunos de los principales protagonistas
    y observadores del juicio
    del 11-M.
    Presionados por algunos miembros
    de la carrera judicial que no salen
    muy airosos en el libro y por periodistas
    que reciben un claro varapalo
    por lo que escribieron o contaron
    sobre el juicio más importante de
    la historia de España, ninguno de los
    cinco miembros de la Comisión de
    Comunicación del CGPJ defendió la
    permanencia de Beni en su puesto.
    El presidente del CGPJ, Francisco
    José Hernando, firmó el 16 de enero
    el decreto de destitución de Beni como
    directora de comunicación del
    TSJM de acuerdo con la propuesta de
    la comisión de Comunicación del órgano
    de gobierno de los jueces del 9
    de enero. La Comisión tenía decidido
    ya su veredicto el 20 de diciembre de
    2007, pero prefirió aplazarlo para dar
    tiempo a la periodista a defenderse.
    Como explicó María Peral en El
    Mundo al día siguiente, las indiscreciones,
    las conversaciones privadas y
    las críticas recogidas en el libro “han
    quebrado la confianza del Consejo en
    la autora, han perjudicado a su marido,
    han desprestigiado a otros magistrados
    y han generado desconfianza
    en los jueces de Madrid”4.
    El hecho, como señalaba Peral, de
    que “los miembros del sector mayoritario
    –que por tres veces había nombrado
    a Gómez Bermúdez presidente
    de la Sala de lo Penal de la Audiencia
    Nacional, lo que le permitió presidir
    el juicio del 11M– expresaran su decepción
    con Beni no sólo por razones
    de confianza, sino también de incompatibilidad
    entre la publicación de un
    Ningún medio de
    comunicación serio encontró
    otros problemas con el libro
    de la esposa del juez Gómez
    Bermúdez, Elisa Beni, que la
    inoportunidad del momento
    elegido para su publicación.
    CUADERNOS DE PERIODISTAS,—MARZO DE 2008—35
    libro de esas características (…) y su
    puesto en un gabinete de comunicación
    del CGPJ” prácticamente la condenaba
    sin escuchar sus alegaciones.
    “Una señora que trabaja para la
    Justicia no puede estar anotando las
    confidencias que le hace su marido
    para hacer negocio editorial, exhibiendo
    cuestiones de otros jueces y
    de un determinado proceso”, dijo uno
    de los vocales citados por la redactora
    de El Mundo. Amenazaba el mismo
    vocal, si no se actuaba con firmeza,
    con recomendar a todos los jefes de
    prensa de los tribunales que empezaran
    a tomar notas de las confidencias
    judiciales que les lleguen para luego
    hacer también negocio.
    En sus explicaciones de la propuesta
    de la comisión, su portavoz, Enrique
    López, justificó la destitución por
    “la pérdida de confianza” en la autora
    del libro, al estimar que algunos
    de sus pasajes no se adecuan a las exigencias
    del desempeño de su cargo
    como portavoz de la Administración
    de Justicia en la Comunidad de Madrid5.
    Aunque Hernando no estaba obligado
    a destituir a Beni, López lo dio
    por hecho “en cumplimiento de acto
    debido”, entendiendo que la comisión,
    el órgano que nombra al responsable
    de comunicación del TSJM, estaba
    en su perfecto derecho de destituirla
    si perdía su confianza en ella.
    La propuesta de destitución recibió
    los votos favorables de los vocales
    Montserrat Comas, José Luis Requero,
    Adolfo Prego y Enrique López, y
    la abstención de Juan Carlos Campo,
    quien entendió que debía ser el propio
    Hernando, como responsable del
    nombramiento de Beni, o el presidente
    del TSJM, a cuyas órdenes directas
    trabajaba, quienes ratificaran a Beni
    en su cargo o la destituyeran.
