Para niños afortunados, los holandeses: desde el pasado día 5 ya juegan con los juguetes de Navidad que les llevó a cada uno Sinterklaas, el obispo San Nicolás que, según la tradición, llega cada año de España a mediados de noviembre para repartir su cargamento de juguetes con ayuda de los Zwartepiets, sus pequeños asistentes españoles, revoltosos y dicharacheros. Zwarte Piet puede traducirse como Pedro Negro y es un personaje al que se ve con la cara pintada de negro para representar cómo se le queda el rostro después de bajar por las chimeneas a dejar su cargamento. Los niños holandeses creen que San Nicolás pasa gran parte del año en España disfrutando de su buen clima y haciendo las listas de regalos que luego dejará en las casas, según cada cual se haya merecido. En el fondo es la misma tradición que, tras saltar el Atlántico hasta Estados Unidos y pasar por las manos de la Coca-Cola dio origen al omnipresente Papá Noel-Santa Claus-San Nicolás.
Lo bueno, en este caso, es que también es una de las razones por las que Holanda empieza a vestirse de Navidad un poco antes que el resto de Europa. Y, por lo tanto, un buen motivo para disfrutar de la Navidad holandesa antes de que llegue de lleno a España. Además, la Navidad llena Holanda de entrañables rincones de postal en los que no faltan árboles adornados, canales helados, mercadillos callejeros y velas, muchas velas encendidas en el interior de casas, bares, restaurantes o cafeterías. Y como parece que decir Holanda siempre es decir Amsterdam, puede ser también una ocasión excepcional para descubrir nuevos y bellos rincones. Por ejemplo: Haarlem, una atractiva ciudad a tan solo 20 kilómetros de la capital holandesa.
¿Inventó la imprenta?
La estatua de un hombre pensativo con el brazo en alto apostado junto a la monumental iglesia de Saint Bavo, en el corazón histórico de Haarlem, reivindica que la imprenta no fue un invento de Gutenberg sino de Laurens Coster. Y aunque ni los propios habitantes de Haarlem se atreven a poner la mano en el fuego, lo cierto es que parece bastante probable que Coster se adelantara a Gutenberg en 20 años al imprimir un libro de horas con tipos móviles en 1430. A este respecto circula la leyenda de que fue un ayudante de Coster el que robó el secreto a su maestro para irle con el cuento a Gutenberg, que trabajaba en un invento parecido en Maguncia. Coster, sobrenombre que significa sacristán, dado que esa es la función que desempeñaba en la catedral de Haarlem, murió en 1440, tras imprimir con su invento el citado libro con tintas negras e ilustrarlo con miniaturas barnizadas en oro, pero antes de que el nuevo sistema de impresión se diera a conocer.
Sea como fuere, lo cierto es que Haarlem tejió en el pasado su poderío económico gracias a la abundancia de imprentas, empresas textiles y fábricas de cerveza. Una ciudad que en torno a los siglos XVI y XVII vivió sus momentos de mayor empuje económico al mismo tiempo que Holanda se convertía en una potencia mundial como consecuencia de las aventuras comerciales de sus compañías mercantes. En 1669 la Compañía Holandesa de las Indias Orientales era la empresa comercial más grande del mundo.
Precisamente, varios incendios y asaltos militares acaecidos en 1576 hicieron que Haarlem tuviera que ser prácticamente reconstruida en su totalidad a lo largo del siglo XVII durante el periodo de prosperidad económica que se conoce como la Edad Dorada.
Muchos de los edificios levantados en aquel momento, las casas de la burguesía pudiente o las de beneficencia -hofjies-, permanecen casi inalterados desde entonces en el centro histórico de una ciudad que presume de tener también las más hermosas tiendas y galerías de arte del país. De hecho, cada fin de semana miles de personas llegan desde Amsterdam para disfrutar de una tarde de compras que a menudo se remata en uno de sus afamados restaurantes.
Centro neurálgico
La plaza donde Coster sujeta con su mano en alto uno de los tipos de imprenta inventados por él, conocido como la Grote Mark, era, y sigue siendo, el centro neurálgico del casco histórico de Haarlem. Junto a la estatua, la Grote Kerk o iglesia de Saint Bavo se alza como un auténtico emblema de la ciudad. En su interior alberga uno de los órganos más importantes de Europa. Fue realizado por el maestro Christian Müller en 1738 alcanzando una calidad de sonido tal que rápidamente su reputación se extendió por todo el continente hasta el punto de que muchos visitantes llegaban a la ciudad solo para oír su sonido. O para tocarlo, tal como hicieron Händel y un Mozart de 10 años de edad. Otro de los rincones más buscados de la catedral es el que aloja la tumba de Frans Hals, el gran pintor de Haarlem. Algo escondida a primera vista, la discreta losa de su sepultura se oculta en el interior del coro.
