Ética y estado
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Alguna vez, hace años, relacioné el clima de desorden social que vivimos hoy en Honduras con lo que pudieron ser sus raíces: el caos que en lo cívico sufrió el país hacia 1980, período aquel de tres ejércitos ocupando el territorio, la Contra, el alquiler de la soberanía, del malinchismo y el cinismo oficial. Y debe ser así pues los fenómenos históricos no surgen de pronto, máxime si son profundos, sino que encadenan efectos hasta generar "culturas", es decir vicios, formas y doctrinas no siempre compatibles con la ética. Observar cómo los altos magistrados de la nación, supuesta pureza comunal, mentían hipócritamente, robaban descaradamente, se corrompían obviamente y protagonizaban acciones ilegales, generó en el pueblo modos de imitación pues, siguiendo lógicas naturales, si aquellos que fingían ser impolutos egresaban de la administración pública sin castigo por sus fechorías, ¿por qué no yo, igual? ¿Por qué no seguir su "escuela" de delito?...
Faltan investigaciones en el mundo sobre el impacto que provoca la actuación de los líderes o modelos representativos (rol models) en la vida diaria del ciudadano común. Hasta dónde, cabe preguntarse, si el comerciante se hubiera resistido al dolo la primera vez disfrutaríamos hoy de una sociedad menos propensa a engañar y defraudar al fisco. ¿O fue al revés, fue el funcionario público quien aceptó la inicial oferta empresarial para trasquilar al Estado?...
En el expediente de responsabilidades históricas por el atraso, subdesarrollo e injusticia que azota a este país desde hace cien años muy escasas figuras saldrán sin ser vergonzosamente nominadas, quizás religiosos honestos como Fausto Milla, probablemente héroes y patricios como Herrera y Morazán, varias mujeres (María Josefa Lastiri, Graciela García, Leticia Oyuela, Graciela Bográn, Bertha Oliva) cuya labor de vida fue siempre pulir almas para la libertad. El resto del pasado —los ya muertos— y del presente —ustedes, nosotros los vivos— tendremos que exhibir múltiples argumentos de defensa para que nos exonere la posteridad.
El Maestro Kong (Kun-Fu Tse) o Confucio, dejó desde el año 540 antes de Cristo ciertas bellas observaciones filosóficas que es oportuno repetir ahora en que la nombrada "crisis de valores" nos abate. "Los gobernantes" dijo "sólo pueden ser grandes si llevan vidas ejemplares y se guían por principios morales. De esa guisa los ciudadanos de sus Estados tendrán el necesario estímulo para alcanzar la prosperidad y la felicidad".
En su obra "Analectas" insistió en el gran valor del poder del ejemplo, pues la esencia de sus enseñanzas se basa en la conducta óptima durante la vida, el buen gobierno estatal —inspirado en caridad, justicia, y respeto al orden jerárquico—, el mantenimiento de la tradición, la comprensión del propósito de la vida y la meditación. Las virtudes deseadas para el ser humano, las sociedades y gobiernos, explica su enseñanza, son la bondad, la tolerancia, la benevolencia, el amor al prójimo y el respeto a los mayores y los antepasados, pues "si el príncipe es virtuoso, los súbditos imitarán su ejemplo" y el modelo de réplica proseguirá de gobernante y súbdito, marido a mujer; padre a hijo. "La sociedad próspera sólo se consigue manteniendo esas relaciones en plena armonía", repite, y de allí que su pensamiento insista en traer al presente los mejores momentos y saberes de antiguos sabios y antepasados.
En el momento contemporáneo, entonces: si a ciertos jueces y diputados los prostituye el soborno, ¿por qué no me puedo vender, o sobornar?... Si para arreglar conflictos comunes la respuesta bruta (antes que la negociación) es violar la ley y practicar la violencia, ¿qué ética humana me impide golpear y matar? ¿Qué derecho me niega tal "derecho"? ¿Acaso no se transgreden arriba todos los códigos, credos y morales?... ¿Por qué la sociedad se queja de crimen y delincuencia si al más elevado nivel público se la protagoniza y representa?... Las respuestas son innecesarias.
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Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
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