    En sus explicaciones a la Comisión,
    que evidentemente no surtieron
    efecto alguno, la autora negó que el
    libro fuera un ataque a los jueces o a
    la carrera judicial. “Muy al contrario,
    se trata de la realización de una actividad
    lícita –escribir un libro– sin repercusiones
    negativas que se hayan
    acreditado sobre el desempeño de mi
    trabajo como directora del TSJM, que
    no puede acarrear consecuencias sobre
    mi actividad profesional actual
    derivadas de una valoración del contenido,
    de las informaciones o de las
    ideas libremente expresadas y contenidas
    en tal libro”, escribió.
    “En ningún momento se desvía de
    las directrices generales que a efectos
    de estrategia comunicativa he recibido
    del Consejo”, añadió. “En este sentido,
    el libro está basado en el mismo
    espíritu de transparencia, de manera
    que, en algunos pasajes que se han
    tachado de críticos, el texto se limita
    a recoger secuencias procesales o resolutivas
    de magistrados concretos,
    sin ninguna adjetivación o valoración
    personal y que ya habían sido publicadas
    por los medios de comunicación
    en su día”6.
    En sus ocho páginas de alegacio36—
    CUADERNOS DE PERIODISTAS,—MARZO DE 2008
     Portavoces, esposas y periodistas
    nes, Beni señaló también la “indeterminación
    extrema” del acuerdo de la
    Comisión del 20 de diciembre sin precisar
    ninguna acusación concreta, lo
    que hacía muy difícil su defensa. En
    su nota, la Comisión se refería sólo a
    “la problemática generada por la publicación
    del libro”.
    La periodista recordaba a la comisión
    que La soledad del juzgador era el
    segundo libro que publicaba siendo
    directora de comunicación del TSJM
    y que, cuando publicó el primero, Levantando
    el velo. Manual de periodismo
    judicial, del que es coautor su esposo,
    dos años antes, no recibió más que felicitaciones.
    Añadía que, con ocasión del primer
    libro, había comprobado la inexistencia
    del régimen de incompatibilidades
    propias de su cargo y mantenía
    que, de acuerdo con la Ley de
    Función Pública, un libro “es plenamente
    compatible con el ejercicio de
    su función, pues no se exige siquiera
    la comunicación a los superiores de
    la intención de publicarlo”.
    El CGPJ, en nota explicativa de su
    decisión, reiteraba el 9 de enero que
    “algunos de los pasajes contenidos en
    el libro no se acomodan a las exigencias
    propias del cargo de responsable
    de comunicación institucional”. El vocal
    portavoz Requero insistía por escrito
    en que “no es adecuado que una
    responsable de comunicación institucional
    de la Justicia critique a ciertos
    medios de comunicación o a ciertos
    profesionales de la prensa, cuando
    parte esencial de su cometido es, precisamente,
    mantener una buena relación
    con todos los medios”7.
    Si se aplicara ese criterio a rajatabla,
    pocos portavoces o responsables
    de comunicación permanecerían en
    sus cargos mucho tiempo.
    En el Protocolo de Comunicación
    de la Justicia aprobado por el CGPJ el
    30 de junio de 2004, que Beni y Gómez
    Bermúdez recogen como Anexo
    I en su manual de periodismo judicial
    –texto impecable por otra parte
    y de gran utilidad para cualquier periodista
    que desee especializarse en
    tribunales–, se hace una clara apuesta
    por la transparencia, pero, al mismo
    tiempo, se reconoce que la relación
    entre el Gabinete de Comunicación
    y los magistrados y jueces “es
    Todos los que tomaron
    partido de forma beligerante
    a favor de uno u otro bando
    en el tratamiento del 11-M
    se sintieron decepcionados.
    Beni reparte estopa en su
    libro a unos y a otros, pero
    lo hace con datos, citas
    rigurosas y testimonios
    irrefutables.
    CUADERNOS DE PERIODISTAS,—MARZO DE 2008—37
    una relación que debe estar basada
    en la mutua confianza”8.