El espacio que compone la Grote Mark, que recuerda en el nombre la ubicación tradicional del mercado callejero, se encuentra delimitado por un muestrario de hermosos edificios de todos los siglos entre el XIII y el XIX. Imprescindible resulta la visita al Mercado de la Carne -Vleeshal-, uno de los edificios más representativos del renacimiento holandés. En el costado occidental de la plaza se alza el Ayuntamiento -Stadhuis-. En él destaca la magnífica sala Gravenzaal.
La visita de esta ciudad de calles empedradas y casitas con hastiales escalonados puede dirigirse desde aquí hasta la ribera del cercano río Spaarne, con excelentes muestras de fachadas de casas de los siglos XVII y XVIII. Entre ellas se abre hueco la monumental fachada neoclásica construida en 1878 para conmemorar el primer centenario de la fundación del Museo Teyler, el museo más antiguo de Holanda. La afición por el coleccionismo de Pieter Teyler, un rico hombre de negocios del siglo XVIII, y su interés por la ciencia le llevó a dictar en su testamento que toda su fortuna se invirtiera en una fundación dedicada a la investigación científica y la divulgación. Así surgió el museo, en 1778, y el variado repertorio de colecciones que hoy alberga desde fósiles hasta pinturas de los maestros holandeses e italianos, esqueletos, instrumental científico o minerales. Aunque todo el edificio conserva el sabor de los siglos XVIII y XIX, con sus expositores de madera originales, destaca especialmente la maravillosa Sala Oval, la más antigua del museo, construida en 1784, repleta de instrumental científico con el que los visitantes todavía pueden realizar algunos experimentos en torno a una alargada mesa expositora que contiene la colección de minerales y fósiles.
Otro edificio singular que también se asoma a las aguas del Spaarne es el Molino de Adriaan. Fue construido sobre una torre defensiva en 1778 y estuvo funcionando hasta que se quemó totalmente en 1932. Tras una meticulosa restauración llevada a cabo en el 2002, su aspas giran de nuevo para aprovechar los poderosos vientos que soplan desde la cercana costa. Su visita, además de ayudar a comprender cómo funcionan estos ingenios, tan del paisaje holandés como el toro de Osborne en España, permite contemplar una hermosa panorámica de la ciudad con el río en primer plano.
Otro de los grandes museos de Haarlem, el motivo por el que en realidad muchos peregrinan hasta la ciudad, es el Museo Frans Hals, el gran retratista holandés que en el siglo XVII introdujo un nuevo realismo en la pintura, mostrando un particular dominio de la luz y pinceladas mas sueltas e imprecisas que las de sus contemporáneos. El recorrido por su interior ofrece un apasionante banquete visual en el que disfrutar de las obras más conocidas del pintor, como los cuadros en los que retrató las famosas guardias cívicas de San Jorge o San Adrián. El edificio en el que se aloja la colección es uno de los hofjies más hermosos y señoriales de la ciudad, una manzana de casas construidas en el siglo XVII como asilo para ancianos pobres.
Patios con encanto
Haarlem es una ciudad en la que abundan estos hofjies -casas de beneficencia destinadas a mujeres ancianas solteras- que se construían en torno a un patio común. El encanto y tranquilidad que rezuman estos patios, algunos solo son accesibles a través de apartados callejones, debe ser otro de los puntos de interés de cualquier visita a Haarlem. Cuidados generalmente por el propio vecindario, son pequeños oasis protegidos del trasiego callejero, corros silenciosos de un verde rabioso, con árboles vetustos y, casi siempre, mesas y bicicletas a la puerta de las casas esperando un mínimo rayo de sol para salir a disfrutar del desahogo que ofrecen estos jardines centenarios. Nueve de ellos son en la actualidad de acceso público, si bien la mejor manera de conocer su ubicación exacta pasa por preguntar en la Oficina de Turismo. Algo a lo que no debería renunciarse en ningún caso. Para muchos, la esencia del Haarlem más auténtico, tanto o más que en los cuadros de los pintores de la Edad Dorada, está en estos pequeños corros a los que se asoma la vida más íntima y familiar.
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Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
Diplomado en "Gestión del Conocimiento" de la ONU
Diplomado en Gerencia en Administracion Publica ONU
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