    El momento de la publicación del
    libro de la discordia –nada más concluir
    el juicio del 11-M– probablemente
    influyó más que el contenido del
    libro en la politización del caso. Si eliminamos
    los ditirambos de Gómez
    Bermúdez, habituales por otra parte
    en casi todas las obras de este género,
    y analizamos La soledad del juzgador
    como el análisis del juicio por una
    periodista con información privilegiada
    y una actitud abierta hacia las
    versiones enfrentadas sobre el proceso
    desde el mismo día de los atentados,
    encontramos una de las reflexiones
    más esclarecedoras sobre lo que
    se hizo y se dijo en los meses que duró
    el proceso.
    Todos los que tomaron partido de
    forma beligerante a favor de uno u
    otro bando en el tratamiento del 11-
    M se sintieron decepcionados. Beni
    reparte estopa en su libro a unos y a
    otros, pero lo hace con datos, citas rigurosas
    y testimonios irrefutables. Su
    opinión sobre el resultado final de la
    batalla refleja claramente su posición:
    “La verdad, la razón, la interpretación
    desapasionada, no estuvo totalmente
    en ninguno de los campos.
    La maldita lectura en blanco y negro
    borraba siempre los grises del matiz.
    Y en estas lides de libertades, derechos,
    opiniones y expresión sólo los matices
    tienen relevancia”9.
    Si Beni se hubiera decantado abiertamente
    a favor o en contra de cualquier
    de los bandos enfrentados, seguramente
    habría recibido muchos
    más apoyos cuando le llegó la hora
    de pagar por sus indiscreciones. Sus
    indiscreciones, en cualquier caso, parecen
    un pecado venial cuando se
    comparan con la calidad y la cantidad
    de datos y de opiniones recogidas
    en el texto.
    ‘Viajando con ZP’
    Escribiendo sobre sí mismo en tercera
    persona, Javier Valenzuela advierte
    ya en la introducción de su libro
    sobre los dos años que trabajó en Moncloa
    con el presidente José Luis Rodríguez
    Zapatero que “el deber de confidencialidad
    vinculado a su cargo hace
    que calle ciertas cosas”10.
    “Mi padre fue periodista, mi padrino
    también lo fue y yo llevo tres décadas
    ganándome un sueldo como periodista”,
    escribe poco más adelante.
    “He sido corresponsal de El País en
    Beirut, Rabat, París y Washington, y
    enviado especial a otros lugares. Políticamente
    me sitúo en la izquierda,
    dicho sea en aras de la transparencia,
    pero no soy militante del PSOE ni un
    incondicional de ese partido”11.
    “¿Es de recibo que un periodista
    que siempre ha defendido su independencia
    pase a trabajar, aunque sea temporalmente,
    para un presidente de Gobierno?”,
    pregunta Valenzuela a John
    Le Carré cuando su amigo Miguel Barroso
    le llama para trabajar con él tras
    las elecciones de marzo de 2004.
    38—CUADERNOS DE PERIODISTAS,—MARZO DE 2008
     Portavoces, esposas y periodistas
    “Sin duda –me respondió–. En el
    mundo anglosajón, eso es de lo más
    corriente. Recuerde el caso de Pierre
    Salinger, que empezó como periodista,
    pero luego fue portavoz del presidente
    Kennedy y después volvió a trabajar
    como corresponsal para una cadena
    de televisión”12.
    Las 300 páginas que siguen a esta
    confesión de cierta independencia no
    son, efectivamente, un panegírico sin
    fisuras de su ex jefe, pero nadie del
    Gobierno se rasgaría las vestiduras
    por su contenido.
    Simplemente, y no es poco en el desierto
    español en este género de memorias
    de portavoces, nos introduce
    en el caleidoscopio de la política exterior
    monclovita entre 2004 y 2006 con
    reflexiones y anécdotas que facilitan
    una mejor comprensión de esa política,
    y nos muestra aristas y perfiles de
    la personalidad de Zapatero que, aunque
    no descubran nuevas galaxias,
    confirman y aclaran lo que muchos
    –amigos, enemigos e indiferentes–sospechaban
    desde la distancia.
    Por lo que calla tanto como por lo
    que cuenta, no nos descubre en Zapatero
    a ningún Bismarck o Metternich,
    tan solo a “un seductor en el
    cuerpo a cuerpo”, con “una visión
    progresista y cosmopolita del mundo
    y de España en el mundo” sin concretar,
    “mejor en privado que en público,
    donde cierta timidez parece envararle”,
    que “vive por y para la política”
    y, encima, “se lo pasa bien ejerciendo
    su profesión (…). Su intrepidez
    y su optimismo le convirtieron en un
    personaje distintivo en la escena internacional”
    13.
    Al dar por buenos casi todos los
    estereotipos propagandísticos del
    PSOE contra la oposición –“derecha
    asilvestrada”, una Moncloa “sin una
    potente Ala Oeste”, un PP convertido
    en “una eficaz máquina de combate”,
    “un PSOE incapaz de movilizar
    en el día a día a la sociedad civil progresista”,
    etcétera–, entiendo que cree
    en ellos, sorprendente para quien se
    haya molestado en conocer un poco
    de cerca a los fontaneros del PP.
    Ve, como tantos otros, en el Ministerio
    de Exteriores una burocracia
    lenta e ineficaz; en la vicepresidenta
    María Teresa Fernández de la Vega, la
    ventana por la que pasaba todo me-
    Por lo que calla tanto como
    por lo que cuenta, Viajando
    con ZP, el libro de Javier
    Valenzuela, no nos descubre
    en Zapatero a ningún
    Bismarck o Metternich.
    40—CUADERNOS DE PERIODISTAS,—MARZO DE 2008
     Portavoces, esposas y periodistas
    nos la economía, competencia de Solbes,
    y el dosier vasco, que ZP pilotaba
    directamente; y, en una frase de
    Ryszard Kapuscinski en su libro sobre
    el sha de Irán –“toda la vida de
    palacio se rige por unas leyes, siempre
    iguales, que deforman y fragmentan
    la realidad”–, el mejor resumen
    de la vida al frente de un Gobierno.
    “La hiperactividad de Moratinos dificultaba
    la legibilidad de la política
    internacional del Gobierno”, escribe.
    “Al presidente se le atribuían cosas que
    eran de la cosecha particular del ministro.
    También se traducía en un cierto
    desorden y confusión en el Ministerio
    de Exteriores”14. Su crítica principal
    de Exteriores es, probablemente,
    que ZP dedica muy poco tiempo a la
    política internacional. Valenzuela les
    responde que, sólo en los primeros 20
    meses de Gobierno, ZP participó en
    un centenar de actos públicos internacionales,
    sin contar las conversaciones
    telefónicas, las reuniones privadas y las
    25 entrevistas concedidas a medios de
    comunicación extranjeros.
    Según Valenzuela, ZP recibió de
    Felipe González nada más llegar al
    poder dos consejos en política internacional:
    no fiarse de Fidel Castro y
    dar al Rey el protagonismo debido en
    los asuntos de Estado relacionados
    con la política exterior. Frente a tantos
    que opinan lo contrario, Valenzuela
    está convencido de que “puede
    hacerse política exterior en el siglo
    XXI sin hablar inglés”.
    Entre los defectos que cita de ZP,
    destaca el escaso tiempo dedicado por
    el presidente a la política internacional
    a partir de su segundo año en
    Moncloa, sus inconfundibles latiguillos
    –“lo que representa”, “en definitiva”…–
    y sus dificultades para terminar
    las frases.
    Una de sus críticas más duras de
    los medios –cierto que no generaliza–
    es el empeño de algunos en menospreciar
    o ningunear a ZP por sus malas
    relaciones personales con George
    Bush. La información dominante en
    los medios conservadores sobre este
    asunto está plagada, según el autor,
    de “lo que los norteamericanos denominan
    factoids: pseudohechos, noticias
    verdaderas o falsas sacadas de su
    contexto y tergiversadas y magnificadas
    hasta el disparate”15.
    Pierre Salinger parece que
    salió indemne de la
    rocambolesca Casa Blanca
    de John F. Kennedy, y Mike
    McCurry sobrevivió
    dignamente a la complicada
    Casa Blanca de Bill Clinton y
    Monica Lewinsky, pero son
    excepciones.
    CUADERNOS DE PERIODISTAS,—MARZO DE 2008—41
    Confiesa Valenzuela que su modelo
    personal de actuación en Moncloa
    fue “el portavoz clásico, el anterior a
    la era del spin (…), que no pone la mano
    en el fuego por nada que no tenga
    bien amarrado”. Es, añade, alguien
    que “trabaja para dos clientes: el político
    y los periodistas. Para el primero
    hace de informador, de redactor
    de borradores de declaraciones, artículos
    y conferencias, y de eso que los
    latinoamericanos llaman vocero. Para
    los segundos actúa como una especie
    de corresponsal en las entrañas
    del poder. Les transmite las informaciones
    que la presidencia desea difundir
    o les pueden ser útiles de una u
    otra manera, y, por supuesto, intenta
    responder a las preguntas que desean
    plantear”16.
    “Un profesional de este tipo busca
    la información por los procedimientos
    periodísticos clásicos: bebiendo de
    sus fuentes. Sólo que las fuentes a las
    que tiene acceso directo son el presidente
    del Gobierno, el ministro de Exteriores,
    los altos cargos y asesores del
    Gobierno. Y también como cualquier
    periodista en misión informativa,
    pacta caso por caso con esas fuentes
    lo que se puede contar a terceros y lo
    que no”.
    A los convencidos de que, en esa
    misión, es imposible mantener la credibilidad,
    responde atacando: “No es
    tan fácil conservarla, como algunos
    pretenden, cuando se trabaja para un
    medio de comunicación”. A pesar de
    todo, reconoce lo inevitable: “Es evidente
    que, cuando se trabaja para un
    político, el mantenimiento de la credibilidad
    es aún más complicado,
    obliga a un permanente y agotador
    esfuerzo para dejar claro que el político
    es el político y que uno es uno,
    y que lo que dice o hace el primero
    no tiene por qué asumirlo personalmente
    el segundo”.
    Pierre Salinger parece que salió indemne
    de la rocambolesca Casa Blanca
    de John F. Kennedy, y Mike McCurry
    sobrevivió dignamente a la complicada
    Casa Blanca de Bill Clinton y Monica
    Lewinsky, pero son excepciones.
    Ari Fleischer, tras 21 meses en la primera
    Administración Bush, quedó
    completamente quemado. Al despedirse,
    reconoció que la crisis del 11-S,
    los ataques con ántrax, las guerras en
    Afganistán e Iraq y el frenesí informativo
    que domina Washington le pasaron
    factura y afectaron “su capacidad
    para servir”17. Los corresponsales en la
    Casa Blanca reconocen sus educados
    modales, su paciencia y su habilidad
    para no mentir sin decir la verdad, pero
    también su responsabilidad en el
    secretismo, opacidad y manipulación
    de la Casa Blanca para justificar la invasión
    de Iraq.
    La mayor parte de los portavoces a
    uno y otro lado del Atlántico han quedado
    marcados, casi todos negativamente,
    por su experiencia como portavoces.
    Muy pocos se han atrevido a
    poner negro sobre blanco, después de
    dejar el cargo, la información más negativa
    de las decisiones que presencia42—
    CUADERNOS DE PERIODISTAS,—MARZO DE 2008
     Portavoces, esposas y periodistas
    ron entre bastidores y que los ciudadanos
    tienen todo el derecho a conocer.
    Valenzuela no es una excepción.
    ¿Ha tenido en estos años la Moncloa
    de ZP una spin machine eficaz?,
    se pregunta, me imagino que retóricamente.
    Su respuesta es tan rotunda
    como difícil de creer: “No la tenía
    en absoluto”18.
    No la tenía, explica, “porque la mayor
    parte que trabajaba en estos asuntos
    (Zapatero, Fernández de la Vega,
    los profesionales de la Secretaría de
    Estado de Comunicación, etc.) estaba
    dominada por ideas como el respeto
    debido a los hechos, el asco que provoca
    la mentira y la sagrada independencia
    de la prensa”.
    Como ave rara que siempre ha considerado
    el ejercicio del periodismo
    activo incompatible con el trabajo,
    con carné o sin carné (importa poco
    a fin de cuentas, lo que importa son
    los hechos), para un partido político,
    la virginidad que atribuye a sus ex jefes
    resulta, por decirlo suavemente,
    angelical.
    Bellas palabras que el propio Zapatero
    se ha encargado de desmentir
    reconociendo una cuantas mentiras:
    algunas, como las relacionadas con
    las negociaciones con ETA, públicamente.
    Otras, igual de delicadas o más (las
    relacionadas con la llamada versión
    oficial del 11-M, por ejemplo), siguen
    negándose. Sin remontarnos a lo que
    algunos de esos mismos jefes hicieron,
    callaron y dijeron sobre el GAL
    en los años 80 y 90.
    La segunda razón que da el autor
    para negar que se practicara en Moncloa
    el maquillaje, manipulación,
    ocultamiento y demás aderezos habituales
    en toda oficina de comunicación
    parece más verosímil: “El primer
    mandamiento de los spin doctors (…) reza
    que sólo puede haber un director
    de orquesta (…) Y en la Moncloa en la
    que yo trabajé había más bien un carajal
    en materia de comunicación, digámoslo
    lisa y llanamente19”. Cualquier
    periodista que haya trabajado o
    cubierto durante años la Moncloa le
    daría la razón, de modo que no es un
    problema exclusivo de la Moncloa de
    ZP. Más bien se trata de una seña de
    identidad española que comparten casi
    todas las instituciones.
    Quizás la queja más seria, vinien-
    Las críticas de Valenzuela
    son pellizcos de monja
    comparadas con las
    acusaciones de Scott
    McClellan, ex portavoz
    de la Casa Blanca de Bush,
    contra sus antiguos jefes.
    do de un periodista, es lo indisciplinado
    que, en este y otros asuntos, es
    ZP. “A veces seguía los consejos de sus
    colaboradores, pero muchas veces no
    lo hacía y se lanzaba a improvisar, algo
    prácticamente prohibido en la moderna
    comunicación política”.
    De haber seguido los consejos que
    atribuye a Augusto Delkader, directivo
    de Prisa desde el nacimiento de El
    País, debería haber incluido la opinión
    de Zapatero sobre este asunto. Seguro
    que tuvo razones para no seguir los
    consejos de muchos de sus colaboradores,
    mal que a ellos les pese.
    McClellan contra Bush
    Las críticas de Valenzuela son pellizcos
    de monja comparadas con las acusaciones
    de Scott McClellan, sucesor
    de Fleischer como portavoz de la Casa
    Blanca de Bush, contra sus ex jefes,
    a quienes acusa en un libro de inminente
    aparición de haberle mentido
    o manipulado descaradamente para
    justificar la invasión de Iraq.
    Denuncia McClellan que, en octubre
    de 2003, cuando la filtración del
    nombre de la agente de la CIA Valerie
    Plame, esposa del embajador que
    negó la adquisición de uranio por
    Iraq en Níger, se convirtió en un gran
    escándalo, los cinco miembros más
    influyentes de la Administración
    Bush, con el presidente al frente, le
    presionaron para que negara toda responsabilidad
    del principal asesor de
    Bush, Kart Rove, y del jefe de personal
    de Cheney, Lewis Scooter Libby,
    en aquella filtración.
    “El dirigente más poderoso del
    mundo me pidió que hablara en su
    nombre y le ayudara a restablecer la
    credibilidad perdida al no encontrarse
    armas de destrucción masiva en
    Iraq”, escribe McClellan. “Así que subí
    al podio de la sala de prensa de la
    Casa Blanca y, ante todos los focos, durante
    los momentos estelares de dos
    semanas, exoneré públicamente a dos
    de sus asesores más importantes: Karl
    Rove y Scooter Libby. Sólo había un
    problema: no era verdad. Sin saberlo,
    había transmitido información falsa
    y cinco de los funcionarios de más alto
    rango de la Administración me habían
    empujado a hacerlo: Rove, Libby,
    el vicepresidente, el jefe de personal
    del presidente y el propio presidente”20.
    El sucesor de McClellan, Scout
    Stanzel, se ha apresurado a negarlo
    en defensa de su jefe. “El presidente
    no ha confundido a sus portavoces”,
    ha dicho. “Nunca lo haría”. Palabra de
    portavoz, deberíamos añadir. Plame
    ya ha presentado otra denuncia en los
    tribunales contra Cheney, Libby y Rove
    con los nuevos datos de McClellan.
    Reflexiones finales
    El trabajo de los portavoces, responsables
    de relaciones públicas y jefes
    de comunicación institucional es vender
    lo mejor posible a la opinión pública
    lo que hacen sus superiores.
    44—CUADERNOS DE PERIODISTAS,—MARZO DE 2008
     Portavoces, esposas y periodistas
    Cuando las decisiones de esos superiores
    son erróneas, rozan la ilegalidad
    o violan claramente la legalidad,
    sólo tienen dos opciones: seguir
    sirviendo a sus jefes o dimitir y, una
    vez libres, callar o denunciar todo
    aquello que merezca ser conocido por
    los ciudadanos. Como el número de
    héroes siempre es reducido y a nadie
    se le puede exigir serlo, lo normal es
    que callen para evitar daños y perjuicios
    o, simplemente, por respeto u
    obediencia debida.
    Entre esas dos respuestas caben
    otras, como publicar diarios o memorias
    sobre las experiencias vividas
    en puestos de responsabilidad
    informativa sin revelar secretos que
    pongan en peligro la seguridad, el
    respeto al honor o la verdad. Es lo
    que han hecho Beni, Valenzuela y
    McClellan.
    Secretos, lo que se dice secretos, de
    los tres sólo McClellan los ha revelado
    y sólo parcialmente, pues su denuncia
    es vox populi en los medios de
    comunicación de Washington desde
    hace años, pero es evidente que, lejos
    de atentar contra la seguridad, la defiende
    al denunciar unas decisiones
    que facilitaron la guerra de Iraq y que
    ya han costado la vida a más de
    100.000 personas y centenares de miles
    de millones de dólares.
    Ni Beni ni Valenzuela han roto,
    con sus libros, la obligación de lealtad
    y de confidencialidad que todo
    portavoz o director de comunicación
    tiene con sus superiores.
    Otra cosa es que algunas de las personas
    citadas en sus libros hubieran
    preferido que lo que hicieron o dijeron
    en un momento dado permaneciera
    oculto para la mayoría.
    Sus obras deben verse como aportaciones
    valiosas para un mejor conocimiento
    de hechos –el juicio del
    11-M y la política exterior de Zapatero
    entre 2004 y 2006– que todos los
    ciudadanos tienen derecho a conocer.
    Enhorabuena por su esfuerzo y que
    tenga muchos imitadores. 
    1–Call the Briefing. Edit. Adams Media
    Corp. 1995, pág. VII.
    2–La Vanguardia, 28-10-2002, pág. 64.
    3–Editorial de El País, 10-1-2008.
    4–El Mundo, 21-12-2007.
    5–Efe, 9-1-2008.
    6–Europa Press, 8-1-2008.
    7–El Mundo, 10-1-2008.
    8–Levantando el velo. Manual de periodismo
    judicial. CiE DOSSAT, Madrid 2006, pág. 299.
    9–La soledad del juzgador. Temas de hoy,
    Madrid 2007, pág. 217.
    10–Viajando con ZP. Edit. Debate, Barcelona
    2007, pág. 11.
    11–Ibid, pág. 51.
    12–Ibid, pág. 53.
    13–Ibid, pág. 16 y ss.
    14–Ibid. pág. 307
    15–Ibid, pág. 250.
    16–Ibid, pág. 152.
    17–La Vanguardia, 20-5-2003, pág. 8.
    18–Ibid, pág. 144.
    19–Ibid, pág. 149
    20–Adelanto del libro publicado por la cadena
    CNN el 21 de noviembre de 2007 a las
    2:47 p. m.

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